Noches, aves, lucha y Playuela
The very men who most benefited from urban-industrial capitalism were among those who believed they must escape its debilitating effects. […] Wilderness suddenly emerged as the landscape of choice for elite tourists […]. For them, wild land was not a site for productive labor and not a permanent home; rather, it was a place for recreation. One went to the wilderness not as a producer but as a consumer, hiring guides and other backcountry residents who could serve as romantic surrogates for the rough riders and hunters of the frontier if one was willing to overlook their new status as employees and servants of the rich. […] The irony, of course, was that in the process wilderness came to reflect the very civilization its devotees sought to escape.
–W. Cronon, Trouble with Wilderness
The assumption that what currently exists must necessarily exist is the acid that corrodes all visionary thinking.
–M. Bookchin, The Meaning of Confederalism
Al oeste de ese litoral hay un escarpado cársico que corre de norte a sur y que lo separa de las tierras altas del Barrio Borinquen. Parecería que también ayuda a amortiguar tanto la contaminación lumínica como la contaminación acústica que habría sobre el sector más bajo de Playuela si su topografía fuera plana desde el mar hasta la zona urbanizada (alrededor de la carretera #107). La baja densidad de las viviendas aisladas del sector, unida a la vegetación que las divide entre sí y de los terrenos con usos en contienda, reduce aún más el resplandor de luz artificial cercana al área y los sonidos de origen humano.
En las noches de luna llena, se le puede ver salir casi desde la altura del horizonte, por sobre la franja cársica, al oeste. Esta ilumina el llano entero, llenándolo de un brillo particular que hace posible transitar por los caminos de tierra entre pastizales resplandecientes y acentuados por los chirridos de murciélagos que sobrevuelan fugaces, pero conspicuos. La Vía Láctea se va elevando más en los meses próximos al verano y aunque no muestra tantos detalles como en Isla de Mona, Cabo Rojo o Vieques, cuando no hay luna (y después de treinta minutos de los ojos ajustarse a la total oscuridad) se puede distinguir con claridad del resto de la bóveda celeste. Las constelaciones del zodiaco también se ven prístinas, al igual que Polaris, la estrella que marca el norte celeste y alrededor de la cual parecen girar las estrellas circumpolares a lo largo de la noche.
La última versión del Nuevo atlas mundial del brillo artificial del cielo (Falchi et-al 2016) muestra que la noche en Playuela está mucho menos contaminada que la de El Morro, donde se celebran eventos de observación astronómica con bastante éxito y frecuencia. Aunque en países como Chile el turismo astronómico lleva años como un sector activo de su economía, la oscuridad natural de cielos como el de Playuela es un recurso natural que recién estamos aprendiendo a proteger y que aún no hemos ni imaginado como fuente de actividad económica.
Pero, no todo el mundo encuentra valor en la oscuridad que nos vincula al resto del planeta y al cosmos, ni tampoco en el silencio. Son muchas las personas que optan por disfrutar solamente la visualidad diurna del frente marítimo desde la comodidad, detrás del vidrio, acurrucadas por el compresor de su split unit en vez de por las olas del mar. Las únicas visualizaciones que han circulado del proyecto Christopher Columbus Landing Resort sugieren que va dirigido a este tipo de persona.
Y es que las opciones disponibles para usar ese espacio para pernoctar reflejan distintas maneras de cómo las personas buscan relacionarse al mar y su paisaje natural: desde una simple hamaca o caseta, a una cabaña de madera, hasta una villa privada o un apartamento de condominio o walk-up con control climático; desde ningún o muy poco impacto, a la más derrochadoras formas de urbanizar y desparramarse sobre el espacio.
Es muy fácil enamorarse de las vistas libres de cemento y asfalto que provee Playuela. Su paisaje nocturno, libre de postes y alumbrado, es quizá mucho más cautivador. Evoca imágenes del romanticismo alemán y del trascendentalismo norteamericano: el claro de luna y su reflejo sobre el mar filtrado por árboles maduros; las olas que rompen luminosas sobre la oscuridad del mar indómito; el cielo estrellado a casi 360 grados sobre nuestra cabeza; catedral playera interrumpida solo por el contorno del palmar—todo esto existe allí gratis, porque es uno de los últimos remansos del desarrollo al noroeste de Puerto Rico.
