Perdidos y hallados en México: sobre un libro de Michael K. Schuessler
Confieso que para mí, desde niño, México se convirtió en constante punto de referencia, en meta y hasta en norte. El Cancionero Picot, las películas de Pedro Armendáriz, María Félix y Dolores del Río, las imágenes de los almanaques de Helguera y hasta las estridentes rancheras machistas formaban parte del pan nuestro de cada día de mi infancia. Por ello, ya de adolescente, México se convirtió en uno de mis centros de inspiración y uno de mis modelos culturales. Más tarde lo que era casi intuición se convirtió, con los textos de Carlos Monsiváis, los cuentos de Juan Rulfo, la pintura de Rufino Tamayo, la música de Chabela Vargas y Liliana Felipe, y la Masacre de Tlatelolco, entre muchas otras manifestaciones culturales y políticas, en profunda huella que todavía forma parte esencial de mi formación intelectual, de mis preferencias estéticas, de mis visiones políticas, de mi vida entera. Yo, como tantos otros, me he perdido en ese complejo mundo cultural mexicano y ahí mismo me he hallado y, al hallarme, me he visto y me he sentido transformado por la riqueza de México, el real y el imaginado. Y no soy el único que así se siente.
Michael K. Schuessler, profesor e investigador estadounidense que vive y trabaja en México y que conoce la cultura de ese país como pocos, toma como base para su libro más reciente cinco casos de cuatro estadounidenses y un inglés que se perdieron, se hallaron y se construyeron, al menos temporera o parcialmente, como seres humanos en ese magno contexto cultural. Esas cinco vidas o, mejor, esos cinco fragmentos de vidas quedan recogidos y transformados en literatura en Perdidos en la traducción (México, Planeta, 2014), un breve libro que me ha deleitado y me ha hecho pensar. ¿No es eso ya más que bastante provecho obtenido de un libro?
Desde el comienzo de su obra, Schuessler establece claramente que su guía es Elena Poniatowska “cuyo libro Las siete cabritas (ERA, 2006) [le] ha servido como modelo” (9). Schuessler también menciona a Mónica Lavín como su otra guía. Tanto Lavín como Poniatowska amadrinan el libro con sendos breves comentarios que aparecen en la contraportada. “Ficción documental” llama Schuessler al género que practica. Su objetivo es crear un texto narrativo basado en un fragmento de la vida de un personaje histórico en el que la voz narrativa se toma la libertad de hurgar “en los (posibles) motivos y susceptibilidades de sus respectivos protagonistas en un intento de crear un espesor psicológico que, dadas sus restricciones propias, no alcanzan ni el género biográfico ni el histórico” (9). El libro cabalga, pues, entre la historia y la ficción. Así es porque, aunque el autor sigue fielmente los datos conocidos de la vida de cada uno de estos cinco personajes, se toma la libertad de añadir y matizar eventos y motivaciones de sus personajes. Las cinco narraciones son, pues, fragmentos de biografías y hasta incluyen elementos autobiográficos, especialmente la última, ya que el autor mismo aparece en esta como personaje. El resultado es deleitoso, en unas narraciones más que en otras. Y aunque no sabemos cuánto ha puesto o ha añadido en ellas el narrador, quedamos siempre convencidos de que se nos presenta la verdadera historia de estos cinco personajes. El hecho es prueba de la capacidad del autor como narrador.
Howard Hughes, el excéntrico multimillonario estadounidense; William S. Burroughs, el novelista de la Generación Beat; Marilyn Monroe, la trágica actriz; Edward James, el mecenas inglés de los pintores surrealistas; y B. Traven, el enigmático autor – ¿alemán?, ¿estadounidense? – de cuentos y novelas de ambiente mexicano, son los personajes del libro que se pierden y se hallan en México. Los textos sobre Hughes y Burroughs se basan en un breves incidente de sus vidas: la muerte del primero y el asesinato accidental de la esposa del segundo por este mismo. Estas dos narraciones no tienen el efecto del también breve y fragmentario episodio que se narra sobre la tercera: la visita de Marilyn Monroe a la capital mexicana. Hughes está ya demente cuando llega a México, y la vida de Burroughs y su esposa estaba ya dominada por las drogas; por ello, creo, esas dos narraciones no tienen el atractivo del breve pero interesantísimo incidente que Schuessler narra sobre Marilyn.
El atractivo de esa tercera narración se fundamente en la simpatía que la voz narrativa siente por la actriz y, sobre todo, en que esa voz se vale de un personaje menor pero efectivo para presentar la breve visita de la actriz a México a donde fue en busca de muebles para una nueva casa que se acababa de construir en Hollywood; el hecho era una forma de intentar superar su más reciente fracaso matrimonial. Schuessler descubre a Ángel de la Cruz, “the Blond Gypsy”, un mexicano exbailarín de flamenco, ahora declamador de poemas gitanos y ya mayor y enfermo, una loca vieja que recuerda cómo conoció a la actriz en Los Ángeles. Ángel mantuvo con Monroe una amistad basada en la confianza mutua. Cuando ella vino a México, él, joven aún, vivía casi exilado en Guadalajara. El viejo bailarín, Ángel, Angelito, le cuenta la historia de Marilyn al narrador. En ella relata que él se arriesgó a presentarse a la conferencia de prensa que ofrecía la actriz en un lujoso hotel de la capital con la esperanza de que esta lo reconociera y lo recordara. Así ocurrió y esto lo llevó a Cuernavaca con la actriz a visitar a un excéntrico – el adjetivo es redundante porque aquí domina la excentricidad en casi todos los personajes – multimillonario estadounidense que se había exiliado en esa ciudad huyendo del macartismo ya que sus millones no le negaron la posibilidad de identificarse con el proletariado y con el comunismo. Se trataba de Frederick Vanderbilt Field, descendiente de Cornelius Vanderbilt, constructor de redes de vías férreas y legendario magnate, personaje arquetípico del desarrollo del capitalismo en los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX, desarrollo desenfrenado que se dio tras la victoria del Norte sobre el Sur. Pero más que la excentricidad de Frederick es la voz de Angelito y la empatía que Marilyn siente por este lo que hace deleitosa esta tercera narración que se complica con documentos del FBI y con la aparición de la joven Elena Poniatowska como personaje secundario.
