PR 3 Aguirre: Entrevista a Marta Aponte Alsina
En esta entrevista Marta Aponte Alsina reflexiona sobre el proceso de investigación y escritura de su reciente libro, PR 3 Aguirre (Cayey: Sopa de Letras, 2018). La entrevista fue elaborada a partir de varias conversaciones y de un cuestionario fechado en diciembre de 2018. Las lúcidas respuestas de Marta rebasan cualquier marco informativo para ofrecernos, en cambio, una serie extraordinaria de núcleos ensayísticos que invitan a entrever el contexto polémico de este libro clave cuya aproximación a la destrucción de un mundo presiona a repensar los límites de la literatura en Puerto Rico, sus luchas y formas de intervención que la potencian y renuevan.
Para dar una mejor idea de la intensidad y el alcance de la escritura de PR 3 Aguirre, el número de Caracol incluía también el extraordinario capítulo titulado “Paisajes en movimiento”. Ahí Marta ubica las coordenadas de su escritura en un campo expandido de literatura documental e imaginativa que interroga las transformaciones del paisaje y el entorno acarreadas por el surgimiento, colapso y relevos de la agroindustria azucarera en el litoral sur de la isla. En esta costa caribeña todavía se encuentran, próximos a las ruinas de la Central Aguirre, los últimos habitantes del company town del que fuera uno de los emporios azucareros principales de Puerto Rico y el Caribe, modernizado tras la ocupación y el cambio de soberanía en 1898. La imagen del litoral caribeño –enclave abierto al tránsito y ocupación de varios imperios, fugas cimarronas y contrabandos de todo tipo– cobra un sentido particular en PR 3 Aguirre. Esa costa es una instancia localizada de fuerzas globales, comprimidas en esa mínima encrucijada planetaria donde se superponen y se entremezclan –como estratos geológicos del territorio– los tiempos múltiples de una modernidad colonial en ruinas.
“Paisajes en movimiento” nos introduce a varios tonos y estrategias formales de una escritura que conjuga el relato de la experiencia personal y la interpretación cultural con la investigación de aspectos pocos frecuentados del archivo. La meticulosa investigación de materiales heterogéneos y conflictivos de la memoria no escatima la sorpresa, la perplejidad que produce el viaje de Marta Aponte Alsina a un territorio tan familiar para la autora y sus habitantes como profundamente desfamiliarizado, alterado y degradado por diversas lógicas de extracción, explotación de la tierra y de los cuerpos. Por momentos, los registros del paisaje del litoral –el mismo de la infancia del gran poeta antillano, Luis Palés Matos— adquieren incluso matices de un abandono distópico.
Algunxs lectores reconocerán en este ejercicio reflexivo de “no ficción” una crítica sagaz de las narrativas productivistas y desarrollistas que históricamente entramaron y demarcaron la modernidad colonial puertorriqueña en un horizonte experimental biopolítico. Lo que supone, a su vez, la crítica del tiempo acumulativo del progreso manifestada en términos afines a las discusiones actuales sobre el ecocidio y el antropoceno en las economías planetarias del monocultivo agroindustrial, donde las derivas ontológicas que produce el laboratorio colonial dificultan incluso cualquier distinción elemental entre naturaleza y cultura o artificio. Tal como señala Marta en “Paisajes en movimiento”, la carretera PR 3 “ha sido arteria de industrias que fueron paradigmas de la modernidad tecnológica. Cuando Antonioni filmó El desierto rojo, la isla daba la bienvenida a la más sucia fuente de energía. Años después, cuando la Monsanto desplegó la bandera de la revolución verde, instaló sus cultivos experimentales alrededor de ese tramo de carretera, como también lo hicieron industrias farmacéuticas, grandes complejos carcelarios y plantas generadoras de energía sucia, consumidoras de petróleo y de carbón”. De hecho, todavía hoy, a pocos pasos de las ruinas de la monumental central Aguirre, se erige una de las centrales termoeléctricas principales del país, a pocos pasos también de las comunidades que han sobrevivido en lo que queda del company town. El carbón que provee energía sucia a la termoeléctrica viene de una carbonera filial ubicada en un extremo de la misma ensenada donde se extienden todavía hoy las ruinas de los antiguos muelles de la Central. Las cenizas y la basura tóxica de la carbonera se transportan luego a los vertederos de Peñuelas, donde las protestas ciudadanas ambientalistas fueron recurrentes durante los años de preparación y escritura de PR 3 Aguirre. La cuestión de la energía excede ahí la cuestión específica del “jugo” necesario para la producción capitalista; se conjuga con una intensa reflexión poética sobre el agotamiento de los cuerpos y, asimismo, de una renovada potencia vital, sensorial e imaginativa que los mueve a la supervivencia.
PR 3 Aguirre es, a mi parecer, uno de los libros más complejos y fascinantes de Marta Aponte Alsina, cuya contundente obra de ficción y ensayística anterior, publicada a lo largo de las últimas tres décadas, la destacaba ya entre las voces decisivas de la literatura caribeña contemporánea. La complejidad de este libro que desborda los límites de los géneros y las clasificaciones literarias e historiográficas habituales tiene probablemente menos que ver con un efecto de “estilo” que con las operaciones discontinuas y por momentos fragmentarias de una escritura que conjura el trauma histórico en sus profundas dimensiones subjetivas y colectivas. Ante la urgencia y el reto de ese conjuro, Marta cruza con desenfado las fronteras entre la literatura documental y la ficción, sin rendir pleitesía a las clasificaciones normativas ni los protocolos disciplinarios. En cambio, su escritura despliega la creación de formas tan alertas a la inminencia del desastre como a los diversos modos de resistencia o intervención. Lejos de cualquier reducción “presentista” las formas de la emergencia (en el doble sentido de la palabra) provienen de confabulaciones alternativas de la memoria y sus posibles efectos narrativos. En ese sentido, me parece que a la escritura de PR 3 Aguirre la anima la conmoción político-afectiva producida por un cambio de percepción inseparable de la reinvención personal y colectiva. La anima también una pregunta clave sobre cómo se crean modos de narrar la experiencia en una época de desgaste profundo de las formas reconocidas.
Aunque la investigación y la mayor parte de la escritura de PR 3 Aguirre antecedieron los huracanes Irma y María en septiembre de 2017, su autora terminó el libro unos meses después de aquellos dos desastres naturales consecutivos. Pero el peligro al que apunta la escritura de PR 3 Aguirre –la catástrofe mayor que amenaza su entorno– es de larga duración, y toca el corazón mismo de la vida entre las ruinas y la reconversión del capitalismo contemporáneo.
Entrevista
Julio: PR 3 Aguirre recorre una zona específica de Puerto Rico, unos 9 kilómetros entre Salinas y Guayama, al sur de la isla, donde se encuentran las ruinas de la Central Aguirre. ¿Qué significa para ti esta zona del país, sus tiempos múltiples y encrucijadas?
