Prótesis
En la película, el protagonista “Marcos” (Carlos Marchand) transita entre la paradoja de lo roto y lo arreglado, con un aire de culpa y de distimia que solo es capaz de desaparecer ante la llegada de su opuesto: una joven de pelucas y postizos brillantes, de una intuición misteriosa. Todo ocurre como si el único que no tuviera prótesis identificable entre los personajes principales del filme hubiese encontrado a su extensión -o alma- gemela; o como si hubiese encontrado lo que, en apariencia, pareciera que jamás le hacía falta.
Con un humor que elijo no ponerle color -pues no todo es oscuridad-, el filme nos invita a la sensibilidad ante la pérdida y a la vulnerabilidad de los cuerpos; todo ello, sin perder de perspectiva la alegría o el humor, dentro de la tendencia al caos que pudiera materializarse en el plano terrenal. En algunos personajes, es representativo de ideas de muerte: en otros, es algo habitual y cotidiano tener ese “algo” adicional en su físico. Algunos son capaces de amarse sin prejuicios, precisamente por la prótesis. Otros, finalmente se aproximan a su nueva realidad desde el fascinante mundo de los superhéroes. Sea una prótesis médica o estética, representa lo mismo: una extensión simbólica del “self” -pues te conecta con tu interior, con los demás y con el entorno de un modo diferente- y, por consiguiente, es un “apéndice” adquirido que trastoca la identidad.
Prótesis me permitió reflexionar sobre tantas cosas que se desprenden de la nada y se integran en un todo, particularmente al analizarlo como metáfora de aquellas expansiones del ser que van más allá de lo físico. Por ejemplo, en aquellos sistemas familiares en donde otro ser significativo hace las veces de padre o de madre, cumpliendo cabalmente las funciones de un progenitor ausente. En aquellas empresas que valoran a sus empleados como una pieza trascendental de la “esfera” organizacional. En aquellas instituciones académicas que se encuentran restructurando sus organismos vitales, a nivel sistémico, y aspiran a la tecnología, al respeto, a la elegancia que emana de la simplicidad en los procesos burocráticos y a la “praxis”: a las “prótesis” útiles, dentro de un universo educativo constituido por un capital humano -activo y potencial- invaluable.
Pensar en prótesis es reflexionar en el devenir -y la fragilidad- de los cuerpos de Massumi y en la denominada “Era de los excesos” de Phillips. Es recobrar el poder interior a través de algo frívolo, frío, carente de vida y, a la vez, tan importante para aquellos que han perdido una parte de su ser, y se vuelve su acicate perfecto. Provoca pensar en la relevancia de los aspectos legales, deportivos, sociales, psicológicos y hasta arquitectónicos vinculados a los lugares habitados por seres con prótesis o con cualquier pieza o aparato especial de apoyo, hoy, el Mundo entero: presupone sensibilizar sobre el valor de la palabra y el derecho de aquellos que luchan con alguna discapacidad. Invita a mostrar apertura y seriedad en los contextos laborales cada vez que un profesional manifieste algún acomodo razonable, sea físico o mental.
Y así, con la misma agilidad y organización que transitaban las hormigas creativas y dotadas de verosimilitud, en Prótesis, debemos repensar todas las formas en las que podamos asegurar que cada ser de este planeta pueda coexistir en paz y “moverse”, desde la definición precisa que conlleve dicho verbo para cada uno de los transeúntes-mortales.
Debemos darle rienda suelta al poder de cada alma que cohabita en este vehículo que parece sin fin, paradójicamente finito y temporero. O ser capaz de posarnos frente a los demás, sin prejuicios ni limitaciones, como lo hizo la mariposa de aquel niño Marcos, quien aprendió a soñar, pese a la oscuridad.
O simplemente, ser capaces de volar.