To Kill a Mockingbird: la injusticia racial
Además de los temas raciales y su examen de la justicia en el sur de los Estados Unidos, el libro tenía el encanto de los personajes juveniles, hijos de Atticus: la niña, Jean Louise, alias Scout, y su hermano Jeremy, a quien llaman Jem. Estos tienen un amigo que se llama Dill que visita el pueblo los veranos. Cómo reaccionan al caso de Tom Robinson, un negro acusado de haber ultrajado una mujer blanca llamada Mayella Ewell es parte de las experiencias que tendrán en el futuro para forjar su adultez. Cuando el caso llega a la corte, los tres van al juicio y se sientan en el segmento del publico reservado para la gente de color. Es un recurso literario, metafórico: los que defiendan a Tom, incluyendo a Atticus, son, por asociación, negros también. O peor (y perdonen): ‘nigger-lovers’.
En el libro, Scout (tiene siete años) es quien narra la historia y, como consecuencia, las observaciones y sus interacciones con los otros niños y los adultos es jocosa. Es parte de otro tema de la novela: el desarrollo emocional de la niña y de cómo se va dando cuenta de las realidades de la vida y las secuelas que tienen las decisiones que se toman. Su fe en la justicia, algo que le ha inculcado Atticus, y en la bondad de los humanos casi se resquebraja cuando hallan culpable a un hombre que es inocente.
Si han leído la novela y visto el filme hace tiempo, les sugiero, que ante el problema de “Black lives matter”, lo vuelvan a hacer. Si no, tal vez les interese buscar el libro y adentrarse en la narrativa fluida, amena, conmovedora y franca de Harper Lee. Si no conocen ni la cinta ni el libro, además de buscarlos, una alternativa es ver la nueva obra de teatro adaptada por Aaron Sorkin que en Broadway ha sido un éxito rotundo y que tuve la oportunidad de ver en Londres.
En esta versión, cuyo impacto dramático depende en parte de la forma de la narrativa, las actuaciones son poderosas y, curiosamente, el recurso de entrecortar lo que ocurre en el juicio con los detalles de por qué estamos en la corte, lanza el foco de atención en proporciones similares tanto en Scout como en Atticus. Al mismo tiempo hace ver a Calpurnia, el ama de casa de Atticus, y a Bob Ewell, el villano, no solo como representantes de dos razas, sino como los polos opuestos que son: la bondad y la mezquindad. Ya que no están muy lejos el uno del otro desde el punto de vista espacial (están ahí en el escenario frente a nosotros en carne y hueso) se produce en uno como espectador eso que muchas veces sorprende del teatro: el actor ES de verdad un villano. No que en el cine no ocurra algo similar, pero nunca estamos tan cerca de enfocar nuestra rabia de una forma que es tan palpable como ocurre en las tablas.
Se imaginarán que los actores que representan a los tres niños no tienen las edades que a estos se les asigna en el libro o en el filme. Sin embargo, el físico de los tres nos engaña y nos convence de que estamos ante unos chicos que, en el corto tiempo de un verano violento y sangriento, han aprendido lecciones cuyas enseñanzas les duraran toda la vida. Gwyneth Keyworth brilla como Scout y hay momentos en los que creemos que es una niña de siete u ocho años. La violencia encapsulada en Bob Ewell (que rima con evil) encuentra una gran interpretación en el actor Patrick O’Kane que perdura tanto en la memoria, que uno no quisiera encontrarse con él fuera del teatro.
Lo mejor, como es de esperarse, es la interpretación de Rafe Spall como Atticus Finch. Su físico no se asemeja al de Gregory Peck para nada, lo cual es un gran acierto para que no estemos, los que recordamos su actuación, pensando en comparaciones. Spall hace su propia lectura del personaje y lo hace ser de hoy. Después de todo, aunque se ha progresado mucho en los derechos raciales, el prejuicio y el desdén hacia la gente de color, en particular los negros, sigue siendo inaceptable y despreciable. Spall enfatiza algunas de las debilidades del personaje y acepta que también tiene episodios de ira y violencia, excepto que en su caso están dirigidos contra los prejuiciados y la injusticia.
A través de la novela, los pájaros cantores, incluyendo el pinzón (finch en inglés) y su simbolismo son usados como una metáfora de lo que esta sucediendo. El sinsonte (mockingbird) titular es un motivo clave del tema moral de la obra. Atticus, le regaló a sus hijos rifles de aire comprimido, pero les advierte que, aunque pueden «disparar a todos los pájaros que quieran», deben recordar que «es pecado matar a un ruiseñor». En otras palabras, no se les debe hacer daño a los indefensos ni a ningún otro humano, no importa el color de su piel. El valor imperecedero de la obra de Harper Lee es evidente aún después de 60 años de su publicación, y su enseñanza jamás debe de ser olvidada.