Rosario Rebelde
Rosario Josefina Ferré Ramírez de Arellano murió la noche del 18 de febrero de 2016 y con su muerte clausuró una era histórica en la literatura puertorriqueña. No es hiperbólico decir que hay un antes y un después de Rosario Ferré. Más que ninguna otra escritora puertorriqueña de finales del siglo XX (su literatura se encumbró en el último cuarto de este siglo) Rosario rompió moldes, estereotipos y expectativas y lo hizo al contrapelo de las buenas costumbres y lugares comunes de los diversos círculos que habitó a lo largo de su carrera como escritora.
Si bien es cierto que su influencia tuvo mucho que ver con su pertenencia a una clase privilegiada, Ferré se hace nombre precisamente por ir al contrapelo de las expectativas de una mujer miembro de esta clase. Esta contrariedad, esta rebeldía pública, escrita en blanco y negro, fue probablemente la gran constante de su carrera letrada. Como es harto sabido y mencionado en las biografías de Ferré, era ella la hija independentista del primer gobernador estadista de Puerto Rico; la joven educada en Estados Unidos que optó por estudiar en la Universidad de Puerto Rico y publicar en español y en espacios culturales nacionalistas como Claridad.
Esta obvia contradicción a su entorno doméstico, repetida hasta la náusea, opaca algo a veces en los escritos de algunos de sus críticos y biógrafos la dicción más contraria que la caracterizó: la de la voz feminista, pro-queer y denunciadora de las violencias de género y disparidades de poder comunes en Puerto Rico y llevadas a cabo contra las mujeres, los negros y los pobres. Rosario sacó los trapos al sol de su círculo social y además de todos los lugares donde se manifestaba la violencia de género y la inequidad de género, la opresión de clase y la opresión racial. Fue de las primeras escritoras que sin tapujos escribió consistentemente contra la violencia doméstica y los abusos contra las minorías raciales y sexuales. Y en esto se tomó sus riesgos y estableció y perdió relaciones de amistad y trabajo, como por ejemplo, su relación tirante y fértil con Manuel Ramos Otero que originó algunos de los mejores cuentos que hayan escrito los dos en la década de los setenta (La Heredera, La última plena que bailó Luberza, Cuando las mujeres quieren a los hombres).
Rosario Ferré escribió de la violencia física y sexual sufrida por las mujeres en Puerto Rico, sino común femenino independiente de clase, pero también habló explícitamente del sexo y la violación como ejercicio de poder entre los hombres en su novela Maldito Amor, por ejemplo, una narración que evidencia el origen intereseccional de las desigualdades e injusticias heredadas de la colonización y el sistema de plantación en Puerto Rico. Estas narrativas de Ferré, como han dicho ya otros críticos, entre estos Negrón Muntaner, abrieron paso a que otros escritores exploraran estos temas. Ferré brindó espacios para escritos y voces que se salían de lo aceptado y publicado en su época. Su revista Zona de Carga y Descarga, que editaba junto a su prima Olga Nolla, cambió el panorama literario del fin del siglo XX en Puerto Rico.
Ferré escribió sobre el deseo femenino, la sexualidad, la hipocresía de la iglesia católica, la perpetuación de un sistema de clases agobiante y asfixiante que beneficiaba a muy pocos. Escribió sobre la opresión política, económica, la corrupción de las esferas del poder. Escribió sobre los detalles de cómo se moría aquel pobre pueblo de Palés Matos y como no era precisamente de nada. Y tuvo la buena estrella de hacerlo en un momento histórico donde, en vez de silenciársele, se le aclamó y cosechó éxito e inauguró géneros en Puerto Rico.
