Primero de julio: apunte sobre la mirada recta
Soy un romántico que cree en la revolución de nuestrxs cuerpxs, de nuestras relaciones afectivas, de nuestras revoluciones internas. Soy un romántico académico que toma el mariconaje guerrero de la Lemebel, la patería de la Ramos Otero, el coraje de Mara Negrón, la agudeza de Ochy Curiel, la fuerza de Audre Lorde, la complejidad de Rían Lozano, el ingenio y la frescura de Mabel Rodríguez como guías que permiten ensayar otras miradas. Me cansé un poco de jugarle a repetir la norma diciendo que no lo hacemos mientras solo tomamos una vía alternativa para volver al mismo lugar = academia. Pero aquí ando en búsqueda de intermitencias y fugacidad para acercarme de una manera que por lo menos sea consciente y responsable de esto (qué pena que esto no me cuente para mis cursos a pesar de que lo que sigue está totalmente atravesado por ello).
“¿Qué hacemos cuando miramos?” Recuerdo cuando escuché esta pregunta por primera vez. Probablemente dije “estos posmos están cabrones, ya no saben qué otra mierda inventarse”. Luego de mucho trabajo propio he descubierto que mi tema de investigación desde hace siete años, que se rige bajo la pregunta de “¿qué hacemos cuando miramos?”, me acompaña hace muchos años más. Mi mirada le huía al espejo. Más allá de usar el espejo para cuestiones de aseo, solo permitía que mi mirada atravesara el espejo a toda prisa, y más si yo estaba en ella. La gordofobia propia era uno de los temas que más identifico, pero eso acompañado con todos los comentarios sobre lxs cuerpxs gordxs que se escupen a diario sin que nadie los pida. En particular recuerdo a un compañero de la escuela que siempre que nos vemos su primer comentario desde que tengo memoria es sobre el cuerpo: “estás más gordo”, “estás más flaco” y ahí uno fingiendo como-sí no importara su comentario.
Pero no lo entiendan mal. Ahora mismo en mi vida he bajado unas cuantas libras por un nuevo hobby que me ayudó a salir de un momento oscuro de esta vida adulta cruzada por la explotación laboral, la migración y un proceso de transiciones genéricas que aún no me logro explicar. Esto me ha llevado a bajar de peso y recibir un montón de comentarios que me incomodan, que no sé cómo procesarlos y este es un primer ejercicio para comprenderlo a partir de algo que sucedió el primero de julio.
La mirada se ha vuelto mi campo de estudio, precisamente a partir de las aportaciones de Rían Lozano cuando habla sobre la mirada recta. Para Rían, el ojo recto o mirada recta, siguiendo a Preciado y Wittig, es una construcción política “según las leyes de la belleza o del buen gusto o de la normalidad” (Lozano 2010: 44). Es decir, Rían toma las aportaciones de Wittig sobre el pensamiento straight y la relectura de Preciado de cómo se produce el cuerpo straight para aterrizar el análisis sobre la mirada. Para convidarnos a pensar en que detrás de quien mira hay un mundo de preguntas más: ¿qué sabemos y qué vemos? ¿cómo sabemos y cómo vemos? ¿por qué lo sabemos y por qué lo vemos? La mirada no se produce en soledad, siempre está habi(li)tada por referencias, por otras miradas, por otras formas de sentir, otras formas de ver (por ejemplo, un reto actual del cual me hice consciente gracias a Johnatthan Maldonado compañero del doctorado, ha sido cómo repensar los estudios de cultura visual desde la discapacidad).
Y pues, los comentarios que venían sobre mi cuerpo gordo, también le sumaban a que mi mirada se le escapara al espejo. La presencia de la mirada de lxs otrxs sobre mi cuerpo llevaba a que hiciera cosas anti-tropicales en contextos tropicales como Puerto Rico. Por ejemplo ir a la playa casi casi como iba al cine. Con el tiempo el bonito travestismo, salir del clóset de mi bisexualidad marica y la terapia me relajaron en ese aspecto. Pero ahora que mi cuerpo está en un proceso de cambio, los comentarios al respecto del mismo me comienzan a cagar, por no decir que me encabronan. Siempre he tenido este cuerpo, allá ustedes si su mirada recta no veía esta belleza tropical.
