Propuesta para acabar lo inacabado: sobre Litoral de Luis Palés Matos
…Palés publicó fragmentariamente los primeros veinte capítulos en 1949 (en Diario de Puerto Rico) y en 1951 (en el semanario Universidad), sin que los restantes nueve capítulos aparecieran impresos hasta 1978, cuando Margot Arce los incluyera en la edición del volumen Poesía completa y prosa selecta, publicado por la Biblioteca Ayacucho. Litoral no aparecerá completo en Puerto Rico sino hasta 1984, en la edición que hiciera Arce de las Obras de Palés para la Editorial de la Universidad de Puerto Rico. Allí aparecía acompañada del tipo de prosa miscelánea que, aparte de su inmenso valor, atañe a menudo tan solo a los especialistas. (xii)
Esta edición que por fin tenemos en nuestras manos es, pues, la primera que se hace de la novela de Palés como texto independiente. Sorprende por muchísimas razones que hayamos tenido que esperar 64 años para tener este libro, que estaba perdido e incompleto en viejas revistas o casi escondido en ediciones de poco acceso al lector promedio. ¿Por qué esta larga espera, esta larguísima e injusta espera?
La primera razón para tal triste historia editorial, razón que encubre otras razones, es, obviamente, que Palés no llegó a terminar la novela. Al haber quedado inconclusa, como uno de esos edificios que salpican el paisaje urbano en nuestros días de crisis económica, la obra no provocaba el interés del lector promedio. Esta se convirtió así en una especie de paradójicas ruinas solo visitadas por los especialistas que allí iban como arqueólogos en busca de evidencia del proceso de creación de Palés y de recuerdos o paralelismos con el resto de su obra. ¿Por qué iba a acercarse a este texto el típico lector de novelas, interesado sobre todo en la trama de las mismas, cuando esta estaba sin terminar? Era como querer mudarse a una casa sin terminar. Frecuentar estos predios literarios aparentemente no tenía mucho sentido y, por ello, el libro no circuló como unidad independiente hasta ahora.
¿Por qué quedó inconclusa la novela de Palés? Noel Luna recuerda que José I. de Diego Padró, gran amigo del poeta, aseguraba que este le había confesado que no acabó la novela porque no sabía cómo hacerlo, cómo darle un cierre efectivo. También Luna apunta las posibles razones por las cuales comenzó a escribirla: Palés pasaba por momentos de crisis emocional provocada por la muerte de varios seres cercanos y por sentirse él mismo próximo al final tras sufrir un primer ataque cardiaco, mal que unos años más tarde sería la causa de la suya. Vista desde esta perspectiva Litoral es una especie de examen de conciencia del autor y, por ello, el personaje principal se puede ver como su alter ego. Hay que apuntar que la novela sigue las normas de la clásica “Bildungsroman”, narración del proceso de transformación de la adolescencia a la temprana madurez del protagonista. Esa identificación del personaje principal, Manuel Pedralves, con el autor adquiere más sentido cuando vemos el interés de Palés por presentar en su novela un retrato de su pueblo, Guayama, o de un arquetípico pueblo provinciano boricua de principios de siglo XX. Como en su primera poesía, en Litoral Palés está interesado en presentar y entender la vida pueblerina que lo asfixiaba.
“¡Piedad, Señor, piedad para mi pobre pueblo / donde mi pobre gente se morirá de nada!”: la novela entera se puede leer como la exégesis de esos emblemáticos versos palesianos ya que, capítulo tras capítulo, presenta los problemas sociales y políticos de la vida provinciana puertorriqueña de la niñez y adolescencia del poeta. Recordemos que Palés comienza a publicar su novela justo cuando su amigo Luis Muñoz Marín llega al poder y empieza a implantar sus reformas económicas y políticas en el país. Pero en Litoral, al menos en lo que nos ha llegado a las manos, no hay nada del optimismo muñocista de las décadas de 1940 y 1950. El pesimismo que permea la poesía de Palés hace muy evidente acto de presencia también en la novela.
Esa es la lectura tradicional de Litoral y la que más atrae: ver la novela como reflejo de las ideas principales del autor y de su poesía, que es su gran contribución literaria. Pero valdría la pena olvidar, al menos por un momento, esa lectura y acercarse a la obra como texto independiente; en otras palabras, valdría la pena leer la novela como novela y sin pensar en la poesía del autor ni en las ideas que se perfilan en la misma. Vista de esa forma, hallamos un texto que se construye por bloques ya que cada capítulo parece ser una unidad que puede verse como una estructura independiente que, en algunos casos, puede sobrevivir como texto autónomo y muy marcado por la tradición decimonónica del cuadro de costumbre.
