Rita Moreno: Lo quería y lo consiguió
Me he topado con la gran Rita dos veces en mi vida. En Atlanta, en los años noventa, estuvo en una cena auspiciada por la Fundación del Riñón; conversé brevemente con su esposo cardiólogo (era también su agente) y de ella me sorprendió su amabilidad: definitivamente puertorriqueña. Luego, en el 2014, la vimos en un espectáculo que montó en el Condado Vanderbilt. Mi impresión de su simpatía no resultó errónea: a la salida se retrató con mi esposa y una amiga. Esa cualidad se desborda desde la pantalla en el documental sobre su vida, “Rita Moreno: Just a Girl Who Decided to Go for It” que se proyecta en Fine Arts Popular y que no deben perderse.
Pensé que iba a ser un desastre cuando, al comenzar el filme, usaron a Rita Hayworth como ejemplo de un “latina (aún no entienden que el ‘latino’) que había tenido que ocultar su procedencia para triunfar en el cine de Hollywood”. Sí, Margarita Carmen Cansino nació en Nueva York de padres españoles (sevillanos), pero su carrera en el cine dista del desarrollo de la de Rita Moreno tanto como se distingue nuestro planeta de Marte. Eso sí, tenían el mismo primer nombre.
Pero me repuse rápidamente cuando presentaron su niñez en los campos de Humacao y de cómo tenía un deseo casi incontrolable de ser, como ella misma dice, el centro de atención, pero de una forma especial: actriz de cine. Llegó a Estados Unidos en la época de los cabarés y, experimentó el hedonismo de los años de posguerra. De adolescente tomó clases de baile español con Paco Cansino – sí tío de Rita Hayworth (tal vez por eso la directora del documental, Mariem Pérez Riera, hizo la conexión que ya he mencionado)– como son las cosas, el talento se sobrepone, y comenzó a cantar y bailar en producciones en Manhattan y a doblar las voces de las actrices en películas americanas destinadas a mercados latinos.
Su cuento de cómo conoció a Louis B. Mayer en el “penthouse” del Waldorff Astoria es gracioso porque fue allí disfrazada (sus palabras), pero Mayer la identificó inmediatamente: era “la Elizabeth Taylor latina”. La contrató y, para su asombro, Gene Kelly le dio un papel en “Singing in the Rain” (1952) como la actriz del cine mudo Zelda Zanders, lo que rompió brevemente el patrón de estar en un elenco como latina. A ese logro le siguió su papel como Tuptim en “The King and I” (1956) una película que tuvo un éxito rotundo tanto con la crítica como en la taquilla. En ella Rita deslumbra.
Sabemos, sin embargo, que su gran primer momento fue su papel de Anita en “West Side Story” (1961). No solo escaló niveles altísimos como actriz, sino que bailó como si fuera una Chita Rivera cualquiera. (Rivera había sido Anita cuando la obra debutó en Broadway y estaba –digamos “molesta”– cuando no le dieron el papel.) Anita canta versos que critican a Puerto Rico, lo que logró que la paranoia se disparara y que algunos tildaran la obra de “racista”. En el documental, la actriz narra cómo pensó y analizó el asunto y concluyó que la que decía las cosas era un ser ficticio (es tan obvio que da rabia) que se siente fuera de lugar en su nuevo entorno en Nueva York, no ella.
A pesar del Oscar (mejor actriz secundaria) que recibió por representar a Anita, las ofertas que tuvo después de eso fueron de estereotipos, y su rechazo de ellas la ausentó por siete años de la pantalla. El destino le tenía algo preparado, y en 1969 filmó “The Night of the Following Day” con Marlon Brando. Durante los próximos ocho años, según nos narra con absoluta sinceridad, tuvo una relación emocionalmente abusiva con el gran actor, que la llevó a intentar suicidarse después de un aborto fallido que por poco la mata. La ironía es que fue Brando quien le dijo que debería recibir tratamiento psicológico. Como dice ella, ¡se necesita un loco para conocer a otro! Estos momentos en el filme son los mejores, pues en ellos conocemos ese aspecto cándido de la personalidad de Moreno que, como ya indiqué, se percibe al conocerla. La escena entre Brando y ella, que se presenta en la cinta, y la narración que la enmarca, vale el precio de entrada.
Igual de franca es su evaluación de su matrimonio con su difunto esposo Leonard Gordon, a quien describe como un «controlador» y comenta que se quedó con él demasiado tiempo. Es una confesión que aquí llamaríamos “sin pelos en la lengua”, pero es simultáneamente chocante y tierna, pues muestra sus frustraciones con él y su agradecimiento por lo que hizo por ella.
Lo que para mí es lo más puertorriqueño de esa Rosa Dolores Alverío de Humacao es que se ha sobrepuesto a todo y que ha logrado cosas que muchos sueñan y pocos pueden alcanzar. Los que están interesados en el mundo del entretenimiento saben lo que es EGOT (siempre me ha impresionado que el EGO, en mayúsculas, sea tan importante): es ganar el Emmy (TV), Grammy (grabaciones), Oscar (cine) y el Tony (teatro). Las primeras dos figuras en lograrlo fueron ¡Richard Rodgers y Helen Hayes! La puertorriqueña Rita Moreno de Humacao la tercera. El cuarto ¡John Gielgud! Nada más con el testigo. Vayan a ver la vida de esta extraordinaria mujer.