Pensar y sentir la historia
Nunca la solidaridad antes que la crítica.
–Edward W. Said
Los ingleses son tenaces, los franceses ingeniosos, los alemanes disciplinados, los españoles trabajadores -si son catalanes-, los cubanos rebeldes… Son algunos juicios vulgares, silvestres, sobre el “carácter nacional” de algunos pueblos con historias poderosas.
¿Y los puertorriqueños? Pues, indecisos, fatalistas, mantenidos, mancos y tullidos, de grititos revolucionarios, leales hasta la sumisión, irresolutos, émulos de Sísifo, etílicos violentos, machistas atrabiliarios, cuponeros, desmemoriados y blanquitos. Esa es la conclusión “metafórica” de Edgardo Rodríguez Juliá en su visión de “Puerto Rico en mil palabras”.[1]
Pero, ¿por qué las metáforas desnudas, con ecos chillones de lo más débil de Pedreira y de René Marqués, en desprecio de la historia del sujeto nacional? Además, si lo que nos define son las debilidades, los vicios, las carencias (y lo bueno y lo excelente son tentaciones apolilladas en el baúl de las ilusiones perdidas), y se prefiere el recurso de las metáforas, entonces estas deben sustentarse en experiencias incuestionables.
Ninguna de las catorce taras morales y síquicas atribuidas por Rodríguez Juliá a los puertorriqueños es fiel a la evidencia. Dada la naturaleza de este ensayo, solo destacaré aquí el primer defecto en torno al asentamiento español en Caparra y su mudanza a la isleta de San Juan. Recordemos sus palabras: “¿Dónde asentar la ciudad? ¿En los humedales, o sobre la roca firme del islote, con dominio del Atlántico y la bahía? Caparra se convirtió en ruinas y San Germán sería asediada por piratas, habría que asentarla monte adentro. Como el pensamiento puertorriqueño mejor se muestra mediante metáforas, aquí tenemos la primera, la metáfora de la indecisión.”[2]
La decisión de establecerse en Caparra no la tomaron los puertorriqueños porque no existían; porque sencillamente no habían nacido. Al vallesoletano Juan Ponce de León le ordenaron en 1508 establecerse en la isla y después de explorar varios lugares se decidió por un espacio al sur de la bahía, llamado luego Caparra por el extremeño frey Nicolás de Ovando, Gobernador General de Indias. Los únicos autóctonos eran los indígenas sometidos al trabajo forzoso, los no consultados por su dominador y exterminador.
Unos tres años después los conquistadores concluyeron que el sitio no era el mejor por el difícil acceso al mar y por el alto costo del transporte por tierra, amén del entorno insalubre.[3] En 1519 el salmantino Rodrigo de Figueroa, al mando del “nuevo mundo” por encargo de Carlos V, recogió el parecer de los vecinos y constató que todos, menos Ponce de León, “que ya tenía bienes raíces en Caparra”, opinaron a favor del traslado a la isleta.[4]
En fin, si la creación del poblado de Caparra nace en la mente de Ponce de León y su traslado en el ánimo de los pobladores insatisfechos, también peninsulares, ¿por qué atribuirlo a los “indecisos” puertorriqueños nacidos después? Y, al respecto, ¿qué decir de los múltiples traslados iniciales de La Habana, con la que nos comparamos a veces mal? ¿Por qué no produjeron cubanos indecisos como nosotros? Julio Le Riverend Brusone lo dice con gran sentido histórico:
[La Habana], andariega, como los conquistadores y fundadores pasó sus buenos cuatro o cinco años en hallar un lugarejo donde plantarse con los símbolos e instituciones propios de aquellos años, si por azar no los hubiese en los diversos emplazamientos que precedieron, lo cual es presumible. […] Si de algún modo podemos caracterizar los primeros treinta años de la implantación europea, es precisamente por la vida intranquila, caminadora, revuelta, querellosa. […]
La Habana de cuestionada implantación en más de un lugar, no carece de parejos ejemplos de ‘nomadismo’ urbano en todo el continente, tal como ocurría a los expedicionarios siempre en pos del lugar imaginario o concebido como apropiado para seguridad y acomodo de su existencia. Eran, claro está tiempos de movilidad, conforme se conocían las regiones características: siempre pudiera haber un más allá terrenal codiciado y sin límites.[5]
Si los genes y el ADN nacionales no pueden explicar lo que somos, entonces, ¿cómo salir del bache en que nos hunde el autor? Pues creo que la historia viva puede ayudar. Empezaré por Pedro Albizu Campos, personaje que contradice sin equívocos el crudo diagnóstico del puertorriqueño “indeciso” de Rodríguez Juliá. Albizu enfrentó, con valor y sacrificio, la encerrona histórica que nos tocó. Rodríguez Juliá no lo olvida, pero lo despacha con seca ironía, como “el mulato nacionalista… que concibió los años anteriores a la invasión como “la vieja felicidad colectiva del Jaragual…,” que según estampa del escritor era… “el perro, la mujer, el conuco y la hamaca, en actitud autárquica y libertaria.” [6]
Quiero subrayar que esa caricatura del jíbaro no aparece en la crítica de Albizu Campos. Él estaba empeñado en destacar la economía agrícola del siglo 19 frente al imperio de la central azucarera potenciada por el capital yanqui en las primeras décadas del siglo 20. En 1930 Albizu llama a “suprimir el acaparamiento de los recursos [económicos]. Tenemos que distribuirlos entre nuestro pueblo. Debe surgir la legión de propietarios que teníamos en 1898.” Y advierte que los que facilitaron el dominio norteamericano
… olvidaron que en el 98 éramos dueños de nuestra propia tierra. Estaba en nuestras manos casi totalmente. Esa era la base de la vieja felicidad colectiva que se había extinguido.