El privilegio de Playuela es estar tanto en un borde geográfico de Puerto Rico, como en un borde de un pasado nefasto de urbanización que no debe ser parte de nuestro futuro, so pena de seguir repitiendo el pasado; una frontera romántica interrumpida solo por la tecnología aeronáutica que dibuja líneas en su cielo con el crujir de sus jets.
Playuela 1
Las visualizaciones arquitectónicas del proyecto no reflejan que se esté contemplado una noción paisajista distinta a la de la mayoría de los espacios públicos en ciudades, complejos hoteleros y viviendas en Puerto Rico (y hasta en algunos jardines en áreas naturales protegidas): gramas inmaculadas limitadas por tapizantes coloridas o florales, cúmulos de palmas o árboles exóticos y así. Se trata de un paisajismo que esclaviza la actividad humana al uso diario de equipo de ornato (blowers de hojas, trimmers de gasolina, podadoras de motor, cortadoras de grama y demás). Las herramientas mecanizadas no solo exigen de mano de obra diestra (y usualmente muy mal pagada), sino que involucran también gastos en combustible cuyas emisiones gaseosas y acústicas parecen nunca haber sido evaluados adecuadamente, sobre todo en términos del costo-beneficio sobre la contaminación generada y lo que implica sobre nuestra calidad de vida. De seguro podemos imaginarnos otros paisajes, más pertinentes al lugar.
Con la excepción de quienes cosechan heno (que llegan al lugar y hacen su trabajo sin meterse con nadie), no hay máquinas de ese tipo en Playuela. La ausencia de equipo de ornato y de muchos de los productos químicos asociados a ese paisajismo tradicional permite que florezca la vida a plenitud y que otros aspectos del lugar—como su biodiversidad—puedan ser apreciados más fácilmente. Y es que al incalculable valor paisajístico del Playuela se suma una compleja red de interdependencia biológica entre distintas formas de vida y ecosistemas.
Entre los márgenes arbolados, los verdes y ocres de los pastizales bajo las palmas son punteados por flores silvestres que proveen alimento a los insectos. Sobre estos se cierne diariamente una avifauna rica y apenas documentada que usa el lugar como residencia permanente o temporera (según la especie).
Durante el crepúsculo, la coral de aves se impone paulatinamente sobre la de los insectos que acompañan la del mar en la noche. Primero, los zorzales empiezan sus gorjeos agudos mezclados con tenues pitillos. Luego algunos ruiseñores empiezan alboradas que poco a poco se ahogan entre el despertar de los pitirres y su obstinada afirmación sonora de estar vivos. Ya cuando las yaboas reposan de su cacería crepuscular, ambas especies acompañan los rayos del sol hasta sus perchas en las puntas de las ramas y otros bordes que dan a los inmensos espacios abiertos de Playuela.
Los pitirres y los ruiseñores son aves perchadoras que cazan insectos tirándose en vuelo desde sus puntos de observación. También comen otras cosas, claro. El pitirre raras veces toca el piso, mientras que el ruiseñor lo recorre con normalidad, dando brinquitos tras su presa de manera muy parecida a los primeros cantores (los zorzales). Aquellos se quedan mayormente ocultos en el espesor de los árboles, volando de vez en vez entre los claros de bosque. La reinita común también se hace presente, pero en menor medida que las demás especies.
Toda esta acción se da entre las hileras de arboles que bordean la costa, al lado oeste de los pastizales de Playuela. Estos también están bordeados por una zona boscosa al norte del terreno del proyecto y por la franja caliza antes mencionada, al oeste. Ambas áreas presentan la vegetación más tupida del lugar, desde la cual emanan todo tipo de vocalizaciones de la avifauna que, por lo mismo, se hace más fácil escuchar que ver. Aunque en la mañana proyecta sombras que cobijan a las personas que caminan a lo largo de esta, el borde completo de esta franja se experimenta mejor en la tarde, con los rayos dorados del sol acercándose al horizonte sobre al mar.
A los clavados aéreos de las primeras aves de la mañana sobre los pastizales les acompañan los primeros gorjeos de los gorriones, que empiezan el día escondidos entre el pasto alto y luego se van desplazando hasta árboles y arbustos de menor tamaño que los que prefieren los pitirres y ruiseñores. Los gorriones negros y los barba amarilla son los más abundantes y van llenado la mañana y el resto del día con sus vocalizaciones, toda vez que parecen rebotar ingrávidamente entre el archipiélago de vegetación que se alza sobre el pastizal.
