Primavera rota
La medida de la decencia y la dignidad de los países puede medirse de varios modos. Propongo un par de criterios: cómo tratan a sus viejxs, a sus niñxs, a sus estudiantes, a sus marginadxs, a sus enfermxs, a sus mascotas, a todxs lxs seres que, de algún modo, son vulnerables ante los intereses productivos del capital. En Puerto Rico sacamos F en esos criterios y solo basta una mirada por el paisaje urbano y rural de nuestra geografía para contagiarnos de una pena milenaria por el estado de abandono en el que lxs tenemos casi siempre. Sólo basta con mirar nuestras cifras de maltrato a menores y de desertores escolares para reconocer que estamos fracasando como país decente y digno.
Sin embargo, en las últimas dos semanas de abril, justo en la víspera de una primavera lluviosa en este archipiélago caribeño, han botao la bola los funcionarios del gobierno de turno, el Congreso de los EEUU y otros tantos burócratas de hoy. A los estudiantes universitarios los tienen asediados. En un país donde la educación pública universitaria se disparó de un plumazo con un aumento de $800 de cuota, ahora las Juntas Administrativas –que están más pendientes de cuadrar presupuestos a toda costa y de tener contentos a algunos– han reducido cupos de matrícula con una operación mágica y secreta. Las razones académicas y sociales han estado fuera de la mesa. Los números descontextualizados se han impuesto.
El caso del Departamento de Humanidades, Recinto Universitario de Mayagϋez, cuyo programa de mayor demanda (Artes Plásticas) ha tenido una reducción de 20 de 50 cupos en sólo dos años académicos es un signo de alarma. Desconozco si los docentes fueron consultados, desconozco si el Senado Académico tuvo alguna jurisdicción en este tipo de decisiones, pero lo cierto es que está en efecto y así se han llevado a cabo los dos procesos de admisión de los últimos años.
Ahora también el Congreso de los EEUU quiere cuadrar su presupuesto a la mala. Las becas Pell y los préstamos estudiantiles han sido su chivo expiatorio. En pocas palabras, ahora un estudiante tiene seis años, en vez de ocho, para terminar su bachillerato, tener beca completa requiere un nivel de pobreza más bajo y se pagarán más intereses por los préstamos. El primer asunto podría verse como un ajuste de cuentas en pro de la calidad si se analiza en el vacío. Pero ninguna de estas cosas ocurre en el vacío. En la UPR se gradúa en 6 años el 50% aproximadamente. Hay universidades privadas que sólo gradúan el 8%. Sin embargo, la medida es más miope de lo imaginable. En el RUM, universidad donde enseño hace trece años y donde dirijo el Centro Universitario de Acceso (CUA) desde enero de 2011, hay estudiantes que tienen que esperar tres años o más para conseguir en matrícula un curso requisito medular sin el cual no pueden tomar un solo curso de especialidad. Ahora, para colmo de males, si fracasas o te das de baja de uno de esos cursos embudo (pienso en pre-cálculo, pero hay otros ejemplos), no podrás optar a matricular el mismo con carácter de prioridad, así que tu espera para repetir el mismo puede ser aún más larga. Como bien dice Rima Brusi, la soga parte por lo más débil. ¿Los genios de la tijera ciega pensaron en eso? Quizá. Por eso se les ocurrió que había que admitir menos estudiantes, o sea, reducir los cupos. Otra vez, en el vacío, eso podría ser razonable y lógico. Pero tampoco.
¿Qué opciones les quedan a los estudiantes que se quedan fuera de la UPR? Matricularse en la universidad privada o no hacer estudios universitarios. El problema del primer caso es que la universidad privada con índices de graduación más altos en seis años tiene el 35%, las demás dejan mucho que desear. ¿Qué pasará con todos los que se queden fuera? ¿Qué pasará con los que no se gradúen en esos seis años que le va a cubrir la beca Pell?
Se quedarán sin alternativas educativas y profesionales y se las tendrán que buscar como sea. El desenlace de esa historia lo conocemos bien. Domina los noticieros y los periódicos. Domina las estadística del deterioro social. Ante ese escenario, no nos quedará más remedio que declarar a Puerto Rico como un país desahuciado. La decencia y la dignidad brillarán por su ausencia y estaremos todos peor. Si este análisis no le interesa a la universidad pública de Puerto Rico estamos perdidos. En poco tiempo contaremos la democratización del conocimiento como un érase una vez. Tenemos una primavera rota en Puerto Rico.