“Prendida y afuegada”: trasuntos místicos en Angelamaría Dávila
Un verso del poema “acabo de morir”, de Angelamaría Dávila, apunta a una línea que recorre gran parte de la obra de la poeta: “y que me arda la sal de tanto tiempo /prendida y afuegada.” (11). Pertenece a un poema de Homenaje al ombligo, primer libro de la poeta, que publicó al alimón con José María Lima, en 1966, en edición pequeña y vuelto a publicar más recientemente por Folium (San Juan 2016). Toda la poesía de Angelamaría está prendida, en una de las acepciones de la palabra (encender el fuego o la luz), en tanto la pasión y la emoción son importantes en el registro del discurso poético que maneja y la luz es metáfora o referente recurrente en sus libros. También está prendida en el sentido de agarrada o anclada a todo el entorno que crea, asida a la inmediatez de esa realidad que escudriña y que es parte de la voz o las voces que circulan en sus libros. Además, cada poema está prendido a los otros del conjunto, creando así un haz de significados.
Afuegada remite también al fuego que transita esta poesía, su entronque con la pasión a flor de piel, su fiera dedicación a la poesía: cuando escribe sobre sus compañeros de generación titula el texto “Poesía sesentista o la fiebre descarada de ser poeta” (Homines 12,1-2 1988-89, 318-19). Nos recuerda que esa fiebre es la intensidad, el fuego de la pasión de la escritura. Rafael Acevedo, en el prólogo a la edición de 2016 de Homenaje al ombligo, escribió sobre el chispazo o la explosión que representó este poemario, cuyos autores publicarían sus próximos libros poco más de una década después: “Estas dos voces geniales escribieron un texto juntas y fue tan voraz el incendio que hubo que esperar más de una década para ver otra vez tanta luz. Eso es Homenaje al ombligo, un incendio” (xvi). Un poema de Joserramón Melendes, “Anjela se ba a su lus” (Claridad En Rojo 17 al 23 de julio de 2003 29), rehace con elementos propios de la poeta como luz y sombra, una imagen de su final:
Me contestó. Bi qe abría
sus ojos. ¿Qé la asustaba
más: su boca qe serraba
o la oscuridá qe asía
i la asía? Su bujía
-su pupila arta de idea-
briyaba triste. Ahora tea
perfumada: lus botiba,
recojía su nota biba
en campanario de aldea.
“Luz votiva: palabras exactas las de Melendes, luz que guarda una promesa, la de la poesía; luz también de la vela que se enciende para rememorar, perfumada como el recuerdo, luz transitada por la sombra como en toda la poesía de Dávila.
El verso citado, “prendida y afuegada”, parecería un anticipo de muchos poemas de la etapa final de Ángela María Dávila, como por ejemplo “Deseo” (50), del libro póstumo La querencia (San Juan: ICP 2006):
por la espera amoratada
prendí las brasas, quedé
sin más guarda que mi sed
ávida y encandilada.
Encandilada es hermana de afiebrada, así como del fuego elemental, la candela fresca, el destello total y el salto hacia la luz que abundan en su segundo libro, Animal fiero y tierno (Río Piedras: qeAse 1977). Concurren en el vocablo “afiebrada” significados cónsonos con este primer libro: deslumbrada, con ilusiones, avivada, con el sentimiento amoroso despierto, iluminada. Ya en Homenaje al ombligo va fraguando la poeta su mundo metafórico, su lenguaje peculiar. Como los veinte surcos del primer libro de Julia de Burgos camina aquí la poeta “abriéndome a empujones senderos y caminos /por todas mis arterias” (10). Hay “ataduras de luz”, “luz desolada”, “luz inconclusa”, huesos “sujetos por la luz” y si bien se entromete la sombra que “se hace cada día más amplia y profunda”, la luz es “más alta, más clara, más inmensa, más acogedora, más audaz y más brillantemente triste”, como lee su poema en prosa “¿qué pasa?” (Homenaje al ombligo 34-35). Esa tensión de sombra y luz se repite en Animal fiero y tierno (Río Piedaras: qeAse 1977), desde el epígrafe: “malabarismos, trucos para entender la luz /a veces más oscura que la sombra, /rigen esta punzante pasión por la palabra”. Son dos tensores presentes muchas veces en La querencia, en el que hay un junte de luciérnagas voraces, cerco de fuego, chispas azules, huellas encendidas, luz en su guarida, “luz vuelta luz”, verdadero areyto de brasas. Un “orden de luces para siempre” clausura el libro en el “Trasunto” (181), sección que cierra La querencia con una ‘confesión del sí y del no’, un “orden de luces” que al final reconoce una de sus más entrañables filiaciones: “(‘confesión del sí y del no ‘desde Julia de Burgos”).
