¿Pueblo o Multitud? ¿Hegemonía o Posthegemonía? (Ceiba 1999, San Juan 2019, Vieques 2020)
A Roberto Rabin
Un hombre siente la urgencia de cruzar la calle. ¿Será que no quiere quedarse fuera de la foto? Sin siquiera habérselo propuesto, ha pasado a formar parte de esta colección de imágenes, de este apócrifo álbum de “la gran familia puertorriqueña,” whatever that means. “Se niega a estar solo. Es el hombre de la multitud”–diría Edgar Allan Poe, traducido por Cortázar en 1956, gracias al apoyo de la Editorial de la Universidad de Puerto Rico. Cruzar la calle, sin embargo, no lo vuelve un cruza calle. Su singularidad inquieta la consigna que arropa a ese sujeto colectivo que aparentemente se presenta como pueblo detrás de un cruza calle.¿Qué vemos cuando vemos esta imagen? Basta una fracción de segundo para que otra pregunta logre colarse por la apertura del obturador. ¿Qué nos muestra esta imagen: un pueblo o una multitud? Adelantemos que la masa que marchó en Ceiba el 4 de julio de 1999 ha pasado a la historia como la imagen de un sujeto colectivo no identificado, que se desplaza en los bordes que dividen al pueblo de la multitud.
Estas imágenes son contemporáneas de Nación Postmortem (2000), libro de Carlos Pabón, cuya portada y contratapa, al igual que muchas de sus páginas, ofrecen una visión forense de nuestra vocación nacional-populista. También estas imágenes son contemporáneas de Imperio (2000), libro de Michael Hardt y Tony Negri, que reintroduce en el pensamiento del siglo ventiuno el concepto de multitud. En los años que llevo guardando estas imágenes, mudándolas frecuentemente de casa en casa, se han publicado varios libros que debaten las categorías de pueblo y multitud. Quisiera pensar que estos libros han preñado de sentido estas imágenes.
Tanto en Gramática de la multitud (2002), de Paolo Virno, como en Multitud (2004), también de Hardt y Negri, se intenta sepultar la categoría de pueblo, al tiempo que se celebra la relevancia de la multitud como categoría en la política contemporánea. Por su parte, Ernesto Laclau, en su libro La razón populista (2008), intenta revivir, a fuerza de una respiración artificial de significantes vacíos y flotantes, la categoría de pueblo, entendida menos como sustancia que como proceso. Finalmente, Jon Beasley Murray, en su libro Posthegemonía (2011), señala las insuficiencias de la teoría de Laclau, en la cual la política contemporánea se define primordialmente como una lucha por la hegemonía. Beasley Murray propone un concepto de posthegemonía vinculado a los hábitos y a las potencias afectivas de la multitud. Aclaremos que, a nivel teórico, pueblo y multitud siempre pueden exponerse a un proceso de deconstrucción que cuestione las fronteras discursivas que regulan su diferencia conceptual. Siempre se pueden descubrir porosidades que desarmen la estructura de las mutuas exclusiones que intentan sellar los rasgos distintivos de estas categorías.
Si acudo a esta bibliografía, que recoge los debates en torno a los conceptos de pueblo y multitud, es porque me interesa replantear la pregunta sobre lo que dan a ver estas fotografías: ¿Son estas imágenes retratos del pueblo, es decir, fotos de una categoría gastada que, si bien continúa teniendo fuerza aglutinante, ha ido perdiendo su filo político? ¿O son estas imágenes retratos de la multitud, es decir, fotos de una fuerza colectiva ajena la hegemonía y al poder del estado? A juzgar por las apariencias, estas imágenes quizás tengan algo de procesión fúnebre y otro poco de estallido vital.
Si hago hincapié en las ficciones teóricas que rodean la pregunta propuesta por estas imágenes, es para subrayar que la fotografía, por sí sola, no está en condiciones para responder a estas interrogantes. Ninguna imagen podrá decidir definitivamente la disputa entre pueblo y multitud. La fotografía nunca estará en condiciones de afirmar lo que afirma Virno: “Si existe multitud, no hay pueblo. Si existe pueblo, no hay multitud” (19). Esa insuficiencia del medio fotográfico ante el pensamiento conceptual hace que la pregunta se vuelva más interesante, al ser precisamente una interrogante sugerida por la fotografía. Semejante a lo que ocurre en el teorema de Gödel, la disputa entre pueblo y multitud siempre quedará irresuelta, incompleta, indeterminada al nivel de las imágenes. Cualquier evidencia fotográfica que se ofrezca para confirmar o desmentir la existencia del pueblo o la multitud será siempre una prueba parcial y aproximada, una verdad a medias. Lejos de ofrecer una evidencia concluyente de la solución de la disputa, la fotografía se propone entonces como huella de las tensiones interpretativas que justifican o deconstruyen la distinción entre ambas categorías. Al captar las transformaciones y cambios de lenguaje del sujeto colectivo, la fotografía desafía las lógicas de transparencia que rigen la ficción teórica, basada en el aislamiento de las categorías de pueblo y multitud. La fotogenia proteica del sujeto colectivo no identificado, ¿pueblo, multitud, ambos, ninguno, velorio, estallido, cruza calle, hegemonía, posthegemonía, coco y piña, doble, escritura sobre un muro, firma sobre un bloque?, convoca una mezcolanza de potencias que acaba erosionando el carácter concluyente establecido por la estructura de exclusiones mutuas que legisla su diferencia conceptual. Pero tal mezcolanza de potencias sólo puede vislumbrarse cuando la ficción fotográfica se deja asistir por las mismas ficciones teóricas que desestabiliza.
