Pensar la huelga
Aún si no lograsen absolutamente nada más, las huelgas estudiantiles son terreno fértil para poner a la gente a hablar, y a veces hasta a pensar, para bien o para mal, sobre la Universidad de Puerto Rico y a menudo también sobre la situación del país. Para comprobarlo bastaría solo mirar la cantidad y variedad de pronunciamientos que han surgido a raíz del paro, en muchos casos marcando distancia de la Junta de Control Fiscal y hasta del colonialismo. Curiosamente, dichas profesiones de fe tienden a hacerse como preámbulo a algún cuestionamiento de precisamente aquello que parece haberles dado vida: la decisión del estudiantado de Río Piedras de paralizar las labores de su recinto para exigir detener los recortes proyectados para la UPR y auditar la deuda pública que les sirve de pretexto.
De entre las expresiones más o menos bien intencionadas que han surgido hasta el momento criticando el voto de paro y huelga, sobresalen dos argumentos más o menos sensatos, pero no por ello más acertados. Me concentraré aquí en ellos, sin que mi intención sea necesariamente entrar en un crítica más abarcadora a los posicionamientos de sus autoras y autores.
El primer argumento gira en torno a la situación fiscal misma de la universidad. Se resume, en términos generales, en el mantra economicista, “No se le hace huelga a un patrono en quiebra”. Si la universidad no tiene, según esta línea de pensamiento, recursos con los cuales responder a los reclamos estudiantiles (como por ejemplo, evitar “algunos” recortes que en todo caso son “necesarios”) entonces ir a la huelga para exigir eso es “el suicidio”. Esta tesis es un reformulación de aquella más conocida según la cual cerrar la universidad es “hacerle el juego” al gobierno y la Junta, garantizando su cierre permanente, que a fin de cuentas es lo que “realmente quieren”. Tan ominosa profecía habrá dejado de materializarse una y otra vez, pero en esta ocasión, nos advierten, “es diferente” porque “de verdad” no hay dinero, porque la Middle States perdió la paciencia, o por cualquier otra razón conveniente.
Sin entrar en el asunto de si ciertos recortes son “necesarios” o no (vienen con facilidad a la mente espacios de la jerarquía institucional donde sin duda alguna “recortar” se hace urgente), lo que este tipo de razonamiento pasa por alto es que no todas las huelgas son económicas. Por el contrario, en cierto sentido, todas las huelgas tienen un elemento político (en tanto conflictos de poder), y este ciertamente siempre ha sido el caso de las huelgas estudiantiles, particularmente en las universidades del estado, aún cuando tengan también un componente económico (y en la UPR este ha sido el caso desde al menos el 1981). Esto es así, ya que no obedecen a una dinámica estrictamente estructural dentro de una relación de producción, sino que por el contrario se tratan de interrumpir la normalidad y la cotidianidad impuesta —crear un espacio de aliento— para hacer una serie de reclamos directa o indirectamente al estado. En esta ocasión, ello es mucho más cierto en tanto algunos de los reclamos estudiantiles (la exigencia de la auditoría de la deuda pública, por ejemplo) no pueden ser resueltos por la administración universitaria de turno.
Nadie tiene esto más claro, por cierto, que las y los estudiantes huelguistas, cuya intención nunca ha sido, como parecen pensar algunos, desbocarse en la revolución inmediata, sino precisamente utilizar su posición estructural más ágil (privilegiada, quizás) para presentarle al país un espacio agónico, un terreno fértil de diálogo conflictivo y posibilidades en tensión, que está completamente vedado por la normalidad impuesta. Esto último ha quedado más que evidenciado por la prisa con la que se han comenzado a proponer y discutir ideas tan pronto como el paro se materializó. Dejémonos de cuentos: si no fuese por el paro y huelga estudiantil, ni siquiera estaríamos teniendo esta conversación.
Si existen actualmente las condiciones para que de ese espacio agónico surja verdaderamente un proyecto de renovación, con el aval y la participación del país, es otro asunto. Y es precisamente el asunto que concierne al segundo de los argumentos más o menos razonables que han surgido del sector opuesto al paro y la huelga. Este segundo argumento no necesariamente niega ni la legitimidad de la huelga estudiantil como táctica ni su potencial político en determinadas circunstancias, solo duda o niega que dichas circunstancias estén presentes en la actual coyuntura. Es un argumento más sofisticado que el anterior, pero no por ello más atinado.
