Rusia, Ucrania y las izquierdas
La mayoría de las ultraderechas y neonazis del mundo se han alineado con Putin y apoyan la invasión rusa de Ucrania. Esto no es difícil de entender, si tomamos en cuenta la ideología de Putin, su visión y su trayectoria. Mucho más difícil es entender por qué algunas izquierdas han apoyado a Putin total o tímidamente.
Putin tomó el poder luego del periodo de Yeltsin y logró eliminar cualquier posibilidad de convertir a Rusia en un país democrático que conservara algunos de los avances del periodo soviético. Por el contrario, fomentó el surgimiento de una oligarquía mafiosa que, al depender para sus obscenas riquezas de Putin, le rinden pleitesía.
Putin está inspirado por una ideología euroasiática, que propone un choque irremediable entre la civilización occidental, liderada por EEUU, y una Eurasia que tendría a una Rusia renacida como su centro. Dicho concepto de Rusia pasa por unificar a todos los países donde se habla ruso, negando, como en el caso de Ucrania, que sean un verdadero país. Tal unificación también está basada en la fusión del estado con la Iglesia Ortodoxa Rusa y, por tanto, en completa contradicción con las otras iglesias ortodoxas separadas, como es el caso de la ucraniana. Se trata de una visión neofacista que opone un “colectivismo” ultra centralizado y bajo la mano dura de Moscú a todos los valores tildados de occidentales y decadentes, tales como la universalidad de los derechos humanos, la igualdad entre todas las personas, etc.
El principal exponente de esta visión y muy allegado a Putin es el filósofo ruso Alexandr Duguin, fundador del Partido Eurasia, parte de la coalición en el poder.
Al servicio de esta misión se encuentra un aparato propagandístico formidable: las agencias de prensa fundadas por el estado ruso bajo Putin, como RT y Sputnik, así como un enorme ejército de bots cibernéticos. Estas agencias se adaptan según el ambiente que encuentren. En Europa transmiten un mensaje derechista, haciéndose eco de las posiciones de los grupos neonazis, tales como el control de inmigración. En Estados Unidos, apoyan la ultraderecha trumpista, cónsono con las gestiones secretas que realizó Rusia para favorecer la elección de Trump. En Latinoamérica, por el contrario, llevan un mensaje de “izquierda”, antiamericano, que se ceba en el resentimiento natural hacia el imperio del Norte. Además, realizan una gran actividad de “hacking” cuya meta básica es sembrar el caos y dar resonancia al concepto de la decadencia occidental.
¿Cómo es que se logra el apoyo de esas izquierdas a un líder y un régimen neofacista con aspiraciones de conquista continental?
En primer lugar, con un mensaje que presenta a los Estados Unidos como la única superpotencia imperialista en el mundo actual, y como la madre de todos los males. Aunque esa segunda característica no está tan lejos de la verdad para los que hemos conocido de cerca su poder y su capacidad de control, no es, ni mucho menos, el único país imperialista del mundo, o que oprime a otros pueblos. Pero presentar esa visión de un mundo unipolar post Guerra Fría le permite al aparato propagandístico ruso opacar sus propias acciones y rumbo imperialistas, sobre todo ante los ojos de muchos izquierdistas.
En el periodo de 30 años de la era post soviética, Rusia ha llevado a cabo dos guerras contra Chechenia, a cual más sangrienta, una invasión en Georgia, la invasión de Ucrania en 2014 para arrebatarle Crimea y parte del Donbás, apoya militarmente al régimen criminal de Assad en Siria en su guerra contra el pueblo y ahora la invasión de Ucrania.
En segundo lugar, el mensaje de la propaganda rusa se basa en el irredentismo ruso, la idea victimista de que Rusia siempre ha estado luchando contra el resto del mundo y el mundo contra Rusia. La idea de que Rusia tiene, por designio del destino, que desempeñar un papel principal en la historia del mundo y las fuerzas del mal siempre se lo han impedido. Para que este mensaje cale entre sectores de izquierda, hay que unirlo a una nostalgia por la URSS, tratar de explicar la caída por la gestión de las potencias occidentales y no por sus propios problemas y defectos.
