“Salte de la vía Perico”, una advertencia ante la barbarie neoliberal
La convicción de que la hiperglobalización fue una elección política y no un resultado inevitable de fuerzas económicas y tecnológicas permite construir una nueva globalización post-Covid-19 que cambie el acento en el comercio y las finanzas para ponerlo en la salud pública y el cambio climático.
–Antón Costas, La Vanguardia, Barcelona, 1 abril 2021

Eiko Ojala
La gran máquina del capitalismo neoliberal en estos años del siglo XXI es una locomotora sin control, aplanadora del paisaje, una trituradora de seres humanos, de las comunidades que representan la enorme y hermosa diversidad étnica, racial y cultural de la humanidad, y de la naturaleza en su espléndida multiplicidad reproductora y reguladora de la vida en el planeta. El consumo desmedido destruye, desde la raíz, la construcción de ciudadanía que marcó la segunda mitad del siglo XX, con sus cartas de derechos humanos, odas a la soberanía nacional y aquello de que el voto de cada hombre [¡ups! se les olvidó la mujer]: tenga el mismo valor que los demás, independientemente de nivel social, raza, religión, etc.
Como una expresión en cierta manera defensiva y restauradora, los gobiernos nacionales vencedores, al salir de la destrucción y barbarie de la segunda guerra mundial, establecieron estructuras y mecanismos nuevos para, por un lado, evitar conflictos de esa escala en el futuro, y, por otro, propiciar la re-construcción y un modelo de crecimiento económico basado en la extracción sin límite de los recursos naturales y la explotación de grandes masas de personas.
En un proceso de aceleración impresionante sin precedentes, aumentó la cantidad de recursos que han sido minados de la naturaleza, sin controles o controles muy tardíos. El motor principal de la locomotora capitalista ha sido y son los minerales para la combustión del carbono, principalmente el carbón, el petróleo y el gas natural. Conocidos son los efectos negativos de esas actividades sobre todos los aspectos que rigen nuestras vidas, desde la contaminación de las ciudades, las enfermedades de millones de personas y el impacto sobre el clima y los mares que regulan la vida en este mundo. Ese afán explotador ha eliminado dos terceras partes de los bosques, la piel de ese organismo vivo llamado Tierra; destruido los mares y la vida que los habita; y en menos de un siglo está acabando con la hermosa biodiversidad silvestre que nos acompaña en la vida planetaria; mientras ya ha destruido la mitad de diversidad biológica agrícola que nos tomó miles de años crear para alimentarnos con plantas y animales en todos los nichos donde se han asentado las comunidades humanas, desde el ártico hasta los desiertos, desde los ríos y las costas hasta las alturas de los Andes y el Himalaya.
Ese sistema que rompe la capacidad autoregeneradora y reguladora del planeta también rompe la columna vertebral de esa vida comunitaria que llamamos sociedad. El proceso mencionado antes post segunda guerra mundial, se basó en una serie de estructuras llamadas a funcionar como un supra gobierno mundial, entre ellas la Organización de las Naciones Unidas. A pesar del peso desproporcionado de un puñado de países, los ganadores de la segunda guerra mundial (1940 a 1945), establecieron principios que fueron esenciales y novedosos, buscando un equilibrio entre las naciones y la expansión internacional del comercio. En la segunda mitad del siglo pasado, desde esas mismas estructuras y como medida de contención y organización de las luchas de los pueblos del mundo oprimidos por el colonialismo, la ONU pasó de tener 51 miembros fundadores a tener 193 en la actualidad. Durante varias décadas se vivió bajo la ilusión de una serie de principios que ayudaron a generar cierta capacidad de equilibrio: un país un voto en las estructuras internacionales, la soberanía nacional sobre territorios y fronteras, y los derechos humanos como derechos fundamentales de los individuos a la libertad y la igualdad. Sabemos que todo esto fue sumamente manipulado y violentado, a momentos mera quimera, pero sirvió de base para enormes transformaciones económicas y sociales nacionales e internacionales.
Paralelamente, durante esas décadas se consolida el poder de corporaciones transnacionales cuyo principal interés es el ejercicio despiadado del poder a través de la adquisición de enormes riquezas materiales, a niveles nunca antes vistos. Mayoritariamente desde el campo capitalista, pero también desde las estructuras que surgen tras el derrumbe del llamado campo comunista, hemos visto como el crecimiento y la consolidación del poder en manos del uno por ciento de la población mundial, que controla gran parte de la riqueza, se ha basado en el aumento desmedido del consumo de bienes y servicios, a través de estructuras financiaras desligadas de la producción tradicional de capital.
