Se puede volar en mil pedazos
consideraciones para ver la ficción como verdad histórica
Wan Hu, un funcionario imperial de la dinastía Ming en el siglo XVI decidió tratar de volar atándole cohetes a una silla de madera. Según la NASA: “The chair was mounted between two wooden stakes. Attached to the chair were two large kites, and fixed to the kites were forty-seven fire-arrow rockets (NASA n.d.).” No se precisa el origen de la descripción de la nave pero en la página web de la NASA se acompaña el comentario con un dibujito. Wan Hu, según algunos, quería llegar a la Luna, otros creen que simplemente quería surcar los aires. Cuenta la leyenda que sus restos jamás fueron hallados. Aún así todavía existe gente que piensa que llegó hasta las estrellas, o al Cielo, que en este caso sería lo mismo.
El “lanzamiento”, que se supone ocurrido hace más de 500 años, tuvo su nivel de cálculo y planificación. De inicio, el evento se consideró desde la hipótesis de la propulsión a partir de una explosión de pólvora controlada, entre algunas otras cosas. Sin embargo, su fracaso nos demuestra que no se previó lo suficiente. Por solo mencionar lo más obvio, Wan Hu pensó cómo subiría, pero no cómo bajar.
El intento así, en apariencia tan ingenuo, me lleva a considerar cinco alternativas posibles para explicar la acción del funcionario imperial. La primera sería pensar que era un tonto y que era incapaz de imaginar que todo lo que sube, baja. El problema con esta opción sería que juzgarlo así de alguna forma insulta a toda su época, porque aún cuando hoy parezca un chiste, Wan Hu pudo ser fruto verosímil de su tiempo. El elemento jocoso o lamentable, según se vea el evento dada su dramática muerte en el experimento, pudo haber mantenido viva la historia del funcionario durante todo el tiempo en que se consideró volar como un sueño irracional y era motivo hasta de burla. En adición, debemos anotar que el hecho de haber sido un funcionario público es un dato de acreditación o un acento para el chiste dependiendo de quién se acerque el asunto y de cuándo lo haya visto.
La segunda posibilidad que se me ocurre es que Wan Hu haya sido un arrojado, un valiente, un curioso mortal como Cristóbal Colón o Marco Polo, y por lo tanto, un portador del apetito insaciable por riquezas y conocimiento, y que la aventura lo cegó al punto de no calcular muy bien las consecuencias. La tercera alternativa sería pensar que era un suicida. La cuarta puede ser que estaba loco; y la quinta, podría ser que simplemente nunca pasó y que el lanzamiento fue el producto de una mente vivaracha.
La historia en efecto se considera, dada la ambigüedad de la fuente, como apócrifa. Por ejemplo, la traducción de Wan Hu (o Hoo), sería algo así como “zorra loca”. La leyenda, especulan algunos, puede ser incluso una ficción de principios del Siglo 20(Williamson 2006). Aún así lo destacable sería que frente al dato dudoso, siempre será posible encontrar en él verdad histórica. Tenemos la evidencia necesaria, con la leyenda de Wan Hu entre otros casos que veremos, para poder decir que ha existido entre los humanos y de forma recurrente, la idea de volar por siglos.
Marck Williamson en su libro Spacecraft Technology: the early years, hace un pertinente recuento de los personajes que considera precursores de las naves voladoras. Lo primero que debemos decir es que para el historiador de aeronáutica la mayoría de los precursores fueron escritores que presentaron la idea usando personajes de ficción en obras literarias. Escribe Williamson, por ejemplo, que en el 1532 ya se menciona una carroza voladora en la obra Orlando Furioso de Ludovico Ariosto. El autor considera también como a un predecesor de la reflexión sobre volar a la Luna al astrónomo alemán Johannes Kepler, quien imaginaba viajes al espacio especulando que la atmosfera tiene un límite y considerando la imposibilidad de respirar fuera de ella, esto ocurre ya en la primera mitad del Siglo 17. Menciona Williamson también al obispo inglés Francis Godwin que en su libro Man in the Moon del 1638 habla de un viaje a la Luna. El héroe de la historia de Godwin vuela al especio usando aves. Los viajes espaciales en la ficción se han presentado también usando torbellinos, animales míticos voladores, y la tecnología de la pólvora, conocida desde el año 850 de nuestra era. Hasta el momento sin embargo, parece ser con Luciano de Samosata (125 -180 de nuestra era), un sirio que escribía sátiras en griego, en donde existió la primera referencia literaria a una forma de viaje espacial.
