REDUCTO, tradición y ruptura en la obra de
Roberto Silva
Lo viejo de milenios también puede acceder a la modernidad:
basta con que se presente como negación de la tradición y que nos proponga otra.
Ungido por los mismos poderes polémicos que lo nuevo,
lo antiquísimo no es un pasado: es un comienzo.
–Octavio Paz, La tradición de la ruptura
Todo acto de creación es en primer lugar un acto de destrucción.
–Pablo Picasso
Educado en la Escuela Central de Artes Visuales de Santurce y la Academia de Bellas Artes San Alejandro en La Habana, Roberto Silva es un pintor que domina con gran destreza los fundamentos formales y técnicos de su medio, demostrando una gran admiración por la tradición clásica del arte. Esto lo ha llevado en la presente exposición a recrear la estatuaria greco romana a través de la pintura y la escultura.
Su acto recreador demuestra estar regido por una voluntad iconoclasta que lo induce a fragmentar y atacar la integridad de su modelo clásico. El artista emplea técnicas digitales y análogas para lograr esta fragmentación. Los bocetos preparatorios de sus pinturas los realiza en la computadora digitalizando la imagen para luego dividirla en pedazos deslizándolos en múltiples ángulos, generando así, movimiento y tensión formal. Los vectores derivados de estas disecciones quiebran el orden clásico de la figura estableciendo a su vez la nueva estructura compositiva de la pintura muy cercana a la abstracción.
Cuando lleva sus bocetos digitales al lienzo, Silva hace gala de su virtuosismo técnico empleando composiciones cromáticas audaces que combinan delicadas gradaciones de colores complementarios con irrupciones dinámicas de formas geométricas saturadas de color. Igualmente, con la diestra aplicación del pigmento logra sofisticados contrastes de texturas consiguiendo una superficie pictórica de gran plasticidad.
Otra manera que utiliza Silva para ejercer su iconoclasia es la cuadriculación de algunas áreas de la pintura evocando la pixelización de una imagen digital, efecto conocido como “glitch”. El resultado es una imagen híbrida que mira hacia el pasado y hacia el futuro simultáneamente.
La fragmentación de sus esculturas la realiza mediante una sierra eléctrica, propinándole a las piezas heridas abiertas, ranuras y otras marcas que dejan al descubierto la huella del disco de metal. Silva utiliza como modelo una bella cabeza clásica de un atleta romano que reproduce en serie y va interviniendo una a una, a veces cortándole pedazos y otras pintando la superficie con zonas de color que quiebran su continuidad formal y anatómica.
A diferencia de los iconoclastas medievales, Roberto Silva no persigue negar o condenar la tradición. Por el contrario, con sus agresivas intervenciones sobre los iconos greco romanos pretende afirmar la vigencia del canon clásico. El artista parece decirnos, que en esa tradición formalista hay unas claves que merecen ser rescatadas para revitalizar las propuestas de la plástica actual. Pero el rescate de esas claves no puede verse como un complaciente retorno al pasado. Hay que escudriñar, fragmentar, incluso destruir ese último “reducto” que heredamos, para desde su reconstrucción poder replantearlo como un arte contemporáneo que pueda reencontrarse nuevamente con la belleza.
Para simbolizar el valor ético y estético de este acto de destrucción y construcción, el autor cita la tradición japonesa del Kintsugi (reparar con oro) cuando aplica hojas de oro y aluminio sobre las marcas que ha labrado en sus esculturas. Este antiguo arte japonés consiste en reparar la cerámica rota utilizando resina mezclada con polvo de oro o plata, de tal forma que las grietas queden expuestas revelando su belleza y la historia del objeto. El artesano japonés que practica el Kintsugi entiende, filosóficamente, que la cerámica es más bella porque ha sufrido una rotura.
De manera similar Roberto Silva se enfrenta a las formas clásicas. Sabe que los conocimientos que heredamos del arte griego a través del renacimiento no están agotados, aunque hoy estén desprestigiados bajo el estigma de lo académico. Él, como artista contemporáneo informado de la historia del arte y de las técnicas del ayer y del presente, puede ungir el arte clásico “con los poderes polémicos de lo nuevo” y al igual que Octavio Paz recordarnos que “lo antiquísimo no es un pasado: es un comienzo”.