Sondas al abismo de la superficie: líneas de palabras fugadas entre líneas dibujadas
PALABRA: Juan Carlos Quiñones
DIBUJO: Dafne Elvira
El cuarto blando
Ilimitado en su prisión fluida octagonal, el pulpo extiende sus ventosas colando sus pseudópodos por entre las grietas cóncavas del tejido muscular profundo y dilatado del mar en continuo proceso de expansión. Desprovisto de lo duro que vibra por su ausencia atravesando silencioso su cabal extensión, ni un solo cúmulo calcáreo habita sus adentros. Como un guante de latex rebosante o una lengua cuatro veces bifurcada, él se despliega sinuosamente intentando rellenar el volumen de la pecera más enorme, deslizándose entre las heridas invisibles de las aguas y desbordando sus propias dimensiones materiales. Él tantea muy precavido la temperatura del azul. Su epidermis es la pantalla capsular hecha de cristal líquido de un aparato inteligente donde las yemas de mis dedos acarician íconos coloridos presionando y activando aplicaciones variopintas. El cefalópodo ostenta hasta nueve cerebros diseminados por el cuerpo y sus pólipos anejos. Mejor hubieran sido ocho, pero nadie es perfecto. En el fondo no es distinto al conjunto de plumas índigo brillante que componen la cola de un pavo, excepto porque habita los fondos. Por entre los pliegues húmedos del agua, atravesando las vistosas branquias guturales de ese gran sitio oceánico invisiblemente acuoso que es el todo para casi todo, se asoman los atisbos de una forma.
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Una esfera es un polígono con un número infinito de lados por todos lados. Nada es borde. Todo es centro. Simetría radial de lo que no halla su final limitación.
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Imposible refugiarse en lo binario. Abriste los ojos enormes y me miraste desde allá abajo donde levitabas sorprendida del goce y del espanto. Tenías la boca bien abierta. Los ojos enormes de éxtasis y de rabia dulce. Boqueabas como un animal de lava que se ahoga. Tú misma hecha de baba te babeabas, una gelatina onda longitudinal topacio nadando en plasma. Submarina y sal-picada de iridiscencias a flor de piel, tu piel un lienzo de escamas ondulantes picoteada en cantos que cantaban, tú te estabas viniendo. Con todos tus ocho brazos extendidos hacia arriba, te abalanzaste al abismo de la superficie.
El calor del azul
Descalza, Murcia me invita a ponderar las temperaturas del azul. Te vas a ir a medio vestir, me ha preguntado exactamente 28 minutos antes de salir al frontón, de posar los dos pies desnudos sobre el primer escalón, el único escalón posible y necesario para impedir mi caída a un abismo insondable fabricado de adoquines. Mira, allá lo puedes ver, es así que se vé, me dice señalando una zona azul que vibra a una temperatura específica en la superficie cóncava del cielo recién anochecido. Mira. Me dice. Señala. Ojo. Boca. Dedo. Esas órdenes sensoriales en ese orden y no en otro. Aún no está en su plenitud. No me dice eso en esas palabras sino en otras que no recuerdo exactamente, como no se recuerdan algunas zonas oníricas, o las frases que se gruñen justo después de uno venirse pegado al otro cuerpo. ¿Ves?, me dice señalando otra zona del cielo donde el azul vibra a otra específica longitud de onda. La vibración es onda y es calor. Una estrella que se ha plantado allí por una incordia casualidad convierte la zona en punto y esto me causa una súbita y leve incomodidad. Entiendo el escozor. Señalar una estrella es reducir una nebulosa a un pinchazo y eso es hacer chato lo voluptuoso y es un clisé. Señalar una zona y una vibración es escribir poesía sobre la pantalla del cielo con la yema de un dedo, como hace Murcia dibujando en la pantalla de su tableta.