Entre muchos de los historiadores de la aeronáutica, la literatura de ficción se entiende sin ningún problema como un antecedente válido de un hecho tan concreto como volar. Williamson específicamente define con su historia dos puntos muy importantes. El primero sugiere que la imaginación es la fuerza que mueve a la historia. Añade el historiador que era motivo de burla la alternativa de volar, porque la imaginación de algunos era invisible para otros, como parecería magia la tecnología incomprensible. Y segundo, que volar es un deseo humano reconocido discretamente en la imaginación humana desde hace más de mil años si nos limitamos a la prueba literaria conocida(Williamson 2006, 1-39). Yo añadiría que los precedentes ficticios podrían ser prueba de que el deseo de volar no es otra cosa que un impulso instintivo o para ser dramático: un mandato de los genes. Podríamos decir, siendo aún más radicales, que la imaginación misma dadas sus manifestaciones en la historia, es en sí un impulso genético. Todo apunta a que el deseo de volar no lo fomentó la sociedad en los individuos pues la cultura si algo, se burló de muchos que quisieron conseguirlo. Aún así insistimos como individuos en imaginar la posibilidad una y otra vez durante épocas distintas y apartadas.
Contrario a las historias de Cristóbal Colón o Marco Polo entre otros muchos aventureros, con Wan Hu y los personajes literarios señalados, no tuvimos el inicio de un proyecto colectivo concreto e ininterrumpido, que marcara profundamente la memoria cultural. Como podría evidenciar el caso de Da Vinci y sus máquinas voladoras1, el de Wan Hu y su cohete y hasta con el mito de Ícaro, el deseo de volar aparece esporádicamente como posibilidad a través de la historia conocida. Pero no es hasta que un día se manifiesta el deseo ocasional y recurrente de volar, durante las condiciones necesarias para convertirlas en realidad, que se consigue por fin iniciar el proyecto colectivo y por lo tanto realista, de alzar vuelo. En nuestra historia reciente el deseo aparece de forma eficiente y sistemática con los hermanos Wright, ya iniciando el siglo XX.
Desde ahí el humano ha ido cada día más lejos y más rápido. La gráfica que dibuja la aeronáutica en la historia es ascendente y progresiva, como la poblacional, y si se entiende el vuelo como una manifestación del proyecto genético de volar y este como ejemplo para entender la humanidad, no debería sorprendernos que exista en los humanos como especie una idea de progreso hacia la perfección. El deseo de volar en los humanos si se piensa colocándonos fuera de la religión, podría ser tan primitivo como el concepto mismo de dios y el alma. Porque después de todo el alma desde las religiones primales es viajera. El alma es la identidad que vuela, llegando a nuevas dimensiones tras la muerte. Los primeros viajes espaciales se dieron en las ficciones religiosas y fueron a los mundos eternos de los dioses. Con esto quiero decir y me disculpan la poesía, que de alguna forma cargamos con el deseo de volar, pero también con el de perfeccionar el acto hasta llegar al cielo.
Aunque solo llevemos una fracción de la historia humana en el intento consistente de querer dominar el vuelo, este así como el deseo de dominar la naturaleza en general, son proyectos milenarios de los genes. Podemos intuir, extendiendo la reflexión, que la religión como expresión cultural no es la que impone la teleología en el pensamiento occidental, sino que los genes, y la religión como organización primitiva basada en el instinto (entiéndase especulativa) más bien carga con esa estructura porque como institución ha celado la tradición evitando la evolución social de la misma. Que veamos el fin del mundo (el apocalipsis) y creamos que tuvimos un principio (la creación) aún cuando sea el hilo conductor de la historia según los libros santos, son cualidades que cargamos en los genes como organismos vivos. La idea de aceptar la especulación como conocimiento o en otras palabras, la de considerar la imaginación como realidad, persiste porque es una expresión genética útil. Añado que como especie también tenemos la propensión a creer en lo que la autoridad señala por las mismas razones.