Pero esto no me interesa ahora, me preocupa más el espacio de mi propia mirada y cómo le huía en el espejo. Mi propia mirada recta. Que no era una mirada sola sobre mi cuerpo gordo, también era una mirada a la que le daba miedo el espejo y no verse tan masculino como se supone. No cumplir con esa norma visual para que la violencia no te toque. Esa violencia que conozco bien desde chamaquito porque yo mismo la generaba ante otros cuerpos. Ese terror, odio, de mirar al espejo y escuchar los comentarios mientras te ves: “eso que sienten están mal”, “están enfermos y enfermas”, “¿te vas a cortar el pene?”, “los maricones son asquerosos y las lesbianas una asquerosidad”, “no seas pato y tíratela”, “un hombre no es así, es fuerte y mantiene a su mujer”, “ahí es cuando la naturaleza se equivoca, y tienes a un niño en un cuerpo con senos, matriz y todo. Puro error”. Mirar al espejo y sin ponernos psicoanalíticxs, era también un ejercicio de ver lo que tenías que ocultar.
Odiarse tampoco es una cosa que pase en soledad. Cuando le eres fiel a tus revoluciones muchas veces lo primero que te encuentras es que te enseñan a odiarte. Porque fracasas, no eres parte, no te acercas tanto a la norma como ellxs, por eso eres otrx. Yo creo que cada vez me voy odiando menos y tratando de tener una relación afectiva propia sana. Más allá de odiar a quien hace los comentarios, he visto que lo que me saca de onda ahora es darme cuenta de lo mucho que me odié. No me malentiendan, quienes generan violencias a través de sus miradas rectas tienen la responsabilidad total. Son un asco.
El primero de julio trajo el recordatorio de manera directa que el mes del orgullo políticamente correcto se acabó. He tenido un cuerpo privilegiado por el cistema de vida, así que los actos homofóbicos que he vivido han venido más por mi travestismo que otra cosa. Pero la memoria colectiva está armada de muchas miradas y experiencias. Me odiaba porque sabía cómo hablaban de fulanito, lo que decían de fulanita, cómo tratábamos a “ese amigo” maricón en la high o cómo después que salió del clóset no le volvieron hablar. Recuerdo que en algún momento me odié por perder relaciones, personas que se alejaban a la que salías del clóset. Hoy doy gracias porque se fueron.
Recuerdo odiarme porque sentía que había algo raro en mí, y había olvidado lo que se sentía eso hasta el primero de julio. “Si decidiste no hacer la transición no fue tan fuerte tu proceso”; cayó el putazo de golpe mientras una persona transfóbica cuestionaba tu vida. “¿Por qué te nombras cómo maricón? tú no lo eres…”, seguía mientras cuestionaba la bisexualidad, y ahí comienzan a pasar imágenes de todas las veces que te odiaste y no te asumías, de todas las veces que violentaste con palabras similares, de todas las veces que tú mismo te diste miedo porque de pequeño escuchabas que las locas iban al infierno. “Fue nada más algo que quería expresar…” dice para justificar su transfobia, para justificar su mirada recta, su pensamiento binario, su violencia de que seamos congruentes así como te lo piden las instituciones médicas, jurídicas, deportivas, culturales que día a día buscamos transformar y destruir. Algo que “quería expresar” sin hacerse responsable de su violencia, más bien sin darse cuenta ni querer darse cuenta de que es violenta.
Aquí viene el giro: viste el odio que viene de alguien que ante el cistema heteropatriarcal está más cerca de ti que de la norma y te recordaste que así eras. Que te habían enseñado a odiarte desde que naciste, pero aquí estás, confiando en tu revolución propia y amándote, sintiendo la cuerpa un día a la vez, asumiendo tus violencias y desarmándolas. Bonito primero de julio, el orgullo de ser diferente no acaba, no se silencia; con el orgullo de ser diferente celebramos nuestras vidas todos los días, todo el año.