Queremos tanto al Yerbabruja
Siempre es inquietante y doloroso perder un espacio creativo, de taller y representación. Sobretodo en nuestro país en donde estos lugares brillan por su ausencia. Perder el Teatro Estudio Yerbabruja y el vecino taller de Mongolia de Deborah Hunt, es un evento al cual no estábamos preparados y que se nos antoja carente de toda lógica, al menos de nuestra lógica teatral y artística.
¿En pos de qué se sacrifica este espacio que ha sido tan imperativo para nuestro quehacer escénico de la última década?
En pos de unas especulaciones avaras del mercado inmobiliario, podemos contestar.
Quien sabe lo que la mente del arrendador guarda: una idea superflua del dinero, de seguro; una falta de respeto hacia las necesidades creativas de la comunidad, no hay que reiterarlo; una propuesta carente de verdadera significación social, sí. La certeza es que ese arrendador sucumbió a uno de los síntomas de la plaga que se cierne sobre Río Piedras: el cierre indiscriminado de los espacios de resistencia.
No podemos desligar este cierre a los sucesos que se vienen gestando desde hace años sobre la comunidad riopedrense. Todos pertenecen a una misma estrategia de apropiación y desalojo. El ataque a la Plaza del Mercado, al Paseo de Diego, a la Universidad de Puerto Rico y ahora también al Yerbabruja, están conectados por un discurso político (en el sentido amplio de la palabra; aunque también particular politiquero de la misma) que propone a Río Piedras como un lugar problemático que hay que remodelar para poder venderlo al mejor postor. Este discurso, que ya se ha convertido en práctica, rechaza a nuestra pequeña agricultura, al pequeño comerciante, a la visión humanista y de igualdad social en la educación, y en este caso, al teatro y al performance independiente, de vanguardia y acción que se resiste a los preceptos del teatro comercial.
Es cierto que el Yerbabruja necesitaba unas renovaciones y unas mejoras de infraestructura para hacerlo un espacio verdaderamente habitable y seguro (en eso viene insistiendo Deborah desde hace mucho), pero de ahí a cerrar por completo es un enorme tramo, un peligroso tramo. No identificar la potencialidad de un teatro como Yerbabruja para una comunidad artística tanto joven como experimentada, ha sido un error craso que se viene repitiendo desde que abrió el espacio hace 11 años. Visto desde ese punto de vista no es sorpresa que se cierre al presente. Pensar que un teatro y un taller teatral no tiene razón de ser en la vida de Río Piedras es de mentes cínicas y limitadas que sólo ven porvenir en unos pocos modelos comerciales.
El mundo entero esta luchando contra un modelo económico destructivo que beneficia, sin ningún tipo de solidaridad o conciencia, a unos pocos, muy pocos, llámesele neo-liberales, globalizadores, capitalistas salvajes o cualquier otra nomenclatura de este tipo. A nosotros también nos toca luchar contra ese modelo y en la certeza de esta lucha común, nos debemos sentir acompañados por los muchos.
Más que lamentarnos y llorar nos toca hoy validar la gesta del Teatro Estudio Yerbabruja durante todos estos años. El Yerbabruja fue el hogar de eventos geniales que reunieron a artistas de diversas generaciones y por consecuencia, a un público ávido de nuevas formas. De la manga, La mixta con todo y/o Sobre la mesa fueron banquetes escénicos de danza, teatro, cine, música y performance que sentaron cátedra en la manera de entendernos, dialogar y colaborar como comunidad artística; El Yerbabruja fue la primera casa de grupos jóvenes como Y no había luz, Papel Machete, Aspaviento y El kibutz; También fue el lugar que permitió los primeros trabajos de dramaturgia y puesta en escena de artistas como Sylvia Bofill, Javierantonio González, Joaquín González, Eyerí Cruz, Veraalba Santa, entre otros; Por supuesto fue un lugar clave para ver trabajos de excelencia por los artistas del Taller de otra cosa: Teresa Hernández, Javier Cardona, Karen Languevin y Viveca Vásquez; por el performero y director Nelson Rivera; como también por grupos como Agua, sol y sereno, Jóvenes del ‘98 y el grupo residente MaskHunt.
Al pensar en el Yerbabruja no podemos desasociarlo del trabajo artístico y educativo de Deborah Hunt. No sólo el espacio fungió como el lugar principal para disfrutar los trabajos de esta excelente artista con un bagaje y un renombre internacional, sino que entre sus ejecutorias, Deborah habilitó las inmediaciones de la sala convirtiéndolas tanto en su taller como en un espacio educativo. El Yerbabruja también fue una escuela. Gracias a Deborah la precisión técnica, artesanal, performática y de dramaturgia del trabajo escénico en Puerto Rico con máscaras, títeres (gigantes y pequeños) y objetos de representación, se ha podido afianzar enormemente en los diversos trabajos que se han venido realizando.
Aunque podemos pensar que esta situación de cierre representa una pérdida (que sin duda lo es) también podemos pensar en la oportunidad que esto representa de replantearnos un teatro íntimo y alternativo. Definitivamente ante la ausencia y el desasosiego social necesitamos abrir un espacio y un proyecto de esta índole bajo circunstancias mejores de arrendamiento, mantenimiento y seguridad. Por un lado, un trabajo tan valioso como el que realiza Deborah merece ser valorado y respetado desde condiciones logísticas de altura y dignidad. Por otro, un espacio-hogar para el teatro independiente es imperioso.
Esta exhortación nos toca a todos sobretodo a los gestores e inversionistas culturales entre nosotros. Por supuesto a otros arrendadores con visión amplia y proyectos que superen la burda adquisición del capital.
¡Qué viva el Yerbabruja!