Reforma educativa en tiempos de María y de la Junta

Lo segundo que se podría decir es que las acciones que conducen a una reforma educativa, pero también a toda reforma, trátese de la que se trate, estén a tono con el objetivo. Anunciar de buenas a primera cambios como estos no tiene nada de “reformador”; se trata de otro truco de político agusa’o que se quiere quitar de encima los graves problemas que enfrenta en la administración del país. No perdamos de vista el estado de situación de las áreas de gestión gubernamental más importantes, excluyendo desde luego la de la educación. En la de la salud se confronta la posibilidad de una epidemia de influenza. En la de la seguridad, nos sentimos inseguros cuando nos desplazamos por áreas a obscuras y aun en nuestras casas, mientras una policía maltratada se ausenta. En el área financiera una desaprobación de la gestión del gobernador por parte de la Junta de Control Fiscal que nos administra como si fuéramos peones sin derechos y a él lo trata como capataz ineficiente. Observemos la ausencia de electricidad en una gran parte del país, no perdamos de vista la industria que desaparece y los negocios cerrados por dondequiera, miremos sin gríngolas la emigración masiva, recordemos el estado de descomposición de caminos y carreteras.
¿Qué nos revelará el supuesto estudio del sistema que hace imprescindibles los cambios específicos que se están proponiendo? Mientras tanto, en los EEUU hay evidencia de lo contrario, pues no solo escuelas charters cierran, como en Tallulah, Lousiana recientemente, sino que el desempeño de sus estudiantes no es mejor que en las escuelas en las que no se ha dado el cambio. Si hubieran sido exitosas, los Estados Unidos se hubieran volcado hacia ellas. En aquel país, como en el nuestro y en tantos otros, la llamada crisis educativa es la crisis de sistemas económicos y políticos que no atienden como deberían las necesidades materiales de las grandes mayorías.
¿Pero qué es lo que se quiere de una reforma educativa? ¿Qué es lo que se quiere transformar, la gestión administrativa? Si nos dejamos llevar por los titulares de periódicos y otros medios, esa está siendo supuestamente transformada a diario, pero como sucedería en la supuesta reforma, está dejando fuera su dimensión más importante, la política en el mejor sentido de la palabra. Esta dimensión constituye un aire, un ambiente, una atmósfera que lo permearía todo y en la que se percibiría que se está ante un inminente cambio social y que habría que actuar inspirado por el mismo, según lo hubo en Puerto Rico, con relativo éxito, en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo.
Hoy entre nosotros predomina el pesimismo, que no es necesariamente problemático y no nos debe sorprender pues el cansancio que todos experimentamos no da para más. Lo que el país necesita es un proyecto político-económico de justicia social que nos devuelva eventualmente la fe en nosotros mismos. ¡Hemos sido vapuleados y yacemos postrados! Pretender levantarnos con frasecitas frívolas o con otra reforma constituye un insulto. Lo que tenemos que hacer es aprovecharnos de esta postración para conocernos mejor a nosotros mismos.
Por su lado, el gobernador y sus asesores piensan que una reforma educativa nos resolverá nuestros problemas. Que el mandatario, evidentemente desvalorizado por la Junta que nos gobierna, recurra a proclamar una reforma educativa en estas circunstancias tan solo muestra cómo lo educativo se nos ha convertido en un cliché. El gobernador y su equipo pensaron que de todos los temas posibles que se pudieran utilizar en este momento, el educativo era el más maleable. Pero en tiempos de disolución, no se puede hablar de salvación. Lo que hay que hacer es deliberar con franqueza sobre la difícil encrucijada que atraviesa el país. De tal deliberación franca es que emanaría una reforma educativa y tantas otras reformas, pero en su día.