Entre esas escenas costumbristas sobresale el capítulo que se dedica al baquiné (capítulo XVII) ya que es uno de los pocos textos en nuestras letras que ofrece un testimonio directo de ciertas tradiciones neoafricanas que demuestran la vitalidad de esas culturas entre nosotros. Es también el capítulo de la novela que más se emparenta con Tuntún de pasa y grifería, la obra más conocida de Palés. Estoy seguro que este capítulo cobrará con el tiempo vida propia por su relevancia antropológica y por su estructura poética. La estructuración de la novela por capítulos que parecen pequeñas unidades independientes –aunque se establece una clara trabazón en la obra por medio del personaje principal y su familia, centro de toda la narrativa– me hace pensar que Palés tuvo que haber tenido un plan general para la obra, aunque el testimonio de Diego Padró parece negar esta posibilidad.
Como texto narrativo, Litoral está marcada por ciertos rasgos de estilo que a veces hacen su lectura algo pesada. Palés emplea en la novela un lenguaje arcaizante de estructuras morfológicas que no responden a la lengua puertorriqueña. Por ejemplo, el uso del pronombre vosotros y de la forma verbal correspondiente a este, así como la incorporación del pronombre reflexivo al verbo le dan al lenguaje empleado un tono arcaico y, más aún, artificial o hasta falso. Ese lenguaje no deja de tener tonos hispanófilos. El dato es problemático porque en los debates de su momento, Palés defendía el antillanismo esencial de nuestra cultura; era defensor del mestizaje cultural –por ello su cultivo del negrismo– y no de la exaltación exclusiva de las raíces hispanas, actitud muy típica en otros escritores del momento.
Pero, a la vez, Palés incorpora en su texto palabras de la lengua popular y, sobre todo, pone un fuerte elemento poético en las descripciones. En ese sentido, el lenguaje mismo, como ocurre tantas veces en su obra en general, es el protagonista principal de la novela y, por ello, este, muchas veces, queda elaborado de manera afiligranada y hasta barroca:
Detrás, bajo dos tamarindos añosos, están el pesebre y la herrería, con los viejos trotones de tiro adormilados plácidamente al runrún de las moscas, que revuelan sobre las bostas tibias y húmedas. Son unos matalones mustios y aviolinados que engullen su pienso filosóficamente y que de vez en cuando baten el mosquero que les pulula, con sus maslos cortos y descrinados.”(p.15)
La maestría verbal de Palés, como esta cita muestra claramente, tiene obvios contacto con lo que hoy llamamos la estética neobarroca y, por extensión y dadas las relaciones que establecemos hoy entre esta estética y el concepto de mestizaje, con la defensa de las raíces caribeñas de nuestra cultura.
En ese juego neobarroco sorprende particularmente la atención que el autor presta a las imágenes olfativas con las que a veces resume toda una situación y hasta en ocasiones se vale de las mismas para presentar ideas sobre la política y la sociedad pueblerina: “Era aquel abandono municipal; aquella inercia envolvente que brotaba de todo como miasma, como un vaho somnífero.” (p. 98) En otros momentos la trama queda resumida magistralmente a través de ese tipo de imágenes. Por ejemplo, la iniciación sexual del protagonista con una prostituta queda efectivamente plasmada a través de los olores:
Llegamos. Cuando abre la puerta me da en el rostro un vaho denso y caliente de prendas de mujer usadas, de polvos, afeites y perfumes baratos, de orines, junto al olor frío y clínico del jabón antiséptico y el agua fenolada para los íntimos lavatorios. Olor de casa de amor y de hospital. (p. 137)
En otros momentos de la obra, aunque estos son desafortunadamente más escasos, Palés se vale del choque del lenguaje culto y el popular para crear una imagen chocante que nos remite a su magistral empleo de lo vulgar o lo soez como base de lo poético: “Y la prostituta, libre ya de los cintajos y fajines que constriñen sus blandas y nutridas protuberancias, se derrama, desnuda, en el lecho, como ofreciéndome su plato de mondongo.” (138)
Todos estos ejemplos apuntan a un dato importante: la prosa de Litoral se caracteriza por un elemento poético que se construye por distintos medios y que contribuye muy efectivamente a las técnicas narrativas. El texto en sí –más allá de su relación con el resto de la obra palesiana, o sea, de su poesía– importa por su maestría verbal, por su presentación efectiva de los problemas de la sociedad pueblerina del Puerto Rico de principios de siglo XX y por la incorporación de cuadros de costumbre que no han sido recogidos por ningún otro autor nuestro. Por todo ello Litoral es un texto de valor en sí mismo.