Marta: Gracias, Julio. Como sabes, las impresiones personales tienen orígenes remotos, así que permíteme unos apuntes de geografía histórica. El territorio de Puerto Rico es un archipiélago de más de 140 cayos, islotes, islas y atolones. Por diseño del imperio español la isla grande se dividió en dos partidos: Puerto Rico y San Germán. En el primero se estableció la capital, San Juan, ciudad murada construida en una isleta frente al Océano Atlántico. San Juan se nutría del comercio con “la isla”, pero obedecía al control militar y eclesiástico y a los trámites imperiales. El litoral del Sur, costa del mar Caribe, se dividió por razones administrativas entre ambos partidos. Fue un litoral abierto a visitantes indeseables para el Estado imperial, y ese estigma se nota todavía en algunas relaciones históricas descritas en el siglo XX que consignan con pavor las incursiones en el territorio de piratas, aventureros, indios caribes, cimarrones, contrabandistas. Dejando a un lado los discursos del miedo a los invasores del otro Caribe, el de los imperios enemigos, la zona entre Salinas y Guayama era propicia para intercambios. Cuando Iñigo Abbad y Lasierra recorrió la isla en 1762, describió el pueblo de Guayama, la riqueza de sus bosques y el próspero comercio con “las islas”. En aquel tiempo, a pesar de la política mercantilista, la isla se relacionaba tanto con el archipiélago Caribe como con la ciudad murada. Es decir, el litoral sureño era un hervidero de actividades de reciprocidad, en el antiguo comercio conocido como contrabando, y que no solo consistía en mercancías inertes sino, además, en la trata de humanos. Ese intercambio de mercancías es inseparable del roce cultural, en una escala de amplitud difícil de concebir, pues ya no existe.
En resumen, tanto el interior montañoso como el litoral, dependían de un comercio ilícito muy extendido, y del trabajo de migrantes de las grandes y pequeñas Antillas. Eran trashumantes que viajaban en época de zafra y regresaban a sus islas, pero algunos se quedaban aquí y dejaron descendientes. En el barrio de Jobos, en Guayama, había mujeres entendidas en el ritual del baile de bomba, y entre ellas hablaban “en francés”. Todavía las recuerda algún nieto, ya mayor. ¿De dónde provenían? ¿De Haiti, o de Martinica y Guadalupe, como la abuela materna de William Carlos Williams?
Ese litoral alejado de la plaza fuerte acogió riquísimas vivencias de conexiones con la región caribeña, que a su vez es una de las más conectadas con las culturas del mundo. Porque la fundación de economías coloniales de plantación impulsó el despegue del capitalismo y se nutrió de humanos y de seres vivos de todos los continentes. Esa experiencia que consta en algunos documentos o tal vez en alguna memoria personal ha sido extirpada, mutilada por la particular forma del colonialismo en Puerto Rico, que consiste en buena medida en el control absoluto de los accesos y salidas, en el confinamiento de seres humanos al interior de fronteras controladas. Un aspecto de la pedagogía colonial es la negación no solo del entorno exterior sino de los mecanismos que determinan la percepción del lugar donde se vive (desde el misterio de aquellos ataques de cimarrones y piratas y el estigma del comercio de supervivencia hasta la noción propagandística de “isla ciudad y continente” que formuló un gobernador).
La privación de una memoria; la escisión entre lo que se vive y se piensa y el entorno material plantean un desajuste alucinante, y ante las crisis que esa situación provoca, incluso el auto desprecio. Repito a Glissant, que se refería a la experiencia del departamento francés de Martinica: estamos destinados a vivir una relación inestable con nuestra propia realidad.
Ante esa sensación de una isla inmovilizada en nociones que no cuadran entre sí, donde “casi no se puede respirar” para citar del final de un cuento de Rosario Ferré (“Jardín de polvo”) a mí me ha movido el proyecto de una literatura de conexiones: trazar rutas de escape e intercambio, de afuera hacia adentro y desde la isla hacia las afueras. Sin embargo, no hasta la ruptura total, sino como un cometa cuyo hilo, o si quieres cordón umbilical, sigue ahí, para que entre las redes de esos caminos haya repiques, resonancias, correspondencias. La PR 3 es uno de esos caminos materiales que a poco que se lea abre sus salidas.
Julio: La mayor parte de la escritura de PR 3 Aguirre antecede al huracán María que azota la isla en septiembre de 2017, aunque el libro incluye algunas referencias al desastre. Su recorrido está puntualizado por un sentido generalizado de catástrofe y colapso. ¿Cómo impactó el huracán la escritura del libro? ¿Y el contexto más general de la Isla?
Marta: Los efectos del huracán, las pérdidas humanas y materiales, los largos meses sin energía eléctrica, nos instalaron brutalmente en la realidad de la carencia: de salud, de alimentos, de viviendas seguras, de poder. Lo más inquietante en lo que toca al libro fue la impresión de que la desaparición de su referente, un poblado en ruinas, le quitaría peso. Porque hay algo en ese libro que se alimenta de una conexión material. Intentaré explicarme con un ejemplo ingenuo. Si desapareciera la catedral Notre Dame, todavía podría leerse la novela de Hugo. Abundan las referencias bibliográficas, las imágenes. La historia de París y del monumento, sobre todo, está fijada como lugar de la memoria, incluso en la cultura popular vía Disney. Pero la desaparición de espacios reales escritos en una isla colonia pobre y plaza fuerte donde la educación es con frecuencia un repertorio de vacíos; donde los archivos son frágiles y la memoria traumatizada se reprime, y cuya existencia misma como país se desecha; cuyos habitantes no tienen conciencia de que somos presos, y cuyos espacios se encuentran documentados en lugares vulnerables, y que fuera de algunos especialistas en el mundo y de los archivos de la marina o del FBI no existen en la sensibilidad de los lectores, esa pérdida del punto de anclaje del texto lo hubiera convertido en un souvenir para nostálgicos .
Sin contextos culturales conocidos en la isla y fuera de la isla hemos sido tachados. O invisibilizados. Lo que decimos no se escucha lo que somos o fuimos no se registra. La literatura, las artes, se encargan de esos registros. El sur de Estados Unidos como condensación de formas no sería sin Faulkner o Carson McCullers, Eudora Welty y Toni Morrison, y todos sus afluentes en las artes populares como el cine, la música. Un novelista del sur se instala en un imaginario del sur. Sin pretender que sea ese el caso de otras autoras, de otros autores, pienso que el imaginario de Puerto Rico es preciso recuperarlo a diario, congregarlo, concebirlo, registrarlo, difundirlo, perderlo y volver a empezar.
Se dice que el huracán reveló las entrañas ocultas del dominio colonial. También demostró lo que un pueblo puede hacer para no dejarse morir, pero a la postre se acentuaron las amarras de la dependencia, de la corrupción, del temor a la libertad. En ese imaginario se enfrentan echando chispas las posiciones ideológicas más dispares; las polémicas más pueriles. Desde quienes repudian cualquier noción de identidad territorial, hasta los que desde diversos puntos de vista se sitúan en los lugares comunes de la nacionalidad. En un ambiente tan fragmentado es difícil vislumbrar una evolución democrática, popular, mediante transacciones políticas que siempre son imperfectas. Esas transacciones políticas, que ocurrirán de todas maneras, quedarán en manos de una élite, y quizás servirán para paliar los efectos de “the bankrupt island”, pero no para la independencia. Por lo pronto seguirán prevaleciendo la economía del narco, algunas dádivas menores, la violencia brutal por razones de género.
Julio: Conversemos sobre las dimensiones experimentales del poder en esa misma zona de Aguirre, su relación con la metáfora (y ordenamiento) de Puerto Rico como “laboratorio colonial” y los efectos políticos –y también literarios– de ese régimen de poder?
