Sicario 2: cosas por venir
El Departamento de Estado y su secretario James Riley (Matthew Modine) encargan a Matt Graver (Josh Brolin), el agente de la CIA que ya conocemos de la primera cinta de la franquicia, a que diseñe una estrategia para detener la influencia de los carteles en lo que está sucediendo. El plan requiere que los carteles peleen entre sí y ¿quién mejor para causarlo y comenzar la tarea que el siniestro operativo Alejandro Gillick (Benicio del Toro)?
Stefano Sollima, un director que tiene soltura para las escenas de acción, muestra que también tiene sensibilidad para momentos íntimos que muestran las vulnerabilidades de los personajes y permite que el guión de Taylor Sheridan fluya, a pesar de la complejidad de la historia. Contado como dos tramas que eventualmente se cruzan, el impacto del filme tiene la fuerza que le otorga un diálogo agudo y cortante, y las escenas que no escatiman mostrar la violencia que genera el trasiego de la droga y que afecta a todos los que viven en ese mundo paralelo. También—en lo que es un nuevo aspecto de esta serie y de otras— que la policía se ha militarizado de tal forma que es difícil saber quién es quién. De ahí el título alterno a la cinta de “Day of the Soldado”. La obliteración de esa línea que distingue lo que es policial de lo que es castrense, lo vimos claramente en cómo iban vestidos los “policías” que se personaron a la marcha del primero de mayo en nuestras calles. La intención de Sheridan es clara: en el siglo XXI estamos llegando a que, cada vez más, las llamadas democracias capitalistas se acerquen a las actitudes regímenes militares de extrema derecha.
Aunque creo que ya lo sabíamos, el filme también evidencia la corrupción de la policía por los carteles de droga (¡el dinero!) y su subversión incremental de la justicia. Los asesinos que se supone que la policía aprese viven también en los cuarteles policiacos y se salen con la suya. Y ocurre a ambos lados de la frontera. Al norte de ella, tal parece que los asesinatos están sancionados por el gobierno, pero sus crímenes están cometidos a nombre de la seguridad nacional, lo que los hace, en vez de violación de la ley, un logro patriótico. Son pocos, dice el guión, los que tiene valores éticos y los cumplen.
En esa categoría, con modificaciones determinadas por su entrenamiento militar, está Matt Graver. Sus decisiones de seguir sus principios de justicia llegan hasta donde, de violarlos, estaría manchando el privilegio de pertenecer a la CIA, una agencia en la que se juramente “proteger la nación sobre todas las cosas”. Lo importante, sin embargo, es cómo y porqué actúa como lo hace. Brolin ha crecido enormemente como actor y su actuación nos revela los matices que le da a un personaje que podría ser rutinario y bidimensional en manos de un artista menos talentoso.
Un descubrimiento feliz es la joven actriz de dieciséis años Isabela Moner quien interpreta a Isabel Reyes, hija del capo de uno de los carteles que quiere agitar la CIA para conseguir que se detenga la entrada subrepticia de yihadistas. Su presencia es notable desde que aparece por primera vez y se declara dura como el granito. Mas, poco a poco, según se da cuenta que Gillick de verdad la quiere proteger, se percata que su vida depende de él y que el hombre tiene un lado tierno dentro de un exterior de hierro invulnerable.
¿Cómo no anticipar que Benicio del Toro crearía una nueva faceta del enigmático personaje Alejandro Gillick? Movido por la venganza, el tipo es despiadado con los narcotraficantes y sus secuaces y, simultáneamente, se da cuenta que los que batallan la droga pueden ser tan viles como los que la mueven. En una gran escena Del Toro tiene que comunicarse con un mudo a través de lenguaje de señas y vamos descubriendo cosas de él que no permiten acercarnos más a sus motivos y a entender porqué ha de hacer lo que luego vemos. Pero Del Toro nos reserva lo mejor para terminar la película con broche de oro. En una escena en la que la actuación física —corpórea— domina, Del Toro prueba que es uno de los grandes actores de la pantalla, y que lo volveremos a ver en la secuela de este filme.
La cinematografía de Dariusz Wolski es hermosa y evocadora: descubrimos las vicisitudes terrenales de los emigrantes ilegales y la belleza traicionera del desierto, algo que enfatiza la música de Hildur Guðnadóttir, quien también compuso para la cinta original.
Aunque me decepcionaron un poco algunos detalles de lógica del guión y que fuera tan obvio que una secuela seguirá, pensar que Sheridan, Brolin y Del Toro regresan en algún momento, mitigó mis quejas. No se la pierdan si quieren ver a Del Toro rindiendo una actuación de gran nivel en un filme excitante.