Reseña sobre Luces y sombras: el discurso feminista en las publicaciones fundadas por Ana Roqué Geigel de Duprey
Al igual que Roqué, la autora posee un alto nivel de educación con un doctorado en Filosofía y Letras con concentración en Historia de Puerto Rico y el Caribe. Es maestra, por lo que apuesta a la educación como herramienta de empoderamiento. Además, es escritora, cuentista, poeta y columnista. Esta afinidad le permitió reflejarse en ella y desde esa empatía visibilizó la labor de Roqué y las feministas moderadas. Pero quizá esa misma empatía le impidió cuestionar con mayor severidad el vacío que dejó el discurso moderado al minimizar la lucha que aconteció simultáneamente por la clase obrera femenina.
El libro consta de un prólogo, un proemio, una introducción y 5 capítulos. El primer capítulo, explica el análisis de discurso, metodología utilizada en su investigación. El segundo capítulo articula el inicio de la vida de Roqué y su eventual incursión en la prensa periodística con la fundación de La Mujer en 1894. El tercero, aborda la fundación de La Evolución de 1902, donde progresa su pensamiento feminista, político y social. En él define el feminismo por vez primera y defiende una postura apasionadamente criollista e hispanófila. El cuarto capítulo expone el espacio cronológico entre La Mujer del Siglo XX, Álbum puertorriqueño y Heraldo de la Mujer (1917-20). En estos periódicos se percibe la mayor audacia en el discurso de derechos y el mayor activismo por parte de Roqué y las feministas letradas de clase alta. El quinto capítulo concluye el libro con un resumen y las valoraciones de la autora.
Hablando de luces y de sombras
El periódico siempre ha sido un medio de comunicación privilegiado. De acuerdo con Kevin G. Barnhurst y John Nerone[2], el periódico goza de una seriedad a menudo negada a otros medios y la cultura popular avala su poder de desenmascarar e iluminar. Han documentado casos en favor de guerras, derechos civiles, ideologías políticas y otros temas de debate público. Amparado en este privilegio, se desarrolló, a fines del siglo XIX, lo que hoy se conoce como prensa amarilla en Nueva York[3] que aprovechó los relatos sensacionales de los menos afortunados para interesar a la clase trabajadora estadounidense y aumentar su circulación. El éxito económico de esta técnica –tan aplaudida como criticada– abrió paso a noticias dirigidas a las masas. La prensa, medio de comunicación perteneciente y dirigido a la clase burguesa, le otorgó voz a propósito, o sin querer, a los menos privilegiados.
Es por eso, que la fundación del primer periódico femenino en Puerto Rico resulta ser un acto revolucionario, porque otorga a las mujeres un espacio donde ponderar, desenmascarar e iluminar que previamente no existía. La clase obrera, hizo lo propio adoptando al lector de periódicos para estos fines. No obstante, Pedro Gómez Aparicio afirma que el periódico “es un ser animado que nace, se desarrolla y muere en función, no de una simple voluntad germinal, sino del medio en que se proyecta y de las circunstancias en las que actúa.”[4] Es decir, aunque la fundación del primer periódico femenino fue ideada y producida por Ana Roqué, germinó dentro de un contexto social, cultural y político que concedía espacio a cambios en la estructura de dominación. Pero son esas mismas circunstancias las que moderaron el discurso femenino que surgió de la clase letrada burguesa de la isla.
De acuerdo con Lucía Stecher y Natalia Cisterna[5], el feminismo moderado demandaba, entre otras cosas, el acceso al espacio público y a la educación sustentado en la noción de que los géneros se complementaban. Esta noción proponía que los hombres y mujeres aportaban desde sus respectivos papeles sociales al progreso del país. Es decir, el feminismo moderado no cuestionaba la función social de lo que Roqué denominó “gobierno del hogar”, al contrario: es precisamente su capacidad de ejercer los papeles de madre, esposa y cuidadora, lo que la facultaba de encargarse de las leyes que afectaban a las mujeres, niños, ancianos, pobres y enfermos, dentro de la esfera pública. Desde esta postura, Roqué utilizó sus periódicos como instrumento de lucha para defender el derecho de las mujeres al sufragio y a fungir papeles políticos en el gobierno, pero restringiéndolo a aquellas que supieran leer y escribir. Esto implica que las mujeres letradas y de clase alta pretendían representar a todas las mujeres del país: letradas y no letradas, pobres y ricas, trabajadoras o amas de casa desde esta línea de pensamiento moderado que, en algunas ocasiones coincidía, pero en otras, reñía o hasta descartaba los reclamos de la mujer de la clase trabajadora y las no letradas.
