Rafaelito
TRES TESTIMONIOS SOBRE LA VIDA DEL HÉROE NACIONALISTA
por Heriberto Marín
Me han solicitado que diga unas breves palabras relacionadas con mi hermano aquí presente. Les confieso, que para mí no es fácil. Comencé a escribirlas y no me salen. Es que Rafaelito, al igual que Griselio Torresola, han sido de esos hermanos que se adentran tan profundamente en el corazón que desearía decir tanto que, cuando quiero expresarlas, las palabras se me ahogan en la garganta.Rafaelito representa la verticalidad de un pueblo sufrido, pero heroico, encerrada en un ser humano. Nunca lo oí criticar en forma despectiva o hiriente a otro independentista que pudiera diferir de él. Siempre me decía que nuestra misión es unir al independentismo y educar a la juventud de la importancia de construir una Patria libre.
Por muchos años llevamos la fraternal discusión de cuál de los dos era más viejo. Yo le decía que a él lo habían inscrito tres años después de haber nacido. Él me decía que no, porque donde se acostumbraba hacer eso era en Jayuya. Hace unas semanas, cuando estuve a verlo a su casa, después de abrazarlo y darle un beso en la frente y haber hecho un enorme esfuerzo para evitar las lágrimas, le dije:
«Oye, sabes algo, tienes razón, te llevo año y medio. Pero aún así, sigo pensando que te inscribieron más tarde».
Hicimos chistes. Cuando me dijo que le habían extraído líquido de todo el cuerpo, incluyendo los pulmones, le dije que eso se debía a las muchas cervezas que se había tomado. Riéndose me dijo: no creas, de cuando en cuando una cervecita o una copita de vino, vienen bien.
Antes de que se terminara el tiempo que me habían asignado para estar con él, le comenté que tenía que ponerse bien porque el próximo 30 de octubre se cumplen 70 años de la Revolución y que tenía que caminar conmigo la Ruta de los 5 kilómetros de Coabey a Jayuya. Me dijo que sí.
Yo sabía que no, que el tiempo se le había acabado. Pero sí estoy seguro, que si vivo de aquí a esa fecha, él y Griselio estarán conmigo, caminando hasta la meta, mano a mano, hombro a hombro, sin cansancio, como hasta ahora lo hemos hecho.
* El autor es sobreviviente de la Revolución de Jayuya de 1950 y compañero de prisión de don Pedro Albizu Campos. Mensaje leído en el Colegio de Abogados y Abogadas en el velatorio de Cancel Miranda, viernes 6 de marzo de 2020, Miramar, Puerto Rico.
Buscando palabras para despedir a un héroe
por Manuel de J. González
¿Qué podemos decir sobre Rafael Cancel Miranda que no se haya dicho ya? La pregunta no viene porque tenga alguna resistencia a repetir las alabanzas que se escuchan desde la noticia de su muerte, sino porque en su caso es necesario buscar palabras nuevas para expresar su grandeza. Las que son de uso cotidiano ya no alcanzan.
Hacen falta palabras nuevas que puedan expresar el sentido verdadero de sus actos. Decir, por ejemplo, que aquel día 1 de marzo de 1954 – igual que Lolita, Irving y Andrés – solo compró “un pasaje de ida” para la capital imperial, no es suficiente para resumir su heroísmo. Desde que tuvo conciencia de sí mismo en el Mayagüez de su infancia ya él sabía que algún día estaría haciendo un viaje sin regreso y por eso durante aquel acto seguramente estaba muy tranquilo, sin dramatismo, como está quien solo cumple con un mandato elemental de su conciencia.
Hacen falta palabras para hablar de su tiempo en prisión a donde llegó sin haber cumplido 25 años y donde estaría otros tantos. Nunca pensó estar allí, no porque no supiera que es el lugar a donde comúnmente van los que de verdad luchan, sino porque creía que el boleto de ida sin regreso lo terminaría juntando con Raimundo Díaz Pacheco y los héroes del ’50. Como era allá donde esperaba estar, donde lo esperaban desde 1936 Elías Bouchamp e Hiram Rosado, la cárcel no fue más que una molestia. A sus carceleros, acostumbrados a romperle el espinazo moral a los que llegan desesperados por la ausencia, les molestaría la serenidad de aquel joven de mirada tranquila y pies firmes. Lo intentarían mil veces, por iniciativa propia o mandados desde arriba, pero nunca pudieron romper ni una molécula de su serenidad de héroe.
Buscando otras palabras para hablar de la prisión de Rafaelito llego hasta un poeta joven, Guillermo Rebollo Gil: “¿Cuántas décadas promedio tú crees que nos quedan por vivir en compañía de hombres y mujeres con largos años “perdidos” en prisión a causa de una causa? ¿Cuánto más largo es el típico año en prisión? ¿El tiempo adentro se multiplica por sufrimiento o por soledad o por desesperación? ¿Habrá manera de hacer el cálculo brevemente en papel para firmar con nuestros nombres (sin apellidos) y dedicárselo a Rafael a manera de nunca-te-lo-pagaremos-pero lo reconocemos?”