Rosario Ferré se estableció fírmemente en el canon literario puertorriqueño a partir de la década de los ochenta y al alcanzar éxitos y gran popularidad con su obra en el extranjero; junto con Ana Lydia Vega, se convirtió en la escritora más traducida y publicada de Puerto Rico. Su figura literaria en ese momento se ajustaba cómodamente a las expectativas de la intelectualidad letrada puertorriqueña: Ferré era independentista, denunciadora del colonialismo y feminista. Y ese feminismo, que en algún rincón del círculo letrado pudiera irritar un poco, se hacía llevadero por lo bien que encajaba en el resto de la periferia. Su fama se incrementó en los noventa y comenzó a publicar sus trabajos con editoriales prestigiosas en el extranjero. Entonces, durante el último plebiscito fallido del siglo XX, publicó su primera novela en inglés (no en traducción, sino concebida en inglés) y escribió la aún infame columna de opinión “Puerto Rico, USA”. Esta columna fue un cataclismo que conmocionara a más de uno y que hiciera rabiar a muchísimos más. Rosario Ferré para muchos, según las palabras de una actual intelectual que se quejaba con una querida profesora universitaria en ese momento, no era más que un ¡fraude! Había claudicado el ideal independentista y ahora escribía inglés para encajar mejor en el mercado internacional.
El problema con esta crítica es que pretendía que Ferré fuera lo que no era. Rosario, la rebelde, estaba siendo consistente consigo misma, estaba yendo a contracorriente, a contrapelo, atreviéndose a decir lo que nadie quería escuchar y poniendo en cuestionamiento las ideas tomadas por verdad de sus compatriotas. Ferré sacó a la luz el biculturalismo y el bilingüismo de un gran número de puertorriqueños de las islas de Puerto Rico, no de la diáspora, y lo puso justo al lado del pedestal nacionalista para que lo salpicara de incertidumbre. Habló de la asimilación de una nueva lengua (¡la del invasor!) como algo positivo y salió del clóset bilingüe y se declaró enamorada del inglés. Esta columna de opinión, “Puerto Rico, USA” fue causa de angustia y rabia en ese 1998 que tantas cosas trajo. Si bien es cierto que la misma sigue siendo infame, y que muchas de sus exclamaciones, generalizaciones e hipérboles pueden pararle los pelos incluso a los menos nacionalistas entre nosotros, también es cierto que destapó la olla de que sí hay un gran número de puertorriqueños que viven en dos lenguas en el archipiélago boricua y que no somos tan homogéneos na’.
Una ironía de la columna fue que en ella Ferré abogaba en contra del voto ausente boricua, de que voten aquellos que viven en los Estados Unidos continentales en una elecciones plebiscitarias en Puerto Rico, y sin embargo su gesto inclusor del bilingüismo y el biculturalismo propulsó un diálogo más abundante sobre la pertenencia del inglés a las letras puertorriqueñas y de la diáspora y su lugar en ella. Este tema, hasta ese entonces, era tabú en los pasillos de las instituciones intelectuales puertorriqueñas, esas literaturas en inglés, más que minoritarias eran casi invisibles, consideradas extranjeras y Ferré, de un plumazo (o un golpe de teclado), voló en cantos la tapa de ese clóset particular.
Sí hubo esfuerzos por aunar la literatura del archipiélago puertorriqueño con la diáspora en, por ejemplo, iniciativas editoriales, como la colección “Las dos orillas” de ediciones Huracán, y en cursos donde se discutían las obras de José Luis González y de Pedro Juan Soto (pero no a Piri Thomas, Pedro Pietri o Nicolasa Mohr, esos “eran de inglés” y no cabían en los cursos de literatura puertorriqueña), y en una que en otra antología aventurera, pero las obras puertorriqueñas en los dos idiomas se mantenían divididas como por una cortina de hierro. El gesto de Rosario Ferré revolcó un avispero donde ya no era posible ignorar esta zanja lingüística entre dos tradiciones literarias puertorriqueñas. Pienso que un Urayoán Noel, nacido y criado en Puerto Rico y escribendo en ambos idiomas, no existiera tan felizmente sin este gesto de Ferré. En ese sentido, su escandalosa columna también marcó un antes y un después en la discusión de las letras puertorriqueñas, aunque esta vez tal vez fuera en reacción contraria a su enunciado.
Rosario, rebelde, no dimitió nunca a lo que le pareció sensato y verdadero en su momento. Sus cambios de parecer, que para algunos aparentan contradicción, deben verse como parte de un constante cuestionar, criticar e implosionar categorías fijas y artificales. Se podrá estar en desacuerdo con algunas o todas las cosas que defendió en momentos específicos, pero su rebeldía se debe reconocer como el gesto de una mente crítica e independiente que siempre quiso ser fiel a sí misma.