Sylvia Rexach: Siempre Viva
Tras cumplirse medio siglo de su adiós físico, 80grados publica íntegro un texto de su biógrafa, Virianai Rodríguez Santaliz. La autora pasa revista de la historia e intensidad de Sylvia Rexach, palabras que van en saludo al Tributo que más de 20 músicos ofrecen este jueves 20 de octubre a Sylvia en el Colegio de Abogados de Puerto Rico.
(Escrito basado en el libro Sylvia Rexach… Pasión Adentro)
En una noche santurcina, allá para el 1922, nació una niña cuyo estado del alma vibró siempre con el mar, la luna, la melodía, la palabra y el amor. Ocurrió a las nueve de la noche del 22 de enero. De nombre, Sylvia Regina. Hija del farmacéutico Julio E. Rexach y María Teresa González, avecindados en la casa número 200 de la calle Ponce de León, San Juan, Puerto Rico. Con el correr de los años, esta niña adelantada a su época se hizo canción y se convirtió en una de las grandes compositoras latinoamericanas.De niña, su nana le decía “viva” porque no se quedaba quieta. Y nunca cambió. Tampoco cambió su gusto por la música, el cual inició a sus 3 ó 4 años, cuando tocaba el piano con el dedito y el profesor le decía a su madre: “¡Esta niña, no quiero que pierdas tu dinero! Ella me toca la pieza a perfección, pero de oído”. Su niñez y juventud estuvieron llenas de experiencias culturales, pues su madre se encargaba de que así fuera. Se parecían. Eran adelantadas. Hacían cosas que a las mujeres de sus épocas no se les permitía, socialmente, hacer. Ambas tenían un espíritu libre y se tenían un inmenso amor mutuo, “sagrado”, como describe Sylvia en la canción que le dedica a su madre, Mi Regalo.
Su adolescencia transcurrió alrededor de la Central High School en Santurce. De ahí se graduó en el 1940, no sin antes haber tenido su primer gran amor, un joven barítono a quien Sylvia llamaba “mi ruiseñor” y a quien dedicó algunas de sus primeras composiciones, entre las que se encuentran Flores y Hoy que te Alejas. Luego llega un segundo gran amor, un joven saxofonista de “negra mirada”, a quien dedicó otras tantas, entre las que se encuentran Anochecer. Estas primeras experiencias amorosas aportaron a su aprendizaje de vida, le hicieron aflorar nuevos sentimientos e influenciaron en la temática y el romanticismo reflejado en algunas de sus primeras creaciones musicales. Romanticismo que nunca se separó de ella.
Sylvia también fue una joven traviesa con un espíritu de niña que la acompañó hasta su adultez y una creadora hiperactiva: cantaba, tocaba música, actuaba, inventaba cuentos y hasta se disfrazaba de monja. No se ha encontrado documentación que evidencie que estudió en la Universidad. Sí se ha confirmado que perteneció al Women’s Army Corps (WAC’s) como “Auxiliar” del Ejército de Estados Unidos en el 1943, y que a los trece días de terminar su servicio se casó con el militar de origen irlandés, Bill Riley.
El matrimonio de Sylvia y Bill tuvo sus altas y sus bajas, pero pesaron más las bajas, incluyendo episodios de violencia doméstica. Sylvia no era la típica mujer de esos tiempos que se daba a la casa, al hombre y a los hijos únicamente; y a Bill se le hizo difícil entender a una mujer tan diferente, que se iba de bohemia, que compartía con los hombres igual que con las mujeres, que trabajaba dando espectáculos alrededor de la Isla y fuera de la Isla; una mujer que para acallar las críticas de quienes le decían “Tú no pareces una mujer casada”, puso una mata y una cortina en su casa y les contestaba, “¿Ahora parezco una mujer casada?”; una mujer que trabajaba para llevar dinero al hogar; una mujer que dedicaba gran parte de su vida al piano, a crear y difundir su música; y una mujer que ni su esposo, ni la sociedad, ni el cáncer, la pudieron detener. Se dice que una vez Bill la puso a escoger entre él y el piano, y ella le respondió: “El piano”. Quizás el mismo piano donde le compuso y dedicó la canción Tus Pasos, la cual describe los pasos que llevaron la relación a su fin legal en el 1956.