…
Era forzoso una política agresiva ante esa penetración para ofrecerle toda resistencia posible.[7]
Su parecer no era un frío ejercicio estadístico y matemático. Era una exhortación imperiosa a frenar los avances del capital estadounidense a través de la lucha política sin cuartel.
El contexto, siempre el contexto
… no basta con oponer discursos y paradigmas. La lucha por los significados históricos, y los significados mismos, se construyen en un conjunto de prácticas y de instituciones. En otras palabras, se dan en el interior de un contexto y de luchas sociales específicas.
–Arcadio Díaz Quiñones[8]
Lo primero es preguntarnos ¿por qué, a pesar de la evidencia estadística que decía que la concentración de tierras en pocas manos venía de antes del 98, muchos testigos destacados de la época coincidieron con Albizu? Este fue el caso de Francisco M. Zeno quien denunció que el 80% de los pequeños propietarios del 98 fueron convertidos en peones. Los abogados José Tous Soto y Antonio R. Barceló suscribieron la idea de que antes del 98 Puerto Rico era un país de “pequeñas haciendas”. Luis Muñoz Marín no se quedó atrás y en 1929 concluyó que la voluntad popular deseaba la recreación de una masa de pequeños propietarios.[9] Más tarde, la redistribución de la tierra fue una de las banderas centrales de la lucha del Partido Popular Democrático (PPD).
Aludir a la “felicidad colectiva” de la “legión de propietarios” del siglo 19, en medio de la miseria y la zozobra social de la Gran Depresión fue, en palabras de César Ayala y de Rafael Bernabe, “idealización retrospectiva” sin base estadística.[10] Pero no una licencia romántica de un conservador delirante. Esa nostalgia del pasado de las vísperas de la ocupación estadounidense negaba las estadísticas oficiales, pero apuntaba a la descomposición económica y social inmediata de muchos.
En 1933, el ingreso per cápita descendió un 70%. El salario de los cortadores de caña se redujo de 90 a 50 centavos diarios por el día de trabajo (unos cuatro centavos la hora), “algo parecido a lo que ganaban a fines del siglo 19.” ¿Cuánto rendía este sueldo si la leche subió de 5 a 14 centavos el litro y la libra de pan de 4 a 10 centavos?[11] Pero más allá de las cifras, destacó el deterioro de la salud, resumido en el testimonio de Juan Sáez Corales, futuro presidente de la Confederación General de Trabajadores (CGT). “Las mil enfermedades que producen el hambre y la miseria cayeron siempre sobre los pobres. En mi familia el balance fue desastroso. Toda la familia enfermó. Mi hermanita menor, de apenas tres años, murió. Siempre he creído que su muerte la ocasionó el debilitamiento físico causado por el hambre.”[12] Es decir, a más de tres décadas de distancia, era difícil pensar que los trabajadores puertorriqueños del siglo 19 vivieran peor que en la pobreza atroz de los treinta.
La caña que parecía la majestad de los llanos, invadió el interior y se cultivó hasta en Jayuya, tronchando el acceso a la tierra a miles de agregados, aparceros y desposeídos que dependían de unos ingresos de hambre. Estos súper miserables casi nunca aparecieron en los números del gobierno, pero sí en las listas electorales del PPD después de 1940.
El título de la tierra trabajada, pero no poseída legalmente por una legión de jíbaros, era también parte de las ilusiones campesinas. Pero se soñaba y se mal vivía en la desigualdad. Recordemos que en 1935, el 2.4% del total del número de fincas contenían el 45.2% de la tierra cultivada, pero el 51% de las fincas solo abarcaban el 11% de la superficie plantada.[13] Ese es el marco que le da sentido a las frases del Albizu enfrentado al poder colonial.
Del carácter a la identidad: el reto y la respuesta
En el empeño de entender la conducta histórica de Albizu, el contexto es inseparable del texto. El admirado Fernando Picó no lo olvida en una reseña de algunos libros que contrastan con su debatible tesis de “la ausencia del estado en los últimos cinco siglos” de la historia de Puerto Rico y las “solidaridades” que lo sustituyen.[14] Picó nos recuerda que “la generación del 30, forcejeando con las condiciones de la isla bajo la hegemonía estadounidense tendió a idealizar las relaciones en los tiempos de España entre los trabajadores y los terratenientes, especialmente en las fincas de café.”[15] Además, recalca Picó, buena parte de los historiadores pensaron que en esa década se dieron “los modelos para la acción política subsiguiente.”[16]
En su repaso, Picó destaca Nación Postmortem, de Carlos Pabón, donde aparece su ensayo “De Albizu a Madonna: para armar y desarmar a la nacionalidad”, en el que Albizu Campos es un fantasma, un invisible que no habla ni camina; es decir, no hay una sola cita de sus palabras y de sus acciones, salvo un escueto epígrafe. [17] Es el discurso del discurso del discurso. Pero asume que Albizu resume el discurso nacionalista que domina el debate sobre el tema de la identidad en Puerto Rico:
… el conflicto fundamental de la sociedad puertorriqueña ocurre entre los ‘puertorriqueñistas’ que afirman la nacionalidad y los anexionistas que la niegan. Se presupone que la existencia misma de la nacionalidad puertorriqueña está bajo la amenaza constante del avance de la ‘asimilación cultural’.[18]
En síntesis, sigue Pabón, “se trata de un discurso que postula una nacionalidad homogénea e hispanófila” y añade que “lo nacional es un imaginario que no tiene clausura ya que busca constantemente significar lo que no alcanza significar”, citando a Antonio Benítez Rojo.[19]
Es una manera de hacer de la “hispanofilia” el centro de la crítica nacionalista, sin explicar por qué se exaltan ante el invasor las raíces hispánicas de los puertorriqueños. Así, en las páginas de Pabón no hay imperio ni ocupación militar y se economiza las palabras colonia y colonialismo. Y, por lo tanto, no sabemos contra quién se pelea Albizu. En ausencia de las citas directas de Albizu, escojo una sacada de un discurso que dio en 1933, conmemorando el Día de la Raza.
