Tan solo la chispa

A diferencia de lo que puede parecer a simple vista, lo que observamos el pasado mes no fue un movimiento espontáneo del pueblo que de un momento a otro abrió los ojos, decidió salir a la calle e inventó las herramientas para protestar. Los cimientos de esta gran movilización y unión del pueblo los podemos encontrar en nuestra historia y en el trabajo político de muchos años por parte de diversas organizaciones y movimientos sociales y políticos de nuestra isla. Si analizamos nuestro pasado, si hurgamos en nuestra memoria, en nuestras raíces, vamos a encontrar una historia de lucha y resistencia que nos ha sido negada como pueblo, generándose una “memoria rota” como la llamó Arcadio Díaz Quiñonez. Procesos de movilización social que han sido invisibilizados desde el Estado y sus instituciones, quedando fuera de la historia oficial enseñada en las escuelas, pero que ha logrado mantenerse en nuestra memoria histórica, aunque sea de manera quebrantada.
Con el fin de mantener el status quo, quienes ejercían el poder político nos enseñaron que siempre fuimos un pueblo pacífico ya que llevamos la sangre de los taínos sumisos y aplatanados que se dejaron colonizar por los españoles. Nos enseñan una historia selectiva, la cual resalta el poder y dominación de los españoles conmemorando personajes como el genocida Cristóbal Colón, mientras se disminuye la importancia de figuras históricas como el cacique Agüeybana. Nos cuentan que el jíbaro puertorriqueño era dócil y vivía eñangota’o, y se descalifican los diversos actos de resistencia resaltando el fracaso y no la bravura, o caracterizándolos como actos terroristas.
Así crecemos, aprendiendo que los boricuas somos vagos y arrodilla’os “por naturaleza” y que por eso seguimos colonizados. Y aquellos sectores que se manifiestan políticamente para cambiar el estado de cosas son deslegitimados por la opinión pública. Como muestra está el caso histórico de los movimientos estudiantiles de la Universidad de Puerto Rico, quienes son representados en el imaginario colectivo como jóvenes “pelús”, revoltosos, comunistas y vagos que no quieren estudiar.
Pero esa no es toda la historia. Generación tras generación, los movimientos independentistas y socialistas, las organizaciones obreras, las iniciativas comunitarias, los colectivos feministas, LGBTT+, ambientalistas y los movimientos estudiantiles, se han encargado de mantener viva la memoria de nuestros próceres, nuestras rebeliones y luchas. Desde estos sectores hace décadas se ha venido construyendo una cultura de fiscalización y protesta basada en la organización colectiva.
En el mes de julio vivimos un momento histórico con un levantamiento de las masas como nunca se había visto en Puerto Rico. Nuestro pueblo se unió y en apenas 13 días de protestas logró lo que era impensable unos meses atrás: remover al gobernador de su puesto, ejerciendo una democracia real, participativa y directa. Y esto se pudo hacer encontrando una causa común que superó todas aquellas cosas que nos diferencian, estableciendo que la mayoría de los puertorriqueños queremos un gobierno que nos represente.
Este levantamiento del pueblo era necesario para poner un freno y gritar bien alto “BASTA”, llamando la atención de toda la isla, de la diáspora y del mundo entero. Un momento de efervescencia colectiva del cual surgieron movilizaciones completamente plurales, diversas y horizontales. Un proceso de movilización política en el cual fue clave la participación de artistas a la hora de masificar las protestas y de visibilizarlas internacionalmente, dando un gran impulso a lo que ya se había comenzado a gestar por diferentes grupos heterogéneos.
Desarrollamos así una forma de hacer política distinta a la que conocíamos, carente de estructura organizativa y de líderes o portavoces, basada en la movilización permanente mediante el recambio de personas generado por un constante bombardeo de convocatorias en las redes sociales a nivel de toda la isla y en la diáspora. Un tipo de participación política basada en ocupar las calles y espacios públicos, utilizando toda una serie de mecanismos de gran creatividad que mostraron la diversidad de personas que formaron parte de las movilizaciones.
Luego del anuncio de renuncia de Ricardo Rosselló, una parte de la población ha sostenido esta participación política ejerciendo presión para que quien ocupe el cargo de gobernador no pertenezca al círculo de corrupción de la administración actual o de gobiernos anteriores. Para lograr este objetivo concreto, y en una coyuntura tan crítica como la actual, resulta útil continuar ejerciendo la soberanía ciudadana en las calles. Sin embargo, no es suficiente esta metodología si nos proponemos lograr un cambio profundo en la estructura política de Puerto Rico. Los estallidos populares y la efervescencia colectiva requieren mucha energía y son imposibles de sostener en el tiempo, por lo cual resultan muy eficaces a corto plazo, pero para lograr cambios estructurales se torna necesario desarrollar otros mecanismos.
Las asambleas de pueblo que se han estado organizando alrededor de toda la isla son un camino fundamental para continuar este proceso de reestructuración y organizarnos colectivamente. Si realmente queremos transformar nuestro país y cambiar el curso de nuestra historia, tenemos que hacer las cosas de manera distinta y para esto es esencial escucharnos entre todos. Los movimientos estudiantiles, los sindicatos, las diversas organizaciones sociales y políticas cuentan con la experiencia cotidiana del trabajo colectivo y podemos aprender mucho de ellos. Pero ellos también pueden aprender mucho de las movilizaciones de julio y de las nuevas formas de manifestación plurales y diversas que se generaron.
Creo que debemos aprovechar esta coyuntura sin precedentes para unir estos dos modelos de participación política y tratar de crear nuevos dispositivos de discusión más plurales, menos burocratizados y más horizontales. Para esto podemos partir de los consensos que nos hicieron marchar y protestar colectivamente. Llevamos décadas concentrándonos en lo que nos separa y cegados por un partidismo que no nos ha permitido visualizar otras posibilidades. Un partidismo que nos divide en torno a la cuestión del status, mientras sufrimos los efectos de la estructura política corrupta y violenta que nos gobierna. No quiero decir que no sea fundamental tratar nuestra relación política con Estados Unidos, pero si realmente queremos cambiarla, primero tenemos que cambiar el sistema político que hace mucho tiempo dejó de representarnos.
En el pasado mes aprendimos una lección fundamental, aprendimos el poder y la fuerza que tenemos cuando ejercemos nuestra ciudadanía y cuando logramos conectar con los otros, superar nuestras diferencias e intereses particulares y buscar un objetivo colectivo. Aprendimos que depende también de nosotros el futuro de nuestro país y que es fundamental que nos involucremos más como ciudadanos en nuestra realidad sociopolítica. Muchos que nunca habían ido a una marcha sacaron el coraje y ocuparon las calles, logramos superar muchos miedos y mitos sobre las manifestaciones y nos unimos en una sola voz, como nunca en nuestra historia. Entendimos que había que superar los miedos porque es la única manera de cambiar nuestro presente y tener un mejor futuro para nosotros y para las próximas generaciones.
Y así, logramos hacer renunciar al gobernador, algo que resultaba impensable no hace tanto tiempo atrás, y con ese logro se abrió todo un nuevo horizonte de posibilidades. Ahora es el momento de organizarnos, de encauzar toda esa rabia que sentimos y utilizarla para la creación de algo nuevo. Es momento de reflexionar, dialogar, debatir ideas y generar propuestas; es momento de encontrarnos.
Para construir el país que queremos, antes tenemos que proyectarlo, imaginarlo. Algo que aprendí de los estudiantes de la UPR, y que pude corroborar estas semanas, es que otro Puerto Rico es posible, nos toca a nuestra generación crearlo.