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Murcia escribe de una manera. Con cierto calor específico. Yo de otra. Murcia escribe con la mano derecha. Yo soy izquierdo. Por eso escribimos de maneras distintas. Exactamente 46 minutos antes, Murcia estaba medio desnuda cabalgándome. Allá está más calientito el azul. Pero allá -señala a la zona electromagnética que había indicado antes- es como yo te digo. El azul es más frío. Es el … y me dice un nombre que me ha dicho dos veces hoy y dos veces antier de regreso de la música. Fue la primera vez que mencionó el nombre de ese fenómeno cromático-manifestación-tonalidad inclasificable del azul que ella había percibido por primera vez en… Una zona en el mapa de cuyo nombre tampoco me acuerdo. ¿Cómo era que se llamaba…? Miento: no veníamos de la música. Íbamos hacia la música. Lo recuerdo porque era la misma hora. Exactamente la misma hora de este el instante que narran estas palabras. La misma hora de ahora.
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Este fenómeno incierto -la temperatura del azul- se manifiesta a una hora precisa, pero cuyo lugar marcado por las manecillas del reloj no puede ser determinado con exactitud. Es ahí. Solo puede señalarse esa zona. Cuando uno señala alguna cosa (una mancha en el cuello largo de una jirafa, un lunar, un sonido recordado, una pluma de paloma en mano, muerta o volando) ese acto tiene un nombre en lenguaje lingüístico: deítico. En honor al dedo que señala. Allí. Allá. Ese acto de lenguaje es en sí inapalabrable en su especificidad. Una zona electromagnética en el cielo. Una aurora boreal que contiene entre sus bordes sinuosos todas las temperaturas del azul. El lenguaje no puede nominarla. Pero cuando lo intenta, la longitud de onda deviene estrella. La zona deviene punto. La nebulosa deviene pinchazo. Algo se fuga, se hace fugaz en esta teletransportación.
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Yo escribo de otra manera: líneas que conforman palabras. Murcia escribe de una: líneas fugaces que conforman dibujos en diversos abismos de superficie. Telas. Papeles. Pantallas de ordenador. Hace exactamente 46 minutos yo estaba desnudo bajo el cuerpo medio desnudo de Murcia. 48 minutos después de 46 minutos atrás Murcia me dice, ¿ves? Señala una pared que se vislumbra dividida en tres cuadrados de sombra. Estorba. Incómoda casualidad. Ignoro a Murcia, un poco irritado por esa intromisión de polígonos donde todo es zona. Mañana a esta misma hora voy a salir de donde esté a buscar esta temperatura del azul en el cielo, le digo a Murcia exactamente 2 minutos después de la irrupción de los cuadrados. Siempre es hoy canta Cerati, me dice Murcia, o una pendejada así. Sonríe. ¿Flirtea? La odio intensamente en ese instante. Miro sus pies descalzos-deditos-uñas-temperatura-sangre-coagulada posados en el escalón que me salvó de un abismo. Volteo la cabeza y miro hacia allá, donde el azúl vibra más calientito. Sonrío. Que vayas bien, me dice. Le respondo algo con todo el amor del mundo. Algo que no recuerdo. Ahí. Allí, la amo como ama una supernova a un pulsar. Aurora Borealis. Tormenta de viento solar. ¿Aquella estrella inoportuna? Después del escalón todo es gradiente, pendiente de adoquines derramados en bajada por la loma de sus lomas. Más cerca del nivel de un mar que vibra a otra temperatura-onda del azul, recuerdo que olvidé el nombre que le dió Murcia a aquél fenómeno cromático-cobalto. Mañana no voy a preguntarle. Hace exactamente 45 minutos antes del escalón le prometí que nunca apalabraría algunas preguntas. Que se joda, pensé. Que me joda.
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¿Cómo carajo sería que sonaba el nombre de aquella temperatura?
El funambulista
Rayo raudo que raya súbito el cielo de la noche, el funambulista viene volando viajando velozmente de distancia lejana respondiendo al llamado de mi alarido telepático. Su venida es su respuesta. Mi grito desbordado de deseo dulce, descontrolado, desarticulado y doloroso lo reclama, lo exige y él, complaciente y terrible, obedece. Escucho y obedezco.
