Señalar el racismo de lo efímero y cotidiano
Pero a pesar de estos esfuerzos, dirigidos en muchas ocasiones a reivindicar la igualdad, tanto la noción biológica de raza como los usos discriminatorios de construcciones raciales persisten testarudamente. Parafraseando al sociólogo Stuart Hall en su conferencia “Race, the floating signifier” (2002), las definiciones biológicas de raza están vivas en las prácticas discursivas y el sentido común de todos. ¿Cómo es que –se pregunta Hall– habiendo expulsado estos entendidos biológicos y discriminatorios de la raza por la puerta frontal, retornan por la ventana?
Muchas personas argumentan que Puerto Rico es una sociedad exenta de racismo, y prima facie, hay elementos que le servirían de evidencia a quienes sostienen esa posición. Después de todo, no hay escasez de afrodescendientes que hayan ocupado u ocupan posiciones importantes en las altas estructuras de poder en la isla: desde periodistas prominentes y personas en la alta esfera administrativa de la universidad del Estado, hasta jueces en el Tribunal Supremo, un pasado Secretario del Trabajo y el Secretario de Educación. Pero como bien nos prueba el ejemplo estadounidense, el acceso de personas pertenecientes a grupos históricamente discriminados al poder político y social (Barack y Michelle Obama, Clarence Thomas, Eric Holder, Susan Rice, Anthony Foxx, Ron Kirk) no garantiza menos racismo y tampoco lo elimina. De forma paradójica, los eventos de violencia institucional contra afroamericanos en los últimos años sugieren que el racismo se ha recrudecido bajo la administración del presidente Barack Obama.
Al igual que en Estados Unidos, en Puerto Rico coexisten grados de igualdad e inclusión con la discriminación y el racismo en sus diversas manifestaciones. Esta es una incómoda realidad para un país que consistentemente evade la verdad frente a sus ojos y en ocasiones no hace las mejores preguntas sobre el asunto. Por ejemplo, una publicación de 1998 de la Comisión de Derechos Civiles fue titulada ¿Somos racistas?, en lugar de preguntarse ¿cómo se manifiesta el racismo en Puerto Rico? Si bien la publicación, según su subtítulo (“cómo podemos combatir el racismo”), procura la erradicación del racismo, la pregunta del título primario sugiere escepticismo y duda. La pregunta que propongo, por otro lado, nos lleva a indagar los complicados procesos mediante los cuales se manifiesta el racismo, cuya comprensión es vital para combatir el mismo.
Toda vez que el racismo aún habita entre nosotros, debemos entonces aprender a hacer mejores preguntas, al tiempo que afinamos nuestra mirada analítica e investigativa sobre este tema. Hace ya veinte años, el historiador Thomas Holt (1995) nos invitó a “buscar explicaciones para la reproducción de las creencias y comportamientos racistas, no en patologías individuales, sino en formaciones sociales en momentos históricos específicos” que cristalizan y le dan forma al binario nosotros/otros (p. 10). Holt enfatizó la importancia de identificar e investigar las manifestaciones del racismo en momentos ordinarios del diario vivir. “Los actos cotidianos como insultos y exclusiones insignificantes”, indica Holt, “son vínculos pequeños con una larga cadena histórica de eventos, estructuras y transformaciones ancladas en la esclavitud y la trata esclavista” (p. 7). Es en ese nivel del diario vivir, insiste este historiador, en donde la “raza se reproduce a través de la marcación del Otro racial”, y donde se encuentra el “germen” para las actividades mayores que generalmente priorizamos al estudiar el racismo (motines, linchamientos, masacres, etc.). Descansando en el trabajo de Henri Lefebvre, Holt sostiene la constitución mutua y la interacción de los niveles micro y macro de la experiencia humana, argumentando que es en el diario vivir “donde los fenómenos del macro-nivel –política, economía, ideología– son vividos” (pp. 7-10).
Desafortunadamente para quienes no cuestionan la democracia racial en Puerto Rico y sostienen la utopía de la “gran familia” puertorriqueña, el mes de enero del 2016 nos ha provisto más de un ejemplo del racismo puertorriqueño, pero de manera discreta en ese diario vivir. Estos ejemplos que expondré a continuación ponen de manifiesto las variantes más problemáticas del racismo. Pero precisamente su ocurrencia en el diario vivir, al nivel micro y ordinario de la vida, parecen haber provocado su invisibilidad y que hayan pasado desapercibidos para muchos. Aunque su prominencia en las redes sociales y medios digitales magnifica su divulgación, también los convierte en efímeros eventos que se diluyen con facilidad. Pocos se han percatado de estas manifestaciones del racismo, no han sido parte del debate público, y si lo han sido, es nuevamente a partir de preguntas y análisis inadecuados y superficiales. De ahí, la necesidad y urgencia de echar otras cosas al lado y sentarme a redactar este ensayo.
