¿Qué humanidad estamos haciendo?
Hoy –16 años después– un edificio altamente deteriorado alberga equipos de fotografía a color abandonados, maquinaria de escultura en metal en desuso, un taller de pintura obsoleto, una vanguardista concentración en arte y tecnología en el olvido, un taller de litografía utilizado a medias, un taller de madera cuyo técnico es el mismo profesor, una galería cuidada sólo por sus estudiantes, un patio interior deprimente, una peligrosa plaga de palomas, la pesadilla de un programa graduado que se quedó en propuesta y una facultad en su mayoría con baja estima y de brazos caídos.
En el 2019, a dos décadas de un inicio de siglo que pudo haber marcado la gran transformación de la educación de las artes en el Recinto, en el Departamento de Bellas Artes de la Universidad de Puerto Rico les estudiantes hacen su labor en un ambiente de acoso e intimidación, inmersos en un enfoque tradicionalista, bajo prácticas de negligencia institucionalizada y de falta generalizada de sentido ético y de compromiso humano de parte de la mayoría de su masculina y tóxica facultad permanente.
Como espacio académico, en sus más de 100 años, el Departamento de Bellas Artes ha sido el espacio de formación de importantes y variados artistas, y ha sido el espacio de trabajo de artistas y docentes cuyas prácticas se han dejado sentir en la historia de nuestro arte. Sin embargo, cuando analizamos las estadísticas, causa un gran pesar el palpar cómo también ese departamento ha venido a fungir como un espacio para la proliferación del abuso de poder y de prácticas de género altamente criticables que han mantenido a las mujeres marginalizadas y ajenas a lo que debería ser un lugar de discusión y quehacer prolífico. Esto sin mencionar la cantidad de estudiantes y de ex-estudiantes que a voz baja –y con mucho temor– susurran sobre sus experiencias de acoso sexual en los cursos y actividades paralelas.
En sus 100 años de fundación, apenas un 30% del cuerpo de docentes de la facultad de Bellas Artes han sido mujeres [2], en un porciento muchísimo menor las mujeres han ocupado posiciones a tiempo completo o permanente, y sólo una de ellas (que tenga yo conocimiento) ha llegado a la dirección del Departamento. Brenda Alejandro, quien fungió como curadora educativa para el Museo del Barrio -entre otros importantes haceres- sólo permaneció por un año en esta posición víctima de acoso, abuso e intimidación por parte de la mencionada facultad masculina y abusiva, o víctima de la inacción de los otros.
Desde el 2014, cuando tuve la oportunidad de ser contratada como profesora, han pasado por la facultad de Bellas Artes importantes y fundamentales recursos docentes mujeres contemporáneas quienes permanecieron muy poco tiempo y quienes -como pudieron- sobrevivieron ese ambiente hostil. Luego de cinco años de sentirme educando sobre un campo minado, siendo abusada emocionalmente ante la necesidad e inseguridad de trabajo, este mes de mayo en curso termina mi relación contractual con el espacio.
Quedo satisfecha con la docencia, y con los quehaceres académicos realizados, con la renovación de la visión y misión de BA, la revisión de sus cursos medulares y la actualización de algunos prontuarios, la creación de cursos necesarios como el de “Mujeres, prácticas estéticas y políticas de género” donde les estudiantes manifestaron por primera vez sentirse acompañados en temáticas de identidad y políticas de poder y género que jamás se habían atrevido a manifestar; como el curso “Fotografía y video: cuerpo, acción y espacio” con el que llevamos el performance a una máxima expresión; o la nueva concentración en colaboración con la Escuela de Arquitectura y titulada “Arte, Diseño y Contexto” que de ser aprobada, bien cuidada y atendida, representará nuevas oportunidades para explorar el arte desde la multidisciplinariedad y en el contexto del Puerto Rico actual.