:
¿será la rosa,
será el concreto armado, será la tierra oliendo a simple lluvia
será la garra
o el hueco de la mano,
la sombra devorando la luz que no termina,
el destello total
inaccesiblemente amenazado?
También en el discurso de la intimidad, en otro poema del mismo libro, “qué trascendencia”, hay ya desde el título esa búsqueda acuciante (39):
había un manantial sonoro murmurando
el destino de sangre rumorosa;
un filito brillante, un grito austero
una torre,
un navío ensangrentado,
una sombra de luz,
una paloma,
Aun cuando es la suya una poesía que remite frecuentemente a la cotidianidad hay siempre un entorno que ubica sujetos, acciones y emociones bien en la historia de la especie, bien en la propuesta de un mundo colectivo que se guíe por la justicia, bien en referentes culturales más amplios, enlazados a la materialidad de lenguaje y cuerpo. Lo escribió con precisión Irizelma Robles en las palabras introductorias a la entrevista con la poeta, “Anjelamaría Dávila: los estilos del aroma” (Libroguía 2, 1 julio-septiembre 1996): “En Anjelamaría Dávila la palabra suena, huele y nos toca” (13), apuntando a cómo las palabras de la poeta van más allá de los referentes inmediatos, invaden nuestro cuerpo. Unos versos lo representan cabalmente: “y rebuscando esta pequeña historia /por dentro de mis ojos diminutos /descubro la partícula gigante /donde habito” (Animal fiero y tierno13).
De lo diminuto a la partícula gigante, del cuerpo individual a la colectividad, de los pies “cansados /de verse pisar siempre” (Homenaje… 6) al dolor del otro. De ahí que su poesía sea profundamente política: Aurea María Sotomayor en el prólogo a la antología De lengua, razón y cuerpo. Nueve poetas contemporáneas puertorriqueñas (San Juan: ICPR 1987) apunta que desde Homenaje al ombligo su temática “aunaba lo social y lo lírico de forma innovadora” (25). Rafael Acevedo en el prólogo a la edición de Homenaje al ombligo propone que “Su poesía retroalimentada por el intercambio con el Grupo Guajana, supo derivar a una escritura capaz de unir el lirismo subjetivo con la declaración política concreta” (xii).
Tal cualidad recala en un mestizaje fértil, preñado de lirismo, nutrido por el lenguaje metafórico de raigambre muy antigua, que Dávila teje junto al lenguaje coloquial y a referentes de la cotidianidad. El mundo metafórico que labra la poeta, su selección lingüística, entraña un claro trasunto con el lenguaje propio de la literatura mística, a la que remite directamente su libro La querencia, también filtrado vía poetas que lo reelaboran como Juan Antonio Corretjer y Fancisco Matos Paoli. Martín Velasco en El fenómeno místico. Estudio comparado (Madrid, Trotta 1999) ha reflexionado sobre la “transgresividad” del lenguaje místico, al cual lo caracteriza “la constante tendencia a llevar el sentido primero de los vocablos hasta el límite de su capacidad significativa y en la utilización simbólica de todos ellos” (53). Tal estrategia nutre el lenguaje poético de Homenaje al ombligo, Animal fiero y tierno y La querencia.
La escritura de Dávila trasciende también los poemas individuales, los cuales quedan inmersos en una organización minuciosamente trabajada que disemina otros significados. En Homenaje al ombligo se trata de un “dúo dialogante”, como lo llama Rafael Acevedo en el prólogo, que comparte temas, lenguaje, motivos poéticos (xiii). Leticia Franqui ha leído en Atisbos al Animal fiero y tierno (San Juan: Alas 2006) el montaje del libro en el que cada forma funciona como el espejo de un discurso mayor (18). De las “regiones” que conforman este segundo libro, cuatro y un epílogo, se pasa en La querencia a las “moradas”, espacios que culminan en un Ámbito y quedan circundadas por el Umbral y el Limen, organización que abordo en “El hilo imprevisto en el bordado: La querencia” (López Jiménez. La querencia183-198). Dialoga Dávila en la estructura de este último libro con santa Teresa de Ávila y su libro Las moradas o El castillo interior, cuyos espacios constituyen un modo de búsqueda para llegar a lo que aspira.