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Siete líneas rectas/curvas componen su figura. De dos rayas se compone su máquina orbital de malabares. Una estrella unilineal flota fluida, fugaz y sola sobre su sombrero sideral, asteroide surcando el espacio finito que abarca el abismo cristalino de la superficie. Como aquellos cometas que anunciaban los portentos a plena luz del día en los lienzos medievales. Es un ciborg. Un simbionte. No es posible precisar dónde termina su máquina y donde comienza él. Hecho todo de alambre y cablería y filamento, es una filigrana y un flash aurático en la retina. Es un conjunto de diez trazos dibujados en negativo kiriliano sobre el telón de carbono que es la tiniebla del mundo. Una silueta en radiación de trasfondo que viene volando de lejos, de la primera explosión que dió origen a esa cosa oscura que acapara todas las cosas y que es el universo.
Al igual que otros seres vivientes que no son gente ni animales ni plantas ni hongos ni virus sino manifestaciones multitudinarias de todas estas parcialidades biológicas/maquinales, su existencia radica en el devenir. Devenir flora, fauna, agua, ensamblaje. Multitud. Constelación celestial cartográfica continua. Como toda cosa hecha de deseo, es un efecto de la diferencia sexual. De la diferencia ontológica, si se quiere ser más sucinto y expansivo. Fue concebido en el transcurso de un coito tempestuoso y a distancia, como algunos seres hieráticos y heróicos, ninfómanos de la espuma.
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Baila sobre el filo de una guadaña. Habitante del plano abismal, la caída vertical le está vedada. El cable/sable sobre el que salta sutil le impedirá para siempre la caída. Es inmune a la fuerza de la gravedad. El desplome es el único movimiento involuntario que le sería posible. Sólo le es permitido el movimiento voluntario, enérgico, salido de su fuerza. Arriba. Al frente. Atrás. Ahí. Solo puede saltar, adelantar o retrasar su rumbo. O quedarse quieto. Paradoja: está obligado a moverse a voluntad. O detenerse. Es un prisionero de la libertad. ¿Qué lo auna, lo controla, lo contiene, lo obliga y lo limita? La voluntad.
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Es estrepitoso, escandaloso, excesivo en su brinco. Es narizón. Solo le es permitido mirar hacia adelante. Una diosa dijo sobre él alguna vez que estaba alegre. Aseveración imposible de comprobar. Ese es el compendio de su mitología. Levita.
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Su tiempo de gestación: aprox. 11 segundos. Su duración en el tiempo: aprox. la inmortalidad.
El felino fulgurante
—Hay una vela en alguna parte
Cuello de gatito negro/Julio Cortázar
Así. Eso. Eso es. Así. Es eso. Cada una de estas palabras es ese. Ese. El sonido sigiloso que se suelta, se sale de sí, se des-sujeta de su asidero, se solapa imposible desprendiéndose de la superficialidad. Desde el abismo de la superficie. Así. Es. Ese. El sonido sibilante de la saliva sobre un tizón escandalosamente sudoroso. Suena.
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Cinco líneas sinuosas. Una silueta ultravioleta. Longitud de onda: está comprendida apróximadamente entre los 400 nm (4×10-7m) y los 15 nm (1,5×10-8 m). Yo te mentí, Ondina de mis olas longitudinales. Tu nombre no aparecerá más. Esto es un dato. Googleéalo.
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No puedo mirarlo, aún. No puedo pronunciar su nombre. Aún. No puedo escribir sobre él. Aún. Es que está incandescente, ¿entiendes? Su temperatura calcina las retinas. Es sordo. Es aún impermeable. Es ciego. Teflón. Todavía no se le adhieren las palabras. Superconductividad.