Racismo y deshumanización
El miércoles 13 de enero de 2016, en su edición digital, El Nuevo Día publicó un artículo en la sección de Moda y Belleza que reseñaba cómo se había agotado el vestido que utilizó la primera dama estadounidense Michelle Obama en ocasión del mensaje del Estado de la Unión de su esposo, el Presidente estadounidense. El escrito estaba acompañado de una foto de Michelle Obama en las gradas del Congreso saludando con su mano izquierda en un vestido entallado de color amarillo-naranja (Agencia EFE 2016). La versión digital del mencionado periódico provee la sección de Comentarios en la parte inferior del reportaje. En mi experiencia, lo que uno puede encontrar en la sección de Comentarios puede servir, entre otras cosas, como una fascinante ventana al sentir popular o como un deprimente barómetro del nivel educativo del país.
Así las cosas, luego de ver el artículo pasé a leer los comentarios existentes hasta el momento, y allí estaba, cubierto del velo del anonimato, un autodenominado “Hombre De Derecha” quien escribió: “Mono vestido de seda, mono se queda…”. Sin mucho esperar, entonces, se materializa la histórica práctica racista que vincula a las personas afrodescendientes con los monos, deshumanizando así a la primera dama. La ilusoria noción de una isla libre de racismo se destruye nuevamente frente a la materialización de una de las manifestaciones racistas más persistentes en Occidente: la deshumanización de un grupo social que es igualado con animales (véa Carroll 1900; Fanon 1963: 20-21). Como ha señalado Gustav Jahoda (1999), el “poderoso vínculo simbólico entre los monos y los negros” ha durado por siglos y “sus efectos todavía se pueden discernir” (pp. 44-49).
La realidad es que ni Puerto Rico ha estado ajeno al uso de la comparación de personas negras con primates, ni tampoco es la primera vez que Michelle Obama se expone a ese tipo de retórica racista. Según se reportó en los medios y las redes sociales, en 2012, el entonces candidato político a la Comisaría Residente en Washington DC, el Dr. Rafael Cox-Alomar fue objeto de esta comparación por parte de la exjueza Zaida Hernández en el 2012 y la entonces senadora Lornna Soto. Ese mismo año, también en las redes sociales, una asesora de la Presidenta de la Cámara de Representantes Jenniffer González, Heidi Wys, manifestó su indiferencia ante el cumpleaños de la primera dama indicando que el Presidente debía comprarle un Sundae con doble guineo y llevarla a Kenya. Más recientemente, en 2015, la personalidad televisiva Rodner Figueroa señaló que la primera dama parecía del elenco de la película “El Planeta de los Simios”.
Por más flexibilidad interpretativa que pudiéramos darle a la conocida frase del mono y la seda, en el contexto en que fue desplegada por el anónimo comentarista en El Nuevo Día, la misma constituye un comentario racista. Ilustra el menosprecio hacia una persona que para el “Hombre de Derecha” no merece un traje valorado en $2,000. Cuando un menosprecio, como el manifestado en este caso, es fundamentado en la clasificación racial de la persona (en la figura del “Mono”), entonces ilustra lo que el filósofo J. L. A. García conceptualizó como racismo en una forma derivativa (García 1996: 6-7).
Aunque el racismo de “Hombre de Derecha” es indisputable, es a la misma vez efímero e inconsecuente. Mi reacción inmediata al toparme con el comentario fue mixta; denunciarlo era lo moralmente correcto, pero el investigador social en mí, me sugería convertirme en observador y dejar que siguiera el flujo de eventos –o comentarios, en este caso. Luego de colectar la evidencia fotográficamente de mi pantalla, opté por la primera opción, haciendo de este incidente de racismo uno efímero y fugaz. Pero aunque el comentario fue borrado, el racismo no, como lo demuestra el segundo ejemplo 10 días más tarde.