… teneis que volver por los fueros de vuestros propios orígenes. Aquel que no es orgulloso de su origen, no valdrá nada nunca porque empieza por despreciarse a sí mismo.
Nosotros veneramos el nombre de España porque para nosotros significa la ciencia del derecho, las ciencias positivas, la ciencia de la moral y la tradición cristiana de nuestro pueblo. A nosotros no nos confunde que sarracenos hayan entrado en el Templo del Cristianismo en Puerto Rico.[20]
Frente al invasor, la evocación de las raíces hispánicas reales, no inventadas, porque muchos criollos las tienen cercanas y amplias, es una munición más en el arsenal albizuísta. Para él, la filiación con lo hispano no es el centro sino el antimperialismo del criollo amordazado.
Hacer de la identidad la clave -como hace Pabón- y olvidar la sujeción militar, económica, política y cultural que la arropa, es borrar el colonialismo. En la lucha desigual contra el imperialismo, los nacionalistas exaltaron algunos aspectos de la presencia española, sobre todo el contraste entre la Carta Autonómica y las leyes Foraker y Jones, pero borraron los extremos del dominio de la tierra, del comercio y del crédito en manos de los españoles y los inmigrantes aliados. El olvido es, entonces, parte de lo que se afirma y responde a la urgencia de enfrentar otros puntos más apremiantes del debate.
En los escritos de Albizu se sobrevalora el vínculo con lo peninsular, pero no se inventa. Es un olvido potenciado por la competencia de las identidades: es la nuestra frente a la yanqui que se intenta imponer mediante la fábrica de americanos en la escuela pública gratis y obligatoria. Apelar a lo hispánico era afirmar problemáticamente, claro está, que en materia étnica somos tan blancos y educados como el del Norte y venimos de una cultura más antigua.
Recordemos también que, a la altura del 98, los puertorriqueños eran ciudadanos españoles representados en las Cortes españolas, por lo que el vínculo con “lo español” no era una quimera distante, una invención. Amén de los boricuas con padres y parientes españoles cercanos y queridos. El mismo Albizu lo recuerda:
“¿Qué hay de sangre blanca en nosotros? Yo también la llevo en las venas. Mi padre era vizcaíno y viene de la raza más pura de Europa”. Pero no niega lo africano: “¿Qué existe sangre africana? Yo también la llevo en las venas y la llevo con el supremo orgullo de la dignidad humana”.[21]
Se destacan las virtudes y se diluyen las debilidades, los rasgos vulnerables en la lucha contra el más fuerte; las tretas del débil, del dominado por el poder descomunal de los imperialistas. Se impone, por consiguiente, una serie de silencios obligados y se afirma sin decir las cosas en toda su complejidad.
[Albizu] comenzó por denunciar -dice Arcadio Díaz Quiñones- los mecanismos políticos, culturales y militares de la nueva dominación y sus mecanismos jurídicos. Para ello colocó la civilización hispano-católica, mucho más vieja que el cristianismo protestante estadounidense, como un desafío a la religión imperial. El mundo hispano-católico era para él representación de la autoridad de la tradición que se podía contraponer al racismo del nuevo imperio y a las ideologías de progreso. Al mundo protestante ‘anglosajón’, Albizu le opuso radicalmente otra versión del cristianismo.[22]
Las identidades de Albizu
En esa lucha por la identidad colectiva también se dio el forcejeo por definir la propia. Es decir, cambiamos porque el mundo cambia, porque las coyunturas históricas y las ideas nuevas nos empujan a la definición y a la redefinición. Albizu no fue la excepción. Este ponceño, hijo de madre lavandera afropuertorriqueña, hermana del compositor Juan Morel Campos, y de padre comerciante español, y producto de la escuela pública norteamericana, llegó a estudiar a la Universidad de Vermont becado por la Logia Aurora de Ponce y luego ingresó a la facultad de leyes de la Universidad de Harvard en 1916. Entró voluntariamente al ejército estadounidense y en septiembre de 1917 “compareció -según Benjamín Torres- ante el Jefe de Asuntos Insulares, general Frank McIntyre para ofrecer sus servicios al Departamento de la Guerra con la condición de ser movilizado en Puerto Rico con tropas de Puerto Rico… [y] organizó en la Playa de Ponce una compañía de doscientos voluntarios llamada Home Guard… Fue el puertorriqueño de más alta calificación en el Tercer Training, graduándose de Primer Teniente y sirvió en el Regimental Staff 375th Infantry hasta marzo de 1919.” Al licenciarse ingresó como primer teniente en la infantería de la Reserva de los Estados Unidos.[23]
En 1916, un año antes de entrar Estados Unidos a la guerra, Albizu estaba en el ROTC de Harvard. Se conserva una foto que él pidió tomarse ese mismo año en ocasión de una visita a su hermana Filomena en Nueva York. Aparece en impecable uniforme militar, con botas altas lustradas y mirada altiva.[24]
En contraste, el fotomontaje de Albizu reproducido por Pabón en su ensayo, no intenta entenderlo sino disminuirlo. Albizu aparece con ropa de Madonna, en camiseta sin mangas y con el vientre desnudo y un rosario que le llega al ombligo. Esa imagen precede su versión del espectáculo de Madonna en Bayamón, en octubre de 1993, en que esta frotó su carné de identidad con la bandera puertorriqueña. Este gesto escandalizó a mucha gente de la época, incluyendo a los políticos de siempre. Por el contrario, Pabón destaca los comentarios de un “cocolo” testigo del concierto que exclamó: “no sé por qué tanto barullo porque nunca antes la monoestrellada había ondulado tan bonita. Mejor entre las piernas de Madonna que en el fondillo del Macho Camacho…” Pabón celebra, además, “… su irreverencia la cual pone en evidencia la diferencia entre “la calle” y los dirigentes políticos y espirituales del país.”[25] Y todo para preguntarse, termina Pabón, “… qué queda de la supuesta capacidad contestataria del nacionalismo.”