Sin embargo, a pesar de tanto esfuerzo, me voy bajo las mismas condiciones de las tantas compañeras (muchas) que no han logrado –a pesar de su mucho compromiso– influir radicalmente en el debilitamiento y desaparición de ese muro tóxico, ególatra y arrogante con el que la mayoría de la facultad de artistas se acerca a sus tareas docentes y a los haberes académicos. Me uno al grupo de mujeres que no han logrado encontrar en la academia –ni en la Universidad de Puerto Rico ni en la Escuela de Artes Plásticas– un espacio para la educación feminista, justa, radical, progresista y de libertad. El Departamento de Bellas Artes de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras es, por tradición e involución, un espacio machista.
Según publicara en ese año del 2003 Ingrid Jiménez, profesora de Programa de Historia del Arte del Recinto de Río Piedras, la Universidad puede ser un mundo paradójico: un mundo de “tensiones, conflictos y vínculos entre el arte autónomo y los proyectos educativos de la universidad contemporánea. […] Así pues el problema central queda formulado como el de la paradoja del artista-profesor en tanto extraño permanente en el ámbito universitario”. Desde una perspectiva de género, no es tanto lo extraño permanente el artista-profesor, sino la efímera presencia de las mujeres como artistas-profesoras con prácticas autónomas y radicales portadoras de una práctica pedagógica hacia un arte libre, esa práctica pedagógica dedicada a la manifestación artística comprometida consigo misma, con la participación, con la relación entre las diferencias, con la equidad y con la justicia.
Da lástima reconocerlo y decirlo, pero es así. No hay espacio para las prácticas de la libertad y del arte en la academia, pues son los docentes quienes imposibilitan esa práctica. Lamentablemente, si los espacios académicos sólo quedan como espacios de prácticas laborales ofensivas, tóxicas y abusivas, ¿dónde queda la educación del arte en este estado colonial, patriarcal, heteronormativo, binario, excluyente y dañino? ¿Cómo pueden las instituciones emergentes e independientes operar si no existen espacios de base funcionales?
Según Francisco Oller, “el arte puede hacer a la humanidad”. Ante prácticas como las mencionadas en este micro espacio que representa un todo colonizado donde a la equidad de género se le imposibilita crecer, preguntémonos entonces ¿qué humanidad estamos haciendo?
Referencias
[1] Museo de Historia, Antropología y Arte. Cien años de Historia, Arte y Enseñanza: profesores artistas del Departamento de Bellas Artes del Recinto de Río Piedras. Universidad de Puerto Rico, Río Piedras.: 2003, página 10.[2] Esas mujeres son:
Brenda Alejandro Resto (1993 – 2009?)
Inés E. Aponte (2000 – 2003?)
Julia Hill Altwell (1914 – 1917)
Carmen Inés Blondet (1992)
María C. Colom Covas (1971 – 1990)
Luisa Géigel de Gandía (1958 – 1988)
Consuelo Gotay (1972)
Susana Herrero Kunhardt (1970 – 2003?)
Haydeé Laning Gordon (1988 – 1991)
María Luisa Penne de Castillo (1937 – 1939)
Hazel Pry de Moreno (1947, 1949 – 1951, 1956)
María M. Rodríguez Señeriz (1968 – 1969)
Nora Rodríguez Vallés (1993 – 2000)
Rosario Salgado de Llaneza (1945 – 1948)
María Emilia Somoza (1975 – 1988 Facultad de Educación – Departamento de Bellas Artes)
Paloma Todd (1995 – 1999)
Además de:
Ana Margarita Bassó
Vilma González de Buonomo
Franes Horne
Josefa Peralta
Beatriz Santiago
María M. Serbiá
Magdalena Varona
y, en los últimos años:
Ivelisse Jiménez
Carola Cintrón
Anaida Hernández
Tari Beroszi
Migdalia Barens
Sofía Maldonado
A todas ellas, gracias.
– Raquel Torres-Arzola, 2019. Todos los derechos reservados.
Texto publicado originalmente en Arte y pensamiento contemporáneo.