La siguiente secuencia es una ficción fotográfica asistida por las ficciones teóricas de pueblo y multitud, de hegemonía y posthegemonía. Aplicada a esta secuencia de fotos, la función analítica de estas categorías se transforma en un recurso de relevo narrativo que subraya el carácter cambiante y relativo de la colectividad, de sus dispositivos políticos, de sus signos y escrituras. Según sea manipulada por las ficciones teóricas, la ficción fotográfica confirmará o cuestionará rasgos específicos de las categorías que nombran la colectividad política (pueblo o multitud), así como sus modos distintos de construir lo político (hegemonía o posthegemonía). La ficción fotográfica socava las fronteras de las ficciones teóricas del pueblo y la multitud, de la hegemonía y la posthegemonía, al proponerse como una secuencia que registra las mutaciones del performance colectivo a lo largo de un relato sobre los cambios en los usos y funciones del lenguaje. En nuestra ficción teórica y fotográfica, primero aparece el pueblo y luego surge la multitud. En las primeras fotos, el pueblo llega arropado en un cruzacalles que lo nombra, que porta significantes vacíos. En las últimas fotos, surge la multitud a partir de una escritura colectiva. El trayecto propuesto por estas imágenes nos lleva por la ruta de los conceptos de trabajo inmaterial y de escritura como marca y como huella fotosensible.
La imagen de un pueblo que marcha detrás de un cruza calles, articulando a su paso una demanda social, es el rastro visible de un performance de lo que, a nivel teórico, Laclau reconoce como la primera precondición del populismo: “la formación de una frontera interna antagónica que separa al pueblo del poder” (La razón populista, 74). Según Laclau, la hegemonía es un proceso que se articula a partir de significantes vacíos que operan en una cadena de equivalencias. El nombre del pueblo se produce a partir de una demanda social o política que condensa múltiples reclamos. Articulada por significantes vacíos, la identidad popular se establece como frontera. Apoyándome en la ficción teórica de Laclau, quiero interpretar el cruzacalles como portador de significantes vacíos que definen la frontera del antagonismo popular. “Todo Puerto Rico con Vieques” es una cadena de significantes vacíos que agrupa una multiplicidad de aspiraciones y reclamos sociales bajo una demanda específica: “Fuera la marina.”
El colectivo aparece como pueblo, como un grupo de personas cuya unificación se establece bajo la consigna de “Todo Puerto Rico con Vieques.” Para Laclau, “la cuestión de las identidades populares está fundamentada, precisamente, en la dimensión performativa del nombrar” (103). El pueblo es el resultado de la construcción de una identidad popular bajo la fuerza aglutinante de dos nombres que se alían en el cruzacalles: “Puerto Rico” y “Vieques.” El pueblo se produce también como el proceso de una lógica social, como el efecto de una cadena de significantes articulada por una demanda social: “Fuera la Marina.”
Desde la perspectiva de Laclau, “Todo Puerto Rico con Vieques” corresponde a la construcción del pueblo como proceso de enunciación de una identidad colectiva unificada, que articula la solidaridad de la isla grande con los reclamos de la isla nena. Cabe recordar que “Todo Puerto Rico con Vieques” fue solo uno de los nombres del pueblo durante este largo proceso de lucha. Otros nombres, como el de la página web “Vieques Libre,” o el del “Comité Pro Rescate y Desarrollo de Vieques,” condensan el nombre del pueblo viequense con la demanda social a la que aspiran estos colectivos. Laclau llama hegemonía precisamente a la operación en la cual una diferencia particular, en este caso Vieques, deviene un punto nodal que adquiere una inconmensurable significación universal cuando se articula como demanda: “Fuera la Marina.” Sin perder su especificidad, esta demanda opera dentro de un campo de equivalencias que multiplica sus sentidos. “Fuera la marina,” demanda social a la que aspiran todos los colectivos mencionados, puede significar distintas cosas para distintas personas y puede articularse como una suma de demandas de alcance universal: reclamos de justicia social y ambiental, democratización, desarrollo económico, desmilitarización, descolonización.