Pues, creo que, a estas alturas, queda la voluntad de entenderla histórica y sentimentalmente porque el conocimiento y el sentir no están divorciados. En un hermoso ensayo de admiración crítica, Arcadio Díaz Quiñones lo pone en perspectiva:
En ausencia de una tradición bélica, lo que hizo Albizu fue audaz y paradójico. Aquel joven mulato… uno de los primeros puertorriqueños que logró formarse en las universidades de Vermont y de Harvard, perfectamente bilingüe, de forma inesperada se negó a aceptar los fundamentos mismos de la política de la colonia, y rehusó cumplir con el prestigioso papel social para el que se había preparado como abogado. Militarizó la política, enardeció al país, internacionalizó el caso de Puerto Rico y desencadenó la potencia represiva del régimen.[26]
El acoso oficial criminal arrancó en octubre de 1935 con el asesinato de cuatro nacionalistas apresados cerca de la Universidad. Dos meses después, el Partido Nacionalista, que había participado en las elecciones anteriores, acordó el boicot electoral y la no colaboración con el régimen. Al año siguiente, los nacionalistas Hiram Rosado y Elías Beauchamp mataron a Elisha Francis Riggs, jefe de la policía, y luego fueron asesinados desarmados en el cuartel de la policía de San Juan. El 4 de marzo de 1936, la Corte de Distrito de Estados Unidos en Puerto Rico, ordenó el arresto de Albizu y otros siete líderes nacionalistas acusados de “conspirar para derrocar por la fuerza el gobierno de Puerto Rico”.[27]
Fueron encontrados culpables en un segundo juicio con un jurado cargado de diez estadounidenses y dos puertorriqueños y sentenciados de seis a diez años de cárcel.[28] El 21 de marzo de 1937, la Junta Municipal Nacionalista de Ponce anunció un desfile de los Cadetes de la República y un mitin en protesta por el encarcelamiento de los líderes nacionalistas. El acto terminó en la Masacre de Ponce en la que murieron 21 personas y más de 200 fueron heridas. El Gobierno nunca explicó por qué si la parada era ilegal, no arrestaron a los manifestantes. Y si los cadetes estaban desarmados, ¿no era una locura que uno de ellos disparara contra una tropa armada, según se mostró en la Corte? [29]
Contra ese trágico trasfondo, Albizu entró en la prisión de Atlanta donde enfermó y fue trasladado en 1943 al hospital Columbus de Nueva York. Allí estuvo dos años con un diagnóstico de “arteriosclerosis, esclerosis coronaria, neuritis del plexo braquial y anemia” y con el teléfono pinchado por el FBI. Al salir se le prohibió abandonar la ciudad y permaneció dos años en probatoria hasta 1947 cuando regresó a la isla.[30] Así, fue fiel a su sentir de que “yo nunca he estado ausente. La ley del amor y del sacrificio no permiten la ausencia.» [31] Y preparó la insurrección nacionalista de 1950.
Los ejemplos anteriores del escritor y del historiador prueban que para entender a Albizu no sirven la amargura, el derrotismo, el autodesprecio y el ninguneo del archivo, sinónimos de la historia como naufragio. El país no es un personaje de una sola pieza que escoge ser heroico o pusilánime, sino un cuerpo social contradictorio en lucha simultánea consigo mismo y con los de afuera que le imponen un ritmo, un compás y un desafío. Y la historia que nos une no sigue un libreto, como insisten los que la niegan.
Contrario al tema del “carácter nacional”, que depende de los rasgos individuales -valiente, cobarde, parásito, eñangotado- y no sirve para explicar las conductas de los grupos nacionales, el asunto de la identidad es más enredado. La identidad no nace caprichosa ni por accidente sino porque nos obligan a identificarnos. Siempre nos identificamos por afinidad y por necesidad.
La identidad no se construye en el vacío, en abstracto, en un laboratorio, sino en la lucha real. Con las armas que se tienen a la mano, en las circunstancias menos propicias, con el invasor en el cogote. Aquí, este no perdió tiempo y nos identificó con lo más bajo de la especie. El brigadier general George W. Davis, el último gobernador militar, lo resumió con desprecio racista inmaculado:
Es esencial que la franquicia electoral en Puerto Rico sea restringida para evitar que el control político pase a manos de la vasta horda de ignorantes que no tienen idea de los deberes de la ciudadanía.