En tercer lugar, dicha propaganda está montada sobre la idea de que la verdad es completamente relativa o, en otra forma, que existe una verdad de ellos, los occidentales, y existe otra verdad, siempre opuesta, de los rusos. Así, no hay que demostrar lo que se afirma, solo hay que afirmarlo en contraposición de ese mundo liberal decadente que se aspira a enfrentar. Uno de los mejores ejemplos de esto es la afirmación, como justificación de la invasión, de que se busca la “desnazificación” de Ucrania. Y esto lo afirma Putin, que defiende una ideología neofascista basada en la raza, la religión y la ancestral grandeza de la nación.
Y las estaciones repetidoras enseguida saltan a apoyar esa “desnazificación” de Ucrania, a afirmar sin investigar que el gobierno de Ucrania es una dictadura neonazi que está masacrando a la pobre gente del Donbás. No se detienen a razonar, por lo menos, que el presidente Zelensky es un judío practicante que habla ruso como primer idioma. Que en Ucrania hay neonazis al igual que en todos los países de Europa, pero que en las últimas elecciones no obtuvieron suficientes votos para entrar al parlamento, como lo han hecho en muchos otros países. Y sí, tienen el batallón Azov compuesto por neofacistas, una unidad de 900 voluntarios en un ejército de 245,000 soldados, que ha cometido crímenes de guerra que las fuerzas invasoras se han encargado de dejar pequeños.
Pero nadie es engañado si en su mente no hay las condiciones propicias para ello. Esas izquierdas son terreno fértil para esa propaganda.
Una de las ideas subyacentes en esas izquierdas que Putin ha sabido aprovechar con mucha inteligencia es el dogma: el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Cómo eso se ha convertido en un dogma es difícil de entender, pero una vez que penetra la mente hace olvidar algunos de los principios básicos por los cuales la mayoría llegamos a considerarnos de izquierda o revolucionarios. Esos principios no están en las obras teóricas, sino en la identificación con los pueblos trabajadores oprimidos y la idea de que este mundo puede ser mucho más justo para todos. Si se olvida eso, se pierde todo. Pero, lamentablemente, se olvida.
Así es como el partido fue suplantando a la clase, el buró político al partido y, finalmente, el líder a todo lo demás. Así es como pasamos de identificarnos con cada lucha donde quiera que sea de una clase trabajadora sin fronteras, a identificarnos con tales o cuales líderes y estados porque su retórica es de izquierda y se proclaman antiamericanos.
Si la invasión la hace EEUU, vamos a la calle a protestar. Si la hace Rusia, vamos a encontrarle la justificación. Si EEUU le niega los derechos a un pueblo, alzamos nuestra voz. Si China oprime a los pueblos tibetano y uighur, callamos. Si un gobierno proamericano reprime, gritamos. Si lo hace Maduro, Ortega o Díaz Canel, lo justificamos.
¿Cuándo y por qué pasamos de oponernos a todas las formas de opresión, a todos los imperios, a todos los burgueses y oligarcas a oponernos a algunos y favorecer a otros?
Corolario de ese dogma del enemigo de mi enemigo es la acusación a todo el que no acepte la interpretación particular de cada evento de ser agente de la CIA, tonto útil del imperialismo, etc. Porque si solo hay dos posiciones posibles, amigos o enemigos, y tú no estás en la mía, es porque favoreces al enemigo. O te pagan. Con este chantaje, por ese temor a ser denunciado como proamericano, muchos que no hubieran creído aceptan lo que sea.
Otra de las ideas subyacentes es la que en inglés llaman “whataboutism”. Es una especie de válvula de escape a lo que queda de conciencia revolucionaria. Si les indicas que Rusia invadió Ucrania y está masacrando a un pueblo, te contestan inmediatamente con la larga lista de invasiones y agresiones del imperialismo norteamericano. Y se largan por esa válvula de escape a limpiar su conciencia, porque cualquier abc de un revolucionario le diría que se opusiera a todas las agresiones.