Billy, Sharon y Sylvia, los tres hijos nacidos de ese matrimonio, quedaron bajo la custodia de Sylvia. Su relación con ellos estuvo matizada de historias de amor, ternura, enseñanzas y anhelos. Sylvia fue una madre liberada, cariñosa, alegre, amiga y bohemia. Adoraba a sus hijos; y ellos le daban la motivación necesaria para seguir adelante. No les cocinaba todos los días, ni les tenía todo listo para la escuela, pero los acurrucaba y les ofrecía la niña que llevaba por dentro. Les inventaba cuentos y canciones a cada uno; les hacía un circo en la casa, donde ella era la malabarista, el león y todo lo demás; y luchó por ellos hasta el final. Inclusive, trató de rescatar a su hijo varón de problemas relacionados a las drogas. También les enseñó valores, como el respeto a los demás (“Que no te coja yo faltándole el respeto a una persona homosexual o lesbiana”, decía); el respeto a los trabajadores (“Jamás cruzes una línea de piquete aunque pierdas tu trabajo”, decía), y el respeto al amor. A Sharon le hablaba hasta de sexualidad: que sólo se entregara a un hombre por amor, que estudiara y se preparara antes, que el primero no tenía necesariamente que ser el último y otras tantas cosas. Sylvia también fue una adelantada como madre.
Como trabajadora, corrió muchas bases. Para finales de la década del cuarenta organizó el primer trío de mujeres en Puerto Rico, Las Damiselas, precursoras de las demás agrupaciones femeninas que luego formaron parte del ambiente musical del país. Este conjunto estuvo activo casi hasta mediados de los 1950’s. Sylvia adaptó y creó para Las Damiselas múltiples canciones movidas, bailables y graciosas. También compartió sus canciones con otros artistas de la época y creó la canción tema para la película “El Otro Camino”, que incluye también Negro, Asuntito Mío, Por Siempre y Dios de Oro.
Además de componer, Sylvia hizo y grabó comerciales publicitarios; hizo libretos cómicos para programas de radio y televisión; actuó; cantó en programas; escribió poesías; fue columnista en el periódico Diario de Puerto Rico; fue Secretaria General de la Sociedad Puertorriqueña de Autores, Compositores y Editores de Música (SPACEM); y trabajó como artista, cantando y tocando el piano en varios lugares. En su columna, titulada “A Sotto Voce”, resulta particular la definición que hace de lo que es un verdadero artista, la cual puede verse como un retrato interior de ella misma. Escribió lo siguiente:
“… El verdadero artista ríe y llora con facilidad, cree que no es lo suficientemente bueno, aún cuando un público lo aclame como el mejor, … es generoso, nunca tiene un centavo, es despreocupado de las cosas materiales, está libre de inhibiciones, no le importa mucho el qué dirán, no le importa la vida privada de sus semejantes, es inquieto y expresivo, casi nunca entiende de números, ni de negocios, no soporta un trabajo detrás de un escritorio, se enamora y se desenamora con facilidad, pero sólo tiene un amor a la vez; y … no siente envidia de otros artistas verdaderos sino una gran admiración por ellos… Lo que no soporta el verdadero artista es el talento mediocre…con laureles falsos, porque al verdadero artista no le pueden dar gato por liebre.” (17 de junio de 1952)
La vida laboral de Sylvia giró en torno a oportunidades que le permitieran expresar su creatividad. Por otro lado, la variedad de experiencias que tuvo en diferentes campos, le permitió conocer la realidad y las necesidades de la clase artística del país, así como a quienes la integraban y, a la vez, solidarizarse con luchas que se estaban dando para defender los derechos de diferentes gremios de trabajadores, aunque no perteneciera necesariamente a ellos. De hecho, se la llevó “la perrera” por protestar junto a los actores, en defensa de sus oportunidades de trabajo.
También fue una bohemia por excelencia. Un ser sumamente social que dio y recibió energías de los demás. Sólo que ella se quedaba encendida cuando llegaba el punto en que la mayoría, como el día, se apagaba y Sylvia seguía absorbiendo la noche, al parecer, sin querer darse cuenta del momento en que se quedara dormida; sin querer desperdiciar un sólo instante. Ella supo, desde temprano en su vida, que estaba enferma y que la muerte la rondaba. Por un lado, la bohemia le ayudaba a olvidarse por un rato de sus males. Por otro lado, ese ambiente de aprendizaje mutuo, ese compartir de tertulia y música con otros artistas y literatos, aportó a sus experiencias de vida y le invitó a crear. ¿Cuáles hubiesen sido las canciones de Sylvia sin haber sentido la vida a plenitud? Sus canciones fueron más allá. Con un estilo culto y sencillo a la vez, y con recursos poéticos dichos con feeling y sensibilidad, lo que la ha llevado a ser catalogada como una poeta de la palabra y la música, sus canciones alcanzaron los sentimientos que comparte la humanidad. Llegaron a los rincones más recónditos del alma de hombres y mujeres. Por eso su música es universal, aunque pueda sonar personal. Por eso se popularizó.