Dado el enjambre metafórico que va labrando desde muy temprano la poeta en su escritura (agua, ala, fuego, manantial, luz, estrella) es lógico ver su desarrollo en La querencia: la organización del texto desde la obra de Teresa de Ávila (a quien convierte en tere dávila). Ya Joserramón Melendes remitía, en el texto que escribió sobre Animal fiero y tierno, que se reproduce en Postemporáneos (Río Piedras qeAse 1994 17-22), al hecho de que junto a la propuesta del individuo y del futuro colectivo “ese culto a la concupisensia del misterio, esa tendencia a la poesía mística u órfica, primitibismo, permanece” (17). Barradas, quien escribe que nuestra poeta “coincide con la gran mística católica del siglo XVI sin convertirse por ello en creyente” concluye que “habrá que estudiar con más detalle ese elemento trascendente en su poesía” (Barradas Claridad En Rojo 14-20 de junio de 2007 17). Camino la ruta de esas sugerencias. Es la pista que he querido seguir, apuntando brevemente su desarrollo desde Homenaje al ombligo, libro en el que ya se fragua la preferencia por referentes como agua (que, como escribe Rafael Acevedo, lo empapa todo) y luz, poesía con el afán de sembrar “un fuego hermoso, espeluznante” (15) y el gusto por quedar desnombrada que recalará en las voces que se encuentran en La querencia.
Dávila, en su libro póstumo, se apropia y transmuta en décimas los versos de San Juan de la Cruz. En la entrevista de Irizelma Robles citada comenta sobre esa dificultad y sobre cómo escoge hacer suya la escritura del místico: “Yo a lo sacro le espatarro las décimas. Mira qué antojo, ¡tu sabes lo que hay que hacer para procesar los endecasílabos de San Juan de la Cruz en décimas!” (Robles 18). En poemas como “un no sé qué que queda” (glosa de san juan), 173, cuyo epígrafe es el verso del poeta, “un no sé qué que quedan balbuciendo”, transforma en las décimas la forma verbal del poeta (quedan), la convierte en “queda” a excepción de la décima final. Busca así aludir a lo que queda tras su viaje amoroso, incrementado la ambigüedad al no adjudicarla a sujeto alguno:
no sabía su conciencia
que a mi corazón llagaba
un no sé qué que quedaba
balbuciendo tu presencia.
Dos de los místicos españoles destacados quedan entrelazados en la forma misma del libro, en su composición y lenguaje metafórico, en el proceso de búsqueda y unión con el amado. Dávila sigue de cerca la indagación del Cántico espiritual. Canciones entre el alma y el Esposo” (32):
andé de abajo hacia arriba
el triyo que caminaste,
sin saber si me buscaste
o me diste por perdida.
(La querencia173).
El vocabulario sanjuanístico queda junto y revuelto aquí con otro léxico en el que el alma es “ánima arisca, salvaje”, podemos encontrarnos con los vocablos de Mon Rivera en “Las barándanas de la lúnida” (64) o con el registro coloquial en poemas como “epítetos ¿injuriantes?” (160). “La querencia es lo místico y lo sensual” dijo Ángela en la entrevista de Robles. Creo que no se equivocó y que supo adobar bien “la cena que recrea y enamora”, pulir el ensamblaje de la trascendencia que transita en su poesía con otras tradiciones, voces, rituales.
Luz, luzaso, alusado, luciérnagas, lumbre de agua, brasas, cocuyos: La querencia es un libro con relumbres en cada esquina y con zarpazos de sombras afiladas que acechan. El balance se inclina a favor de la luz, así centellea en el poema que cierra el libro, “derramada en mi vaso” (177), que junto a “un no sé qué que queda” integran el Limen, una última morada. Umbral y limen son sinónimos, si bien en el umbral se agazapa claramente la sombra y en limen hay una segunda acepción. Umbral deriva de lumbral, que a su vez se desprende del latín liminaris: liminar o lo que está primero; la segunda acepción de limen, entrada al conocimiento de algo, late en el texto pues Dávila, conocedora y escudriñadora de las palabras, de su “puesta en escena” (Franqui 86), aprovecha este trasunto del vocablo. Melendes , en el texto sobre Animal fiero y tierno expuso esa precisión en el manejo del lenguaje: “Una exagtitú pasmosa caragterisa la selexión de material lingüístico de esta escritora” 17).