Marta: No hay espacio que no haya sido peinado por exploradores en todas las disciplinas en busca de ejemplares para sus colecciones y laboratorios. En tiempos de España fueron las expediciones botánicas, desde Ledrú hasta Sintenis, por ejemplo. No eran botánicos aficionados, sino comisionados por los gobiernos o empresarios de sus naciones.
En cuanto al uso experimental del archipiélago por los Estados Unidos, el registro es inagotable. Acaba de publicarse un libro de la oceanógrafa Naomi Oreskes, que revela que la Marina de Estados Unidos ha realizado estudios oceanográficos en las aguas territoriales del oeste de Puerto Rico durante años. Mantenerlos en secreto atrasó las investigaciones sobre placas tectónicas.
En la fundación de la Escuela de Medicina Tropical, asociada con Columbia University, tuvo una parte la Fundación Rockefeller, que luego se trasladó a Brasil. Se han estudiado las relaciones de la Fundación Rockefeller con figuras cuestionables, entre ellos el médico Cornelius Rhoads, denunciado por sus experimentos siniestros con células cancerosas y parásitos.
Notorio es el aparato de saberes de la eugenesia, asociado al neomaltusianismo y las técnicas de control de natalidad. Se ha constatado una relación estrecha entre algunas activistas feministas de la primera generación, que apoyaban el control de la natalidad sin desprenderse de mitos del pensamiento eugenésico. Hay toda una biblioteca sobre las experimentaciones con la píldora anticonceptiva. La relación entre los experimentos y el movimiento pro control de la natalidad, cuya figura central fue Margaret Sanger, plantea un problema político y ético. Si bien el control de la natalidad ha sido un instrumento de liberación y de planificación familiar, no fueron del todo limpios sus procesos experimentales, para no hablar del gran número de esterilizaciones forzosas, así consideradas porque se realizaron sin explicar los efectos del procedimiento, (consentimientos no informados y ocultamiento de consecuencias y riesgos).
Margaret Sanger encauzó las pruebas realizadas por Gregory Pinkus con la Enovid en Puerto Rico, que contaron con el auspicio de la millonaria Katherine McCormick. A McCormick, que inspiró una novela de TC Boyle, se le atribuye la frase: “necesitamos una jaula de hembras que ovulen” (a cage of ovulating females.) Solo falta añadir la carcajada del científico siniestro. Es importante saber que en Estados Unidos también se condujeron experimentos con contraceptivos en regiones aisladas y estigmatizadas, como las Sierras Apalaches.
A lo largo del litoral de la PR 3, Jesse Fewkes y Samuel Lothrop realizaron excavaciones arqueológicas. Las piezas tomadas por Fewkes fueron a dar a las colecciones del Smithsonian y las de Lothrop a Harvard University. Fewkes publicó Aborigenes of Porto Rico and Neighboring Islands. De modo que en la región se redondearon las especulaciones de los arqueólogos sobre el mundo precolombino antillano.
En cuanto a Aguirre, el poblado de compañía fue un experimento social controlado, o modelado conforme a un patrón segregacionista, como si el diseño fuera un spillover del ordenamiento del laboratorio. Hay alguna relación entre el diseño del laboratorio y el diseño fordista de la fábrica, supongo.
Lo más pertinente, tratándose de un emporio agrícola, fueron, y siguen siendo, los experimentos con un factor de producción: la tierra. Es curioso que hacia 1930, según informes de la compañía, una entidad llamada Nealco se asoció con Luce and Co. La Nealco compraba mieles de Aguirre para fabricar alcohol. Posteriormente La Monsanto adquirió Nealco y continuó su asociación con Luce and Company, la compañía propietaria de Aguirre. Monsanto fabricaba el plaguicida pentaclorofenol, que ha sido prohibido en diversos países por sus efectos carcinógenos. Ese plaguicida se usó en las tierras de Aguirre. En fin, la Monsanto ha estado presente en el litoral de la PR3 desde su fundación como productora de materiales tóxicos hasta las semilleras actuales. También se experimentaba con variedades de especies de caña más productivas. Por otra parte, el Departamento de Defensa de Estados Unidos ha hecho públicos experimentos con yerbicidas en otras regiones de la isla, desde el Naled hasta el agente naranja.
Como si fuera posible tolerarlo todo, en los años cincuenta y en consonancia con el furor de la fundación de una nueva forma de relación política, se definió el Estado Libre Asociado como un experimento en la relación de dignidad entre dos países, que serviría de emisario y puente entre el norte y el sur (todo esto se desprende de los discursos de época). Es decir, además de laboratorio de experimentos en las ciencias naturales la isla ha sido un campo de experimentación social. La isla se anunciaba como vitrina de la democracia en las Américas. Acá convergían, bajo el llamado Punto Cuarto, estudiantes de países de África y América Latina.
En la guerra ideológica contra el comunismo y el nacionalismo el modelo de desarrollo económico del Estado Libre Asociado se proyectó como una utopía del modernismo industrial. En las administraciones coloniales desde mediados de siglo no ha faltado nunca la idea del sector de punta, que generara un magno efecto multiplicador sobre los demás sectores y sobre el consumo, indicador del bienestar personal. Así se presentaba la industria petroquímica, la fascinación con el plástico que caracterizó la estética de los años cincuenta y dejó ruinas en el litoral del sur.
Habría que sumar la instalación de la industria farmacéutica, casi como metáfora perfecta de la isla laboratorio. Y los efectos contaminantes permanentes que se conocen como super funds. Por suerte las luchas de las comunidades del entorno de Aguirre impidieron catástrofes ambientales mayores, como la instalación de una planta de energía nuclear.
No sé si las maniobras militares contra Vieques y Culebra cuentan como pruebas controladas. Lo cierto es que ese aspecto de las investigaciones subsidiadas por las fuerzas armadas de Estados Unidos es innegable, como si el acopio de información y la experimentación fueran inseparables de la violencia del militarismo.
Todo esto suena a material para una serie de novelas distópicas y en cierto sentido lo es Pero en la isla estas visiones que oscilan entre lo incómodo y lo atroz, entre lo obsceno y lo macabro, no suelen ser interesantes ni verosímiles para la población. O tal vez se expresan en leyendas urbanas y rurales de inspiración popular. Sí ha habido respuestas en la literatura, en alguna obra de teatro de Ramos Perea, en mi propia novela Sexto sueño, donde figura de Nathan Leopold, el asesino experimentador, se somete a una especie de exorcismo narrativo. Si se lee la copiosa producción de ciencia ficción a la luz de estos incidentes históricos, esa literatura también replica y exorciza atrocidades. Destaco algunos nombres: José Liboy, Rafael Acevedo, Juan Carlos Quiñones, Juan Carlos López.
Julio: PR 3 mezcla formas, registros, voces y tonos. Al escribirlo, ¿cuáles fueron los retos de su estructura combinatoria y por momentos fragmentaria?