Laclau aclara que la frontera entre el pueblo y el poder es porosa y está sujeta a constantes desplazamientos. Para dar cuenta de estos desplazamientos en la frontera inestable de lo popular, Laclau acude a la noción de significantes flotantes. Como actor histórico dentro de una lucha por la hegemonía, el pueblo estaría constituido por la dinámica de significantes vacíos, los cuales, como ya hemos discutido, establecen una cadena de equivalencias en forma de frontera, y significantes flotantes, cuyo “significado es suspendido,” dado que ocupan un lugar indeterminado entre fronteras alternativas de articulación política.
Llamemos “coco y piña” a la serie de significantes flotantes evocados por la foto anterior. El vendedor de helados encarna una serie de significantes flotantes desplazados en los bordes de la cadena de equivalencias que articulan la identidad popular dentro de la lucha hegemónica. “De sol a sol,” “azúcar,” “venta,” “mercancía,” “fuerza de trabajo” son significantes flotantes que asedian la frontera del antagonismo social. A la ambigüedad de estos significantes se suma la posición política indeterminada del heladero: se puede suponer que es un aliado de la lucha, pero su rol social apunta a transacciones que no pertenecen necesariamente al campo de la transformación política. “Coco y piña” es un significante flotante, un cabo suelto, puesto que si bien apunta a desplazamientos indeterminados que asedian la frontera de lo popular, su indeterminación es un efecto de la heterogeneidad de lo social y no de una ubicación entre fronteras alternativas de articulación política. “De sol a sol,” “azúcar,” “venta,” “mercancía,” “fuerza de trabajo” evocan parcialmente al capitalismo, pero no lo articulan como una frontera hegemónica unificada que se oponga a la frontera creada por la demanda social del pueblo.
Otra serie de significantes flotantes se desplaza por la frontera que separa al pueblo de la cámara que lo registra. Llamo a esta serie “doble,” aquí encarnada por la figura de un fotógrafo. El fotógrafo que aparece en el retrato es el doble del sujeto que tomó esta foto. El fotógrafo, o su doble, apunta el lente de su cámara con el motivo de registrar alguna persona, algún gesto, alguna imagen que dé rostro a la lucha popular. “Duplicidad,” “rostro,” “gesto,” “representación,” “fuerza de trabajo,” “esfera pública,” “poder de los medios” son algunos de los significantes flotantes que rodean al “doble” y le otorgan un aire ambiguo e indeterminado al acto fotográfico que se duplica en el registro de esta imagen. “Doble” es otro cabo suelto. Aunque evoca el poder de los medios y la circulación de representaciones en la esfera pública, el acto fotográfico y su doble no se articulan necesariamente como un conflicto fronterizo entre el poder del estado y el pueblo en pie de lucha.
Estas dos imágenes, dos significantes flotantes en la cadena de equivalencias que surgen de este archivo fotográfico, son cabos sueltos que desestabilizan la fotogenia del pueblo. Revelan el rastro de singularidades que no pueden integrarse de un modo definitivo al álbum de la lucha por la hegemonía. Desde su ubicación lateral, desde su condición flotante, tanto “coco y piña” como “doble” inquietan la frontera que divide al pueblo de la multitud. Ambas figuras aparecen en los bordes del pueblo, pero surgen como presagios de la multitud, dado que sus singularidades no son absorbidas del todo por la identidad popular. A diferencia del pueblo, que “reduce o sintetiza” las “diferencias sociales a una identidad”, la multitud, según Hardt y Negri, por el contrario “está compuesta por un conjunto de singularidades–y por singularidades aquí queremos decir un sujeto social cuya diferencia no puede ser reducida a una semejanza” (igualdad), tal diferencia es “una diferencia que permanece diferente” (99). Para estos autores, la multitud es una red descentralizada de singularidades que establecen vínculos de colaboración y cooperación cuando se comunican y actúan en común.