Racismo y belleza
El segundo episodio de racismo que deseo reseñar aquí también tuvo lugar en el foro de comentarios de El Nuevo Día, paradójicamente, bajo el artículo “Película enfoca el racismo en el país” publicado el 23 de enero de 2016. El artículo reseña la producción del filme “Angélica” de la cineasta Marisol Gómez-Mouakad, que se encuentra en proceso de producción. En la versión digital se incluye una foto de Michelle Nonó, una a las protagonistas del largometraje sobre el racismo.
Según se reseñó en el artículo, la motivación de Gómez-Mouakad para escribir la película surgió de expresiones que escuchaba con frecuencia como “es negra, pero fina” o “es una negra guapa” (Fullana Acosta 2016). Estas frases, tristemente comunes en nuestro país, excluyen a las mujeres afrodescendientes de la posibilidad de belleza –o al menos de un estándar particular de belleza. Resulta chocante que uno de los comentarios reproduzca precisamente los estereotipos que motivaron la producción de la película “Angélica”. Mediante otro comentario anónimo, “HotSauce” estipuló: “Pa’ser negra no se ve mal”, refiriéndose evidentemente a la foto de Nonó. En la apreciación de la persona que comenta, la negritud de Nonó se convierte en su característica principal, una a la cual se subordinan sus posibilidades para acceder a otras maneras de ser vista: verse bien, por ejemplo.
De repente, la joven actriz se encuentra sumergida ante los ojos del otro, en dos de los dilemas expuestos por Frantz Fanon en el clásico texto Piel negra, máscaras blancas. Por un lado, se encuentra la imposibilidad que tiene la persona de color de acceder a la belleza. “Soy blanca,” nos dice Fanon en su análisis crítico de la escritora Mayotte Capécia, “lo que es igual a decir que poseo belleza y virtud, que nunca han sido negras”. Al mismo tiempo, para “HotSauce”, Michelle Nonó no tiene oportunidad, y como Fanon, está “sobredeterminad[a] desde el exterior” atada a su “apariencia” primero que nada (Fanon 2009: 115), una apariencia que, en los ojos del racista, pone en duda su posibilidad de ser bella. Para “HotSauce”, Nonó “no se ve mal”, a pesar de ser negra.
Los dos incidentes en El Nuevo Día pueden ponerse en diálogo; como se puede apreciar, están interconectados por el análisis de género y raza sobre la forma en que los ojos anónimos miran a las dos Michelles (Obama y Nonó). La persona comentando en el reportaje del vestido de Obama bajo el anónimo nombre de “abejita110” señaló “Fea pero con un cuerpo espectacular”, rechazando también la posibilidad de belleza para la primera dama, pero manteniéndola como objeto de otro tipo de deseo físico. Pero los incidentes también se conectan por la reincidencia racista del “Hombre de Derecha” en este segundo caso. En esta ocasión, este comentarista citó los datos del censo que reseñan que la población “blanca” es de 75.8% y que “solo el 12.4% es negra” para entonces señalar que “Solo los negros tienen pelo malo…” Luego, proclamó: “No es que somos racistas… es que no nos gustan los negros. Así como tampoco nos gustan los dominicanos”.
El “Hombre de Derecha” es un racista consistente, y bien podemos denunciar sus acciones aquí o en la plataforma de comentarios de El Nuevo Día. Pero como señala Albert Memmi (2000) acerca del discurso racista, “no nos ayuda denunciar su incoherencia si ya es algo que es obviamente destituido de razón. Uno verdaderamente no puede burlarse de las pretensiones filosóficas de algo que es inherentemente hostil a la sabiduría”. Lo que debemos hacer, según Memmi, es dejar al descubierto “es sistema subyacente de emociones y convicciones que estructuran su discurso y gobiernan su conducta” (p. 22).
Ya han sido varios los trabajos académicos que además de levantar una crítica a la noción de “pelo malo”, también han identificado su función en el discurso racista y su anclaje en la esclavitud (Godreau 2002), la “larga cadena histórica de eventos” que nos indicó Holt (1995: 7). Al mismo tiempo, “Hombre de Derecha” establece sus gustos y menosprecio abiertamente fundamentado en el color de piel (“negros”), y luego en contra de un grupo étnico (“dominicanos”) que en Puerto Rico se identifica con la negritud (Duany 2006: 238-240). Este menosprecio, nuevamente, se vincula al racismo teorizado por García (1996).