Marta: Partí de una figura lineal: la carretera. Esa línea se puede recorrer en al menos dos direcciones, además de las vías que la cruzan o se cruzan en ella. La trama se detuvo en Aguirre como nódulo central, pero la escala amplia, inclusiva, no desapareció del todo. Interpretando esa cartografía conforme a la lógica de la distribución espacial de una economía capitalista colonial, el poblado de Aguirre fue un centro o polo de extracción y sus alrededores, hasta Guayama, Salinas y más allá, la periferia dependiente. En el libro quedan residuos de los espacios circundantes, que en la región se conocen todavía como “el batey de Aguirre”. Entre ellos están las entrevistas a personajes que marcan lugares en el mapa lineal de la carretera y se evoca la presencia de la bomba en el barrio de Jobos, uno de los más contaminados ambientalmente y a la vez más ricos en memorias. De esa variedad de escalas a lo largo de la carretera surge la diversidad de formas, registros, tonos.
El poblado moderno se fundó en 1899, poco después de la invasión de Puerto Rico por Estados Unidos y se cerró como centro productivo en 1990. Me interesaron las prácticas culturales y el diseño estético y moral que impulsaron la fundación del poblado. Ese poblado ocupó un espacio donde ya había comunidades fundadas como satélites de una cultura de corte esclavista, y también productoras de ajustes a la esclavitud y el trabajo forzoso, de medicina popular, de violencia, ensalmos, rituales, música, cuentos. Una historia antigua, además, incluso anterior a los movimientos poblacionales del siglo XIX.
Las dos tramas: la de los especuladores estadounidenses y la isla que encontraron, (esa isla que para ellos era incomprensible, lamentable, y que urgía rescatar de las enfermedades y la barbarie) no las concebí en principio como temas de investigación y escritura sucesivos. Las fui construyendo a la par y azarosamente, a medida que lograba concertar los contactos para las entrevistas o daba con una fuente de archivo. A medias de la escritura de un capítulo sobre Alice Bacon pasaba a una entrevista con doña Rosita Ramos, la historiadora popular de Aguirre. Se cruzaba el tiempo de la escritura de la primera parte con el espacio de los sobrevivientes memoriosos. Al cabo se trataba de aprovechar el espacio del libro como archivo: un objeto útil para juntar diversos niveles de la experiencia (de nuevo Glissant) que de otra manera no hubieran coincidido en un solo lugar.
La lectura y corrección son tan importantes como el primer trazo. Los borradores son solo libretas de apuntes que nacen de la urgencia de escribir para leer lo que deseamos leer. Luego viene la necesidad de síntesis, el ajuste entre las partes, el hilván final. Me pareció que los fragmentos tendían a sugerir una figura, una forma, dos secciones contrastantes: Estados Unidos, en una de sus formaciones poderosas, natales, la formación cultural Boston; y las islas, así en plural, con tal de no perder la noción de archipiélago, conexiones y desplazamientos.
Cuando releí lo que llevaba escrito de la primera sección, se me ocurrió la figura, la categoría unificadora de los capítulos sobre los fundadores de Aguirre: eran comparables a una galería de retratos romanos, frontales. Y creo que esa es la figura dominante, el gesto pictórico, la fijeza de la imagen posada, donde incluso se instala el capítulo sobre la pintura de Turner y su viaje trasatlántico, el mismo que emprendían las naves negreras. La pintura de Turner es la conmemoración de una matanza, y no deja de ser inquietante que se ubicara como ejemplo de alta cultura en residencias burguesas y luego en el archivo de imágenes de la ciudad, el Boston Museum of Fine Arts.
Que la segunda parte, “Las islas”, sea más fragmentaria refleja la distancia entre las sociedades de referencia, como sobresale en un plano del poblado de Aguirre la proximidad de dos sectores contiguos, pero segregados. Nada más distante (en cuanto a puntos de mira, fantasmas, relaciones con la naturaleza, relatos fundacionales) que la casa grande de Aguirre vs. los bohíos circundantes hacia las primeras décadas del siglo XX y, más tarde, las casitas del sector obrero puertorriqueño de Aguirre. Según Glissant, las culturas occidentales nacionales tienen historias escritas, sólidas, cerradas, conforme a una filosofía totalitaria de la historia; en nuestro caso de colonias caribeñas, la conciencia histórica no ha podido depositarse gradualmente, como un sedimento firme. Más bien se debate en contextos de “choques, contracciones, negaciones dolorosas”. (Discurso antillano).
La historia “llena”, cerrada, escrita y tapiada de las familias bostonianas, sus relatos y leyendas fundacionales de Nueva Inglaterra, poco tienen que ver con las complejas dinámicas de ese país, pero se guardan en la tradición de muchas maneras y no han desparecido del discurso público: cuando se habla de la constitución, por ejemplo y de los “founding fathers”. En Puerto Rico fueron colonizadores de paso, que nunca abandonan la casa grande imaginaria de su cultura.
En contraste, la historia nuestra, la del lado de acá, se mueve en la reescritura constante, con el instinto humano de contar y la esperanza de que alguien prosiga el cuento. Así es el rastro de los pueblos que dejan atrás sus mundos, casi siempre a la fuerza, como los esclavos y los pobres.
De ese amontonamiento de fragmentos como técnica adecuada para exponer una realidad dispersa brota una invitación al baile. En principio, esa segunda parte podría ser enorme si se le añadieran todas las respuestas que las presentaciones del libro han evocado. Se me acerca la gente para hablarme de sus familias. Lectoras como Áurea Sotomayor y Elizabeth Magaly Robles han escrito apostillas que podrían ser otros relatos, otros capítulos del libro.
Quizás esas respuestas reconocen las voces de un lugar que a lo largo de más de un siglo condensó riquezas, pobreza, olvidos y memorias. Esos relatos desaparecieron de la memoria de los bostonianos precisamente porque tienen archivos materiales donde consagran las huellas de sus memorias. Es paradójico. Quien funda el archivo y lo divulga ahora por medios electrónicos se libera de la memoria. Porque tienen archivos e historias que fijan, endurecen y ocupan el vago e impreciso lugar de la memoria. La única ventaja nuestra, de no tenerlos, es dolorosa, circular: la eterna obsesión con el cuento, con el relato, presente en investigadores populares, como la investigadora Melanie Maldonado, como el grupo Umoja, estudiosos de los orígenes y la evolución del género musical de la bomba.
Creo que la misma tormenta, la ansiedad de la pérdida, detuvo la escritura de un libro que realmente no tiene punto final.
Julio: En ese sentido, tal vez no sea nada casual que la novela del poeta Luis Palés Matos, Litoral, se ubicara también en la costa de Guayama…Litoral se menciona varias veces en tu libro. ¿Fue relevante en tu proceso creativo?
Marta: Palés no dejó una obra numerosa, pero creo que es el autor de su generación que mejor resiste una relectura conforme a esquemas ideológicos actuales. Sobresalen sus primeros artículos y entrevistas, cuando figuraba como un joven vanguardista. Sus notas de prensa sobre la literatura antillana y su pensamiento regionalista, que recuerda la aspiración a una federación antillana, se liberan, hasta cierto punto, del cerrado provincianismo hispanófilo de sus contemporáneos. Si para ellos el mestizaje era la explicación de la debilidad de un pueblo que no cuajó una identidad nacional, Palés propuso lo contrario en su aproximación a la cuestión cultural
Litoral debería leerse como la novela caribeña que es (de un Caribe amplio y no solo insularista) un relato de aprendizaje que dramatiza la tragedia del habitante de una colonia pobre y explotada, salvado a medias por una imaginación que no arruinaron ni el rencor ni la aplastante sensación de insuficiencia. La angustia claustrofóbica de la colonia empobrecida, del pueblo pequeño, es una nota dominante, pero la novela recoge voces de las comunidades negras de la infancia de Palés, apenas a una década de la invasión del 1898, y el capítulo sobe el baquiné es, creo, una referencia. Palés no se libera de la impronta del colonialismo, ni de las nociones al uso en su tiempo sobre atributos raciales, pero es innegable que optó por mirar con empatía, aunque no siempre comprendiera.