Desde su singularidad, desde su diferencia, “coco y piña” endulza la marcha del pueblo con los sabores de la multitud. Por su parte, la duplicación del acto fotográfico del “doble”, “tomar una foto dentro de otra foto” o “tomar la foto de otra toma fotográfica,” resalta otro rasgo de la multitud, su proceder como “sujeto social activo, que actúa sobre la base de aquello que las singularidades comparten en común” (100). El “doble” colabora en la construcción de la identidad popular al captar la imagen de la unificación del pueblo detrás de un cruzacalles, pero la duplicidad del acto fotográfico tiene que ver menos con la unidad del pueblo que con la capacidad de la multitud para comunicarse, multiplicarse y actuar conjuntamente. La multitud actúa a partir de lo que tienen en común sus múltiples singularidades. Tanto “coco y piña” como “doble” inquietan la frontera entre pueblo y multitud pues, en su combinación de elementos disímiles, estas ficciones fotográficas exponen la tensa convergencia de ficciones teóricas aparentemente opuestas. En estas imágenes, la pose del pueblo no puede desprenderse del asedio de la multitud, una red de singularidades que trabajan y colaboran al borde de lo popular, un conjunto de labores que destrabajan la frontera establecida por el pueblo. Así como el pueblo se unifica bajo la consigna de “Todo Puerto Rico con Vieques,” podemos decir que la multitud se multiplica exponencialmente en la pose del “doble,” que la multitud sabe a “coco y piña.”
Otro rasgo discutido por Hardt y Negrí es que la multitud se ve encarnada en formas de trabajo inmaterial, dentro de las cuales los autores distinguen entre formas de labor afectiva, relacionadas a la producción de afectos en la industria de servicios, y formas de labor intelectual, que involucran la producción “de ideas, símbolos, códigos, textos, figuras lingüísticas, imágenes, y otros tales productos” (Multitud, 108). Tanto el vendedor de helados como el fotógrafo encarnan modos híbridos de trabajo en los que se mezclan la producción alienada de una mercancía, de un producto (la foto, el cono repleto de coco y piña) con la producción inmaterial de afectos y de símbolos.
El fotógrafo manipula encuadres, enfoques, aperturas y velocidades en la producción de imágenes que a su vez producen afectos. Su labor intelectual es, al decir de Marx, una “actividad-con-obra” (citado en Virno, 53), pero desde la perspectiva de Hardt y Negri, es labor inmaterial dado que contribuye a la producción de conocimiento, información y comunicación.
Por su parte, al servir sus helados, el heladero combina sus destrezas manuales y sociales bajo la forma de una labor afectiva. Como indican Hardt y Negri, los trabajadores de la industria de alimentos participan de la labor afectiva de la industria de servicios, la cual involucra la producción de sensaciones, como el bienestar y la satisfacción, mediante la creación de relaciones y el despliegue de buenas actitudes (108). Cuando empuja su carrito por toda la ciudad, el heladero se embarca en un performance de labor biopolítica, definida por Hardt y Negri como “una labor que crea no solo bienes materiales sino también relaciones y por último vida social” (109). Al encargarse de la circulación del azúcar, al añadirle carbohidratos y calorías a la dieta del pueblo en pie de lucha, el heladero contribuye al funcionamiento del metabolismo urbano, evocado aquí por el conjunto de metabolismos de las masas que protestan. También el fotógrafo ejerce una labor biopolítica pues, en su trabajo, establece una relación con distintos sujetos, y con ello documenta la circulación de los afectos en el contexto de la lucha.
Si ambas figuras anuncian a la multitud, no es solo por su singularidad, sino porque, parafraseando a Virno, Hardt y Negri, sus labores encarnan la fuerza de trabajo como un performance centrado en el lenguaje, ya sea a través de actos de habla, como podemos inferir que sea el caso del heladero, o a través de la creación de imágenes mediante procesos de manipulación simbólica, como suponemos que ocurra en el caso del fotógrafo. Son labores impuras, en las que se tambalea un poco la distinción propuesta por Marx para dar cuenta del trabajo intelectual: la distinción entre la actividad-con-obra, de pintores y escritores, y la actividad-sin-obra, de ejecutantes virtuosos, desde músicos hasta griots, aquella donde “el producto es inseparable del acto de producir” (citado en Virno, 52). Tan inmaterial es la labor de estas dos figuras, que no podemos verla, que no aparece en las fotos, pero gracias a la ficción teórica que asiste a la ficción fotográfica, al menos podemos fabularla e inferirla.
Antes de llegar al muro y discutir la escritura de la multitud, volvamos una vez más al cruzacalles. Incluso en esa cadena de equivalencias y significantes vacíos que arropa y unifica al pueblo, que sirve de frontera a la identidad popular, ya se tambalea la distinción entre pueblo y multitud. Aunque “Fuera la marina” es una demanda social, su carácter negativo tiene la fuerza expresiva de un repudio a las estructuras existentes de dominación. Dicho repudio no puede traducirse fácilmente a los juegos consensuales de la hegemonía descritos por Laclau. Como propone Beasley Murray, “vivimos en tiempos cínicos y posthegemónicos: ya nadie se deja persuadir mucho por ideologías que alguna vez parecieron fundamentales para asegurar el orden social” (xi). “Fuera la Marina” expresa la fuerza posthegemónica de una multitud que no se muestra convencida, que no se deja persuadir por los consensos, que busca desmantelar los juegos hegemónicos, que no son otra cosa que disfraces de la dominación colonial militarista de Estados Unidos sobre Puerto Rico.