La historia de la aeronáutica no despegó hasta que fue urgente superar grandes distancias en poco tiempo y va creciendo par a par con el capitalismo y la mundialización del sistema de mercado. Volar requirió de una necesidad económica producto de la evolución, requirió de una nueva distribución social del trabajo, del descubrimiento de nuevos recursos y del desarrollo de la tecnología para poder disponer de ellos. Volar requirió también de nuevas clases sociales que extendieran a más personas el conocimiento cultural acumulado y alentaran la curiosidad pero también la especificidad del especialista entre muchas otras cosas. Ese contexto de industrialización y desarrollo acelerado le consiguió a unos grupos de la sociedad que se beneficiaron de forma especial del nuevo sistema económico, la posibilidad de considerar volar de forma realista por primera vez. Toda la cultura en el proceso histórico, así como su tanteo y error en el tiempo ha sido parte inseparable de la evolución humana misma, desde los comandos de la variabilidad y la selección natural. Con esto apunto a que no son decisiones que tomemos conscientemente pues estimo que nadie hubiera podido evitar o adelantar las condiciones para volar como especie. Quizás no aceptemos llamarle evolución a construir naves con nuestra inteligencia (razón, alma, soplo divino) pero lo es, es evolución como lo hubiera sido que nos salieran alas.
El pájaro
La naturaleza con su proyecto de supervivencia fue la principal responsable de que quisiéramos volar. Nos impulsa a querer hacerlo desde las herramientas cognoscitivas que heredamos y que nos permiten generalizar eventos para predecir fenómenos.
Just as the Wright Brothers, da Vinci based his ideas on the study of bird flight. He observed that: “A bird is an instrument working according to mathematical law, an instrument which is within the capacity of man to reproduce with all its movements.” Implicit in his statement is that da Vinci was searching for the governing laws upon which bird flight is made possible. Knowing these laws, he could then use them to design a machine. He was the first person to understand the mechanics of bird flight. From his observations he came to realize that the up-and-down flapping of the bird’s wings did not contribute much to lift. What the flapping did do was provide thrust for propulsion (http://wrightstories.com/da-vincis-aerodynamics/).
Poder ver un pájaro, desde nuestra capacidad de abstracción reflejada en el lenguaje, iba a inspirar en los humanos el deseo de volar. Pero más importante es destacar que los componentes elementales de todas las formas de vida en el planeta han conseguido construir seres capaces de volar (pájaros, insectos, semillas, etc.) desde hace milenios porque volar es un proyecto de la vida. Como humanidad logramos volar cuando se unieron las ganas como instinto biológico, con las condiciones sociales y económicas para hacerlo.
Nuestros cambios sociales y económicos no son diferentes a los cambios que consiguieron mutando físicamente los otros organismos vivos que vuelan. Volamos obedeciendo las mismas leyes, y los mismos procesos de selección que gobiernan a todos los organismos vivos nos gobiernan aunque cada uno cuente con recursos diferentes. Los humanos vuelan de una manera distinta a las abejas y las abejas distinto a los murciélagos y los murciélagos distinto a los pelícanos y estos a los zumbadores, etc. La física unifica todas las formas de volar, pero entre los seres vivos también nos unifican los genes.
Volviendo a la leyenda de Wan Hu, anotamos que en algunas voces se nos cuenta que incluso se vistió con sus mejores galas para llegar elegante hasta la Luna. Este dato adicional, montado sobre la referencia que se hizo a su clase social y profesión anteriormente, hace del cuento uno verosímil, pero de igual forma lo hace pedagógico y catártico. Es catártico porque es fácil encontrar gente que disfrute de un cuento que hable del fracaso de una figura de poder. Y es pedagógico porque siempre existirá alguien que querrá enseñarnos a quedarnos en la tierra aterrados, para evitar que aspiremos a volar alto porque eso implicaría que perdería su puesto en las alturas.
En el caso de Wan Hu podríamos escribir sobre el diseño de la nave, el conocimiento científico de su época y la tecnología conocida. Podríamos desarrollar cientos de historias que nos lleven hasta el lanzamiento con la fuerza necesaria como para defender su veracidad de forma convincente. De hecho, mucha gente piensa que fue cierto. Pero que sean verosímiles los antecedentes imaginarios no sería prueba de que en efecto haya ocurrido el evento. No podemos afirmar que fue verdad que se hizo el intento, pero sí podemos garantizar que la leyenda de Wan Hu e historias semejantes, son prueba de que existe el deseo de volar en los humanos desde hace mucho tiempo.