… La vasta mayoría de la gente no está más capacitada para participar en el acto de gobierno que nuestros indios de reservaciones. Ciertamente, los puertorriqueños son más inferiores que los chinos en la escala social, intelectual e industrial… Los peores rasgos de la prostitución del voto… se repetirán en Puerto Rico. Las clases trabajadoras serán convocadas contra el capital… y se dará la quema de cañaverales y otras propiedades, asesinatos, impuestos injustos, desorden general y parálisis del desarrollo comercial.[32]
Ante esa identidad de súbditos, de cosas sin más, José Julio Henna Pérez, anexionista genuino, declaró ante el Comité de Asuntos Insulares de la Cámara y el Senado de Estados Unidos, que rechazaba el informe de Davis de que “Los puertorriqueños no estaban preparados para el gobierno propio y pide que la isla se convierta en territorio.” Según Henna, “La ocupación ha sido un perfecto fracaso. Hemos sufrido todo. Sin libertad, sin derechos, absolutamente sin protección. Somos Don Nadie de ninguna parte [We are Mr. Nobody from Nowhere]. No tenemos estatus político ni derechos civiles.”[33]
En la década del 30 y en el contexto del país regido por la Ley Jones que nos impuso la ciudadanía, nos prohibió elegir al gobernador y perpetuó la tutela del Congreso de Estados Unidos y la Corte Suprema yanqui, salió a flote la preocupación por la “personalidad” puertorriqueña. Estuvo encabezada por la revista Índice (1929), es decir, era una inquietud más cultural que política, pero era difícil pensar que la segunda quedaría al margen del debate. El tema de la identidad –que nada tiene que ver con el del carácter nacional– comienza a rodar fuerte con Insularismo, de Pedreira (1934), y el Prontuario histórico de Puerto Rico (1935), de Tomás Blanco, dos de los fogonazos más salientes.
Y Albizu insistió en que somos Don Alguien de esta parte del planeta, con derechos humanos y políticos plenos, negados por el invasor, y lo hizo hasta el punto de inspirar el más profundo respeto y temor por la fuerza de sus ideas, aún desde la cárcel. El agente del FBI Edgar K. Thompson, abogado de formación militar, entrevistó a Albizu en la prisión de San Juan y destacó en un informe confidencial del 21 de abril de 1937, justo antes de comenzar a cumplir cárcel en la Penitenciaría Estatal de Atlanta, el perfil destacado y peligroso del patriota:
‘… [a] Campos, un hombre brillante… debe asignársele al llegar una tarea a la altura de sus logros mentales… puede utilizársele como maestro de inglés, español, francés, italiano o alemán, de los que es conocedor… es un hombre de carácter fuerte y temperamento suave, y tiene el rasgo latino de ser muy entusiasta, lo que a veces lleva a sus seguidores a actos de violencia… [ Aconseja, además, que] … no enseñe historia, ciencia política o un curso de leyes porque sin querer podría convertir la clase en un curso de nacionalismo e independencia de Puerto Rico.’ [34]
La palabra como arma fue también lo que impulsó la redacción apresurada de la Ley 53 –la ley de la mordaza– en mayo de 1948, recién llegado Albizu de la cárcel. Esta declaraba delito grave “el fomentar, abogar, aconsejar y predicar la necesidad, deseabilidad y conveniencia de derrocar, paralizar y destruir a el Gobierno Insular por medio de la fuerza y de la violencia.” Además, hacía equivalentes “el hablar, publicar y reunirse y hasta el aplaudir, con el empuñar las armas y el matar.”[35]
No eran únicamente las armas de fuego de los nacionalistas lo que temía el régimen, sino la historia y la crítica como armas contra el Estado Libre Asociado (ELA) que se cuajaba en la complicidad del poder imperial con sus aliados criollos. Albizu congeló el ELA. Arcadio Díaz Quiñones destaca que
A su regreso a Puerto Rico en 1947 de su larga prisión… y en plena Guerra Fría, la concepción nacional militar de Albizu arrojó una sombra helada sobre el populismo triunfante de Luis Muñoz Marín y los preparativos para la creación del Estado Libre Asociado… La llamada Ley de la Mordaza que sirvió para reprimir políticamente a tantos puertorriqueños, se aprobó en buena medida para encarcelarlo en Puerto Rico.[36]
El retorno de Albizu sumó otro flanco de ataque al abierto antes por la amenaza electoral del Partido Independentista Puertorriqueño (1946). El acoso oficial de los que ayudaron a su inscripción fue tan duro que llevó a la denuncia de Gilberto Concepción de Gracia, su presidente fundador: “Nunca había tenido partido alguno en Puerto Rico que inscribirse con tantas dificultades, con tanta persecución, con tantas amenazas.” Según Concepción de Gracia, las tácticas de Luis Muñoz Marín eran “una incitación a la violencia” porque “minan la buena fe del pueblo en el proceso democrático y llenan de desesperación a los hombres justos que no tienen paciencia.”[37] Esa desesperación tenía nombre y apellido.
Doce discursos lanzados al aire por Albizu entre 1948 y 1950, sirvieron de prueba para condenarlo nuevamente a la cárcel por la insurrección del 50. Fueron transcritos por taquígrafos agentes encubiertos y permanecieron secuestrados por 40 años hasta ser liberados por una demanda judicial incoada por Pedro Aponte, que logró su depósito en el Archivo General de Puerto Rico.[38] Así de temida fue la crítica del ELA en ciernes.
