Rusia, Ucrania y Crimea
Rusia es y siempre ha sido, un imperio. También lo fue la Unión Soviética. Su territorio de seis millones y medio de millas cuadradas ocupa una sexta parte de la Tierra y casi duplica la extensión de Canadá, el segundo país más grande del mundo. Un vuelo de avión de este a oeste del país dura más de ocho horas y atraviesa once zonas horarias. Eso es después de haber perdido nueve países en Europa y seis en Asia, incluyendo a Kazakstán, el noveno país más grande del planeta. Sus gelatinosas fronteras han variado constantemente desde hace varios siglos y parece que continuarán así.
Rusia es un territorio multinacional, multiétnico y plurilingüe. Allí conviven más de 100 lenguas distintas y 185 grupos étnicos diferentes, de los cuales sobre 50 poseen territorio propio. La fuerza centrífuga del nacionalismo étnico se encuentra siempre presente en el estado ruso y produce eventos como los conflictos bélicos en Chechenia y Georgia. En ambos casos, el gobierno ruso de Vladímir Putin no titubeó en utilizar su fuerza militar para favorecer su posición y la de sus aliados en esos territorios.
Por otro lado, en la mayoría de los países de Europa oriental habitan minorías rusas, particularmente Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, Letonia, Estonia y Lituania. De hecho, los rusos constituyen el mayor grupo étnico de Europa con unos 140 millones de personas, de los cuales 20 millones viven fuera de Rusia. La experiencia de Crimea ha provocado preocupación en varios países europeos y asiáticos con minorías rusas, especialmente aquellos que comparten fronteras con el gigante país eslavo. La región de Transnistria en Moldavia salta a la vista como otra potencial Crimea, dado que la población étnica rusa es mayoritaria y rechaza los acercamientos del país a Rumanía y la Unión Europea (UE). Incluso declaró su independencia en 1992 luego de un conflicto armado que Rusia respaldó. Aunque no comparte fronteras con Rusia, la población rusa de Transnistria podría reproducir el referéndum de Crimea y proveerle una justificación al Presidente Putin para promover un voto de anexión en el parlamento.
Además, Rusia comparte fronteras con 14 países y tiene disputas territoriales con casi la mitad de ellos. A pesar de su gran tamaño, sus salidas a mares cálidos son muy limitadas y las pocas que tiene obligan a sus naves a pasar por el territorio de países rivales como Turquía, Alemania y Japón, todos aliados de Estados Unidos. La ciudad costera de Sebastopol en Crimea alberga una base naval rusa en una de esas pocas salidas a mares cuyas aguas no se congelan en invierno.
Ucrania, por su parte, es uno de los países más pobres de Europa y de las exrepúblicas soviéticas. El Banco Mundial lo considera un país de ingreso mediano bajo. Su PIB per cápita representa una séptima parte del de España y una quinta parte del de Grecia, dos de los países más afectados por la crisis de la deuda europea. Más de una tercera parte de la población vive bajo el nivel de pobreza y su expectativa de vida de 71 años se encuentra muy por debajo de la media europea de 80 años. Su balanza comercial es negativa porque importa 10% más de lo que exporta. No se materializaron las promesas del gobierno ruso de Boris Yelstin en 1994 de estimular el desarrollo económico y la calidad de vida de los ucranianos a cambio de su lealtad política y comercial. Ucrania, a pesar de ser la cuna histórica de la nación rusa y de figuras del talle de Nikita Krushchov y Leonid Brézhnev, no ha dejado de representar para Rusia un enorme granero y la vía de paso para más de una docena de gasoductos y oleoductos encaminados al mercado europeo. Luego de 20 años de expectativas incumplidas, la mayoría de los ucranianos se desencantaron con Rusia. Por eso buscaron el acercamiento con la UE. Además, la poderosa mafia que controla el poder político y económico en Ucrania es peor que la rusa. Eso es mucho decir. La organización no gubernamental Transparencia Internacional cataloga al gobierno ucraniano como uno de los más corruptos del planeta, por debajo del 81% del total de países.
