Puerta giratoria, parodia de democracia
Aunque pueda ejercerse individualmente, la conducta aludida es más efectiva cuando se desarrolla al amparo de corporaciones profesionales, como los poderosos bufetes corporativos incrustados en las colmenas multipisos de Hato Rey. En esta modalidad, los sujetos que se encargan de adelantar los intereses de sus clientes en los procesos legislativos y gubernamentales, hacen gala tanto de su lealtad al cliente que representan como de su efectividad en la defensa de sus intereses y de la consecuente rentabilidad para el bufete. Mientras lo hacen, se mantienen guarecidos y al margen de los llamados ciudadanos de a pie, componentes mayoritarios de los electores en los procesos democratiformes de su país.
En ocasiones, estos cabilderos pueden combinar los intereses de varios clientes para satisfacerlos mediante la aprobación de una medida legislativa específica, o de un contrato gubernamental, matando varios pájaros de un tiro. Economía procesal, podríamos llamarle.
Las destrezas de nuestros sujetos, harto conocidas por sus clientes y jefes corporativos, no suelen exponerse a la población del país. Ese pueblo -que se siente practicante de la democracia- ignora cómo paso a paso, enmienda a enmienda, insertando, removiendo o cambiando ciertas palabras en un texto, reduciendo o eliminando plazos para participación ciudadana, insertando cláusulas específicas en contratos gubernamentales, entre otras técnicas, se trafican los bienes de su país y el bienestar de sus cuidadanos.
Cual personajes de videojuegos, estos sujetos tienen una gran capacidad para transformarse. El proceso es instantáneo: basta empujar una invisible puerta giratoria para cruzar del sector privado al ámbito de un alegado servicio público, sea mediante nombramientos de confianza en el gobierno o en corporaciones públicas o directamente mediante los procesos eleccionarios, entre otros. De ese lado de la puerta giratoria, a manera de ejemplo: negociará contratos de todo tipo, recomendará e implantará política pública, asignará o distribuirá presupuestos… estas acciones o sus consecuencias podrán incidir o no en los intereses de sus antiguos clientes o de aquellos por venir –resultantes de la información obtenida mediante su inserción en la gerencia del sector público.
Gira la puerta. De ese cruce, como por magia, nuestro sujeto emana “transformado” en un personaje-pueblo, iluminado, adornado con virtudes cívicas y profundamente comprometido con el bien común de sus electores. Nuevos clientes y una única alegada misión: servirle a ese pueblo, razón de su “sacrificio”.
Para mayor eficacia en su nueva misión, la “transformación” borra lazos, compromisos y lealtades previas; también borra la capacidad de pensar en negocios futuros con sus antiguos clientes y similares, por si cruzase de vuelta al sector privado.
Un cuerpo, un cerebro y dos personajes que se alternan, “transformados” por la magia de la puerta giratoria. Después de votar masivamente protestando en las calles este verano, ¿alguien se creerá tal magia?