Racismo en vuelo
El tercer y último incidente que deseo reseñar aquí surgió a partir de una discusión ocurrida entre dos personas en un vuelo hacia Puerto Rico el 21 de enero de 2016. El incidente fue grabado por uno de los participantes (Juan Taylor) y fue divulgado en la red social Facebook al día siguiente, tornándose viral. La cobertura en Puerto Rico tomó lugar unos días después a través de la versión digital del periódico El Vocero el 27 y 28 de enero, pero también de forma breve en el programa televisivo de chisme y farándula Lo Sé Todo de WAPA Televisión.
El incidente en cuestión se puede resumir de la siguiente forma. Taylor estaba grabando su acceso al avión (no sabemos por qué) y documenta el comentario de la pasajera que, refiriéndose a Taylor, expresó en voz alta: “¿En serio que yo voy aquí al la’o de este negro?”. La acompañante de Taylor dijo sorprendida: “You’re the same color, and she’s calling you nigger?”, y comenzó la confrontación entre Taylor y la dama presuntamente puertorriqueña que expresó disgusto al tener que sentarse al lado del primero. La discusión entre ambos se centró en el uso de la palabra “negro” que para Taylor constituyó “una falta de respeto”. La situación degeneró en agresividad de parte de la mujer, a quien Taylor le señaló que era racista por haberlo llamado negro, y a lo que ella respondió: “Yo no soy racista, porque yo soy trigueña pa’i… yo soy trigueña”.
El incidente reafirma el discrimen existente entre los puertorriqueños, manifestado en el menosprecio de la mujer que no quería sentarse al lado de Taylor por razón del color de piel de este último. La discusión mediática dominante se concentró, sin embargo, en el uso de la palabra “negro” que aunque fue parte de la controversia en el avión, en sí mismo no constituye racismo (excepto en el caso de que por la aparente naturaleza bilingüe y bicultural del intercambio se haya entendido como “nigger”, que sí tiene implicaciones racistas). Pero realmente es la intención inicial de no querer sentarse al lado del “negro” donde se manifiesta el racismo.
Lo revelador de este caso es que, en primera instancia, mucha de la discusión pública se concentró en el uso de la palabra “negro” cuando lo importante es la acción racista tomada a partir de la negritud. Pero además, es importante destacar la noción de la perpetradora de que su color de piel (“trigueña” para ella, pero “the same color” según la acompañante de Taylor) la exime de ser racista, y la negación inmediata: “Yo no soy racista”. Aquí, el incidente dialoga con el comentario de “Hombre de Derecha”, anteriormente reseñado, quien niega ser racista (“No es que somos racistas”) para luego expresar su disgusto racial y étnico. Esto reafirma el enigma con que Albert Memmi comienza su análisis sobre el racismo:
Nadie, o casi nadie, desea verse como un racista; sin embargo, el racismo persiste, real y tenazmente. Cuando uno pregunta sobre el mismo, incluso aquellos quienes se han mostrado como racistas lo niegan y cortésmente se excusan: ‘¿Yo, racista? ¡Absolutamente no! ¿Qué insultante ni siquiera sugerir algo así?’ Bueno, si los racistas no existen, actitudes y modos de comportamiento racistas sí; todo el mundo puede encontrarlos… en otras personas (Memmi 2000: 3).
A manera de conclusión
Mediante mi análisis limitado de estos incidentes de racismo, mi intención es señalar el racismo en lo efímero y en lo cotidiano. En línea con la sugerencia cínica de Memmi en la cita anterior, es mi deseo identificar actitudes y comportamientos racistas no en los otros, sino en nosotros como sociedad. Como sugirió Holt hace dos décadas, esas manifestaciones racistas se encuentran en el diario vivir, uno solo tiene que buscarlas y desmontar las mismas mediante preguntas inteligentes y análisis incisivo. Señalar el racismo de lo efímero implica también identificar estas prácticas (y sus perpetradores) en esos espacios anónimos de las redes sociales, donde se perciben como inconsecuentes, y de donde pueden desaparecer fácilmente. Se puede “señalar el racismo” en dos entendidos; primero, denunciándolos cibernéticamente con los dispositivos en los foros correspondientes (como hice, sacándolo de la discusión), y segundo, señalándolo públicamente, denunciando las ideologías históricas y las lógicas perversas que sostienen el discrimen racial (como intento hacer con esta publicación).
