Quiso ser un diario de huracán, pero no pudo
La idea de llevar un diario de huracán demoró en desaparecer el brevísimo tiempo que me tomó recordar que tenía que buscar agua en el pozo del negocio del que arregla lavadoras. El oasis del municipio no había estado disponible en las tres ocasiones en que había intentado recoger allí.
2
Después del huracán, solo pudieron llamar y ser llamados los ejemplares geológicos que aún tenían en su casa teléfonos análogos de la Telefónica, que el papito del heredero Rosselló privatizó. Hay que progresar, ¿no?
Las demás solo pudimos reportar “yo la vi y está bien.” Y añadimos cláusulas explicativas tales como:
- pasar en el carro;
- en la fila de la gasolina;
- saliendo del supermercado con dos latas de atún;
- en su casa, porque me dio la gasolina para llegar y los vecinos habían abierto camino.
¿Cómo estás? Apenas nos atrevimos a preguntar como cuando de verdad una pregunta cómo alguien está. Mucho menos nos hemos atrevido a contestar. Bien. Nos sabemos mintiendo. Un dolor tan oceánico nos reduce a lo bien que puede estar la carne, cuando se le mira desde afuera y más bien de lejitos y, sobre todo, cuando se le mira en proporción con los millares de cuerpos ya muertos o en vías de morir por esta catástrofe políticonatural.
O decir, con la angustia de una pérdida aún desconocida, “no la he visto.” Y no añadir ninguna cláusula explicativa.
¿Cómo explicar el dolor?
3
Más allá de la vida tomada por la supervivencia de la vida (lo sé: privilegio mío, hoy, en este país, quizá más que nunca antes), lo único que he podido hacer en un mes es leer una novela. Sobre asesinatos de personas y utopías. Una novela histórica escrita hace menos de una década. Pero, otra novela más contada desde los hombres, donde las mujeres –igualmente protagonistas de la historia del “socialismo realmente existente” y literales compañeras de los hombres protagonistas– son figuras en el decorado, vilificadas como diabólicas seductoras o victimizadas como inocentes ignorantes.
Solo redime la novela la presencia constante de los perros, aunque no son tampoco protagonistas. La novela es sobre varios hombres que amaban a los perros y el título se parece mucho a esa frase.
(Al parecer, las mujeres no los aman. En mi casa, sin embargo, se vive acorde al principio exactamente contrario y ese ha sido uno de los principales responsables de mantenernos con algún nivel de conexión con la vida. ¿Alguien del gobierno habrá siquiera pensado cuántas perras han muerto en este mes?)
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El huracán de natural tiene muy poco. Esto es un asesinato masivo. De personas y utopías, como en la novela. Pero, ya no hay que ordenar la eliminación de Trotsky desde el otro lado del mundo. O, como en otra de tantas historias de asesinatos de personas y utopías, montar un entramado de espías e informantes que asegure un golpe de estado a favor de un militar que responderá a los intereses del imperio estadounidense. Basta que un huracán fortalecido sin medida por la explotación del planeta liderada por esos mismos imperios gire sobre una colonia milenaria para que se demuestre que las vidas allí no importan. La nuda vida colonial.
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Va un mes, pero han pasado años. Décadas. Es un dolor sin tiempo. Ni siquiera nos quedan los espacios.
Es un dolor también sin escritura. Son tantas las burbujas de falsedad que han explotado, que no hay lenguaje que resista. Aunque antes del huracán supiéramos del embuste del ELA, del gobierno propio, de la benevolencia nata del gobierno gringo, del “desarrollo” y del “progreso” del modelo socioeconómico y político en Puerto Rico, para mí la más colosal burbuja estallada es aquella de que era posible pensar –y escribir– como quien de veras “sabe que es embuste.” Es decir, ahora me doy cuenta de la vanidad que ha sido pensar y escribir como quien vive desengañada porque conoce lo que es verdad: nuestra miserable historia de esclavización, explotación, discrimen, dependencia, corrupción, auto-boicot. Después del huracán, descubro, para mi inenarrable dolor, que los brillantes letreros de cadenas que no pagan impuestos, que el expreso para ir a toda velocidad, que la gasolina, que los celulares, que los postes de “cemento”, sí pueden (pudieron por tanto y tanto tiempo) enmascarar la miseria, aunque “supiéramos” que no.
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Sin terminar de llorar la evidencia de militares con armas largas frente a una gasolinera en Mayagüez, entro a un negocio donde un muy seguro de sí mismo ciudadano boricua vocifera que el boricua está cabrón y que aquí lo que hace falta es zafar unos cuantos tiritos pa que tú veas cómo la gente se acomoda.
Siento tanto y tanto miedo.
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Estimado señor en cuya opinión “el boricua está cabrón,” si fuera soñable que usted lea estas palabras, por favor, busque a las y los boricuas trabajando en coordinación como la Brigada Solidaria del Oeste y haciendo arte en la calle que afirma que Borikén florece. Cuando, en una de sus reuniones semanales, agradecí a cada persona –conocida o no– que saludé, todas contestaron “¿de qué?”. ¿Acaso no será este el “acomodo” que hace falta?
Siento tanto y tanto amor.
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Señor gobernador, si usted hubiera muerto, ¿serían, por fin, al menos 49?
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Declaro lo siguiente:
No le debo nada, nada de nada, a los estados unidos de américa, ni a sus capitalistas, ni a los de ninguna firma de inversiones, ni a los ricos que tienen todos los tax breaks en esta colonia maldita por la historia. Son los estados unidos de américa los que se han construido sobre la base de nuestra miseria y sí, de nuestra muerte. Esta incluye morir para el archipiélago porque tenemos que irnos, contra nuestra voluntad.
Así que no quiero aid porque lxs puertorriqueños seamos “ciudadanos americanos.” Mi ciudadanía es la libertad. La ciudadanía gringa en este país es una treta de guerra, en sí misma decidida y otorgada a conveniencia imperial (breve repaso histórico, con el presente como contexto, aquí). Estados Unidos de América le debe a Puerto Rico y esa sí es una deuda impagable (breve repaso histórico, con el presente como contexto, acá).
Por eso, porque Puerto Rico, como el resto del Caribe, no ha visto nunca un solo chavo en reparaciones por la milenaria explotación que creó los centros de poder en Europa y América del Norte, Estados Unidos de América tiene la obligación histórica, ética, política de desembolsar. Esto no es “ayuda.” Esto es deuda cuyo saldo será siempre simbólico, obsceno parcho.
10
Declaro también que:
Mis aspiraciones supranacionales nada tienen que ver con los estados unidos del poder. Mis aspiraciones supranacionales están allí donde se convoca el deseo de partir y parir desde los estados de tantas vidas humanas y no humanas unidas por la más abyecta irrelevancia para el poder. Jamás soy más caribeña, antillana, latinoamericana, sea donde sea que estemos, que hoy. Vivo y muero con heridas que no acabarán nunca de cerrarse. Y estaré siempre donde se hagan las filas para cuidarnos y, ojalá, sanarnos.
*Publicado originalmente en el blog Ahora la turba.