Tras concluir su vivencia amorosa la voz poética adviene a un conocimiento distinto del espacio o ámbito que vive, quedando brillosa y transparente:
derramada en mi vaso
una gota de luz colmó mi fuente|
después de ti (177)
Al final solo queda la boca húmeda y el mundo, “el gran beso del mundo”: el resultado de ese viaje. Los dos poemas del Limen constituyen una especie de espejo que mira al resto del libro, que se organiza en cinco moradas y un ámbito, metáfora con la que Teresa de Ávila representó la búsqueda espiritual como un castillo de cristal “constituido por siete moradas que parecen ser, simultáneamente, siete palacios o castillos concéntricos”, según propone Luce López Baralt en “El símbolo de los siete castillos concéntricos del alma en Santa Teresa y en el Islam” (Huellas del Islam en la literatura española, Madrid Hiperión 1985 73). A la complejidad del montaje, al mestizaje en La querencia abonan las subdivisiones, las citas, los títulos de las moradas que configuran un cuchicheo con la tradición poética: Julia de Burgos desde siempre, Corretjer, Matos Paoli, Palés Matos, Ché Melendes, Vanessa Droz. Un hilo conductor sirve de hilván a las moradas, que como en el modelo teresiano configuran una progresión. Como una madeja se desenreda aquí la vida de una hembra de la especie, pasando por los rituales de la primera menstruación, el enamoramiento y la vivencia de una pareja: amor y desamor, encuentro y pérdida. Se recala al final, en la sección llamada Ámbito (morada del sujeto colectivo), en el areito de la tribu que celebra el poema “La yerba bruja azul” (167), hermoso homenaje a Corretjer, dedicado justamente al poeta, a mamá ánjela y a ‘la llaga de amor viva’, mención casi directa de San Juan de la Cruz.
En el Limen, espacio final de La querencia, el corazón constituye el equipaje del viaje que se ha llevado a cabo:
caminé de vuelta el viaje
desandando lo que anduve,
corazón y sino tuve
en provisión de equipaje. (176)
Con la glosa de San Juan de la Cruz concluye el viaje que inició la sujeto en el Umbral, sección que abre paso a las moradas, aludiendo al aspecto concéntrico de la estructura y al cierre del ciclo de La querencia: “sin equipaje resbalé lenta hacia el barco que me esperaba para mi terrible viaje de ida… di la espalda empezando a morir. en pena, bestia herida y sin querencia a donde regresar” (“la última vez que lo hicimos”, 22). A tenor con las “envolturas del corazón” del místico musulmán Ibn Arabi (López Baralt 87) encontramos el “Laberinto de algas”, título que envuelve las cinco moradas y el ámbito. Umbral y Limen quedan aparte, probablemente por configurar la apertura y cierre del conjunto, el viaje del inicio y el del final. El viaje suele encerrar un aprendizaje, un descubrimiento que aquí deviene en conocimiento interior que es no solo individual; el tránsito por las moradas lleva también al reconocimiento de la tribu. Hay moradas más íntimas como la segunda, “Gozo de amor vivo”, que remite a la “Llama de amor viva” de san Juan de la Cruz, así como otras que van al encuentro de la tribu, como la morada quinta, subtitulada “Poesía indoméstica” o el Ámbito, subtitulado “Yerba bruja azul y otras yerbas”. Trascendencia e inmanencia se dan la mano como en un poeta tan querido por ella, Francisco Matos Paoli. Nos convocan estas moradas al areyto: té de llantén, una hoja retoyada de yerbabruja, tambores de presagio nos llaman a encontrar esas piedritas escritas donde se lee el areyto, la celebración común que, desde su luz, presagió Ángela, “prendida y afuegada” desde termprano en su escritura, con “la luz hinchada y firme de tan ancha” (Homenaje al ombligo 13). Desde entonces, desde ese libro inicial, la poeta se pregunta, como en la canción “Pájaro santo”, que volvimos a escuchar en Radio Universidad (2 de febrero de 2022, con Norma Valle y en la voz de Mariana Lima Espada): “cómo pongo el llanto para hacer una canción”. Es búsqueda presente en su obra desde muy temprano.