Lo anterior significa que en esa región de Aguirre nació y se formó uno de los poetas mayores del Caribe, y que en su trabajo se cuajó una materialidad relativa a esa geografía. En el Caribe las labores de las y los poetas y autores son quizás el equivalente silvestre de las labores de los historiadores institucionales de las metrópolis: apalabrar, revelar, dejar en la página un registro de la memoria.
Julio: ¿Cómo ves ahora tu paso a las formas de la no ficción y al trabajo tan cuidadoso de investigación que implica este libro, su desafío de las clasificaciones y los géneros normativos. ¿Cómo piensas la relación entre la ficción y las formas documentales de tu trabajo? En ese sentido, también es significativo el recurso fotográfico en tu narrativa expansiva.
Marta: Esas formas en contrapunto entre imaginación y trabajo de archivo, no son raras. Aunque no muestren sus fisuras y todo pase por ficción, sí remiten a una tradición literaria de los comienzos de la modernidad. Pienso en la novela histórica, que aquí en Puerto Rico dio sus frutos en Tapia, en la leyenda La palma del Cacique, en La antigua Sirena. Sirena incluye notas al calce del autor, donde da cuenta de las fuentes bibliográficas del relato veneciano. Pienso, ya más cercano en el tiempo, en varios libros de Max Sebald, entre ellos el que quizás se asemeja más al punto de partida de PR 3 Aguirre: Los anillos de Saturno, donde confluyen relatos de un viaje a lo largo del litoral oriental de Inglaterra, que de pronto se transforman en alucinaciones y escapan hacia la ficción, además de fugarse del territorio de origen y tender redes hacia América del Sur, Asia y África. Las fotografías de los libros de Sebald son expresiones distorsionadas de espacios sensibles apropiados por una mirada otra. Como ha visto Barbara Hui, una de sus críticas, en Los anillos Sebald ilustra una visión espacial de la historia, y muestra cómo la particularidad de lo local se ha determinado, en buena medida, por fenómenos globales.
También me parece difícil, tal vez inútil, intentar un deslinde entre ficción y documento en el hermoso libro Danubio, de Claudio Magris. O en las crónicas libres de Bruce Chatwin, donde se borran los límites de los géneros literarios y se pasa a un territorio delineado por mitos que al ser filtrados por la imaginación del cronista sueltan las amarras y emprenden una andadura distinta. No quiero decir que mi libro esté a la altura (o a la holgura) de esos autores. En sus acercamientos al acto de escribir disfrutaron de una relativa fijeza en sus tradiciones culturales e identidades que de algún modo pusieron en entredicho. Pudieron darse el lujo de alterar e incluso destruir lo que les pertenecía como legado del hombre blanco europeo, una seguridad de miras que jamás podría yo tener.
Julio: Al mismo tiempo, el libro potencia el acto de la fabulación, aunque afuera de los marcos reconocibles (o institucionales) de la novela. Podríamos tomar, por ejemplo, la aparición de Henry James o, en otro registro, tu reflexión clave sobre el cuadro de Turner, Slave Ship, sobre la barbarie de la belleza, sus violentadas condiciones materiales, así como los magníficos relatos al final del libro de las personas que todavía viven en la zona, María, la del Museo del Pelo, o Benjamín, el coleccionista de bicicletas.
Marta: A propósito de marcos reconocibles o institucionales, para mí Boston (quizás porque nunca viví allí) es pura literatura, la ciudad letrada por antonomasia del siglo XIX estadounidense. La ciudad letrada de Nueva Inglaterra. Incluso Melville, sus novelas marítimas, remiten a la industria ballenera, a la fascinación del mar, que forma parte del imaginario de Massachusetts. Como Henry James es un autor muy querido, me dejé llevar por las memorias de la madre de Alice Bacon Lothrop (la señora menciona un encuentro con el padre del novelista) y por la lectura de The Bostonians una de las novelas “menores” de James, que vivió parte de su infancia en Boston y está enterrado en Cambridge.
No es una casualidad que James haya sido miembro de la Liga Antiimperialista, posiblemente del lado conservador, de quienes temían al imperialismo como mal moral, contaminante de la democracia. Imaginar una crónica puertorriqueña a la manera de una escritura fantasmal, no es tan descabellado, puesto que a James le faltó poco para pisar la isla. En 1904 publicó un libro de viajes, crónicas de una especie de gira coordinada por sus editores. Llegó a los umbrales del Caribe, a Florida. Y, de nuevo, no deja de parecerme plausible, muy a la burundanga puertorriqueña, que coincidan en un mismo volumen las crónicas sobre artistas locales con una alucinación ficticia de James en Aguirre. Como referencia anterior de James en la literatura nacional está el libro de Nilita Vientós.
Otro capítulo imaginado cuenta una excursión de los americanos a Punta Pozuelo. Además, el capítulo que recrea un encuentro con las damas de Boston para presentarles el proyecto de las labores de aguja parte de unos hechos, pero se narra como una escena de novela. En los archivos del Boston Evening Transcript (el periódico “de record” de una sociedad aburrida, si recuerdas el poema de TS Eliot) encontré referencias a una reunión donde dos de los bostonianos de Aguirre, Alice Bacon y William Sturgis Hooper Lothrop, su esposo, expusieron las penurias de la isla a unas filántropas bostonianas. De ahí a integrar el proyecto de la empresa de la madre de Alice, que compraba y revendía trabajos en aguja hechos por puertorriqueñas (empresa que también describe en sus memorias) había una puerta abierta.
Me interesa una literatura de conexiones, un trazado de redes, y eso intenté en este libro.. Esas redes fueron formadas por el movimiento del capital y por el movimiento de seres humanos. Son infinitas. Es posible desempolvarlas (o secarlas) y contarlas. Pienso en la figura del hijo de William Sturgis Hooper Lothrop, el arqueólogo. Samuel Kirkland Lothrop. Se ha documentado que fue espía de las fuerzas armadas de Estados Unidos en diversos países de América latina desde la primera guerra mundial.
El hallazgo de la procedencia de Slave Ship fue un regalo inesperado. Rodeé la investigación sobre el primer propietario del cuadro, John Ruskin, y sobre la ruta del objeto hacia Boston de atmósferas plausibles, como el espacio de la casa donde pasó parte de su vida William Sturgis Hooper Lothrop. William vendió la pintura al Boston Museum of Fine Arts. La asociación del producto de la venta con el capital invertido para fundar el poblado de Aguirre es inevitable.
Julio: La primera parte de PR 3 Aguirre, titulada “Boston”, moviliza un amplio archivo colonial ligado al mundo del capital azucarero en la encrucijada global del Caribe. Ese archivo está organizado a partir del modelo de las genealogías familiares. Tu inmersión en ese archivo nos transporta a Boston, de donde provienen varias de las familias que se instalan en Aguirre después de 1898, de ellas surge la figura central de Alice Bacon Lothrop… ¿Qué te atrajo de las genealogías de las familias poderosas como modo de organizar la narrativa en la primera parte de tu libro?