Como si al pueblo ucraniano le suavizara la pérdida de sus vidas y hogares bajo el intenso bombardeo ruso el que le digan que igual lo hizo EEUU en otra parte…
Esta desensibilización lleva a muchos a envolverse en el análisis geopolítico y olvidar a los pueblos que viven y mueren. Por eso es que la justificación rusa de que su “operación especial” en Ucrania es “en defensa propia” ha calado en esas izquierdas. Según Putin, se justifica entrar a Ucrania y destruir las ciudades y pueblos y matar miles de civiles porque la OTAN ha seguido avanzando hacia el Este y eso hay que detenerlo por la seguridad de Rusia. Por consecuencia, los verdaderos culpables de la invasión son EEUU y los demás países de la OTAN.
Nunca en la historia un país inicia una guerra o invade a otro sin las más sagradas justificaciones. Pero que alguien que se proclama de izquierda o revolucionario acepte semejantes justificaciones no tiene el más mínimo sentido. Y que lo haga gente que ha luchado por la independencia y la autodeterminación en un país invadido, como lo es Puerto Rico, más incomprensible aún.
Nadie puede negar que a Rusia le preocupe la expansión de la OTAN. Eso ha sido así desde se creó. Por algo la primera posición de la URSS fue buscar que se le incluyera. Así lo propusieron Krushev y Molotov en los años cincuenta. Y cuando no fueron aceptados, entonces surge el Pacto de Varsovia, la versión ideal del cordón sanitario que Rusia siempre ha soñado.
Pero, ¿esa preocupación rusa y esa expansión de la OTAN, justifican la invasión y la masacre? ¿Quién invadió Ucrania? ¿Quién ha lanzado toneladas de explosivos contra la población civil? ¿Quién está tratando de derrocar su gobierno e instaurar un gobierno títere, como en Chechenia? ¿En serio nuestros compañeros no creen que pudo haber otra forma de resolver la “amenaza de la OTAN” que no fuera destruir a Ucrania?
¿En serio aceptan el cuento de que Rusia no tiene ningún interés sobre el territorio de Ucrania o conocen de esto y de la negación del derecho de Ucrania a existir como país que Putin ha proclamado y callan? ¿O están de acuerdo?
Claro que hay toda una embrollada situación geopolítica envuelta, pero si vamos a analizarla sin tomar en cuenta todos los factores, solo mirando hacia el lado que queremos mirar, no la vamos a comprender. Y si se nos olvidan esos principios básicos, peor.
Decía antes que hay tanto una izquierda que apoya plenamente la invasión, y otra que lo hace tímidamente. Los argumentos son similares, pero esta izquierda tímida no se atreve a sostener su apoyo a Putin, sea porque saben de sus verdaderas aspiraciones o sea porque han hecho compromisos políticos y económicos.
Esta izquierda tímida, en la que podemos ubicar a Podemos en España y a Francia Insumisa en Francia, dice que se opone a la invasión pero que la verdadera culpa la tiene Estados Unidos. Y que la única solución es diplomática, básicamente ofrecerle algo a Putin para que se detenga. A consecuencia de ello, han llevado una campaña para que no se le den armas a la resistencia ucraniana.
Y el argumento más usado es que con eso van a sufrir más los ucranianos, siempre unido a que se le van a dar armas a personas que no saben cómo usarlas.
Estamos hablando de personas que se proclaman herederos de la Resistencia antifascista en Francia y republicana antifranquista en España. Gente que peleó sin esperanza, en las peores condiciones de desigualdad y desventaja. Que estuvieron años peleando, cayendo y levantándose. Y ahora sus “herederos” le dicen a los ucranianos que no resistan, que no pidan armas, que se las arreglen como puedan en lo que llega una milagrosa solución diplomática. Es increíble cómo alguna gente puede perder completo contacto con sus orígenes y seguirse proclamando revolucionarios.
Afortunadamente, existen otras izquierdas que han asumido posiciones verdaderamente antiimperialistas, que han sabido separar el grano y la paja. Esperemos y confiemos en que prevalezcan.
Igual que espero y confío en que el pueblo ucraniano prevalecerá sobre la invasión y el pueblo ruso se sacudirá de un régimen de aspiraciones totalitarias y expansionistas que solo lo va a llevar al sufrimiento.