The Five Horses of Doctor Ramón Emeterio Betances
Introducción: Del Covid al cólera según Espada (y Betances)
En 1884, a los cincuenta y siete años, Ramón Emeterio Betances redacta desde su exilio en París uno de sus deslumbrantes estudios médicos, El cólera. Historia, medidas profilácticas, síntomas y tratamiento. Lo escribe cuando una epidemia del mal amenaza a Europa por cuarta vez. La obra se destaca no sólo por estar fundada en una investigación exhaustiva de fuentes clínicas. También está nutrida por el recuerdo de su iniciación como galeno a cargo del sector sur de Mayagüez en plena epidemia del cólera morbo tras terminar sus estudios y regresar a la isla en 1856.
El joven doctor caborrojeño tuvo la rebelde predilección de ocuparse primero de los esclavos y los desposeídos antes que de la burguesía y la oficialidad. Esto le ganó fama popular como “médico de los pobres” y el creciente recelo de las autoridades coloniales. Entre los abundantes datos y remedios que enumera treinta años después incluye “champaña helada” para contener el vómito y la quema higiénica de los barracones para abolir focos de contagio en las haciendas. Le acecha a través de todo una espantosa memoria –la visión de la cianosis o azulamiento, es decir, la violenta decoloración del rostro y las extremidades como síntoma de una brutal deshidratación. Betances aún ve cómo ojos desorbitados se hunden en la violácea facies del enfermo en una expresión de terror que “no se olvida nunca más cuando se ha observado una sola vez”.
Tras su muerte en 1898 y la publicación de la primera recopilación de sus escritos por Luis Bonafoux en 1901, los enjundiosos estudios y capaces dotes del revolucionario como médico –sobre todo ante el cólera– llamaron la atención de sus biógrafos. ¿Cuántos casos debió Betances de haber tratado para lograr una comprensión tan íntima del cólera como padecimiento de los más vulnerables y como metástasis de injusticia social? Esta pregunta de seguro animó la leyenda de su milagrosa omnipresencia entre los esclavos de Mayagüez y Cabo Rojo durante esos años. Para 1913 la escritora María de Angelis ya lo describía “como un ángel que cae en el fondo de la epidemia. En las horas diurnas fatigaba cinco caballos para acudir a todas partes donde se le llamaba”.
El enorme poeta social Martín Espada –puertorriqueño nacido en Brooklyn que hoy enseña creación literaria en la Universidad de Massachusetts, Amherst, tras fungir como abogado para inquilinos latinos– rememora la gesta médica del joven Betances contra el cólera en un poema motivado por nuestro presente pandémico para el cual ha dado a 80grados la primicia de su publicación. Espada la concibe como un momento epifánico, como el reto que sella la convicción visionaria del abolicionista y el revolucionario y como una imagen cargada de posibilidad política. Espada actualiza así una potentísima tradición betanciana en nuestras letras que va desde Luis Hernández Aquino, Julia de Burgos, Francisco Matos Paoli y Juan Antonio Corretjer hasta Joserramón Meléndez y Esteban Valdés con el primer gran poema sobre Betances escrito en inglés. Tal como hace en sus célebres trabajos sobre Frederick Douglass, Clemente Soto Vélez y otros íconos históricos, Espada nos invita a repensar viejas fuentes, eventos y figuras para entender cómo la exigencia por la justicia social es una llama que nunca logran extinguir siglos de abuso. ¿Cómo confrontamos esta nueva pandemia para que se traduzca en un proceso de positiva radicalización y mayor militancia? Con Betances, Espada nos convida a transformar la cianosis tenebrosa en un fuego azul que nos libere y que aspire a ser bandera.
César A. Salgado
The Five Horses of Doctor Ramón Emeterio Betances
Mayagüez, Puerto Rico 1856
I. The First Horse
Cholera swarmed unseen through the water, lurking in wells and fountains,
squirming in garbage and excrement, infinitesimal worms drilling the intestines,
till all the water and salt would pour from the body, till the body became a worm,
shriveling and writhing, a slug in salt, till the skin burned blue as flame, the skin
of the peasant and the skin of the slave gone blue, the skin in the slave barracks blue,
the skin of ten thousand slaves blue. The Blue Death, face hidden in a bandanna,
dug graves with the gravediggers, who fell into holes they shoveled for the dead.
The doctors died too, seeing the signs in the mirror, the hand with the razor shaking.
II. The Second Horse
Doctor Betances stepped off the boat, back from Paris, the humidity of the plague
glistening in his beard. He saw the stepmother who fed him sink into a mound
of dirt, her body empty as the husk of a locust in drought. He toweled off his hands.
In the quarantine tents there was laudanum by the bitter spoonful, the lemonade
and broth; in the dim of the kerosene lamps there was the compress cool against
the forehead, the elixir of the bark from the cinchona tree. For peasants and slaves
moaning to their gods, the doctor prescribed chilled champagne to soothe the belly.
For the commander of the Spanish garrison, there was silence bitter as the spoon.
III. The Third Horse
At every hacienda, at every plantation, as the bodies of slaves rolled one by one
into ditches all hipbones and ribs, drained of water and salt, stripped of names,
Doctor Betances commanded the torch for the barracks where the bodies would
tangle together, stacked up as if they never left the ship that sailed from Africa,
kept awake by the ravenous worms of the plague feasting upon them. Watching
the blue flames blacken the wood, the doctor and the slaves saw another plague
burning away, the plague of manacles scraping the skin from hands that cut
the cane, the plague of the collar with four spikes for the runaways brought back.
IV. The Fourth Horse
The pestilence of the masters, stirred by spoons into the coffee of the world,
spread first at the marketplace, at auction, the coins passing from hand to hand.
So Doctor Betances began, at church, with twenty-five pesos in pieces of eight,
pirate coins dropped into the hands of slaves to drop into the hands of masters,
buying their own infants at the baptismal font. The secret society of abolitionists
shoved rowboats full of runaways off the docks in the bluest hour of the blue night,
off to islands without masters. Even the doctor would strangle in the executioner’s
garrote, spittle in his beard, if the soldiers on watch woke up from the opiate of empire.
V. The Fifth Horse
The governor circled his name in the name of empire, so Dr. Betances
sailed to exile, the island drowning in his sight, but a vision stung
his eyes like salt in the wind: in the world after the plague, no more
plague of manacles; after the pestilence, no more pestilence of masters;
after the cemeteries of cholera, no more collar of spikes or executioners.
In his eye burned the blue of the rebel flag and the rising of his island.
The legend calls him the doctor who exhausted five horses, sleepless
as he chased invisible armies into the night. Listen for the horses.
Martín Espada