Marta: Me atrajo la particular construcción de la historia de una ciudad a través de personajes secundarios de su mitología fundacional, en una inmensa cantidad de libros, imágenes, objetos de uso cotidiano y archivos; construcción que permite calibrar el peso de uno de los linajes invasores del Caribe y de América Latina, donde se fundaron en topografías como Aguirre núcleos organizados que emanan de ese lugar otro, que a primera vista no tiene que ver con las islas, pero que, no obstante su aparente extranjería, nos determinó. Se trata de una cultura letrada conservadora, de raíz puritana, en contraste con la cultura esclavista del sur estadounidense; una cultura fundadora de genealogías y archivos. Me interesó que una clase dominante acumuladora de dinero con la trata esclavista, con la trata del opio, haya intentado un poco cuadrar sus deudas con el puritanismo de los fundadores y con la visión de una ciudad de banqueros frugales, mediante la fundación del archivo del Boston Athenaeum. Que hayan sido algunos antepasados de estas familias los auspiciadores y discípulos de Harvard, una universidad que se fundó para formar eclesiásticos y líderes cívicos y que luego fue sede de experimentos denunciados por la posteridad, como la trata esclavista, como ciertos experimentos eugenésicos. Que con esa ciudad se relacionaran coleccionistas de obras de arte, de artefactos arqueológicos, de documentos; todo eso forma un magnifico tapiz apropiable. Los fundadores bostonianos de Aguirre y sus familias eran figuras de ese mundo que la isla debió conocer por conducto de ellos, pero que apenas conoce, porque la intervención colonialista borra sus huellas.
Julio: ¿Por qué Alice? ¿Tiene antecedentes Alice en tus ficciones o ensayos anteriores? Entre otras cosas, Alice es una figura dislocada, trasplantada: parece ser una figura más afín a las literaturas anglo- y francófonas sobre la ocupación de “ultra-mar” que a la puertorriqueña…Coméntanos un poco más sobre el lugar de PR 3 en la encrucijada colonial-imperial caribeña. Algo que me intriga de Alice tiene que ver con su lugar entre mundos, su “pertenencia” problemática como mujer norteamericana blanca en Puerto Rico…lo que también me recuerda otros personajes tuyos, incluso la madre de Williams, Helena, aunque en un sentido inverso: como mujer puertorriqueña desplazada en NJ.
Marta: Alice Bacon Lothrop fue la esposa de William Sturgis Hooper Lothrop, uno de los socios fundadores del company town en 1899. Primero fue su retrato, pintado por Frank Benson Weston un retratista muy afín a John Singer Sargent, el retratista por excelencia de la casta. Luego me llamó la atención la tragedia de la muerte del marido, la figura de la viuda joven. Fui allegando datos. Veo la relación de Alice con una empresa colonizadora, pero no directamente, como en el caso del marido banquero y demás socios fundadores del poblado de compañía, sino en una empresa paralela, la filantropía, que apoyaba la visión empresarial del marido y sus socios, pero no se limitaba a ella, pues ocurre en un plano de acercamiento entre mujeres. Como escribí antes, es auténtica (o se documentó) la anécdota de la visita de Alice Bacon y su esposo a una reunión de señoras bostonianas para invitarlas a sumarse a la gestión filantrópica de una organización llamada Puerto Rico Philanthropic Society.
En una primera versión, más amplia, dediqué más tiempo a Alice y a su pareja, al matrimonio y la sexualidad. Alice como un ejemplar de su raza y clase, porque algo de eso había, tan normativo era el alcance de la eugenesia: las “blood lines”, las genealogías, y la inclusión de Alice en el libro azul, donde consta que desciende de un viajero del Mayflower. La mujer de su casta se concebía como un animal fino. Su destino era la reproducción de “la raza”. En esos cálculos no se daba importancia al incesto, al “in breeding”.
La Alice de Aguirre, con sus prejuicios y temores, se sitúa con familiaridad en busca de una comunicación que supere antagonismos. Para mí los personajes son seres distantes de la autora, disidentes de la autora que voy siendo. De la figura femenina en obras como las de Louisa May Alcott, que vivió en Concord, o de los personajes femeninos del mismo James, se deriva un tipo de mujer de carácter que leo con simpatía. Luego, ya entre siglos, “la mujer de las mejores clases” se enfrenta a los estímulos del primer feminismo, si bien, a pesar de que al presente nos parezca una contradicción, aquel feminismo mantuviera algunos atributos de clase y “raza”.
Sí tiene antecedentes Alice en un cuento que publiqué en 1999: “Casa negra”. “Casa negra” se inspira en un magnífico álbum de fotos tomadas por Grace Hartzell, hija de Charles Hartzell, secretario de la Gobernación de Hunt.
La “americana” como autora y personaje no está ausente de la literatura puertorriqueña en las primeras décadas del siglo XX, cuando para mí se fijó la política colonial, descartando la anexión y la independencia, y condenándonos a la prisión del colonialismo permanente. El personaje más conocido debe ser la Madelón de Redentores, más bien una figura alegórica. Pero también tiene voz propia en una novela preciosa de Janie Prichard Duggan, publicada en 1912. Se titula An Isle of Eden: a Story of Porto Rico, y debería conocerse mejor, aunque solo sea por sus estampas minuciosas y amenas de la vida cotidiana en el Puerto Rico de la primera década del siglo XX.
Julio: La segunda parte de PR 3 Aguirre, “Las islas”, trabaja otros archivos: cuerpos explotados o resistentes, formas de vida vulnerables o en proceso de extinción. En ese entramado, introduces una voz distinta, fragmentaria –más poética e imaginativa. Esa voz, por momentos autobiográfica, también insiste en la cuestión de la pertenencia, la dislocación, la destrucción del entorno o lugar de vida…la memoria y el olvido… ¿Cómo irrumpe esta voz, su trabajo de la memoria, la investigación del pasado o, tal como se lee, de un “tiempo que no ha sido todavía”?
Marta: Esas cuestiones se plantean en el libro como hilos sueltos, como piezas dispersas, o como vislumbres de una figura que no ha sido. La desorientación de esas páginas que no cierran en un broche preciso debe tener alguna relación con el desplome de los soportes retóricos del Estado colonial, de la economía colonial, de las instituciones coloniales, y el destape de unas formas imperialistas de gobierno que no difieren en sus fundamentos del gobierno militar que tuvo Puerto Rico durante los dos años siguientes a la invasión de 1898. La novela no abriga certezas. Tampoco hay que olvidar que el desplome de la administración del territorio por representantes nativos comenzó a diez años de la proclamación del ELA..
Hay una estampa del héroe de Troya, Eneas, quien después de la caída de su patria se exilia, cargando a su padre y a las figuras familiares. Así veo yo las manifestaciones actuales, en libros y en artes corporales, performáticas.