Albizu estableció que la Ley Jones de 1917 no había muerto porque seguían mandando el Congreso y la Corte Suprema de Estados Unidos, capaces de invalidar cualquier ley criolla. Además, los puertorriqueños estaban conminados a entrar al ejército por la Ley del Servicio Militar Obligatorio de 1948, sencillamente porque ostentaban la ciudadanía yanqui y por tal razón unos 8,000 puertorriqueños fueron a matar y a morir a la guerra de Corea.
La doble jurisdicción legal insular y federal es una ficción –insiste Albizu– porque el imperio tiene la última palabra.
Las Fuerzas Armadas de Estados Unidos tienen aquí un privilegio: No ser juzgados por ninguna autoridad judicial. Ni siquiera la Corte federal de Estados Unidos. Un marino puede matar a cualquiera en las calles de San Juan y no puede ser juzgado por el Tribunal Insular, ni siquiera por la Corte Federal. Tiene que ser juzgado por una Corte Marcial.[39]
Además de sufrir el Servicio Militar Obligatorio, miles de cuerdas del país eran bases militares y la isla “una base atómica, nadie se atreve a hablar de eso,” amén de tener el ejército yanqui “un vasto programa de experimentación para la guerra bacteriológica.”
En el plano económico, las corporaciones azucareras “se bañan en melao y azúcar”.[40] Tilda de “charlatanismo económico” la creación de una industrialización en competencia con Estados Unidos y en la que el gobierno construye las estructuras de las fábricas, y destaca el caso del Caribe Hilton que levanta y alquila a la cadena más grande, con doce años de exención contributiva y salarios más bajos que en Estados Unidos. Además, fomenta la emigración al Norte, amén de que somos una “nación de mendigos”, con 50,000 familias que reciben un mantengo de $7.50 mensuales y repartición de provisiones.
En resumidas cuentas, añade,
… un país que decreta la muerte de 250,000 inocentes [en Japón] con una bomba atómica, … ese país es un país sin corazón, sin conciencia y sin responsabilidad ante la historia del hombre. Ellos creen que con esa política nos van a doblar [doblegar], nos van a triturar, nos van a demoler, nos van a hacer polvo.[41]
En fin, “la constitución esa a la cual van a llevar a los puertorriqueños en el 52, ya está escrita… ¿Por qué ese afán? Una cosa que es para afirmar el despotismo en Puerto Rico. Todo eso hay que desafiarlo y hay que desafiarlo como los hombres de Lares desafiaron el despotismo, con la revolución.”[42] Albizu pronunció este discurso el 27 de septiembre de 1950. A fines de octubre estalló la insurrección.
La última batalla contra el ELA que Albizu no ganó en la tribuna ni con las armas, la culminó el 9 de junio de 2016 cuando la Corte Suprema de Estados Unidos, fiel a la impugnación de Albizu, concluyó, en el caso Sánchez Valle, que el poder reside en el Congreso imperial. Ese mismo día, la ley Promesa aprobada por la Cámara de Representantes estadounidense, anuló la entelequia del “pacto bilateral” del ELA con los Estados Unidos.[43]
Superada la Guerra Fría y la necesidad vital de las bases militares, y en especial la isla como puerto de submarinos portadores de cohetes atómicos, el aeropuerto militar de Roosevelt Road, el más grande fuera de las costas estadounidenses, y Culebra-Vieques como campos de tiro, maniobras y experimentación bélica, la isla perdió sus cartas de regateo para mantener vivo el garabato jurídico del “estado asociado en sociedad”, con la bendición de las Naciones Unidas.
Albizu vive
La gran ironía es que el nacionalismo, -deformado y chistoseado por sus críticos- que reclama el derecho de los hijos del país a gobernarse, fue resucitado por la Junta de Supervisión Fiscal (2016) al despreciar la Constitución del ELA y también a los quejosos que reclaman tener voz y voto en la reorganización de la colonia.
Esa constitución “parecía de verdad” en 1952 -dice Benjamín Torres Gotay- pero “el tiempo le dio la razón a los que dijeron desde el primer día, algunos incluso a costa de su vida o su libertad, que no había tal convenio, que el ELA fue una imposición de Washington y que esto nunca dejó de ser… la misma colonia de siempre.”[44] Lo que nos recuerda que “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”, como canta el filósofo Joaquín Sabina.[45]
Esa añoranza fue demolida también por Gustavo A. Gelpí, juez presidente de la Corte de Distrito de Estados Unidos en Puerto Rico, en ocasión de su instalación en la Academia de Jurisprudencia de Puerto Rico (2018). Su análisis del célebre caso de Luis F. Velázquez, nacionalista acusado de agredir en un duelo a las manos por razones patrióticas a Emilio del Toro, presidente del Tribunal Supremo de Justicia Insular (1931), es un homenaje intelectual a la memoria legal de Pedro Albizu Campos, abogado del acusado.[46]
Para empezar, Gelpí destaca el calibre de la apelación de Albizu a la Corte Federal por la sentencia de culpabilidad de Velázquez “… no solo [por] su análisis jurídico excepcional sino [por]su dominio del idioma inglés …”
A la vez, Gelpí subraya sin rodeos que:
los argumentos de Albizu Campos a la luz del caso de Sánchez Valle y la creación de PROMESA… eran jurídica y políticamente legítimos en 1936 al igual que en 2018… Al igual que en las trece colonias de 1776, el nuestro es un craso problema de gobierno sin el consentimiento del gobernado.
… la presencia federal en Puerto Rico, incluyendo la de mi propio tribunal… es una presencia antidemocrática.