Manipulados por estrategias de mercadeo que promueven la satisfacción inmediata de los deseos, la gente confunde felicidad con cantidad de consumo, sacrifica la calidad de vida por una supuesta felicidad manipulada, cede sus derechos como ciudadanos/nas ante las ilusiones que crean la adquisición de objetos y experiencias. Al entrar los grandes centros comerciales entregamos nuestros derechos fundamentales, a la libertad de expresión, reunión y privacidad, a cambio del brillo manipulador de los escaparates comerciales. Pasamos de ser ciudadanos, sujetos y objeto de derechos, a ser consumidores cautivos que compramos miles de cosas y experiencias que enriquecen a pocos, mientras excretamos angustias a fin de mes para pagar las deudas, toneladas de residuos que terminan saturando los vertederos, calles y naturaleza, y un sinfín de enfermedades producto de sistemas de vida sustentados sobre el descontrol, en vez de estar orientados a la felicidad y el bienestar colectivo.
En la construcción de las alternativas para, como humanidad, superar el caos en que hemos convertido la vida planetaria, urge entender que las mismas causas que nos llevan a sostener sociedades basadas en la desigualdad, la violencia contra el otro y la otra y la destrucción de la hermosa diversidad comunitaria, son las que justifican la destrucción de la naturaleza en sus dimensiones físicas, biodiversidad y sistémicas (Boockchin, 1990). En plena expansión capitalista en el siglo XIX se decía que la naturaleza es como una mujer rebelde que hay que someter. Como parte del pensamiento desarrollista industrial se expresaron y articularon las bases para la destrucción sistémica de la diversidad en la naturaleza y de lo femenino en la esencia de la especie humana. Ese binomio destructivo está en la base de la crisis humanitaria actual.
Para detener la locomotora que viene arrasando con nuestro futuro como especia y destruyendo la naturaleza que nos ha permitido ser y expresarnos, es indispensable cambiar los paradigmas que nos han traído hasta aquí. Algunas propuestas (Álvarez Febles, 2008):
- Pasar de la construcción biocentrista dominante que ve esquemas jerárquicos en todas partes (el pez grande se come al pez pequeño, el león es el rey de la selva) a concepciones biocentristas, que parten de la multiplicidad de la vida sustentada sobre estructuras solidarias de apoyo.
- Reconocer la igualdad de derechos de todos los seres humanos en cuanto a raza, género, religión, creencias, cultura, expresados en las diversas declaraciones nacionales e internacionales, sin embargo son sistemáticamente violadas.
- Atemperar el consumo a la capacidad de la naturaleza para dar tiempo a regenerar sus ecosistemas y sostener los complejos mecanismos que sustentan la vida del planeta, como el clima, las corrientes marinas y los hielos polares. Establecer moratorias nacionales e internacionales ejerciendo el principio de precaución, en lo que la humanidad logra establecer causas, efecto y alternativas frente el cambio climático, enfermedades y otras catástrofes. Asumir la corresponsabilidad colectiva por el futuro de la naturaleza (Leonardo Boff, 2013).
- Dejar atrás criterios cuantitativos –más cantidad, más grande, más llamativo, más caro, más rápido– para medir el llamado progreso, e incorporar patrones basados en la calidad personal y colectiva: solidaridad, bienestar, salud, local, comunitario, creatividad, moderación, cuidado, felicidad, entre otros.
- Sustituir, en el manejo de las complejidades ecológicas y sociales, el paradigma reduccionista cartesiano –el todo es igual a la suma de sus partes– por los paradigmas de la multiplicidad, complejas matrices multidimensionales (Álvarez Febles 2011).
- Sustituir el paradigma dominante del desarrollo, con su premisa de crecimiento económico continuo como expresión del éxito, por un paradigma basado en la felicidad y el bienestar humano. Un buen ejemplo es el buen vivir de las comunidades tradicionales andinas, el sumak kawsay.
Una vez logremos comprender que los problemas que vivimos son el resultado de procesos sociales, que desde lo político y lo económico están diseñados para concentrar el poder en manos de sectores específicos e identificables de personas y grupos, y estemos dispuestos a grandes transformaciones en la manera como vivimos como personas y comunidades en este planeta, podremos como humanidad emprender la gran trasformación hacia otras formas de relacionarnos entre nos y con la naturaleza. No seamos sordos, como el pobre Perico, estamos a tiempo para salirnos de la vía y descarrilar la locomotora del neoliberalismo avasallador. Nos va, literalmente, la vida en ello.
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Álvarez Febles, Nelson. 2008. El huerto casero, manual de agricultura orgánica. Ed. Claridad.
A partir de la página 17 se presentan ideas para promover cambios de paradigmas ecológicos y sociales, Bolsillos de resistencia y semillas de esperanza.
Álvarez Febles, Nelson. 2011. Agricultura ecológica y cambio de paradigma. https://www.80grados.net/agricultura-ecologica-y-cambio-de-paradigmas-2/
Boff, Leonardo. 2013. La sostenibilidad: qué es y qué no es. Editorial Sal Terrae.
Bookchin, Murray. 1990. The Philosophy of Social Ecology: Essays on Dialectical Naturalism. Black Rose Books.