Últimas en llegar y probablemente no siempre presentes, el trino de las golondrinas avisa su presencia antes que su vuelo inconfundible. Como el suave crujir de un disco duro, su vocalización acompaña su peinar de la superficie, que cambia súbitamente en arcos que las elevan muy alto sobre el firmamento. Se impulsan como filtrando el aire de insectos demasiado pequeños para nuestros ojos, pero suficientemente grandes para llenarles sus panzas (Oberle 2010). En las mañanas y sobre todo en los atardeceres, los enjambres de golondrinas en Playuela son hipnotizantes, capaces de parar cualquier conversación sostenida bajo su encantamiento.
Al otro lado de la línea marítimo-terrestre y completamente ajenas a todo lo que va pasando en tierra, las aves marinas empiezan a sobrevolar las aguas desde que el cielo se vuelve plateado. Las tijeretas, que nunca tocan el mar, aparecen desde lo alto; los charranes de distintas especies, desde alturas medianas; y los pelícanos pardos—listados hasta el 2009 como amenazados de extinción por el Servicio de Pesca y Vida Silvestre—aprovechan la primera luz para peinar el mar, como los surfers que madrugan para buscar sus olas, pero sin tocarlas hasta el momento indicado de la captura. Más tarde en la mañana, una imponente águila pescadora surca la costa.
Del otro lado de la arbolada que separa las costas del llano, se percha el martín pescador pacientemente esperando su presa. A esta especie migratoria se le deben unir numerosas especies de aves playeras que se alimentan en las rocas y sedimentos de la costa en su paso migratorio cerca al final del verano. Tierra adentro, las áreas más boscosas sirven de lugar de llegada y de salida a muchas especies de reinitas migratorias en su viaje intercontinental desde América del Norte a Centro y Sur América. Prácticamente todas estas especies migratorias están protegidas por el Migratory Bird Treaty Act.
El vínculo entre ambos mundos—el terrestre y al marítimo—son las profundas interconexiones que conforman las cadenas alimenticias y las dinámicas hidrológicas en la zona. De estas dan cuenta visual los pozos que alguna vez sirvieron a la agricultura del llano. Debajo del suelo de ese espacio abierto deben haber procesos de vida apenas comprendidos que sería fatal cubrir de cemento—tanto para el agua misma que nos proveen, como para el paisaje natural y sus componentes ecológicos.
Playuela 2
En este momento de la historia, quien aprecie el paisaje natural y piense que podrá seguir disfrutándolo libremente sin involucrarse en los procesos políticos o decisionales de su comunidad, municipio, ciudad o estado, enfrentará la muy posible realidad de perderlo parcialmente o en su totalidad. A juzgar por legislación que se intentó pasar a finales del cuatrienio pasado, es altamente probable que, como poco, pierda el libre acceso a lugares donde antes disfrutaba sin pagar un centavo. Ni hablar del legado a las nuevas generaciones.
Para los creyentes, Playuela puede significar el legado de la creación divina, una razón para dar gracias a Dios tras un pasadía familiar o por ser solemne remanso para la oración. Para los no creyentes, es un último bastión de una zona que ha escapado de la urbanización, un último vínculo con la vida en toda su complejidad y esplendor, con toda la humillante grandeza del universo. Pero, por más que Playuela nos acerque a la creación divina o a la misteriosa inminencia del ser, sus terrenos no son áreas vírgenes nunca antes tocadas por las manos humanas. Idealizar el paisaje natural o la playa como catedral solo alimenta la máquina dualista que enfrenta la total oposición con el total apoyo a la aplanadora del desarrollo obsoleto.
Si en algo ha triunfado nuestro afán de obtener dinero rápido haciendo mal las cosas, es en la creación de una grasa social tecno-burocrática cuya práctica es denominada “permisología”. Se trata de un juego de gato y ratón dentro de un laberinto de leyes y reglamentos donde un día se es gato y otro se es ratón—un cuatrienio se es burócrata y otro se es consultor de desarrolladores. El círculo humano del juego parece estar formado en la vida real por abogados que, década tras década, han tenido que dedicarse a mantener al gato y al ratón dentro de las reglas (litigando para ambos bandos).