Su obra más apreciada es aquella que le canta al amor con gran emotividad y expresa un anhelo de plenitud. De ahí su estrecha relación con su naturaleza cómplice. Pero también compuso temas dedicados a sus padres (Bodas de Oro), hijos, esposo, a la Navidad (Lamento de Navidad), la naturaleza, los planetas, las injusticias sociales y a la patria (Costa de Oro). Prácticamente, toda la obra de Sylvia fue un acto de amor a su patria. Pero además resalta por su capacidad y valor de fungir como la voz parlante de la voz interior de la mujer que no estaba a gusto con ciertas situaciones. En canciones como Y Entonces, Es Tarde Ya, Olas y Arenas y Nave sin Rumbo se expresa libremente, critica, es incisiva, protesta y hasta incluye el erotismo. Y eso también la convierte en una compositora adelantada a su época, que sigue teniendo vigencia.
Sylvia parece ser más popular a medida que pasa el tiempo, pero la proyección de su música, con excepción de algunos artistas que le grabaron y difundieron su música al principio (como José Luis Moneró y su Orquesta), comenzó con ella misma en todos los lugares a donde la llevó en Puerto Rico y Estados Unidos, acompañada de su guitarra o de un piano en algún teatro, hotel, festival, café, bar, restaurante… Poco a poco, sobre todo después de su muerte, fueron sumándose los demás. Tan reciente como en los últimos años la han grabado Lunna, Katalina Segura, Ilan Chester y Manny Manuel, entre otros. Salió al mercado una producción con sus éxitos. Y el Instituto de Cultura Puertorriqueña tuvo que repetir la dosis de “Sylvia Rexach Canta a Sylvia Rexach” con el también compositor y maestro de la guitarra: Tutti Umpierre. Su inseparable alma gemela, colaborador musical y compañero en las buenas y en las malas. Sylvia y Tutti, uña y carnal.
Sylvia ha tenido proyección nacional e internacional, pero ella sólo pudo disfrutar muy poco del comienzo. Ahora es que parece haber Sylvia Rexach para rato. Y no hay bohemia sin que se pida y se escuche un “¡Algo de Sylvia!”. No obstante, dentro de sus canciones, que alcanzan unas 50 de las que se le ha podido seguir el rastro, sólo un puñado ha tenido mayor proyección: Dí Corazón, Matiz de Amor, Alma Adentro, Y Entonces, Olas y Arenas y Nave sin Rumbo. Sin embargo, si se dan a conocer y se les da la oportunidad de cruzar fronteras, otras de sus composiciones, otras joyas del pentagrama musical, como Lloraré Mañana, también podrían aportar al caudal privilegiado de música popular con que cuenta Puerto Rico.
Después de una lucha de unos 10 años contra el cáncer, Sylvia murió a los 39 años el 20 de octubre del 1961. Pero se siente aún la niña “viva” porque vida y obra están unidas en Sylvia Rexach. Se siente “viva” porque dejó un legado cultural lleno de belleza y sensibilidad que seguirá perdurando mientras se continúen cantando sus canciones. Canciones donde nos dejó su alma, el inmenso amor que compartió. El amor que entregó a manos llenas, porque ella nació para darse a la vida entera.
Me despido con estas palabras que Sylvia escribió en su columna en el Diario de Puerto Rico 9 años y 4 meses antes de partir “a ese otro mundo”:
“… Pues en ese otro mundo… se encontrarán …muchos artistas…Yo dirigiré mi coro de… angelitos y se saturará el ambiente de melodías de compositores nuestros…¡Almas de amor y de paz! Almas que van por la vida brindando el aroma exquisito de su ternura; almas ingenuas en cuyos pensamientos vibran las notas armoniosas de la verdad. ¡Almas buenas! En las horas de suprema ilusión o de gran desventura, en los instantes que contemplan un mundo mejor y sienten en las reconditeces del espíritu, muy lejos el sitio donde percibieron injusticias y desigualdades sin nombre, eleven una oración a Dios, para que todos podamos alcanzar la divina gracia de estar gozosos y relativamente felices…”