La cuarta narración está basada en la vida de Edward James – no, no voy a usar el adjetivo excéntrico otra vez, aunque el personaje se lo merece tanto o más que los otros que aparecen en el libro –, el mecenas inglés de Salvador Dalí y de Giorgio de Chirico. Esta narración también está marcada por un discurso gay que Schuessler sabe manejar muy bien y que le da un acertado elementos de humor al texto. Hay que apuntar que Schuessler fue el coordinador, junto con Miguel Capistrán, de una interesante recopilación de textos sobre la cultura gay masculina en México: México se escribe con jota: Una historia de la cultura gay (México, Planeta, 2010). Profundo conocedor de esa comunidad, Schuessler es capaz de adoptar las voces marginales y marginadas de la misma, lo que hace en el texto sobre Marilyn Monroe a través de Angelito, y en el de James, a través del personaje central. En esos dos casos se evidencia la simpatía y la afinidad de la voz narrativa por esos personajes – Marilyn, Angelito, James – y, por ello o, al menos, para mí, esta afinidad y esta simpatía hacen de estos dos textos los mejores del libro.
La última narración del libro, donde se indaga sobre la misteriosa vida de B. Traven, un escritor que no sabemos quién en verdad fue, es de mayor complejidad estructural ya que en la misma hay una voz dominante que cuenta, pero el autor aparece como personaje – el joven Michael quien en el momento comenzaba su carrera como investigador en México – y este entrevista a Gabriel Figueroa, el legendario camarógrafo de la Época de Oro del cine mexicano, quien, a su vez, le revela poco a poco, como autor de una buena novela de detective, documentos sobre la vida de Traven de quien Figueroa fue amigo. Aquí también aparece fugazmente como personaje Elena Poniatowska. El relato se convierte, así, en una caja china o una muñeca rusa de voces narrativas, una dentro de la otra. La estructura del texto muestra la capacidad de Shuessler como narrador, pero, a pesar de ello, para mí su logro mayor es el texto sobre Marilyn y los logros mayores de la misma se debe a la presentación del simpático personaje de la frágil actriz, a la voz narrativa que maneja el humor gay y al personaje de Angelito, por quien terminamos sintiendo compasión, como por la actriz. Marilyn, aunque es el centro de atención, es un ser marginado y Ángel, aunque es un ser marginado, es central para construir toda la narración. Ese juego paradójico de centralidad y marginalidad hacen del texto uno de excelencia.
Perdidos en la traducción es un libro divertido y de interés para los amantes de la cultura mexicana: ¿quién sabía que Miss Monroe había estado en México comprando muebles y visitando a un millonario comunista que huía del macartismo? El libro tiene momentos de más logros que otros: Marilyn y no Hughes, James y no Burroughs. Pero como totalidad es, o para mí lo fue, una obra que tenemos que tener en cuenta los que nos perdimos y nos hallamos en la cultura mexicana.
Es eso y también algo más. ¿Qué es ese algo más? Ese algo es quizás lo más importante del libro. Perdidos en la traducción es un posible patrón para otros libros. Es que Schuessler puede escribir otras obras más con casos de este tipo de personajes que abundan en la historia de México. Pienso en el poeta afroamericano Langston Hughes quien de adolescente visitó México para pasar un verano con su padre, quien tenía negocios allá, y en México descubrió el español lo que lo llevó posteriormente a la poesía de Lorca, de Mistral y de Guillén, poetas a quien tradujo. Pienso en el caso de Sergei Eisenstein, quien se inventó un México visual y fílmico en ¡Qué viva México!, película inconclusa que impactó al mundo y a México mismo. Pienso en Antonin Artaud, el surrealista francés, que quedó prendado del peyote y de la obra de la pintora María Izquierdo, la otra Frida. De Tina Modotti no podrá escribir Schuessler uno de sus breves textos porque ya Poniatowska ha escrito una novela completa sobre la gran fotógrafa y luchadora comunista. Pero hay muchos otros casos de extranjeros perdidos y hallados en México que Schuessler puede tratar. No hablemos de los casos de latinoamericanos que se perdieron y se hallaron en México; ahí hay materiales para libros y libros.
Pero Perdidos en la traducción es aún algo más. Ese otro algo más también incluye a Schuessler mismo: el joven Michael que aparece en la última de las narraciones del libro y quien se aventuró a internarse en el mundo intelectual mexicano y, desde ese complejo cosmos y teniendo la desventaja de ser extranjero, ha podido darnos libros sobre su teatro colonial y el muralismo de la evangelización, sobre la poeta Pita Amor cuya persona o personalidad era un “performance” de la marginalidad desde el centro, y otro sobre su sobrina Elena Poniatowska, figura central en la cultura mexicana. Schuessler se ha perdido en ese mundo mexicano y se ha hallado en él también. Pero en el proceso nos ha ido brindado textos de interés para entender a México y su cultura. Por ello hay que felicitarlo y hay que esperar otras obras tan entretenidas y reveladoras como esta. Pero, ¿no habrá en Perdidos en la traducción la semilla, el anuncio y la promesa de una autobiografía? Creo que así es y ya espero ese otro libro donde Schuessler nos relate cómo él mismo se perdió y se halló en México. Estoy seguro que será también un libro de interés.