Al momento, la lucha por conservar Playuela está sumida en ese juego. A la vez y mientras pasa el tiempo, corre el riesgo de arrinconarse en la dualidad ideológica del todo o nada. Si bien hay un tema de inventario de endosos y permisos correspondientes en el proyecto, el problema de fondo expresado en los medios es, por un lado, la caducidad y baja calidad de la declaración de impacto ambiental (DIA) del proyecto (que va para más de veinte años de hecha) y por el otro, las particularidades del proyecto arquitectónico en sí, que ha sido fragmentado en la propuesta por fases de construcción. Más que ser una urbanización metódica, esto último parece implicar improvisación y tanteo sobre la marcha (dado, por ejemplo, la falta de conocimiento sobre los suelos y sus capacidades de carga, entre tantos otros tecnicismos).
Pero, en lo que concierne al ciudadano, el tema es sobre el uso y explotación de la propiedad privada a costa del uso y disfrute de los recursos públicos. Por ello Playuela es también borde entre ambos dominios, pues el uso privado para el desarrollo propuesto no existiría sin el valor añadido de la zona marítimo terrestre, que es patrimonio de todo Puerto Rico.
Playuela 3
Quien quiera mirar proyectos comparables al propuesto para Playuela puede tratar de visitar el Gran Meliá Puerto Rico Golf Resort en Río Grande (antes Paradisus), una joya del financiamiento público de la deuda privada (de Trump International). El esquema era sencillo: la empresa privada invertía (en empleos y progreso para la comunidad, como siempre), el gobierno de Puerto Rico garantizaba la inversión emitiendo deuda pública y si el negocio fracasaba, se declaraba en quiebra y nosotros asumíamos la deuda restante. Al igual que Christopher Columbus Landing, este hotel todavía tiene que venderse con fotos de su piscina porque aún dando al Atlántico no tiene playa. Pero es chillin. Chequeen las reseñas en línea. Igual pasaría con un hotel en Playuela.
Playuela 4
Otro proyecto estudiable, aunque sin duda mucho más exitoso y serio, es Sabanera Dorado, un desarrollo de Prisa Group mercadeado como una “comunidad planificada con una visión holística de la conservación”. Son varias sus similitudes con el componente de vivienda propuesto para Playuela, pero principalmente, aquel desarrollo se dio sobre terrenos previamente impactados por la agricultura y la ganadería (la Hacienda San Martín). También se destruyó parte de un mogote y se excavaron estanques artificiales para extraer material con el cual subir la altura de las viviendas por sobre el nivel de inundación (está en el valle aluvial del río de La Plata). La remoción de terreno y las excavaciones de estanques artificiales son también parte del proyecto propuesto. Tras el manejo y la mitigación de las especies de flora y fauna vulnerables o amenazadas que fueron afectadas, el saldo en biodiversidad hoy día en Sabanera Dorado es mayor al de los terrenos antes de ser desarrollados (lo que sería muy fácil de afirmar en Playuela post-factum, dadas las evidentes limitaciones en las evaluaciones de vida silvestre del proyecto).
Con fracaso o con éxito, el paisajismo en ambos precedentes mencionados es esclavo del ornato, y el acceso a la costa del primero no es muy distinto al control de acceso del segundo (que está rodeado por lagos artificiales en vez de muros de seguridad). Además, por cada historia de éxito hay otras más de quiebra y abandono que sería bueno listar. También existen varias diferencias fundamentales entre las condiciones de Sabanera Dorado y Playuela, como la naturaleza del suelo, su colindancia con un área marítima importante y la presencia de valores arquelógicos en el área.
El problema en Playuela no es realmente si sus terrenos públicos y privados se usarán o no, es más bien sobre cómo se usarán y si el uso que se les pretende dar es el más apropiado para el lugar. De hecho, ya se usan. Se han usado por más de un siglo. Incluso, fotografías aéreas de la primera mitad del siglo pasado muestran un litoral mucho más deforestado y cultivado que el actual.
Hoy día, Playuela es usada tanto para el esparcimiento gratuito, como para la actividad económica (limitada a un mínimo de cultivo y a la ganadería). Vecinos y visitantes usan los terrenos diariamente. Por sus caminos de tierra practican corredores y se ejercitan vecinos con sus perros, se corre bicicleta de montaña y también four tracks y motoras. Sus spots de surfing son conocidos mundialmente y en los fines de semana son muchas las familias que pasan el día en sus distintas pozas y aperturas al mar. Toda persona que conoce Playuela crea una relación con el lugar. Por ello no sorprende que muchos miembros del Campamento Rescate Playuela sean vecinos jóvenes del sector.