Pero, a pesar de esa muestra de maestría verbal, siempre nos queda la pregunta: ¿Por qué Palés no terminó la novela? El testimonio de Diego Padró sigue siendo la respuesta más confiable. Pero me atrevo a postular otra opción: ¿qué tal si leemos Litoral no como una obra inacabada sino como una obra terminada? Me aventuro a postular que no es que las páginas que tenemos forman una obra inconclusa; es que estas páginas son la novela. (Pongo énfasis en el verbo y repito: estas páginas son la novela.) En ese sentido y vista desde esta perspectiva –sin negar lo innegable: en la realidad Palés no llegó a terminar la obra– el último párrafo del texto vendría a cerrarlo de manera efectiva porque, justamente, hoy sirve de cierre aunque esa no haya sido la intención del autor:
Apenas comienza a enfriarse la noche con la brisilla del tramonto, desbándase la tertulia y la botica queda sola, con su luz amarillenta proyectada en dos haces moribundos sobre la quietud de la calle solitaria. (p. 154)
Estas son las últimas palabras de la novela. Con esa forma verbal tan falsa y tan frecuente en la novela (“desbándase”), se describe el final de la tertulia pueblerina en la farmacia, centro de reunión de los pensadores ilustrados del pueblo. Al desbandarse los miembros de este grupo, queda como elemento dominante un paisaje urbano de quietud y aburrimiento. El tedio pueblerino se impone hasta sobre la intelectualidad que intenta ofrecer una alternativa para romper con ese agobiante cerco de aburrimiento. Pero no hay salvación y la nada del desgano se comerá, según Palés, todo intento de cambio. Esta idea se repite a todo lo largo de la novela y también a lo largo de la totalidad de la obra palesiana. En ese sentido, aunque Palés no haya terminado la obra, podemos predecir cómo hubiera sido su final de haberle podido darle cierre ya que el plan parece dado desde el principio del texto.
“¡Aquí no pasa nada; aquí no pasa nada!” (p. 18): así exclamaba uno de los personajes al comienzo de la obra. Ese aquí es el pueblo. Pero, ¿por qué no entender el “aquí” como la novela misma? Y si en la novela no pasa nada –aunque sí hay una trama básica e importante para la obra–, ese último párrafo, donde se describe el desbande de los ilustrados tertulianos pueblerinos quienes ofrecen posibles respuestas a los males que afecta su sociedad y donde domina, tras su desbande, la quietud casi mortuoria de las calles del pueblo, podría verse ese último párrafo como un cierre perfecto para la novela que, en cierta manera, Palés terminó al no terminarla. La aparente falta de conclusión del texto va perfectamente bien con el tema central de la obra y, vista de esa forma, el acto de no terminarla es una forma muy efectiva de así hacerlo o, al menos, de ofrecer un posible cierre. Como aquí no pasa nada podemos dejarlo todo en el aire y de esa forma el párrafo final, que propongo que leamos como un cierre efectivo, es un acto performativo donde no se hace nada, donde se concluye porque no se concluye. Es que quizás Palés terminó la obra y no se dio cuenta de ello porque quería para su obra el final sorpresivo de un cuento y no el mucho menos dramático de una novela. Litoral estaba terminada desde el comienzo porque, en el fondo, lo que la novela presenta es el tedio vital, la abulia y la encerrona de la vida pueblerina, y eso se hace claro y patente desde el comienzo de la obra y está fina y efectivamente elaborado a todo lo largo de la narración. En otras palabras, hoy trato yo de cerrar la novela usando el último párrafo del último capítulo, pero ya Palés mismo, desde el comienzo, desde el momento de la escritura, así la había hecho, aunque no se daba cuenta de ello.
Pero esa es una propuesta arriesgada, quizás muy atrevida y hasta demasiado posmoderna para mi propio gusto. Dejémosla, pues, en eso, como mera propuesta. No apostemos a ella, aunque la lanzo al ruedo para que la tomemos en consideración. Pero lo que sí podemos aseverar con toda seguridad es que Litoral no es la obra maestra de Palés, aunque no es un texto despreciable ni descartable. Al contrario, es necesario para entender plenamente al poeta y su obra y hasta para entender además nuestra historia y nuestra cultura.
También se hace completa y dolorosamente evidente que hemos tenido que esperar 64 años para tener la novela en las manos como texto independiente. Hay, por ello, que agradecerle a Eugenio Ballou, el editor de Folium, y su junta editorial por este hermoso proyecto que más que necesario es imprescindible. De eso no me cabe duda.