En cuanto a las historias que no han sido escritas, como las de esos personajes de la carretera, cuyas empresas y talentos no encuentran respuestas, cuya capacidad creadora excéntrica e inexplicable, no tiene destinatarios, y acumula objetos que no se intercambian ni se venden, me parece un deber de cariño, un trabajo gustoso, recogerlas y grabarlas, como se escribe sobre una superficie frágil. El sentimiento tiene que ver con mi historia personal, porque no es posible “redimir” a la patria desde la escritura. Tampoco es posible predecir el futuro del territorio no incorporado de Puerto Rico que pertenece a pero no forma parte de Estados Unidos. Por orden del capitalismo global, todo conduce a la emigración, al vaciamiento de la isla. Pero tampoco se debe ver una conclusión por ahí, puesto que también del norte, de sus comunidades, proviene la necesidad de investigar tradiciones de ancestros.
Por otra parte, y esta es una intuición: en la isla se produjo desde tiempos inmemoriales un proceso de blanqueamiento, de negar la negritud, un proceso centenario y muy profundo, que se acentuó con la ocupación por Estados Unidos. Pero justamente por la negación y la tachadura sobrevivió en algunos lugares muy íntimos, en algunas familias y comunidades la tradición afro antillana. Las voces que mencionas se colaron en el texto para cuestionar la cultura del blanqueamiento, creo, e incluso los fundamentos del libro, para invitar a un más allá. Son resquicios, voces turbadoras que descuadran los lugares comunes del sujeto colonial y de la historiografía del nacionalismo colonialista. Invitan a un desentumecimiento de la imaginación. Sin imaginación no son posibles las acciones políticas.
Julio: Esa voz llega en un momento a identificar el trabajo literario con la “invención” de una comunidad futura. Sin embargo, su forma es discontinua. ¿Cómo pensar las paradojas de la comunidad que se conjuga o se rearticula mediante una escritura fragmentaria?
Marta: Quizás esa fragmentación del texto escrito produce una paradoja. Al escribir el fragmento y situarlo en la vecindad de escenarios que no suelen asociarse con él, pero que, sin embargo, se conectan en el proceso histórico, se convoca a un junte, a una construcción de enlaces mediante la lectura. Si en el país no imperara el solipsismo que parece ser la maldición de las regiones cerradas, colonizadas, con todas las fronteras controladas, tal vez sería posible la apertura que el amontonamiento y cruce de fragmentos sugiere.
La literatura no suele presentar soluciones políticas, salvo excepciones como El resplandor de Luzbella, la novela de Juan López Bauzá que se publicó hace poco. Pero las soluciones políticas no pueden concebirse sin la práctica de imaginar. Esa práctica define a la literatura. Aunque no se difunda ampliamente, el trabajo literario como invención de una comunidad recuerda el papel de la novela en la construcción de naciones y sociedades en el siglo XIX. Esa función ya se trascendió. El poder transformador de la imaginación pasó a los medios, a las redes sociales, y su forma es la fragmentación.
¿Cómo pensar las paradojas de la comunidad que se conjuga o se re-articula mediante una escritura fragmentaria? Yo diría que esa es una de las cuestiones políticas de nuestro tiempo, cuando se pasa abruptamente de la ocupación radical de espacios públicos por masas convocadas a través de las redes sociales y casi de inmediato a la toma del poder por gobiernos totalitarios. No sé, yo escribo para que no se pierda lo que pude ver. Esa ilusión de la no pérdida es un acto de fe. No tengo una visión optimista del presente del país. Veo mucha voluntad de protagonismo, fantasmas, ilusiones, dependencia. También hay una gran cantidad de movimientos pequeños comprometidos con causas ambientales, educativas, salubristas. A todo esto las artes siguen siendocomo medios de conocimiento y de convocatoria comunitaria. Es lo que he percibido y registré en el libro, en el caso del proyecto de investigación del Colectivo Umoja.
Julio: En ese registro comunitario también cobran sentido las “historias de vida” y sujetos que sobreviven los relevos históricos y el actual abandono rampante en la zona de Aguirre. ¿Qué representan para ti estas historias de sobrevivientes, sus propios actos de “pertenencia”, lugar y memoria?
Marta: Que somos una nación de sobrevivientes, de misterios íntimos de familias destrozadas cuyos sentidos reinterpretamos en soledad, de aquella memoria rota que describió Arcadio Díaz Quiñones. Las estaciones que el libro recoge son las expresiones vitales de esas “latencias”. No recogí otras vidas subterráneas. Apenas se menciona el narcotráfico, apenas se menciona el envenenamiento de la tierra, los impenetrables laboratorios de las semilleras, que son terrenos protegidos por disposición de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. Son armas disgregadoras de la vida comunitaria, pero en esa región, y supongo que en otras del archipiélago, se ha recogido una memoria de resistencia y hay una continua práctica de organización comunitaria. Mínima, pero constante.
En ese sentido el concepto de pertenencia a un territorio no puede despacharse por la visión de una globalización que destruye fronteras y disgrega localidades. En primer lugar, porque esa globalización lleva más de un siglo como etapa del capitalismo global. Si en su primera fase invadía por la fuerza y tomaba, o compraba a precios bajos que el poder militar respaldaba, y expulsaba pueblos para hacer plantaciones, y suprimía gobiernos progresistas, como en Centro América (que para efectos geopolíticos debería considerarse y en algunas visiones se considera como parte de la región caribeña), ello no liquidó el sentido de pertenencia a un lugar de los pueblos, porque justamente esa es la lucha que han dado y siguen dando los pueblos de la región, por la dignidad y los recursos y la protección de sus tierras, del agua, delos animales.
Ahora ha vuelto el tiempo de aquellas atrocidades, porque la globalización de los mercados no condujo a regímenes más democráticos y respetuosos, como tampoco condujo a la asimilación total, gustosa, a la desmemoria, que era la solución propuesta por algún intelectual nacido en Puerto Rico, y que, en la práctica de la vida cotidiana se ha reducido a que todos seamos televidentes satisfechos de Netflix, consumidores satisfechos de basura, pensionados endeudados. El mundo dividió no en dos bloques políticos antagonistas, como en la guerra fría, sino en dos bloques: los privatizadores y la mayoría de la humanidad. Y en el caso de la mayoría, entre consumidores precarios y pueblos expulsados hacia el exterminio. La economía global no puede sostener esa utopía del mundo “conectado” sin una práctica letal de extractivismo.
Ahora bien lo qué surgirá ante la catástrofe del pensamiento único que domina el mundo- la guerra para controlar y expoliar recursos, la violencia machista, la xenofobia- depende de la búsqueda de conocimientos y valores, en nuestros pueblos sin archivos o con archivos precarios, sin identidades que no hayan sido destrozadas por el auto desprecio. Sin embargo, se obstinan en sobrevivir. Ni la aniquilación furiosa de la memoria ni la gozosa asimilación de los pueblos y culturas del mundo han sido posibles.
Al menos eso quiere comunicar el final de PR 3 Aguirre. Porque si algo me ha parecido injusto, siempre, es el nihilismo de los escritores que confunden el fin de la especie humana con su propia vejez, con su propio deterioro, con su propia soledad, o más lamentablemente aún, con sus propios intereses.
Julio: Las historias de María y Benjamín, sobrevivientes actuales en el paisaje distópico de Aguirre, nos traen al presente del abandono. Ambas historias complican la reflexión sobre el trabajo y la historia laboral en PR 3 Aguirre: la cuestión del valor de formas de vida cuyo valor no es reconocido por el mercado.