Con Punta Borinquen, el área de llano costero donde ubica Playuela es el único extremo de Puerto Rico sin terrenos protegidos: en la punta noreste tenemos la Reserva Natural Cabezas de San Juan y el CEN (con su extensión marina); al sureste, la Reserva Natural Manglar de Punta Tuna junto a la Reserva Natural Punta Yeguas (y su extensión marina); y al suroeste, el Bosque Estatal de Boquerón (también con extensión marina). El único terreno protegido en nuestra costa noreste es la angosta franja cársica antes mencionada, que está delimitada dentro de las Zonas de Conservación en el Área Restringida del Carso (PRAPEC).
Aún así y encima del pleito legal, los retos para conservar Playuela son muchos. El más obvio es escapar del dualismo artificial del hippie-pelú-versus-máquina. En tiempos de necesidad económica, la máquina tiene las de ganar en este juego de caricaturas mediatizadas. Nadie es quién para decirle a una persona cómo luchar por lo que ama y claro, la desobediencia civil sigue y seguirá siendo instrumental para la causa (sobre todo si se agotan los recursos legales). Pero hay cierta consciencia ya sobre un contexto donde los medios son mayoritariamente morbosos y están dedicados a explotar el espectáculo, perpetuando las controversias sin facilitar soluciones. También existe consciencia sobre las necesidades reales que motivan a quienes apoyan el proyecto.
El reto menos obvio y más complejo es promover una visión de la conservación alejada del idealismo inmóvil de la reserva natural que no puede ser tocada, proponiendo en vez una ampliación ordenada y sustentable de las actividades que ya se dan en los terrenos e introduciendo y promoviendo nuevas actividades posibles. No un esquema exclusivo y estático, sino uno inclusivo y dinámico.
Lo difícil de un modelo como este—además de que existen pocos precedentes con éxito sostenido y mediatizable—es hacer que un trabajo de guía ecoturístico o cuidador de terrenos sea más remunerado que uno de servidumbre en un hotel de lujo: a toda costa hay que evitar caer en la misma trampa del pobre en servicio del privilegio. Un esfuerzo cooperativista y de ecoturismo de base comunitaria podría atajar esas problemáticas, pero requiere que una ciudadanía apática y desentendida de los procesos políticos se movilice contundentemente y se involucre en tomar su futuro en sus manos.
Aunque se trabajan en muchos los detalles desde distintas organizaciones, esto es a grandes rasgos lo que promueve la coalición multisectorial de Save Playuela y la Liga Ecológica del Noroeste, al impulsar una designación de área natural protegida para el lugar. Ya sea una Reserva Mundial de Surfing, una reserva natural o un parque nacional—la meta es proteger el balance ecológico que ha subsistido en el área en las últimas décadas y potenciar los activos naturales de Playuela para el desarrollo económico sustentable del sector y para el disfrute de futuras generaciones.
Los vecinos del sector Playuela tienen un tesoro invaluable en su patio trasero. Pero es un tesoro que comparten con todos los puertorriqueños. Muchos lo reconocen y están dispuestos a defenderlo a toda costa. Algunos le han puesto precio y negocian su venta con letreros de apoyo al desarrollo propuesto. Otros no saben todavía qué hacer. Independientemente de la posición que asuman, la inmovilidad a la espera de que otro resuelva será nefasta para todos.
En sus manos y en las nuestras está ver si seguiremos sembrando cemento con la esperanza de que nazca dinero de los árboles o si escogeremos un camino nuevo y distinto al desarrollo obsoleto que nos ha llevado a la crisis.
El lector ajeno al lugar está invitado a visitarlo y conocerlo en cualquier momento. Se puede acceder por el camino vecinal que da a Peña Blanca, o por el camino de tierra desde Wilderness, al sur de Punta Borinquen. Quien lo haga probablemente se enamorará de Playuela. También hay muchas maneras de involucrarse en el proceso desde el lugar y los medios que se tengan disponibles. Por Internet, visita, comparte y dona en la página de la coalición multisectorial Save Playuela: http://www.saveplayuela.org