[Albizu Campos] … usaría el ejemplo de la Junta Fiscal para ilustrar que el Congreso 120 años más tarde todavía sigue ejerciendo los poderes plenarios -añadiría este imperiales- sobre un pueblo que desde 1898 nunca ha participado realmente de soberano a soberano con el gobierno de la metrópoli.
Espero que mentes legales como la de Albizu Campos… en esta y futuras generaciones… resuelvan este inaceptable trato colonial tanto a nivel político como judicial.[47]
Así que Albizu -siempre al borde del abismo, siempre en la raya, a un paso de la cárcel o de la tumba- vive, y en el recuerdo ardiente también reconozco que los patriotas se equivocan. El Albizu profeta defendió
la transfiguración mística y heroica de la patria que se traducía en la vanguardia militar y la creación de los Cadetes de la República. Pero ello resultaba inaceptable para los puertorriqueños que querían soluciones negociadas, deseaban fortalecer la sociedad civil, y le temían a las consecuencias de la militarización.[48]
Las peleas se casan, las más de las veces, si sabemos que podemos ganarlas. Los nacionalistas sabían que no podían vencer en los combates armados, pero creían que bastaba la batalla moral, la victoria de los principios, el martirologio, para levantar al país. No pensaron que era injusto e insuficiente el precio de tantas vidas generosas. Esa ofrenda de la vida por una causa, la siente Magali García Ramis en el gesto de Lolita Lebrón al atacar el Congreso estadounidense en 1954:
… no fue a matar a nadie sino a inmolarse, por eso disparó hacia el techo y esperó que la mataran… creyendo en la lucha armada, lucha armada dio… por su hechura, su talante, su compostura, porque capturada no se echó a llorar.
… su objetivo no fue fama, sino justicia.[49]
Recordémosle a los nacionalistas, por otro lado, que la independencia no es necesariamente la libertad y que la nación con estado propio no es un fin sagrado y único sino un medio para la liberación de todas las ataduras que frustran la construcción de una sociedad más sensible y más igualitaria. Pero no empece los errores cometidos para alcanzar esas metas, siempre podemos admirar la entrega y la pasión por la causa de la liberación del país.
Comprender es complicar. Es enriquecer en profundidad.
Es ensanchar por todos los lados. Es vivificar.
–Lucien Febvre[50]
El presente desde el cual queremos comprender nuestra historia es un país desplomado en el que nunca hemos mandado pues ordenan los que no elegimos y a quienes no podemos pedir cuentas, la tiranía perfecta. Para entender y complicar esa realidad como problema, desde la historia, viajamos al pasado con un sentido de pertenencia al lugar y con una carta náutica que nos lleve al sitio imaginado. Las obras de la imaginación no están reñidas con lo real, con lo que se puede probar. Cuando de personajes históricos se trata, es fundamental la fe en la investigación del mundo en que se mueven. Hay que pisar los archivos y manejar las evidencias, a veces confusas y contradictorias o insuficientes, como la vida misma.
La meta del historiador es “recordar lo que otros olvidan”, con el propósito de entender el pasado por su sentido humano. En el proceso se traslapan la historia y el recuerdo de lo vivido, de lo que no nos contaron. Pero, por supuesto, los historiadores no somos infalibles, por lo que siempre hay margen para seguir pensando y debatiendo lo incompleto y lo prejuiciado.[51] Los textos no son meros testimonios de lo lejano y lo cercano sino una forma de vernos en ellos porque la historia es una manera de ser, de pensar y de sentir.
Al respecto, María M. Solá, al analizar algunos escritos sobresalientes de varias escritoras puertorriqueñas, destaca que estas sienten el texto y escriben con, desde y sobre el cuerpo.[52] La historia no escapa ese diagnóstico porque aspiramos a recuperar el pasado con compasión, compromiso, condena sin cuartel, con un arsenal de municiones contra la resignación. Es también sentimiento al aire, pasión por la causa y por las verdades, un mapa de ruta para repensar y volver a sentir las luchas íntimas y las que se dan a los cuatro vientos, contra la censura y el olvido.
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[1] Edgardo Rodríguez Juliá, “Puerto Rico en mil palabras”, El Nuevo Día, 8 de septiembre de 2018.
[2] Ibid.
[3] María de los Ángeles Castro, Arquitectura en San Juan de Puerto Rico (Siglo XIX). Río Piedras, Editorial Universitaria, 1980, p.16.
[4] Aníbal Sepúlveda Rivera, San Juan. Historia ilustrada de su desarrollo urbano, 1508-1898. San Juan, Carimar, 1989, p.35 y ss.
[5] Julio Le Riverend Brusone, La Habana, espacio y vida. Madrid, Editorial MAPFRE, 1992, pp. 27 y 31.
[6] Rodríguez Juliá, op.cit.
[7] Pedro Albizu Campos, Obras escogidas, 1923-1936. Recopilación, introducción y notas de J. Benjamín Torres, San Juan de Puerto Rico, Editorial Jelofe, 1975, 3 vols., I, pp. 103 y 146.
[8] Arcadio Díaz Quiñones, La memoria rota. Río Piedras, Ediciones Huracán, 1993, p. 18.
[9] César Ayala y Rafael Bernabe, Puerto Rico in the American Century. Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2007, p. 47 y ss.
[10] Ibid.
[11] James A. Dietz, Economic History of Puerto Rico. New Jersey, Princeton University Press, 1986, p. 139.
[12] Francisco Scarano, Puerto Rico. Cinco siglos de historia. San Juan, McGraw Hill, 1993, p. 674.
[13] Ibid., p. 50.