La Mujer, representa la apropiación, por parte de Roqué, del deber cívico de apoyar la conversación pública sobre el quehacer femenino y sus derechos. El libro presenta publicaciones previas dirigidas a mujeres, pero editadas por hombres y que, en consecuencia, validaban los roles tradicionales femeninos. Con esto en mente, el feminismo propuesto en este primer proyecto le otorgó un espacio de avanzada a las mujeres educadas donde su voz no estaba subyugada al sesgo masculino de los rotativos existentes. Sin embargo, la línea editorial no pudo escapar el espacio temporal en que se fundó. Y como consecuencia, no desafió las funciones sociales del llamado “gobierno del hogar”. Este ideal le permitió estrechar lazos con algunos hombres que favorecían la inclusión femenina en esferas públicas toda vez que no trastocara el orden establecido. La autora racionaliza esta postura citando a María Barceló Miller, quien adujo que “las mujeres sufragistas entendían que para modernizarse y adelantar su causa tenían que articular un proyecto en el que no antagonizaran con los hombres, sino que les reconocieran el beneficio social de hacerles depositarias del derecho al voto y la participación activa en la política.”[6]. Del Valle abordó sucintamente la existencia de un segundo movimiento feminista socialista/anarquista que criticó este tipo de discurso, pero en palabras de la autora, arremetían “un tanto despectivamente” porque veían la postura moderada como “un fútil ejercicio de construir sobre arena”.[7] Las “mujeres sufragistas” de las que habla Barceló en la cita previa excluía a las feministas obreras.
En contraste, Yamila Azize Vargas, relata que las primeras señales claras de protesta femenina provinieron de las mujeres trabajadoras. Desde el comienzo del siglo XX los periódicos de la isla publicaron testimonios de mujeres, especialmente de la industria del tabaco, exigiendo a los líderes de la Federación Laboral de Trabajadores (FLT) el derecho a organizarse, a ser educadas y a ser protegidas del discrimen y del hostigamiento. A pesar del rechazo inicial de varios líderes masculinos, las mujeres trabajadoras comenzaron a organizarse. Azize afirma que para 1904 existían ocho uniones de mujeres con más de 500 miembros. En 1906 y 1907 los periódicos del país reportaron varias huelgas lideradas por mujeres de la industria del tabaco.[8]
De acuerdo con Azize, el punto culminante de estas luchas llegó en 1908 cuando dos mujeres delegadas al Quinto Congreso Anual de la FLT presentaron varias resoluciones: una que exigía una campaña para promover la sindicalización de las mujeres y otras que abordaron el derecho a la educación, a mejores condiciones laborales y la primera exigencia formal al sufragio femenino. Los líderes tabacaleros, que anteriormente se quejaron de la participación femenina, reconocieron que “no podían hacer nada para detener a las mujeres en la industria … debemos, entonces, ayudarlas a organizarse… a educarse, no pueden ser nuestras enemigas, tienen que ser nuestras aliadas”.[9]
Estos acontecimientos son posteriores al cierre de los periódicos La Mujer y La Evolución, pero previo a la fundación de La Mujer del Siglo XX y Heraldo de la Mujer. Es decir, los periódicos más valientes y enérgicos fundados por Ana Roqué sucedieron al movimiento laboral si las fechas de Azize Vargas son correctas. No obstante, y en contraste con lo antedicho, la autora plantea que en 1919 las mujeres obreras aún se estaban organizando. El libro menciona que el rotativo La Mujer del Siglo XX publicó una reseña ese mismo año acerca de una asamblea de mujeres trabajadoras. Dicha reseña reconoció la importancia de la organización de las mujeres obreras. La autora cita un pedazo de la reseña que califica la asamblea de ser “la primera manifestación ostensible de la mujer a luchar por sus derechos”. La cita continúa con una felicitación y una exhortación a permanecer con su “sensatez y magnífico desenvolvimiento”.[10] Previo a esta mención hay una sección dedicada a la clase obrera, sin embargo, aborda a la clase obrera masculina y no incluye a la mujer trabajadora. Este silencio provoca la falta de un hilo importante que completaría la narrativa de la lucha por la equidad femenina puertorriqueña.
Otro espacio de silencio ocurre cuando el periodista e historiador, Manuel F. Rojas, en respuesta a Roqué y las mujeres de la Liga Femínea escribió una columna en la que cuestionaba la intención de excluir del derecho a votar a las mujeres que carecían de alfabetización. Del Valle cita a Rojas quien afirmó:
No damas aristocráticas… no sois vosotras las únicas madres e hijas puertorriqueñas que necesitan redimirse… Ha dicho usted, señora Roqué, tratando de conquistar la atención de los legisladores… “Vuestras compatriotas que han ayudado a formar una patria merecedora de las libertades que el Congreso Americano acaba de otorgar, organizando asociaciones de caridad y beneficiencia, dirigiendo escuelas públicas, etc.”, y preguntamos nosotros, a la ilustre compatriota: ¿Y la mujer obrera con y sin instrucción, no ha contribuido también a esa obra patriótica, laborando en el taller, fomentando y cuidando de sus hijos que también fomentan la riqueza y dan impulso a la obra de progreso que se realiza en el país?[11]
La autora continuó citando a Rojas quien arguyó que “no incluir a las mujeres obreras constituía un acto que rayaba en tiranía”. Sin embargo, el libro no provee contestaciones provenientes de Ana Roqué a estas declaraciones dirigidas de forma directa a ella. Debe investigarse si el silencio es proveniente del movimiento feminista moderado o de las restricciones del proyecto de investigación, el libro no lo aclara. Del Valle menciona a varios otros hombres que apoyaron al sufragio universal, Santiago Iglesias Pantín y José Tous Soto, entre ellos.
