¿Suicidándo-nos por estúpidos o pagando culpas?
Tan recientemente como hace algunos días, cientos de jóvenes alrededor del mundo han protagonizado «juegos» que se han convertido en sonados escándalos y en algunos casos hasta les han costado la vida. A continuación dos, de los múltiples ejemplos que pudiera citar:
- Una broma entre adolescentes terminó con la muerte de Adrian Broadway, una jovencita de 15 años, en Arkansas, Estados Unidos, cuando el padre de un compañero de escuela disparó contra el vehículo en el que ella se encontraba, junto a otros seis amigos de entre 14 y 18 años. Ellos fueron a la casa del compañero de estudios con la intención de hacerle una broma (arrojar mayonesa, huevos y hojas a su vehículo), provocando la violenta reacción del padre del joven.
- Necknominate es la última moda conductual entre muchos jóvenes británicos. Surgido en Australia y expandido a Gran Bretaña el ¨jueguito¨ consiste en filmarse (y publicarlo en Internet) bebiendo ininterrumpidamente un recipiente (generalmente grande) lleno de alguna(s) bebida(s) alcohólica(s) e inmediatamente nominar a alguien para que haga lo mismo. Su nombre se deriva de «neck» y «nominate», que se traduce como «traga» y «nomina». Existen miles de videos en You Tube y cientos de páginas con miles de estúpidos (perdón, quise decir seguidores) en las redes sociales. Hasta aquí el juego no parece nada del otro mundo si no fuera porque ha cobrado varias vidas y amenaza con seguir haciéndolo.
Muchos de estos temerarios jóvenes del siglo XXI para quienes sus ídolos y sus modelos de conductas a imitar son Justin Bieber, Myles Cyrus, Rihanna, entre otros, están definiendo una nueva manera de COMUNICAR-SE y COMUNICAR-NOS y los códigos que utilizan para esa comunicación, no son necesariamente los socialmente aceptados, por el resto de las personas, de otras generaciones. Todo parece indicar que para estar “in”, hay que “meterse en problemas” y cuánto más serios sean los problemas, mejor.
Considero que las actitudes y comportamientos de esta generación es parte de lo que los psicólogos explican como la “búsqueda de un lugar en el mundo” por parte de esos jóvenes, que además están sometidos a altos niveles de estrés y con mucha frecuencia manifiestan temor ante la posibilidad de fracasar, en este mundo cada vez más orientado a la búsqueda del éxito.
No son tampoco los jóvenes de hoy los únicos responsables de las relaciones sociales que protagonizan. Por lo general nosotros, sus padres y otros educadores, hemos sido demasiado comprensivos y tolerantes en nuestros estilos de crianza, no asignándoles o exigiéndoles responsabilidades o no corrigiéndoles las conductas irrespetuosas y disonantes con las más elementales normas de convivencia humana.
Según aseguran algunos profesionales de la conducta humana, muchos de los padres y educadores contemporáneos practicamos un estilo de crianza excesivamente permisivo y nuestros hijos confunden algunos privilegios con sus derechos. Por lo general evadimos confrontaciones, tomamos muchas decisiones por consenso (con ellos por supuesto), participamos en la realización de sus tareas y procesos escolares como si fuéramos un estudiante más, haciéndoles los proyectos y las asignaciones más difíciles (y no pocas veces las fáciles también) y desempeñamos roles muy activos en sus trámites (y hasta se los realizamos completamente).
En muchas ocasiones desacreditamos la autoridad de los maestros, esgrimiendo gallardamente nuestra obligación de proteger a nuestros hijos, en fin que nuestra consigna para con ellos es algo así como “mientras más satisfecho mi hijo esté, mejor se desempeñará en todas las esferas de su vida”, promoviendo de esa manera la creación de seres hartamente hedonistas.
Esos estilos de nosotros (mientras creen que no nos necesitan sólo somos sus “Mays” y sus “Pays”) van definiendo, entre otros factores sociales, un perfil de jóvenes donde predomina la poca tolerancia, conductas agresivas frente a las adversidades y una actitud irreverente ante las autoridades institucionales o individuales, la expresión y consecución de caprichos a corto plazo, pero no de planes a mediano y largo plazos, exigencias de obtener y mantener en breve tiempo un alto estilo de vida, sin sacrificios que los hagan llegar a ello, pocas habilidades para organizarse, así como muchas habilidades para manipularnos (García, 2008).
Los párrafos anteriores explican por qué utilizo la primera persona en el título de este ensayo, pues como padre y educador (que en muchas ocasiones también somos una especie de padres para nuestros estudiantes) prefiero asumir las cuotas de responsabilidad que me corresponden y hasta correr el riesgo de alguna que no me corresponda en lugar de, como hacen muchos otros, buscar culpables en los medios de comunicación, los maestros de primaria y secundaria y fundamentalmente, en nuestros propios hijos. Ellos son el resultado de lo que nosotros les permitimos que hagan o sean y todavía no conozco una generación que hable bien de las que le suceden.
A todo lo planteado hasta aquí considero importante añadir el papel que juega Internet y en particular las redes sociales en la difusión (cual virus que se disemina exponencialmente) de las peores conductas humanas, entre las cuales las de los jóvenes, juegan un papel protagónico. En resumen: la estupidez se viraliza.
Me parece que la pasaríamos mejor si tratáramos de comprender y si fuera posible integrarnos a las formas de pensar y comunicarse de nuestros jóvenes y adolescentes, en lugar de observarlos desde afuera, evaluarlos y juzgarlos, como si no tuvieran nada que ver con nosotros o mejor dicho, nosotros no tuviéramos nada que ver con sus comportamientos. Mientras reflexionamos y decidimos qué hacer comparto esta interesante sentencia del célebre intelectual español Jaume Perich: “La gente joven está convencida de que posee la verdad. Desgraciadamente, cuando logran imponerla ya ni son jóvenes, ni es verdad”.