[14] Fernando Picó, “The absent state and five books on Puerto Rican history”, Radical History Review, Issue 128 (May 2017, pp. 27-35).
[15] Ibid., p. 29.
[16] Ibid., p. 31.
[17] Carlos Pabón, Nación postmortem. San Juan, Ediciones Callejón, 2002. Ver la crítica pionera, inteligente, sin concesiones contra la historia como caricatura de Luis Fernando Coss, La nación en la orilla (respuesta a los posmodernos pesimistas). San Juan, Editorial Punto de Encuentro, 1996.
[18] Ibid., p. 18-19.
[19] Ibid., p. 19 y 25-26.
[20] Pedro Albizu Campos, La conciencia nacional puertorriqueña. Selección, introducción y notas de Manuel Maldonado Dennis, 3ra. Ed., México, Siglo Veintiuno Editores, 1977, p. 211.
[21] Ibid., p. 195.
[22] Arcadio Díaz Quiñones, “Isla de quimeras: Pedreira, Palés y Albizu”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. Año XXIII, no. 45, Lima-Berkeley, 1977, p. 238.
[23] J. Benjamín Torres, “Cronología de Don Pedro”, Claridad, 6-12 de septiembre, 1991, p. 34.
[24] Félix V. Matos y Pedro Juan Hernández, Pioneros. Puerto Ricans in New York City, 1896-1948. Charleston, SC, Arcadia Publishing, 2001, p. 102. Al graduarse, regresa a Puerto Rico y en 1922 ingresa al Partido Unión de Puerto Rico. Dos años después abandona el Partido Unión y entra al Partido Nacionalista. En el plazo de un lustro, transitó por la lealtad al ejército imperial y el liberalismo colonial y terminó en el nacionalismo reformista.
[25] Pabón, op. cit., p. 45.
[26] Arcadio Díaz Quiñones, “La pasión según Albizu” en El arte de bregar. San Juan, Ediciones Callejón, 2000, pp. 91-92.
[27] Benjamín Torres, op. cit., p. 35.
[28] Sonia Carbonell Ojeda, “Blanton Winship y el Partido Nacionalista (1934-1939)”, tesis de Maestría presentada en el Departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, 1984, p. 115.
[29] Manuel E. Moraza Ortiz, La masacre de Ponce. Hato Rey, Publicaciones Puertorriqueñas, 2001, pp.28-35.
[30] Gerald J. Meyer, “Pedro Albizu Campos, Gilberto Concepción de Gracia and Vito Marcantonio’s Collaboration in the Cause of Puerto Rican Independence”, Centro Journal, vol. XXIII, Num.1, Spring 2011, pp. 100-101; Nelson A. Dennis, Guerra contra todos los puertorriqueños. Revolución y terror en la colonia americana.Trad. Luis R. González Argüezo, Nueva York, Nation Books, 2015, pp. 135-136.
[31] Citado por Rubén Dávila Santiago, “Cuando regresó Muñoz… un día particular”, Diálogo, 28 de abril, 2014.
[32] George W. Davis, “Military Government of Porto Rico from October 18, 1898 to April 30, 1900” en Annual Report of the War Department for the Fiscal Year ended June 30, 1900. Washington, Government Printing Office, 1902, pp. 114 y ss. Traducción mía.
[33] José Trías Monge, Historia constitucional de Puerto Rico. Río Piedras, Editorial Universitaria, 1980, 2 vols., vol. I, pp. 208-209.
[34] Arcadio Díaz Quiñones, “La historia prohibida”, 80 grados, 18 de febrero de 2018. La traducción es mía.
[35] Ivonne Acosta, La palabra como delito. Los discursos que condenaron a Pedro Albizu Campos 1948-1950. Río Piedras, Editorial Cultural, 2000, p. 11.
[36] Arcadio Díaz Quiñones, “La Pasión…”, p. 93
[37] Ivonne Acosta, La mordaza. Río Piedras, Editorial Edil, 1987, p. 36.
[38] Ivonne Acosta, La palabra…, pp. 11-12.
[39] Ibid., p. 177.
[40] Ibid., p. 43-44.
[41] Ibid., p. 85.
[42] Ibid., p. 180.
[43] Benjamín Torres Gotay, “Tormentas en el horizonte”, El Nuevo Día, 30 de diciembre de 2018, p.16.
[44] Benjamín Torres Gotay, “De leyes y trampas”, El Nuevo Día, 20 de enero de 2019, p. 14.
[45] Joaquín Sabina, “Con la frente marchita” en Con buena letra. 7ma. ed., Madrid, Temas de Hoy, 2004, p. 111.
[46] Gustavo A. Gelpí, “Pedro Albizu Campos, el abogado federal y el notorio caso de Velázquez vs. People of Puerto Rico”, https://www.academiajurisprudenciapr.org
[47] Ibid.
[48] Arcadio Díaz Quiñones, “La Pasión…”, pp. 93-94.
[49] Magali García Ramis, “Por qué Lolita”, El Nuevo Día, 15 de julio de 2007. Lolita sufrió 25 años, 6 meses y 11 días de prisión.
[50] Lucien Febvre, Combates por la historia. Trad. Francisco J. Fernández Buey y Enrique Argullol, Barcelona, Ediciones Ariel, 1970, p. 116.
[51] Ver las reflexiones de Edward Said, “Contra mundum”, London Review of Books, 9 de marzo de 1995, pp. 22-23.
[52] María M. Solá, Aquí cuentan las mujeres. Muestra y estudio de cinco narradoras puertorriqueñas. Río Piedras, Ediciones Huracán, 1990, pp. 13-55.