En esta ficción fotográfica, el pueblo apareció arropado detrás de un cruzacalles. Después del cruzacalles, en la siguiente secuencia de imágenes, aparece un muro. Ante el muro ya no hay un pueblo, sino más bien una multitud dispersa. Ahora las demandas sociales y significantes vacíos del pueblo aparecen junto con singulares firmas, escritas en un muro que ha perdido su nombre. Estamos ante un nuevo fenómeno, estamos ante la escritura de la multitud.
Al llegar a la entrada de la base Roosevelt Roads, ya la multitud había desnombrado la frontera que marcaba el territorio del poder militar. Un avispero de gente había arrancado las letras que contenían el nombre de la base Roosevelt Roads. No tengo fotos de este acto. La colaboración de la multitud en el desnombramiento de la base Roosevelt Roads es una de las muchas ausencias, de las fuerzas desarticuladoras, que asedian este archivo.
Si durante la marcha hacia Roosevelt Roads, la colectividad surge como pueblo, al nombrarse como identidad colectiva unificada, cuando llega a la entrada y arranca las letras del nombre de la base militar, la colectividad se transforma en una multitud desparramada que desnombra al poder, subrayando así la potencia afectiva de sus actos. Para Besley Murray, la multitud se reconoce por sus hábitos y por sus potencias afectivas. Opera más fluidamente en el registro de las afinidades prácticas y contagiosas que en el registro de las consignas y los juegos consensuales. Arrancar las letras que nombraban la base Roosevelt Roads constituye un acto de repudio al consenso político que había transformado a Vieques y a Puerto Rico en bastiones militares de la hegemonía norteamericana en el Caribe.
Tras haber desnombrado el muro que sirve de entrada a la base, aquel enjambre de gente comenzó a escribir en el muro. Aquí la multitud se constituye a partir de un performance colectivo de mutua colaboración que se propone como búsqueda de lenguajes. La escritura deviene un acto que resalta la emergencia colaborativa de un cuerpo colectivo mediante un ritual de trabajo y destrabajo, de obra y desobramiento. No estamos ante la búsqueda de un lenguaje común, sino ante la búsqueda común de los lenguajes de una multitud, cuya escritura es proliferación de singularidades.
Aunque la multitud apuesta por constituirse a partir de juegos de lenguaje, no se consuma por vía de actos de habla, no apuesta por la oralidad. Sus juegos de lenguaje no corresponden simplemente a “la facultad carnal de pensar/hablar” (Virno, 18). A diferencia del trabajo inmaterial del virtuoso descrito por Virno, un trabajo de lenguaje que pasa por actos de habla en los que “el producto no puede separarse del acto de producir,” la multitud, que aparece y desaparece en estas fotografías, apuesta por la marca, por la firma, por los juegos de presencia y ausencia, los cuales, según Derrida, desencadenan las potencias deconstructivas de la escritura. La escritura de la multitud que aquí se registra es tanto acto como producto. Como acto de expresión pública, la escritura produce otro muro. Aunque la escritura es un proceso, los signos constituyen una huella que solo parcialmente coincide con el acto de escribir. Las palabras ya escritas convergen con palabras a punto de escribirse, en medio de las cuales pululan espacios en blanco, así como miles de palabras que serán dejadas en el tintero. El muro carga el peso de las letras y también sostiene la levedad de los espacios en blanco. En estas imágenes, la escritura de la multitud es una obra en proceso, es un trabajo a medio hacer. La fotografía captura el instante en el que se lleva a cabo el trazo de los signos, por lo cual revela las huellas de una escritura inacabada.
Si seguimos la meditación entorno a la marca propuesta por Derrida en su ensayo “Firma, acontecimiento, contexto,” –“Se escribe para comunicar algo a los ausentes” (Márgenes de la filosofía, 354); “Un signo escrito se adelanta en ausencia del destinatario” (356); “un signo escrito comporta una fuerza de ruptura con su contexto” (358) – toca preguntarnos: ¿quiénes son los destinatarios de estas marcas, de estas firmas, de estos fragmentos? ¿Quiénes se presentan y quienes se ausentan en el trazo de estos signos? ¿Qué tienen que ver estas marcas con la ausencia producida por las letras arrancadas que alguna vez dieron nombre a la base militar? ¿De qué forma estas firmas que han reemplazado las letras arrancadas rompen o renuevan la situación del muro como espacio y contexto? ¿Aparecen las firmas como los muchos nombres de una falta de convencimiento ante un poder que se desvanece, que ha perdido su capacidad de persuadir, de nombrarse legítimamente? ¿Son estas marcas una forma de trabajo inmaterial o sugieren más bien el destrabajo, el fuera de trabajo, el desobramiento de la multitud?
