Sin plaza, y sin cobrar
Pero para ocho de mis colegas, no va a haber cheque. Otra quincena más, “haciendo arreglos”. Tomando prestado, trepando tarjetas, dejando cuentas sin pagar.
La compañera que me lo dijo tenía más información, informal, por supuesto, como toda la información realmente importante sobre los procesos que afectan las vidas de empleados y empleadas de la UPR. En la Facultad de Educación, dijo, son 30, y 50 en todo el Recinto.
No conozco esos procesos intestinos. A lo mejor esto fue un problema puramente técnico, parte de la transición a un nuevo sistema cuya relación de valor a costo no puedo cuestionar aquí (otra gente sí). Puede que en parte, también sea un resultado de la abrupta transición en los mandos superiores, que todavía se está impugnando. La malicia, quizás colonialismo internalizado, hace pensar que alguien sencillamente se tenía que ir de vacaciones, llegaron tarde los papeles a su escritorio, y pues. Pero es igualmente, o más, posible que esa persona ya estaba haciendo tareas que unos años antes realizaban dos, o hasta tres, empleadxs. Por maldad dudo que fuera, y probablemente tampoco por dejadez. La gente que trabaja con nómina sabe que son las habichuelas de muchas personas.
Por las causas que fueran, se quedó un número considerable de personas sin cobrar, una quincena más después de un verano sin sueldo.
Ocho de ellas trabajan conmigo. Las veo a diario, nos saludamos. Yo, con mi permanencia –y el doctorado estadounidense sin el cual no la tendría– ellas en la precariedad de no saber cuándo se va a cobrar… ni cuánto dure el empleo. Esta es nuestra desigualdad cotidiana.
No es la UPR solamente, por supuesto: este fenómeno ocurre en todo el mundo académico, al menos en los Estados Unidos y demás países bajo hegemonía neoliberal. Las universidades privadas en Puerto Rico funcionan con un reducidísimo núcleo de docentes con permanencia, y una nube de personas contratadas de semestre en semestre para dar la inmensa mayoría de las secciones de clases.
Adjuncts, se les llama en inglés. “Road scholars”, gente que tiene que viajar de recinto en recinto para juntar lo suficiente para sobrevivir. Escuché hace unos años que un colega en otro departamento comparó públicamente a lxs docentes a tarea parcial con las rueditas de repuesto que ahora traen los carros, en vez de una rueda de verdad. Escandalizó a muchas personas con su falta de delicadeza, pero reflejó fielmente la lógica administrativa que impera en su contratación.
Claro, el símil ya es anticuado. Uno no ve carros por ahí con tres y cuatro ruedas de repuesto, pero así están ya las universidades privadas, y por el mismo camino va la UPR. Este año, en la UHS, tengo más de una veintena de colegas, un 60% de la facultad, que trabajan por contrato. Se sigue jubilando la generación mayor, y el año que viene habrá dos docentes sin plaza por cada docente permanente o probatorio.
Ninguna de esas personas cobraron el verano. Ocho de ellas tampoco cobraron este lunes. Yo sí.
¿Qué hacemos con esta desigualdad, tan íntima como un talonario? No escribo para compartir mis angustias éticas (get over it, el mundo es así, por lo menos él se preocupa…). Es que por esa misma fisura es que van a rajar la Universidad, cuando la Junta de Control Fiscal apriete las tuercas.
Todavía no he visto esto escrito, pero para mí se cae de la mata: la UPR seguramente estará entre las instituciones más golpeadas por la embestida neoliberal que estamos esperando, y me imagino que de las primeras. Mínimamente, la mayoría de la Junta que vendrá nominada por la mayoría republicana del Senado y la Cámara federales, va a exigir que se recorte el subsidio a la UPR porque es dinero que pudiera usarse para pagar a los bonistas. En realidad, dudo que se levante una sola voz en ese foro para defender la educación superior pública a bajo costo: aparte de los “community colleges”, eso ya no existe en Estados Unidos. En noviembre pasado estuve en una conferencia académica en Denver, y oí decir a una profesora de la Universidad de Colorado que ese año, el subsidio de aquel estado a su universidad fue CERO. Aparte de la campaña de Bernie Sanders, y su lejano eco en la retórica electoral de Hillary Clinton, la élite gobernante de nuestra metrópoli entiende que la educación universitaria es un bien privado, no público, por el cual se debe pagar de acuerdo con el ingreso futuro que se anticipa que genere.
Vamos a tener que luchar contra eso. Pero ¿quiénes estaremos en esa lucha? ¿Qué esperanza tienen lxs docentes sin plaza, si ya la institución les trata como recursos desechables, y de seguro serán las primeras víctimas de los recortes? ¿Cuántxs docentes con plaza podrán engañarse con el pensamiento de que no les pasará nada porque son permanentes?
No son solo angustias éticas. Son interrogantes políticas muy concretas. De ellas depende la solidaridad, la voluntad colectiva que vamos a necesitar para enfrentar lo que viene, y defender la esperanza de una educación universitaria de excelencia, accesible para todo el pueblo.