En conclusión, las publicaciones estudiadas por del Valle presentan a Ana Roqué como una mujer asertiva, que valora la educación y la defiende como herramienta de empoderamiento y que promueve el activismo pacífico. También demuestran la evolución de su pensamiento feminista con una voz cada vez más acertada, más madura y con menos temor a la opinión masculina. Sin embargo, no puede quedar desapercibido que el espacio de lucha que provee Ana Roqué propone un feminismo clasista enmarcado dentro de un mundo de privilegio que, si se parte de lo expuesto en el libro, aparenta no encontrar afinidad con la mujer obrera. Desde esa mirada, Roqué pareciera estar inamovible en lo relacionado a la idea del sufragio universal, aún cuando fue directamente aludida a reconsiderar su postura, y a pesar de ser contemporánea con mujeres como Genara Pagán, Luisa Capetillo, Carmen Puentes y las otras tantas líderes que favorecían al movimiento obrero y el sufragio universal.
Ciertamente la educación es una herramienta de empoderamiento para la autodefensa en el reclamo de derechos, pero de ninguna manera puede verse como el boleto dorado que abrirá las puertas al honroso espacio de la inclusión y la equidad. A pesar de la bien intencionada idea de educar a todas las mujeres, la realidad económica, social y cultural no proveía las herramientas para lograr tan encomiable meta. Por lo que, coartar del voto a la mujer no educada era igual de excluyente que lo que los hombres le habían negado hasta ese momento a las mujeres educadas.
Entre las luces más destacadas del libro se encuentra la valiosa aportación a la memoria colectiva de tres décadas de lucha que buscaban cambios en la estructura de dominación política y social de la isla. A pesar de que la lucha de las mujeres letradas y educadas fue excluyente, concuerdo con la autora que esto no cancela, ni resta importancia a la labor realizada por Roqué y la elite criolla.
del Valle La Luz, Elga M. Luces y sombras: el discurso feminista en las publicaciones fundadas por Ana Roqué Geigel de Duprey, 1894-1920. Editorial 360˚, 2020.
[1] Se aduce que el título del libro fue inspirado por la novela de Roqué de 1903: Luz y Sombra, que aborda el tema del feminismo a través de sus protagonistas Matilde y Julia. Es una crítica a las mujeres que apuestan a la belleza y a la vanidad sobre la educación y una propuesta a romper con las ideas chauvinistas ya arraigadas en lo cotidiano de una sociedad patriarcal y opresora de la mujer. Además, es un reflejo del pensamiento progresista, y hasta revolucionario de Roqué tan temprano como 1903.
[2] Kevin G. Barnhurst & John Nerone. The Form of News: A History. New York: The Guildford Press, 2001, 1.
[3] Es preciso puntualizar que Nueva York no fue el único lugar en Estados Unidos donde se desarrolló una prensa amarilla. A pesar de que esta idea tiende a ser una creencia generalizada hubo variantes del fenómeno en todo EE. UU. y alrededor del mundo. No obstante, el término “prensa amarilla” originó de la batalla sensacionalista entre los magnates de periódicos neoyorquinos, Joseph Pullitzer y William Randall Hearst, a finales del siglo XIX.
[4] Pedro Gómez Aparicio. Historia del periodismo español: desde la gaceta de Madrid hasta el destronamiento de Isabel II. Tomo i. Madrid: Editora Nacional, 1967.
[5] Lucía Stecher Guzmán & Natalia Cisterna Jara. “Heraldo de la Mujer de Ana Roqué: estrategias de posicionamiento en la lucha sufragista puertorriqueña”. Estudios Filológicos. Accedido el 12 de octubre de 2021. https://scielo.conicyt.cl/ pdf/efilolo/n64/0717-6171-efilolo-64-35.pdf
[6] María Barceló Miller. “Nociones de género en el discurso modernizador en Puerto Rico, 1870-1930”. Revista De Ciencias Sociales, 2000, 16, en: del Valle La Luz, Elga M. Luces y sombras… 56.
[7] Elga del Valle. Luces y sombras… 84.
[8] Yamila Azize Vargas. “The Emergence of Feminism in Puerto Rico, 1870-1930”. Latino/a Thought: Culture, Politics, and Society. Francisco H. Vázquez, Rodolfo D. Torres, Eds. Rowman & Littlefield Publishers, 2011, 178-179.
[9] Yamila Azize Vargas. “The Emergence of Feminism in Puerto Rico, 1870-1930”, 179.
[10] “Asamblea Obrera” La Mujer del Siglo XX. Año II. Núm. 59. 14 de diciembre de 1919, 8, en: Elga del Valle. Luces y sombras, 165.
[11] Manuel F. Rojas. “El voto para la mujer”, en: Elga del Valle. Luces y sombras, 162-163.