Marta: Esa reflexión sobre el trabajo manual, en el caso de ellos entre lo práctico y el ornamento – porque la bicicleta es un artefacto útil, pero además se adorna, porque las obras hechas con pelo humano o artificial no solo tienen el aura del relicario, sino que se pueden usar para recoger un pelo alborotado– expresa la transición de todo un modo de producción de trabajadores diestros, capaces de hacer y reparar objetos con las herramientas que tuvieran a mano, por la ingeniería del orden del mercado global tipo Home Depot o Walmart, donde te venden piezas hechas en China con madera del Brasil y tornillos de Vietnam para armar un escritorio o una bicicleta. He ahí la expresión material de la utopía aquella del “fin de la historia”. En una isla pequeña, en un mercado abierto para Estados Unidos y cerrado desde Puerto Rico hacia allá, ello significó la erosión de la base económica del pequeño comerciante, del artesano reparador. Cuesta menos comprarse un par de zapatos que ir al zapatero, se pierden oficios como la sastrería. Entonces el trabajo obsesivo de Benjamín no puede tener salida, no se valora, ni siquiera se ve. De ser un espacio abierto al mundo, el batey de Aguirre ha devenido en una sucesión de geografías atomizadas, encapsuladas, una vitalidad que no se comunica en el intercambio. La paradoja es que allí, en esa carretera, hay un pulguero, como se llama en Puerto Rico a un tipo de mercados. ¿Qué se vende? Además de cedés pirateados, se venden productos baratos hechos en China, desde cosméticos hasta lápices de escribir. También hay cosas interesantes, como libros usados. ¿Por qué no se unen esos polos, los productos de María la artesana y el punto de ventas del pulguero?
Julio: En cierto sentido, María y Benjamín son “artistas”. ¿Ves algún paralelo entre sus labores y el trabajo de la escritura?
Marta: Sí, son artistas sin formación académica. Quizás artistas del bricolaje. Aunque tampoco son estrictamente equiparables las prácticas creadoras de Benjamín Joubert y María Rivera. Si imagináramos una analogía entre sus respectivas estéticas, Benjamín es más clásico, puesto que restaura modelos conforme a un diseño inalterable, sin necesariamente inventar una bicicleta diferente (aunque, pensándolo bien, la bicicleta es un invento glorioso, que no requiere intromisiones). María sí da el salto imaginativo, porque esa bicicleta hecha de pelos no se le ocurrió a Duchamp ni a Frida Kahlo.
PR 3 Aguirre es también, en cierta medida, un libro del bricolaje, recogedor y compilador de historias encontradas. Un libro que aprovecha materiales de diversas fuentes para armar una especie de cartografía. Sin embargo, la estética del libro es menos estable que las de Benjamín y María, pues ese libro se hizo con urgencia, para que la tierra no se tragara algunos amores y obsesiones de una autora entrada en años.
Julio: Aunque PR 3 no propone modelos orgánicos, totalizantes, para la comunidad del porvenir, su crítica del tóxico y la contaminación sugiere una opción ecológica a la destrucción del mundo de vida. Esto empalma con la crítica de la agro-industria, de la cual la producción azucarera es sólo un primer ejemplo histórico.
Marta: Así es, y ese factor ecológico da todo un giro a la noción de sentido de pertenencia al lugar, que se reitera varias veces en el libro. Porque es un enigma cómo en la experiencia de Aguirre, que debe haber sido traumática para la mayoría de sus trabajadores, en vista de la segregación social y racial, no prevalece la memoria dolorosa. El acercamiento ecológico estético (entendida la estética en su relación con los afectos) no solo da cuenta de algunas pausas dentro del siniestro juego de poderes. También potencia el sentido político de la recuperación de la tierra no en función del lucro sino de la protección del ambiente. Es decir, recuperar el territorio del cual se forma parte y donde se desarrollaron los afectos sin que ese territorio haya sido nuestro jamás va más allá de dividir la tierra en parcelas y especular monetariamente con ella. Se centra en un acercamiento al lugar desde la ecología; en un acercamiento donde no se imponga la visión de la tierra desde la cultura humana sino quizás en sentido inverso, el acercamiento a la cultura desde la naturaleza.
Entonces se plantea una cuestión central, ¿qué significa ese espacio que nunca fue nuestro? Y ese mismo pronombre posesivo,, nuestro, lleva no solo a ver críticamente el modo de producción, la propiedad de la tierra, sino la subordinación de la naturaleza a los intereses humanos. En ese sentido tanto de la tierra como de quienes se confunden con ella desde tiempos inmemoriales se extrae riqueza, pero la posesión material de la tierra, esa relación de pertenencia para la producción es cuestionable. Se cuestiona en las posiciones de los ecologistas.
Julio: ¿Cómo ha sido recibido PR 3? He notado que has presentado el libro en varias de las comunidades. ¿Cómo ha sido esa experiencia? ¿Cómo ubicas la experiencia de la producción y recepción alternativa de PR 3 en el campo de la literatura puertorriqueña reciente? ¿Qué otros proyectos renovadores u obras recientes te parecen afines a la escritura en este libro?
Marta: Se presentó por primera vez en la Casa del Poeta, Guayama. Es la sede de la Liga de Poetas del Sur. Asistieron varios de los entrevistados y algunos residentes de las comunidades. Me asombró el entusiasmo. Supongo que las personas que conservan ciertos lazos con Aguirre, y no son pocas, ven en ese volumen una compilación de memorias que de algún modo coincide, en forma de objeto material, con unos sentimientos, unas memorias personales que quisieran expresar. Es decir, Aguirre, el lugar, condensó afectos de todo tipo. El libro, quizás al llevar el nombre y registrar algunas de sus historias, es un marcador tangible.
Las respuestas o ecos artísticos no faltan en algunas reseñas del libro. Destaco dos, porque creo que iluminan el sentido de tu pregunta. Aurea María Sotomayor y Elizabeth Magaly Robles escribieron ensayos muy precisos, que a la vez extienden el ámbito del libro y añaden rutas, al leerlo en contrapunto con proyectos propios y sacarlo, por decirlo así, del terreno personal de la autora. Como exploración de las relaciones entre archivo, ecología, y apocalipsis ambiental veo intereses comunes en las novelas de Carlos Fonseca y de Luis Othoniel Rosa.
Quizás el libro rozó la capacidad de la literatura para evocar espacios como respiraderos en situaciones sociales claustrofóbicas. Quizás estimuló el placer creador de la imaginación lectora. La facultad de la imaginación, tan empobrecida en estos tiempos brutales como vaticinó Italo Calvino, es un campo ocupado que permite y legitima el estado de nuestro país. En el presente copado por el universo poderoso de los medios, el acto de liberar y ejercer la imaginación debería convocarnos con fuerza inusitada. Escribir sobre el lugar donde se vive y se quiere, forma parte, inevitablemente, de esos lances; de una recepción alternativa, como dices, y acaso de una resistencia digna ante unas políticas coloniales que pretenden encarrilarnos hacia una muerte mansa.
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*La entrevista fue redactada para un número dedicado al Caribe de la revista Caracol de la Universidad de São Paulo coordinado por Idalia Morejón y Adriana Kanzepolski (núm 18, 2019); luego fue incluida en el dossier de la revista El Roommate dedicado a la obra de Marta Aponte Alsina coordinado por Luis Othoniel Rosa y Margarita Pintado (entrega del 6 de julio 2020).