Quizás nunca podremos llegar a saber si el intento de lanzamiento de Wan Hu fue real (o ficticio) sin lugar a dudas, o cierto a medias y luego exagerado con el paso del tiempo; no sabremos si fue un recurso retórico o solo un buen relato ficticio que valía la pena contar por gracioso. No sabremos tampoco sin lugar a dudas si la leyenda ha sido todas las opciones en diferentes puntos de la historia. Las posibilidades son muchísimas, pero siempre tenemos que considerar la alternativa de que todo el cuento sea mentira. Para ser responsables, siempre debemos empezar con esa duda.
No por estar frente a varias fuentes o confiar en quien vela de ellas, podemos declarar un texto, una historia o un hecho pasado, como cierto. Mucho de lo que mantiene con vida a la religión hoy día radica precisamente en la credibilidad que se le da a los libros sagrados, pero también persiste la creencia en las historias bíblicas por la labor incansable de los individuos y las instituciones que tienen privilegios sociales gracias al poder que devengan de manejar y distribuir el “conocimiento” de la Biblia. Entonces la pregunta que necesitamos hacer sería: ¿quién se beneficiaba de mantener viva la historia de Wan Hu si era absurdo para la inmensa mayoría de los humanos intentar volar hasta hace apenas un siglo?
La Biblia ha probado ser portadora de información falsa en un sinnúmero de ocasiones y en diferentes temas y recuentos; aún así, es el libro más estudiado, citado y relevante en nuestra historia. Se usa como autoridad en todo lo que dice, aún cuando haya sido demostrado su error. Sin embargo, estimo que no descartamos la Biblia como descartaríamos cualquier otro documento que se equivocara tanto, porque su ficción es histórica (Dawkins, The God Delusion 2006).
Hoy recordamos a Wan Hu como el primer intrépido que intentó volar hasta los astros, o a Jesús como el hijo de dios, aún sin saber a ciencia cierta si existieron. A Wan Hu lo recuerda hasta la NASA como un pionero ingenuo de los eventuales intentos espaciales, y por ende, también de sus logros. Para los expertos no importa ni siquiera que fueran reales los precedentes porque la ficción para el proyecto humano de volar fue y es un claro antecedente. Reconocemos a Wan Hu como el primero que trató de volar usando cohetes, aún en su estrepitoso fracaso, porque en el fondo sabemos que son igual de atrevidos y riesgosos todos los intentos de alcanzar el cielo y porque la relevancia histórica de una idea, no desaparece aún cuando un evento se clasifique como ficción.
Intentar llegar al cielo ya sea en una silla con cohetes, batiendo alas de cera o usando la Torre de Babel nos costará caro y a mi parecer, ese es el mensaje que se transmitió principalmente con las leyendas y cuentos como el de Wan Hu. Las culturas mantuvieron vivas las historias para demostrar que volar era una cualidad de los dioses o para condenar un acto de soberbia. Quien busca demasiado alto será castigado, parecería ser el mensaje tras la leyenda de Wan Hu. Sin embargo, esa moraleja en la era espacial desaparece, y se transforma en un precedente, como es igualmente un precedente de los rascacielos la Torre de Babel y un precedente de los submarinos las historias de Julio Verne. Se convierte en un valioso elemento histórico cuando se rescata, trayéndola a la “realidad” porque se descubre su posibilidad y se reivindica. Pudo haber sido hasta “verdad” el intento de vuelo con cohetes, pero mientras no era posible históricamente volar, las historias como la de Wan Hu viajaron en el tiempo por otras razones.
Miramos al pasado para construir historias que nos beneficien en el presente, lo que a mi entender apunta a que es parte de nuestra constitución natural vernos en el tiempo para garantizar nuestra adaptación al medio ambiente, como se adaptan (o perecen) todos los organismos vivos. La historia de la aeronáutica por ejemplo, con sus ancestros y precursores, se define y es posible solamente cuando se puede volar en la realidad. Todos los eventos dispersos del pasado se recogen y se pueden ver (se hacen visibles) por primera vez desde el éxito del vuelo. Es tras el logro colectivo que podemos por fin notar que llevábamos el deseo de hacerlo como una cualidad biológica. Se necesitó de la historia para poder empezar a considerar que volar puede ser una propuesta de los genes dada su repetición insistente en el tiempo.