Estas imágenes dan a ver un acto de escritura que además invita una lectura. Si nos limitamos a una lectura interesada en el mensaje, en descubrir lo que intentan comunicar dichas marcas, estamos ante un caos de firmas, nombres de personas y de pueblos, mensajes cristianos, consignas independentistas, insultos, palabras soeces y denuncias, marcas escritas al garete que quizás tan solo comuniquen obsesiones identitarias, apegos provincianos, impulsos narcisistas, fantasías religiosas, dispersión, así como repudios a las estructuras existentes de dominio. Estas marcas comunican tal vez poca cosa, un catálogo muy reducido de obviedades, de cliches o de lugares comunes. Si juzgamos la búsqueda de lenguajes de la multitud a partir de los resultados comunicativos de esta empresa, estamos quizás ante un acto fallido que no logra renovar ni los lenguajes ni los significados ni los códigos de lo político, y se contenta tal vez con reproducir más de lo mismo. Pero la supuesta obviedad, la aparente chatura identitaria, la contundencia enfática de los repudios, no generan, en su conjunto, ni consenso ni mensaje claro y transparente. Las marcas proyectan mensajes contradictorios, gastados o insignificantes. Sugieren que la escritura de la multitud se genera, en este caso, como una confusión de lenguas.
Estas marcas, en su fracaso semántico y comunicativo, apuntan a la opacidad que socava tanto la retórica persuasiva del consenso hegemónico como la retórica disuasiva del repudio posthegemónico. Aquellos enunciados que emulan las reglas del juego hegemónico e insisten en celebrar la confluencia de la identidad narcisista y la identidad popular, en la mayoría de los casos, resultan poco convincentes. Aquellas expresiones de repudio que no intentan persuadir tampoco se dejan convencer; acentúan el desacuerdo y la falta de convencimiento, sin importar si ellas mismas resultan persuasivas o poco convincentes. Curiosamente, son estas marcas divisivas las que, paradójicamente, articulan uno de los pocos acuerdos comunes entre los participantes de aquella lucha: el repudio a la presencia de la marina en Vieques. Aquí lo común, lo que activa a la multitud, es el repudio, y no la promesa de un consenso que pueda traducirse en un programa de gobierno que sea conveniente y convincente para la mayoría.
Reducir la lectura de estas marcas a la funcionalidad efectiva de su horizonte semántico y comunicativo sería perder de vista estas y otras posibilidades de lectura. A nivel político, ¿no son estas marcas la huella de una multitud en busca de lenguajes, que ha tomado un muro por asalto, que descontextualiza una frontera política cuando invade y despedaza los códigos del invasor, aunque sea para confundirse con la lengua ya gastada del populismo narcisista? ¿No participan estas marcas narcisistas y pueblerinas de aquello que Rama llamara “la clandestinidad de los grafiti” (La ciudad letrada, 50)? Me pregunto si estas firmas, consignas, nombres de pueblos y personas, esta comparecencia de mensajes cristianos con un “que se vaya la marina pal carajo,” pueblan o despueblan nuestras categorizaciones de pueblo o multitud. En su rol de frontera vulnerada y superficie de escritura, en su proyección de una lengua opaca y confusa, quizás este muro interroga la frontera que se establece entre ambas categorías y de paso complica la distinción entre hegemonía y posthegemonía.
¿Cómo leer estas marcas, más allá o más acá de quienes las emiten? ¿Cómo leer la huella fotográfica de los cuerpos que escriben? ¿Serán estas imágenes el rastro ya lejano de lo que en su día fuera el presente de la inscripción? ¿A dónde se habrán ido esos cuerpos responsables de haber transformado un muro militar en un muro de expresión pública? ¿Habrán migrado estas palabras a otros muros? ¿Qué similitudes y diferencias existen entre el muro ayer fotografiado y los muros de las redes sociales de hoy? ¿Cómo estará Eyton? ¿Lo habré conocido alguna vez? ¿Será posible que los algoritmos digitales produzcan el reencuentro con alguien que muy probablemente nunca habré tenido el gusto de conocer?
¿Qué significa leer estas fotografías? Implica reconocer que aquel acto de escritura, desde un inicio, se inscribió en múltiples soportes, que su contexto inicial no fue un espacio en blanco, que ni siquiera puede reducirse al espaciamiento del signo escrito en un muro. El espaciamiento de la escritura de la multitud se inscribía ya como cita en el material fotosensible, socavando así cualquier designación de un contexto originario. Escritura y fotografía suponían ya la ausencia de sus autores, de sus marcas, de sus posibles destinatarios. Estas fotos son citas de una escritura borrada, pues dan testimonio de unas marcas que ya no eran legibles al día siguiente de haber sido escritas, porque los militares se encargaron de pintar el muro y borrar la escritura de la multitud. Son tal vez la única cita legible de aquella lengua confusa de la multitud. Dan a leer la descontextualización perenne de una escritura en un muro, que solo puede leerse hoy gracias a la creación de una secuencia fotográfica con imágenes análogas que han sido digitalizadas.
