Sobre «el judío» de que hablé
Aquí estoy. No vine antes a este debate por razones familiares de mucho peso. En una semana la discusión de un escrito mío ha ido de lo sublime –la interpelación genuina que acepto con respeto de los que me exigen más rigor en la escritura–, a lo ridículo –acusarme de responsabilizar a los judíos por los estragos del Huracán María en mi país. También hasta la changuería de adscribir mi opinión a que soy baby boomer y dar gracias a Dios porque hay nuevas generaciones que son mejores que la mía.El lunes 8 de enero se publicó una columna de Wilda Rodríguez en el periódico El Nuevo Día sobre la necesidad de interpelar el verdadero poder estadounidense para la descolonización de Puerto Rico. La periodista planteaba que ese poder está en buena medida en manos de judíos que se destacan tanto en la formulación de la política exterior de Estados Unidos, como en el sistema capitalista que lo rige. Esa columna ha ocasionado una reacción sin precedentes y acusaciones de antisemitismo, racismo y discrimen contra la periodista. A continuación, su último escrito sobre el tema.
A todos los que han opinado con respeto –y hasta con cariño– en contra o a favor, gracias. Los que lo hacen desde su antagonismo conmigo por las razones que sea, desde el odio ideológico, o desde el fanatismo ignorante, me tienen sin cuidado. Mucho menos los oportunistas que se montan en el tren porque tienen otras hachas que amolar conmigo y no se atreven a hacerlo de frente. La misma Graciela se sorprende de lo poco que me han afectado las reacciones negativas a mi escrito. A mi edad sé lo que soy, lo que no soy, y lo que quiero ser hasta que me vaya. Lo que me llamen no me cambia. Sé lo que quiero decir y lo digo. No le tengo miedo a las palabras.
A los amigos los escucho con mucha atención. Me di cuenta de los que ni entraron en el debate, posiblemente para no tomar partido en mi contra. A esos, gracias también por su cariño. Sé bien que disentir no es desamar.
Me han sugerido que deje morir el asunto. Esa no soy yo. No soy inocente y no finjo inocencia.
Sé que esto va a abrir un nuevo capítulo y no pretendo agotar todos los argumentos desde aquí. Pero voy a empezar con una historia personal.
Para 1993, la abrumadora presencia de apellidos judíos en la Administración de Bill Clinton era tema común entre un grupo de amigos –incluyendo judíos– que habíamos participado de lleno en la campaña de su elección.
Sí, estuve en esa campaña “hands on”. Desde reuniones en Arkansas hasta fundar con el gobernador de Nuevo Mexico Bill Richardson y otras figuras de renombre el PAC que ayudó a elegir a Clinton. Me pueden caer chinches por eso también. No me arrepiento de nada de lo que entendí correcto hacer como parte de la diáspora en aquel momento. Muchas cosas no salieron como deseaba, Bill Clinton resultó una decepción en muchísimos aspectos, pero aprendí muchísimo más.
Recuerdo que compañeros judíos de mi grupo –liberales o de izquierda– se asombraban de las muchas posiciones de poder que ocupaban sus pares. Cada uno de los nombramientos nos sacaba a todos una expresión o una carcajada. Uno de ellos era parte del grupo– Harold Ickes, Jr., White House Deputy Chief of Staff de Clinton, que a su vez es hijo de quien fue Secretario de lo Interior de Franklin D. Roosevelt.
Recuerdo también que el consejero de Clinton sobre América Latina era de apellido Feinberg. Si de algo me arrepiento es de no haber usado mis influencias de entonces para hablar con ese judío sobre Puerto Rico. No se me ocurrió como se me ocurre ahora que podía haber sido importante.
Ese fenómeno de judíos en posiciones de poder creció de manera impresionante desde Reagan. Lo que empezó como una campaña intencional para influir la política exterior de Estados Unidos a favor de Israel (Israel Lobby) se había ampliado a todas las esferas del poder en Washington. Periódicos en Tel Aviv recibían las noticias de su influencia en Washington con beneplácito. Muchos rabinos lo discutían en sus sinagogas.
Cuando comencé a reflexionar sobre quién debía ser nuestro interlocutor en la metrópolis para la descolonización de Puerto Rico –tema que es obsesivo para mí y lo admito–, recordé aquellas conversaciones de más de veinte años atrás.
