Te recuerdo Papá, in memoriam al Dr. García Castro
Ante la dificultad que me da elaborar estas palabras, escucho la voz estertórea de Papa diciéndome ¡Carola por favor! Así que me arremango los retazos de tristeza para celebrar la vida de mi padre, José Miguel García Castro.
Era un hombre «a su inmensidad pegado». Como si su cuerpo albergara literalmente la vida completa. Mis primeros recuerdos quizás son las canciones de cuna que me cantaba en francés y su barba negra que cuando empezó a pintarse de blanco, sus hijos José Miguel y Miguel Antonio podaban a mano. Nos llevaba a la escuela con música clásica o con una ópera de Wagner. Música que al principio yo odiaba pero que con los años empecé a amar. La música fue una constante en su vida , como lo fue el arte en todas sus manifestaciones. Hizo de la medicina un arte y del arte un gozoso experimento científico. Era un hombre piano, tocaba y yo bailaba cual Isadora Duncan con las pijamas de su adorada compañera de vida, mi madre Lolin, la Lola. Quizás en esos primeros momentos de mi infancia se sembraron en mí el amor por las letras y las artes.
Vivía la música con tal intensidad que ya entrado en años dirigió un coro en memoria de su adorado Augusto Rodríguez. Ya en las postrimerías de su transición, mi hermano Tito le ponía música y él dirigía desde la cama como si estuviera dibujando en el aire sus últimos alientos.
Papa era tan caótico y ordenado como puede ser un huracán. Su mente prodigiosa transitaba innumerables mares. Verlo dar clase en la escuela de Medicina era una experiencia religiosa. Expuso a los estudiantes de Genética a las técnicas teatrales de Augusto Boal, teatralizando los más complicados síndromes genéticos hasta hacerlos divertidos.
Sus referencias a su experiencia educativa en Stanford eran constantes. Allí conoció innumerables científicos-amigos que lo acompañaron por muchos años. En California estudió pediatría y genética médica con sus mentores Howard Cann y Norman Kreshner. Para esos tiempos la genética era casi un enigma. Papa se contagió con la cosquilla detectivesca y siguió explorando la genética en Paris en L’Hôpital Des-Enfants Malades, el Hospital de Niños Enfermos. Esa fascinación por la investigación y las formas vivas las veo multiplicarse, encarnarse en mi otro querido hermano José Miguel y su impresionante carrera como cirujano veterinario y profesor. Porque José también heredó de papá el cromosoma de amor por la enseñanza, ese compromiso inquebrantable con sus alumnos. Esa mirada horizontal y franca con los residentes.
Era mas francés que Molière y el queso camembert. Su experiencia parisina lo transformó de tal manera que muchos años después en Cupey Alto le dio por hacer vino. Vinos Garciló, un vino avinagrado que durante algún tiempo usamos para cocinar, pues no se podía tomar por más empeño que le pusiéramos. Tal vez en esos intentos vinícolas se sembró la semilla del amor por la cocina y el buen vino en mi querido hermano Miguel Antonio, quien es un verdadero artista de los sabores, un conocedor enciclopédico de vinos, agricultura, gozadera profunda por la vida, un chef que elabora platos desde la memoria del corazón, un emprendedor de imposibles.
Debo decir que en Paris le ofrecieron quedarse, le ofrecieron trabajo En el Enfants-Malade pero su compromiso con Puerto Rico era tan fuerte que regresó. Esa era otra de las constantes de Papa, su amor patrio.
Sin embargo, Paris sería su otra patria por siempre. Regresó a mediados de los ochenta a trabajar en el Institute Pasteur, con el Dr. Montaigner quien recibió el Premio Nobel 2008 por descubrir el virus del VIH Sida. Las aportaciones científicas en la investigación del VIH, los programas de concientización con ProFamilia, la solidaridad que mostraba con sus pacientes es uno de sus legados más significativos.
Recuerdo que los pacientes llegaban a casa a deshora, y se les trataba con empatía, con amor cuando la sociedad todavía los veía como apestados o malditos.
Pero toda esta vida de aventuras, descubrimientos, pasiones, viajes, conversaciones, comelatas y celebraciones fueron posibles gracias a esa fuerza de la naturaleza que es Lolin López Acosta, La Lola, la querida compañera de vida y lucha de Papa. Mama fue toda la vida quien sostenía , guiaba, administraba y por qué no, también soportaba las ocurrencias tantas veces disparatadas de Papa.
Estoy convencida que mi padre no hubiese podido desplegar tantas veces sus alas sin la dirección y el sostén de mi madre. Para muestra un botón de sus disparates: Mama con contracciones y él comiéndose una pata de jamón; Papa comprando una cámara gastándose todo el dinero para llegar a California y ella desfalleciendo en un vuelo de 16 horas; Papa mostrándonos el Louvre, cuadro por cuadro literalmente y el resto de la tropa derritiéndonos por el jet lag.
Las resonancias garcilogísticas se constatan en los horizontes que construyen sus nietos, sus hermanos, sus nueras, sus estudiantes, colegas y amigos.
Gracias Papa por enseñarnos que la vida puede ser una obra de arte, que los afectos y la familia son lo más importante, que el mar esconde otras aventuras, que el conocimiento puede ser divertido y estimulante, que la libertad es brújula. Como decía una querida amiga no te has ido, sólo te has hecho invisible, gracias por tanto, gracias.