Aquel muro escrito en Ceiba tal vez haya regresado a la normalidad y cumpla hoy otras sus funciones. Si no lo han derrumbado todavía, muy probablemente este muro servirá de nombre a una hospedería turística, ahora que la base Roosevelt Roads será transformada en un hotel. Sin embargo, en este archivo, el muro reaparece como huella de una descontextualización fotosensible y digitalizada de la escritura de la multitud, como una cita posible que reitera, en clave de lengua confusa y poco memorable, nuestra lucha contra la desmemoria.
Algunos preferirían tachar esta escritura, olvidarla en los recónditos confines de la no-historia, pues sus ínfimos sentidos, sus múltiples encrucijadas, no coinciden con el gran relato de la “Historia” escrita con mayúsculas, con la “Historia” concebida como ruta continua hacia el progreso. Pero la escritura de la multitud es una fuerza discontinua de ruptura, una lengua confusa que retorna sorpresivamente, cuando menos lo esperamos. A lo largo del verano combativo del 2019, la escritura de la multitud reapareció en los muros del Viejo San Juan, veintiún años después de la escritura del muro de la base Roosevelt Roads. No es casualidad que reapareciera cuando los sueños de orden de la ciudad letrada acabaron en la pesadilla de un chat, delatados como lo que son, mensajes de texto de la inmadurez gubernamental, meros delirios clasistas, machistas, sexistas y homofóbicos del poder colonial. Durante las jornadas de protesta vinculadas al hashtag #Rickyrenuncia, otro avispero de personas se dió cita en las calles de San Juan y escribieron los muros del caso histórico con nuevas consignas. La clandestinidad del grafiti fue la expresión de una multitud que escribió su repudio contra una deuda pública impagable, un atolladero político y económico causado y perpetuado por la ingobernabilidad colonial del país.
Al igual que ocurrió con las marcas en el muro de la base Roosevelt Roads, las marcas de los muros del Viejo San Juan fueron borradas al día siguiente de haber sido escritas. Estas escrituras aparecen en Landfall, un documental realizado por Cecilia Aldarondo en colaboración con Lale Namerrow. Landfall concluye con imágenes que documentan la escritura de la multitud, así como el proceso de borradura al que se exponen estas inscripciones. Los últimos planos del documental se enfocan en el trabajo de personas que utilizan un rolo con pintura para repasar los muros, y así borrar el repudio contra la deuda, declarado clandestinamente por las escrituras de la multitud. Con la inclusión de esas imágenes en su documental, Aldarondo y Namerrow proponen una poética de los procesos de memoria y desmemoria en los que se inscriben y se borran las marcas, los muchos nombres, el desnombre, las obras y desobras de nuestras luchas colectivas. Resistirnos a leer las escrituras de la multitud nos haría cómplices de esos poderes que una y otra vez intentan borrar nuestro derecho al repudio. Volver a leer estas escrituras nos hace participes de una memoria colectiva que sacude nuestra consciencia histórica cuando nos invita a repensar las huellas borroneadas de la multitud.
Esta última imagen de nuestra ficción fotográfica y teórica apareció en el muro de facebook mi amigo Miguel Ángel Reyes, residente de la comunidad de Monte Carmelo. No es la foto de “la gran familia puertorriqueña.” Fue tomada en Vieques a principios del año 2020, veintiún años después de que la multitud arrancara el nombre la base Roosevelt Roads y llenara con sus nombres aquel muro militar en Ceiba. En esta foto aparecen muchos nombres. No son significantes vacíos ni flotantes. No son los nombres de un país. Son nombres de personas. Cada nombre está escrito en un bloque de cemento. Cada bloque fue llevado hasta la plaza de Vieques por la persona que escribió su nombre propio en el mismo. Estos bloques se han dado a la tarea de sitiar los bancos de la plaza para que nadie pueda coger tregua. A diferencia del cruzacalles de la marcha de Ceiba, estos bloques no emiten un mensaje en nombre de un pueblo unificado bajo una consigna. Son los muchos nombres del pueblo de Vieques cuando este se convoca como multitud. Son los muchos nombres de una multitud que ahora opta por firmar bloques para exigir la construcción de un hospital. En estos bloques aparece nuevamente la escritura de la multitud.