Hace años denuncié como el tema racial y el racismo eran pocos discutidos en Puerto Rico, excepto en días festivos como el llamado “Día de la Raza” o el natalicio de Martin Luther King (Giovannetti 2007). Aumentar la conversación sobre este tema no es un asunto que debemos tomar livianamente. Como demuestran los breves ejemplos aquí expuestos, a pesar del discurso de armonía racial, el racismo puertorriqueño tiene dentro de sí trazos de las formas más viciosas del racismo que comúnmente atribuimos a sociedades como Estados Unidos. Primero, encontramos la marcación del Otro –o la Otra negra, en este caso– como primate, como bestia (Fredrickson 1971: 277; Stanley Lemons 1977: 104), acto que la deshumaniza abriendo así la puerta para el abuso y la agresión (Bandura 1999: 200). Segundo, la imagen de la mujer negra no solo como alguien para quien la belleza es inaccesible, sino también como objeto de atracción puramente físico. Finalmente, se manifiesta la segregación, no por leyes que indican a las personas de un color donde deben sentarse, sino por la propia voluntad de personas que no quieren sentarse al lado de otro por razón de la adscripción racial que le confieren (independiente de cuán “trigueña” sea la ejecutora de esa segregación). Estas manifestaciones no están muy lejanas de aquellas que usualmente identificamos con la sociedad estadounidense en tiempos de Jim Crow, a la cual incuestionablemente percibimos como una sociedad racista.
Como si lo anterior no fuera suficiente para indicarnos la urgencia de comenzar a conversar más abiertamente sobre el racismo cotidiano, la situación actual y futura del país debe convertirse en un incentivo. Nos encontramos en un momento en que Puerto Rico desafortunadamente se encamina hacia tiempos de mayor polarización social y económica, momentos que generalmente contribuyen a recrudecer las fisuras culturales y desigualdades históricas subyacentes en la sociedad. No nos debe tomar por sorpresa que esto implique un resurgir del racismo, con personas marcando las divisiones raciales y de clase social al menor pretexto.
Hay que admitir que muchos de los comentarios generados en las redes sociales alrededor del tercer incidente que reseñé manifestaban simultáneamente una oposición y vergüenza ante las acciones de la perpetradora del discrimen en el avión, pero al mismo tiempo la calificaban como una “Yal”, “cafre”, “gamber[r]a”, “neandertal”, “de caserío” o “de ghetto”. Esto sucedió muy en contra de los deseos del mismo Juan Taylor, la víctima, quien a días del incidente y su divulgación viral, abogó a favor de su atacante en su cuenta de Facebook.
Honestly I want everyone to stop bashing this lady, because when we stoop to a person[’]s level we become just as worst as them. We go from being the victim to the attacker. I shared what happen to me on the plane not so we could attack someone, but so we could be aware of racism and stop it (Taylor 2016).
Taylor no puede ser más acertado en su planteamiento, pues en efecto, la cantidad de ataques hacia la perpetradora en las redes sociales fue inmensa, combinando insultos y descripciones de raza y clase que recuerdan la máxima de Stuart Hall: “La raza es entonces, también, la modalidad en la cual la clase es ‘vivida’, el medio a través del cual las relaciones de clase son experimentadas” (Hall 1980: 341). De manera que, en la medida en que la polarización de clases se vaya haciendo más latente durante la crisis socioeconómica que se nos viene encima, debemos también tener presente en nuestros análisis las intersecciones entre raza y clase que tan fácilmente transpiraron en la discusión de este incidente.
Debemos entonces, fomentar la conversación sobre el racismo en Puerto Rico, prestándole atención a los micro-episodios cotidianos en donde se manifiesta. El hecho de que estos tres incidentes en un solo mes no hayan provocado una discusión pública de alto nivel y en foros académicos y políticos sugiere la persistencia del silencio sobre la raza en Puerto Rico. Pero al mismo tiempo, de una forma paradójica, mi investigación para este ensayo indica que el terreno está fértil (si bien escabroso) para la conversación que propongo. Cuando la personalidad noticiosa Jay Fonseca colgó el video de Taylor en su cuenta de Facebook, generó una discusión que (al momento de redacción final de este escrito) alcanzó más de 7,000 comentarios y respuestas de todo tipo, un festín para cualquier científico social. Los comentarios eran diversos, apoyando a Taylor, expresando vergüenza ajena, reafirmando la troica nacional (español, indio, y africano), pero también de desprecio, hostilidad, clasismo, y racismo hacia la perpetradora. Esa conversación sobre el racismo, sin embargo, debe salir de la zona de confort de las redes sociales a espacios verdaderos, a discusiones abiertas, y debates serios, para ver si le cortamos el vuelo al racismo, y si en el proceso, los racistas se atreven a salir de ridículos seudónimos y su anonimato.
Referencias
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