Umberto Eco hablando de la Cultura enumera en un ensayo parte de los tesoros que ostentaban algunas catedrales y reyes en el siglo XIX. Las colecciones incluían “… indistintamente una espina de la corona de Jesús, un huevo encontrado dentro de otro huevo, un cuerno de unicornio, el anillo de compromiso de san José y el cráneo de san Juan a la edad de doce años (sic)(Eco 1986, 109)”.
Dudamos mucho de la veracidad de los reclamos de estas listas, pero se guardaron como tesoros los artículos enumerados independientemente de que sus dueños fueran incapaces (como seríamos todos nosotros) de confirmar que fueran genuinos. Hoy podemos saber sin tener que examinar el cuerno de unicornio o la sortija de san José, que no es posible que fuera cierto. Hoy estas colecciones no serían valiosas por ser genuinas, sino por haber sido consideradas como tal en algún otro momento.
La leyenda de Wan Hu, junto al catálogo de ficciones arriba mencionadas, se cargaron en cofres culturales como tesoros incoherentes también, y resistieron la prueba del tiempo cuando nos presentan con la evidencia necesaria para afirmar que las ganas de volar en la humanidad existen desde mucho antes de que tuviéramos los recursos para hacerlo. La imaginación (ficción), es siempre el primer paso de todo proyecto y esa parece ser la conclusión más obvia. Pero en el caso de volar, podemos añadir que la imaginación o la ficción, nos llevan a conclusiones similares aunque estemos (los seres vivos) en lugares distantes y distintos. Por lo tanto, parecería una conclusión razonable decir que las ideas en general: hablar, cazar, contar, usar piedras y metales, etc.; así como la idea de volar, no fueron decisiones conscientes, sino una adaptación que ordenaron los genes desde los recursos que permite la imaginación (inteligencia) y dadas las circunstancias precisas(Diamond 1999).
Hemos sido instruidos usando la ficción como fuente de conocimiento y en muchos casos no sabemos ni necesitamos confirmar la veracidad de un dato para que aceptemos su utilidad o reconozcamos su relevancia e importancia histórica. En muchos casos no es necesario porque su verdad es genética. Decir que habitamos un mundo que no tiene una separación entre el mundo físico y el imaginario o entre la ciencia y la religión, o entre el pasado y el futuro, sería la conclusión lógica. Pero, ¿existe algún recurso que nos permita dibujar la línea divisoria entre lo real y lo ficticio? ¿Lo reconoceríamos si existiera? ¿Nos hace falta esa frontera?
Bibliografía
Williamson, Mark. Spacecraft technology: the early year. London: The Institution of Engeneering and Technology, 2006.
Bloom, Howard. Global Brain: the evoluction of mass mind from the big band to the 21st Century. New York: John Wiley & Sons, Inc., 2000.
—. The Lucifer Principle: a scientific expedition into the forces of history. New York: The Atlantic Monthly Press, 1995.
Eco, Umberto. La Estrategia de la Ilusión. Buenos Aires: Editorial Lumen ediciones de la flor, 1986.
Dawkins, Richard. The Blind Watchmaker: Why the evidence of evolution reveals a universe without desing. New York: W. W. Norton & Company.
—. The God Delusion. Boston: A mariner Book Houghton Mifflin Company, 2006.
—. The Selfish Gene.
Diamond, Jared. Guns, Germs, and Steel: the fates of human societies. New York, 1999.
Foucault, Michel. La arqueología del saber. Madrid: Siglo veintiuno editores, 1997.
—. The order of things: an archaeology of the human sciences. New York: Vintage Books, 1994.
Kant, Emanuel. Ideas para una historia universal en clave cosmopolita. segunda edicion. Edited by Roberto Rodríguez Aramayo. Tecnos.
NASA. «www.grc.nasa.gov.» NASA. http://www.grc.nasa.gov/WWW/K-12/VirtualAero/BottleRocket/13thru16.htm (accessed noviembre 6, 2015).
Marx, Carlos, and Federico Engels. Obras Escogidas. Vol. 1. 3 vols. Moscú: Editorial Progreso, 1973.
- Leonardo da Vinci, one of the most creative genius of the Renaissance, had an enduring infatuation with flying during the period between 1488 to 1514, a time when Columbus discovered America. His obsession drove him to write a collection of manuscripts with over 500 sketches on the topic. Many of his ideas were a precursor of the modern airplane. Ver más aquí: http://wrightstories.com/da-vincis-aerodynamics/ [↩]