No me saco las cosas de la manga. Tengo los conocimientos y la experiencia suficientes para sostener mis pensamientos. Hablar –o escribir– en voz alta cosas que me parecen del dominio público puede que sea muy atrevido de mi parte, particularmente en espacios limitados. Pero como bien dice Miguel Rodríguez Casellas, me arriesgo y no siempre me sale bien.
La historia de cómo entraron tantos judíos a la academia en Estados Unidos a fines del siglo diecinueve no tendría que hacerla para mencionar que muchas universidades se destacan intelectualmente por profesores de esa etnia.
La historia de cómo los israelíes han hecho un trabajo espectacular para destacarse en los círculos de poder de Estados Unidos también me parece tan obvia que no reparo en decirlo.
Su relación con el dinero y el poder que da el dinero tampoco es noticia. De hecho, está sostenida en la Biblia misma. Eso también ha sido discutido por años y estoy segura de que algunos creerán que también me lo saco de la manga. Pero pregúntenle a algún teólogo, o lean el Deuteronomio.
Sobre mi recuerdo de la discusión de los noventa busqué y encontré evidencia de un escrito (originalmente en hebreo) de 1994 en el diario Ma’ariv por Avinoam Bar-Yosef, quien es presidente del Jewish People Policy Planning Institute en Israel. En ese artículo bajo el título “Quién controla al Gobierno de los Estados Unidos”, este activista israelí hace un retrato bastante claro de la influencia de su gente en la administración Clinton. Fue reproducido en septiembre de 2012 y esta es la referencia para que lo lean en español: Publicado con fecha del 2 de septiembre de 1994 y traducido por Israel Shahak, artículo actualmente dentro de la base de datos de la web Nizkor. Ese blog está dedicado a lo que piensan figuras prominentes sobre el pueblo judío.
Todo lo que dice este hombre es corroborable. Que haya sido citado por muchos –amigos y enemigos– contribuye a su credibilidad.
De lo único que me arrepiento es de haber desviado yo misma la atención del propósito de mi escrito, en el que me reitero.
El verdadero interlocutor para exigir la descolonización de Puerto Rico no es el congresista de a pie en Washington. Son los que controlan el poder -la economía y la política exterior estadounidense. Yo no tengo duda de que en ambos casos predominan los judíos. Pues con esos es que yo quisiera hablar. Quisiera saber cómo piensan sobre Puerto Rico y quisiera convencerlos de que lo que más le conviene a Estados Unidos es descolonizar a Puerto Rico.
No usé el gentilicio indiscriminadamente. Me referí a ese “judío” en particular: el que intencionalmente se ha colocado en posición de controlar la política exterior y el capitalismo porque es su misión para construir, preservar y prosperar el Estado de Israel y asegurarse de que nunca más haya en el mundo quién los masacre. Para eso tiene que tener poder e influencia sobre dinero y guerra. Y se lo procura. Lo que no quiere decir que desconozca yo que también fueron judíos los fundadores del partido comunista en Estados Unidos. Y que hay judíos que desaprueban al que me refiero.
A ese judío al que me refiero lo conozco mejor que lo que lo conocen muchos de los que me han atacado, porque viví entre ellos, trabajé con unos y combatí otros. Como a Steve Solarz, a quien le arrebatamos el Distrito 12 de Brooklyn para ponerlo en manos de una puertorriqueña.
Ese judío al que me refiero sabe que digo la verdad y probablemente sonría y mueva la cabeza ante el bollete que se ha formado.
Entre todas las reacciones a mi escrito tengo que destacar una de un verdadero judío, sionista por admisión propia: Yosef Ben Yaacob: “Soy sionista y no pido excusas. Y (WR) dice la verdad! La mayoría no entendió el mensaje y despotrican con el germen fanático de la política. Llegar a ser Israel nos ha costado 3,000 años, mucha sangre, nos han matado, hemos matado, y aquí estamos!”
Vuelvo a pedir excusas solamente a los que se sintieron ofendidos de buena fe. Y a los que creen que fui chapucera lanzando algo tan controversial en una columna de seiscientas palabras y me lo han dicho de frente y con respeto. Tienen razón. Sorry for that!
* Se hubiera incluido un enlace al artículo original de la autora, que es el que da pie al debate público, pero El Nuevo Día sacó la columna de circulación.