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Entonces, el sonido de un gato. Un gato sibilante. Un gato es una ese. La silueta de un gato sobre gris. Eso es un gato. Ese es un gato. Esto es un gato. Esto es un dato. Eso. Ese. Esto.
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Como un viento donde siempre hay viento. El gris. ¿De dónde proviene el viento? ¿De dónde provino el gris?
Una cosmogonía.
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Es hermoso. Se va enfriando. Deviene. ¿Qué deviene? Ya es susceptible al sonido, a la palabra, a la voz. Ya se pueden decir/escribir algunas cosas sobre él. Casi. No del todo. Hay un flujo. Ya se vislumbran sus contornos. No es seguro. nada es seguro aún. Como cuando el principio del mundo. No es seguro pero el gris es humo. Vapor de agua. gas. ¡Está evaporándolo todo! ¿Entiendes? Una fogata violácea.
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Del gris ha surgido el humo. Empujado por el viento cariñosamente destructor. Haz dibujado el humo. En negativo. Tu me enseñaste estas cosas. El humo no estaba hasta que trazaste la silueta. No había nada atrás. Nada. Era el abismo de la superficie. Vino a ser el humo, la niebla incandescente cuando trazaste la línea de fuga del gato. El gato es una línea de fuga, cinco líneas de fuga trazando una silueta, dejando su huella gaseosa sobre un espacio estriado que se vuelve liso.
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Sus orejas de mamífero levitante. Su único ojo blanco volteado. Su boca, su bigote, su nariz. Su largo cuello. Su retrato vibrante. No podemos saber la forma cierta de estas cosas. Las formas de estas cosas devienen zonas.
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El viento viene del oeste. Arrasándolo todo. Se ha llevado arrastrado los ojos, la boca, los bigotes de ese gato hacia allá, en dirección de un más allá implausible. Le ha deformado el rostro. Me ha deformado el rostro. El gato. Tu viento. Un retrato de Bacon. Violentado. La violencia inaugural del fuego.
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Ese gato está ciego. Lo encegueciste con su fulguración. Lo cegó el viento. Es un gato-cíclope-ciego. Un solo ojo en blanco. El blanco inaugural. ¿Un espejo?
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Este es el plano de la inmanencia. Una mesa. Cuatro. Mil mesas. Una meseta, mil mesetas grises. Espacio liso. Abismo de la superficie gris. Donde ocurren las cosas violeta. Las cosas violentas. La totalidad del ente en su constante fluctuación.
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La aparición del gato en el gris conforma, trae a la luz, al mundo, un vocabulario que es el humo y la niebla y es el gato mismo. Cinco líneas violetas, vibrantes, violentas, sigilosas. Pero fíjate: la silueta, el rostro, el ojo del gato no se fija, no se cristaliza, no se cuaja, no se enfría del todo. Preserva una vibración. Una longitud de onda. Líneas de fuga sobre el paisaje inmanente de un gris para nada absoluto. La radiación ultravioleta incinera la piel. Achicharra las retinas. Googlealo. Mejor: mira al sol directo a los ojos. Bésalo. Mejor: bésame.
El arte inenarrable del proceso
¿Qué acontece en el tiempo que transcurre entre el instante en que una hormiga roja como la sangre que se derrama por las cavernas de tu corazón se posa sobre una piel sin ser percibida -tiempo invisible- y el momento en que Pintora contempla su obra finalizada y suspira/gruñe/piensa
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¿Qué cosas ocurren entre el tiempo incontable del instante en que Pintora posa la punta de su Apple Pencil mojado de tinta roja sobre el abismo que es la piel de la pantalla que levita en la superficie de su tableta sin testigos -tiempo invisible- y el momento en que hunde hondo sus mandíbulas insectiles, aserradas y bermejas, aprieta fuerte en aquella carne dulce y suspira/gime/piensa
¿Consumatium est?
Un misterio.
Estos trabajos son primicia de una colaboración tridimensional dibujo/palabra en gestación.