Guillermo también cita una frase de Rafaelito sobre su tiempo en prisión: “Yo estuve 25 años preso, pero libre”. Ese “pero” contesta muchas preguntas. Igual que Pedro Albizu Campos “nunca estuvo ausente” cuando lo desterraron de su patria, Rafaelito siempre estuvo libre en la prisión. Sólo ese sentimiento de libertad pecho adentro puede vencer la soledad y también la maldad de los carceleros. Por eso, cuando con el pelo canoso dejó atrás la celda, tenía la misma serenidad que vemos en la foto de Washington. Lo llevan agarrado y los empujones ya le sacaron la camisa, pero en el rostro no hay la más mínima señal de preocupación. Con ese mismo rostro de vencedor salió de la prisión.
Hacen falta palabras para hablar del amor que empezó a repartir cuando salió de la prisión. De la tranquilidad con que reemprendió la lucha que realmente nunca abandonó. De la constancia mantenida durante una vida de casi 90 años. ¡Qué ironía! ¡Qué derrota la de sus carceleros! Aquel muchacho que compró un boleto de ida en Nueva York seguro de que no regresaría, volvería a su patria vitoreado por una multitud. Ahora, cuatro décadas después de aquel regreso victorioso decidió irse, pero vencido por los años, no por sus carceleros.
Los que tanto lo quisimos y lo admiramos nos vamos a juntar para despedirlo. Y buscando palabras recurro otra vez a Guillermo, porque qué mejor que un poeta joven para despedir a un héroe: “Disculpe el exceso de confianza. Pero su historia es de excesos – de amor, valentía, bondad, sacrificio, ternura, solidaridad, compromiso extendido durante décadas”.
* Tomado de Claridad.
Rafaelito
por Luis Fernando Coss
Daba gusto llamarle Rafaelito a ese gigante. Lo aprendí de seguro de Juan Mari siendo yo un adolescente. Entre 1970 y 1974 me tocó vivir la era de una expansión extraordinaria de la energía estudiantil en las escuelas secundarias de Puerto Rico. Llegamos a contar con más de cuarenta capítulos de la FEPI, y llegarían a casi cien escuelas en las que teníamos contactos. De los dirigentes de la FEPI entonces, a mí me toco visitar decenas de ellas por todo el país en compañía de Roy, El Topo, Andrés Jiménez, Carlos Lozada o Noel Hernández. Sonaba una guitarra o una canción, o varias, al filo de las cuales tomaba el micrófono y pronunciaba un discurso que, por lo general, giraba en torno a la lucha por la libertad de los presos políticos, la Masacre de Ponce, la solidaridad con el movimiento obrero, los rescates de terreno y los siempre obligados temas de la historia de Puerto Rico y las luchas estudiantiles. En varios de esos viajes recalaba en la casa de Rafaelito o en la del doctor Fritz Rodríguez en Mayagüez, antes o después de uno de esos mítines relámpagos de la FEPI (hora de almuerzo y bajo la presión de que llegara la Policía, pues estaba prohibido celebrar actos con altoparlantes frente a las escuelas). Una vez regresó de la cárcel, tuve un encuentro con él y su esposa, quien siempre me trató con mucho cariño. Allí supe de su manía de bañarse con chancletas y de algunas de esas historias carcelarias que serían suficientes para un largometraje. Alguien debería escribrir un libro, por ejemplo, sobre su INTERNACIONALISMO, valioso sobre todo para aquellos que han comprado graciosamente la caricatura de un nacionalismo chato, provinciano, un nacionalismo que nunca existió.
Antes de ese encuentro, nuestro contacto era imaginario o de referencias fugaces. Yo hablaba de él y de sus compañeros nacionalistas en los mítines primero de la FEPI y luego de la FUPI y él se enteraba por CLARIDAD o por alguna visita. Hasta que salió de la cárcel. Yo era corresponsal en Nueva York y allí fue nuestro primer encuentro. El auditorio estaba lleno a capacidad, Rafaelito esperaba en un segundo piso por el comienzo del acto. Me presenté a la seguridad de los compañeros como corresponsal y uno de ellos dijo que no podía pasar a verle y entrevistarlo… «los de CLARIDAD no», le escuché decir. Era joven y creo que bastante rápido, así que en un descuido, me zafé de la seguridad y corrí hasta donde Rafaelito quien se dio cuenta de que me seguían de cerca con las malas intenciones de pegarme con un bate. Rafaelito me reconoció, me abrazó e intercedió por mí. Ese primer encuentro lo recuerdo con emoción… yo tendría 23 años, más o menos la edad con la que entró a la cárcel en 1954.
En nuestro último encuentro, ya encamado, Rafaelito se aprendió de memoria el nombre de mi hija de seis años y el de mi compañera. Los repitió un par de veces para demostrar que estaba en sus cabales. Hablamos… Qué honor conocerle. Qué dicha la de compartir con su compañera Angie, toda luz en un momento tan difícil. Te recordaremos siempre, Rafaelito, el único gigante al que le sienta bien un diminutivo, prueba de su inmensa humanidad.