La multitud encarna sus memorias cuando retorna a sus hábitos, cuando escribe una vez más, cuando firma otra vez sus muchos nombres, en nombre de sus muchas vidas, en nombre de sus vidas pasadas, presentes y futuras. Pero la escritura de la multitud se ha transformado: la demanda social ya no es una consigna, ya no constituye meramente una marca sobre un muro, ahora el deseo colectivo se anuncia en cada bloque y no puede separarse del soporte de inscripción de los signos. Cada persona suma su nombre a la donación del ladrillo y cada ladrillo donado es la concretización de la demanda social: la construcción de un nuevo hospital en Vieques. La demanda social no se condensa en el nombre de un pueblo ni en el significante vacío de una consigna. La demanda social es una proliferación de nombres, de singularidades, que actúan concertadamente al proponerse como el performance de un deseo colectivo inscrito en el concreto. El consenso ha quedado atrás. Estamos ante la acción concertada de una multitud movilizada por afinidades contagiosas. Al insinuarse desde una proliferación de singularidades, la multitud reclama lo común: su derecho a la salud.
Esta fotografía es la cita de una escritura de la multitud que se reitera en cada nombre. Las firmas se transfieren a otro contexto, no aparecen en un espacio en blanco, aparecen inscritas en los bloques de un edificio que todavía no existe. Hay quizás algo intransferible en este espaciamiento de los signos, algo que no puede reiterarse, que no puede citarse, que resulta intraducible cuando el deseo colectivo se abandona a la escritura y penetra irremediablemente el soporte material donde se inscriben los signos. Ni siquiera Derrida ha salido intacto cuando aparece fotografiada la escritura de la multitud, una escritura que apuesta por la construcción de un hospital cuando deconstruye la diferencia entre marca y superficie de inscripción. La lectura de esta imagen está condicionada por la imposibilidad de extraer un sentido de las firmas que pueda separarse de los bloques. Ese impasse entre firmas, proliferación reiterada de las singularidades, y bloques, soportes de una escritura que coincide con el reclamo de lo común, simplemente no puede condensarse en un solo nombre. Eso que no tiene nombre, pues responde a tantos nombres, eso es lo que se escribe en la escritura de la multitud.
No estamos ante una búsqueda de lenguajes que acaba en una confusión de lenguas, estamos ante un bloqueo de firmas: firmas bloqueadas, de personas a las que se les ha negado un hospital y acceso adecuado a la salud; bloques firmados, que crean una barrera contra el avance cotidiano de la necropolítica, esa enfermedad mortal e ingobernable del gobierno de la vida que busca perpetuarse en la isla nena.
Aquí culmina esta ficción fotográfica asistida por distintas ficciones teóricas en torno a los conceptos de pueblo y multitud, hegemonía y posthegemonía. Concluyo esta ficción que explora las marcas fotosensibles de la firma, del acontecimiento, del contexto, del performance, de los nombres, en fin, de la escritura de la multitud, con algunas preguntas concretas, escritas en este muro relampagueante que no es de cemento, sino de pixeles: ¿Cuándo volveremos a leer la escritura de la multitud? ¿Qué sucederá con esos bloques? ¿Acabarán en los muros de un hospital o se despeñarán cuesta abajo una y otra vez, a la manera que cae infinitas veces la piedra cargada por Sísifo? ¿Qué sucederá con tantos nombres? ¿Cuál será el destino de esas vidas, de tantas vidas viequenses que firman en nombre de los muchos nombres de sus deseos personales y colectivos? ¿Adónde habremos puesto, y en qué lugar albergaremos, la salud y el deseo de vida de estas y tantas otras vidas viequenses?
Tantas firmas bloqueadas, tantos bloques firmados, señalan el rastro de lo mucho que falta por hacer y de lo mucho que hacemos cuando deshacemos, bloque a bloque, firma por firma.
Obras consultadas:
Beasley Murray, Jon. Posthegemony. Minneapolis: University of Minnesota Press, 2011.
Derrida, Jacques. “Firma, acontecimiento, contexto,” Márgenes de la filosofía. Madrid: Ediciones Cátedra, 1998.
Hardt, Michael y Negri, Antonio. Empire. Cambridge: Harvard University Press, 2000.
____. Multitude. New York: The Penguin Press, 2004.
Laclau, Ernesto. On Populist Reason. London: Verso, 2008.
Landfall (dir. Cecilia Aldarondo, Blackscrackle Film, 2020).
Pabón, Carlos. Nación Postmortem. San Juan: Callejón, 2000.
Poe, Edgar Alan. Obras en prosa. Cuentos de Edgar Alan Poe. Trad. Julio Cortázar. San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1956.
Rama, Ángel. La ciudad letrada. Montevideo: Arca, 1998.
Virno, Paolo. Gramática de la multitud. Madrid: Traficantes de sueños, 2003.