El aspecto más preocupante para la clase política ucraniana es el potencial desmembramiento de su territorio soberano. Varias ciudades de la zona industrial del este han protagonizado serios retos al poder central de Kiev. Cientos de ciudadanos ucranianos de origen etnolingüístico ruso tomaron por asalto las ciudades de Donetsk, Luhansk y Járkov, con la intención de impulsar una nueva constitución de carácter federal. Cuentan con el aval de Moscú. Ninguno de los dos candidatos presidenciales principales para las elecciones del 25 de mayo favorece ese cambio. Tanto Yulia Timoshenko como Piotr Poroshenko han apoyado la descentralización política pero han rechazado la federalización que en esencia establecería una confederación de estados cuasi independientes. El gobierno ruso de Vladimir Putin prefiere la nueva constitución porque le concedería a las óblast ucranianas la capacidad de manejar su propio presupuesto y de negociar tratados comerciales internacionales. De esta manera, las regiones orientales, productoras de carbón, armamentos, acero y otros productos industriales podrían afiliarse a la Comunidad Económica Euroasiática, liderada por Rusia, aunque Kiev se aliara con la UE. De eso a la independencia no habría sino un paso. Incluso permitiría la anexión de esas regiones a la Federación Rusa, como lo hizo Crimea. Ucrania se quedaría con sus regiones occidentales, mayormente agrícolas y pobres.
Por otro lado, el prospecto de aliarse a la UE se basa en esperanzas ilusorias. La experiencia de varios estados del otrora bloque soviético que entraron a la UE fue que el capital multinacional alemán, francés, británico y de otras potencias europeas se adueñó de sus economías y no permitió la generación de capital nacional. Además, cada país que entró a la UE le costó a la organización billones de euros en programas de reconstrucción, cosa que sería muy difícil de repetir en este momento por el estancamiento económico de Europa. Por lo tanto, la entrada de nuevos miembros a la UE en este momento es dudosa y mucho menos de un país más pobre que los que entraron en los pasados 20 años. Ucrania, en otras palabras, cuenta con muy pocas opciones.
El potencial acercamiento ucraniano con la UE y la OTAN representa para Rusia una amenaza real a su seguridad nacional, en términos de su integridad territorial, de su capacidad de influir la política europea y de la posición de su marina de guerra en aguas internacionales. Ucrania y Bielorrusia comparten extensas fronteras con Rusia y constituyen una especie de barrera entre Rusia y el resto de Europa. El propio nombre de Ucrania, cuya traducción literal es “en el borde”, simboliza su histórico papel relativo a Rusia y la Unión Soviética.
La presencia militar de la OTAN en Ucrania representaría para Rusia algo similar a lo que significaría para Estados Unidos el surgimiento de bases militares rusas en Canadá o México. Washington rechazaría ese escenario con la misma vehemencia que Moscú se opone al acercamiento ucraniano a la alianza militar estadounidense, que pretende extender su influencia hasta las mismas fronteras rusas. No es secreto que la OTAN se propone firmar alianzas de seguridad con las exrepúblicas soviéticas de Armenia y Azerbaiyán, en la frontera sur de Rusia. Ya lo hizo Polonia, que fue sede del Pacto de Varsovia, tratado militar que contuvo la influencia estadounidense durante la Guerra Fría. Desde la perspectiva rusa, son ellos quienes tienen que protegerse del expansionismo europeo. Cabe recordar que en los pasados 200 años, el territorio ruso ha sufrido invasiones o incursiones militares de Francia, Alemania (dos veces), Inglaterra y Japón.
Crimea, además, es sede de la base naval más importante de la Federación Rusa. En caso de que pasara al ámbito de influencia de la OTAN, la marina de guerra rusa perdería gran parte de su capacidad de establecer una presencia notable a nivel mundial. La base de Sebastopol en Crimea le provee a la flota rusa un punto de acceso al Mar Mediterráneo y a su otra base naval en Siria. Rusia no permitirá la pérdida de Crimea y Estados Unidos y la UE lo saben. Es quizás por eso que las anunciadas sanciones económicas se han limitado al congelamiento de cuentas y crédito a individuos de mediano rango en el gobierno ruso.
Por último, la península de Crimea posee un gran valor económico por sus reservas de petróleo y gas natural, que se encuentran entre las más abundantes del Mar Negro. El gigante energético ruso Gazprom ya le solicitó al gobierno separatista de Crimea el permiso para explorar y explotar nuevos yacimientos. Incluso la petrolera multinacional Exxon Mobil apoyó la anexión rusa de Crimea, ya que negoció una alianza con la empresa petrolera rusa Rosfnet, que les permitirá adquirir la compañía ucraniana Chornomornaftogaz, que controla actualmente las reservas de gas y petróleo en la península. Por otro lado, Chevron y Shell perdieron la apuesta de controlar el combustible de Crimea al haberse aliado con el gobierno del Presidente Oleksandr Turchínov, que depuso a Víktor Yanukóvich el pasado 21 de febrero.
En resumen, la situación de Ucrania, Rusia y Crimea pone de manifiesto que las relaciones internacionales continúan basándose en consideraciones de poder económico, político y estratégico.