El error aquí yace en su enfoque exagerado en lo que podríamos llamar las condiciones “subjetivas” del paro y huelga: en resumen, que el país votó a favor de un candidato que prometió colaborar con la Junta, y por ende el país no apoya ni apoyará el paro y la huelga. Hasta un vistazo superficial a los comentarios en las redes sociales puede corroborar este sentido común, y si le añadimos la posición claramente antagónica de los medios corporativos, parece dudoso que ello pueda cambiar. Parece.
Hay mucho que se pudiera cuestionar sobre qué exactamente “representa” (y cuán legítimamente) un candidato que ganó las elecciones con el 42% de los votos, con una participación del 56% de las y los votantes inscritos (y aún menor de las y los elegibles), en un país donde el “voto castigo” y el “voto útil” históricamente han opacado al voto sustantivo. No me detendré en ello aquí.
Más interesante me parece examinar el terreno político sobre el cual surge el espacio del paro y huelga como totalidad compleja, en vez de dictaminar su fracaso a priori sobre una base tan escuetamente positivista como “la opinión pública”. De la misma manera en que ningún estratega que merezca el nombre puede celebrar condiciones “objetivas” propicias sin haberse encargado de los corazones y mentes, no se puede tratar las subjetividades como algo divorciado del fluctuante contexto material y estructural dentro y a través del cual se despliegan.
Ese terreno ahora mismo incluye los siguientes elementos, los cuales, al parecer salvo entre las y los estudiantes, se han examinado muy poco:
- Una rectora interina extremadamente vulnerable, cuyas simpatías políticas y personales no yacen con el partido gobernante y que sin embargo sigue en su puesto (por razones que sin duda tienen que ver con el cálculo estratégico de sus superiores);
- Un gobernante anexionista neopopulista (contrario al gobierno abiertamente neoliberal de Luis Fortuño), retóricamente “anti-colonialista” y con la necesidad incluso edipal (momento “Don’t Push It”) de proyectar “sacar pecho” al menos simbólicamente frente a la Junta;
- Un liderato legislativo PNP igualmente neopopulista y patriarcal en posición precaria, que ya ha sacado el pecho, cuestionando la autoridad de la Junta y minando así, aún más, la escasa legitimidad de esta;
- Un referéndum de estatus en el que se le va la vida al anexionismo criollo, programado para junio, ante el cual sacar mollero represivo contra las y los estudiantes es una ficha extremadamente riesgosa para el gobierno;
- Un ala derecha del PPD completamente eviscerada en el terreno electoral y dejada sin tracción frente a sus “plumitas liberales”, que aunque tímidas, se han convertido en el único sector de ese partido efectivamente visible en los medios;
- Una Junta de Control Fiscal que si bien no es escoriada aún por la población como sería de esperarse, tampoco goza de legitimidad fuerte, que ha cometido una torpeza detrás de otra; y, como si fuera poco,
- Un gobierno federal dominado por una derecha racista y reaccionaria agobiada por la debilidad de sus propios flancos, completamente desinteresada en la colonia y dispuesta a soltarla a su suerte a la más mínima provocación.
Podríamos seguir añadiendo puntos a la lista, y este no es el lugar para examinar detenidamente cada uno de ellos. Baste por ahora decir que si bien nada de esto necesariamente augura el éxito del paro y la huelga, ni en términos “objetivos” (lograr los reclamos concretos específicos del estudiantado) ni “subjetivos” (generar mayor apoyo entre el público y mayor movilización y organización a largo plazo entre el propio estudiantado), tampoco se acerca la situación desesperada que pintan algunos.
Lo que el paro y huelga sí hacen es imponernos a todas y a todos la posición incómoda y difícil de tener que asumir posturas. Interrumpir para respirar, arar para cultivar. Es, como bien han señalado algunas voces incisivas, una apuesta. Una apuesta que a fin de cuentas no es por unas condiciones “objetivas” más o menos favorables, sino por un sujeto: todas y todos nosotros. Es una apuesta a que, a pesar de todo, aún podemos ser, no ya como universidad, sino como país, como sociedad. Con la huelga, pero más aún sin ella, en esto nos jugamos, literalmente, la vida.