Todo pasará, las lecciones perdurarán

Harry Haysom
Saludos a todos y todas. Les cuento: al ser abordado para que me dirigiera a ustedes, hubo una pequeña pausa dentro de mí. ¿Yo?, ¿dar un discurso?, no soy orador. Soy solo un maestro, al que le gusta su trabajo y que a veces puede llegar a ser bastante entusiasta. Muchos de ustedes son personas que quizás académica y profesionalmente han alcanzado los niveles que soñaron para sus vidas, mientras que otros quizás todavía tengan camino que recorrer. Así que, ¿qué podría yo venir a decirles, que ya no tengan claro?, ¿qué podría ofrecerles? Todo esto me pasó por la cabeza, pero no podía negarme a esa gran mujer que me ayudó a formarme como educador, a la cual le debo mucho de lo que sé, y vamos, sabrá Dios también si fue la misma que alguna vez cuando corregía los horrores de algún trabajo que entregué, respiró profundo y se llenó de paciencia para adornarme el papel con una «F» que me merecía. Pero bueno, así somos los maestros ¿no?. Así qué, no podía decir que no. Simplemente era imposible y por eso, hoy, aquí y ahora estamos aquí. Pero antes de comenzar les dejo saber que no soy orador y esto, no será un discurso.
Pero, hablemos del aquí y ahora; posiblemente dos de las palabras más cotidianas, simples, comunes que podemos escuchar y leer. «Aquí y ahora,» palabras que, a lo mejor, hasta marzo 2020 no tenían un significado potente ni extraordinario. «Aquí y ahora» palabras que hasta el momento y en este año, casi 1,500 puertorriqueños y, 1 millón 8 mil personas alrededor del mundo, ya no podrán volver a decir, ni a escuchar, ni a vivir nunca más. El «aquí y ahora» son un regalo, de Dios o del universo, eso dependiendo las creencias de cada cual, que, al fin y al cabo, no afectan en lo más mínimo la fortuna y bendición que tiene el poder repetir esas dos palabras. Vivamos agradecidos con la vida, o con el cielo, o el tiempo, porque tenemos lo que muchos desearon tener…un poquito más de «aquí y ahora.» Ante esto, creo no hay coincidencias, ni casualidades. Todo pasará; las lecciones perdurarán. Es el lema de esta solemne actividad. Les cuento, no soy orador, los últimos 10 años de mi vida, entre otras cosas, me he dedicado a ser maestro de historia. Pocas actividades me apasionan más que hablar del pasado. Un abrazo de mi madre o quizás una copa de whisky un viernes a las 5 de la tarde, después de una semana de suplicarle constantemente a mis estudiantes que hicieran sus tareas y las entregaran a tiempo. Pero fuera de eso, no puedo mencionar muchas otras. En esta década de educar y de aprender tanto sobre este tema, les puedo comentar sobre unas pocas cosas acerca de cómo pasa el tiempo y de cómo nosotros los humanos aprendemos con él. He decido enumerar cada uno de los temas de los que voy a platicar, no porque sea una persona organizada, sino, porque quiero alargar un poco el tiempo y no acabar muy “prematuramente.» Ojo, no se olviden del hecho de que no soy orador y que este, no es un discurso.
Primeramente, no es el fin del mundo. Esto es bien importante que lo internalicen. A diario, las redes sociales, la radio y la televisión, nos bombardean constantemente con mensajes lúgubres y pesimistas. «El peor año en la historia» se puede leer y escuchar por todas partes, hasta por los noticieros que pareciera que algunos de ellos ya no buscan informar, sino infundir temor para crear audiencia. Déjenme decirles algo mis queridos colegas; no lo es. No es el peor año de la historia y muchos expertos te asegurará que ni tan siquiera entra en el «top 10» de esa categoría. Desde los campesinos de la edad media, abatidos por la peste bubónica, hasta los israelitas en los campos de concentración nazi, te podrían atestiguar que este año, con sus celulares e internet, con sus casas con comodidades y su comida, no es lo peor que nosotros hemos vividos como raza ni sociedad. No me mal interpreten. No estoy diciendo que este tiempo ha sido un bombonazo, ni mucho menos estoy subestimando ni menospreciando el dolor de millones de personas en el mundo que lo han sufrido. Lo que sí estoy diciendo que no es la primera vez que nos enfrentamos a épocas difíciles. Hay un verso en un libro muy famoso que dice los siguiente: «¿Qué sucedió antes? Lo mismo que sucederá después. ¿Qué se hizo antes? Lo mismo que se hará después. No hay nada nuevo bajo el sol.» A veces conviene desconectarse un poco del presente y mirar más al pasado, para entender que la luz al final del túnel no está tan lejos como solemos pensar. No es el fin, el sol siempre, siempre vuelve a salir. Por favor, tengan presente que no soy un orador y este, no es un discurso.
Segundo, todos seremos historiadores. Estoy seguro de que muchos de ustedes sentían o siente un profundo aburrimiento y desagrado por la clase de historia. En mi experiencia, me he topado con tantas personas me han dicho lo mismo, que ya parece que fuera algo natural. Tranquilos, no es culpa de ustedes, ese sentimiento es producto de un proceso de enseñanza y aprendizaje desarticulado y no pertinente, pero ese es tema para otro día. No importa lo que ustedes crean de dicha materia, si la quieren, si la odia, de igual forma, de ahora en adelante, estará presente en todos nosotros. A Cristo le tocó dividir la historia de la humanidad una vez, y ahora, el turno de hacer lo mismo le cayó a un microbio que ni tan siquiera podemos verlo a simple vista. Estos tiempos han traído lecciones que en ninguna circunstancia debemos permitir que caigan en el olvido. Cuando hablo de lecciones no me refiero a temas salubrista y de higiene. Esos son importantísimos, pero ahora hago referencia a muchas otras cosas como, por ejemplo; el valor de un abrazo, la importancia de la compañía, lo doloroso de la soledad, el respeto hacia la vida. La fragilidad de nuestra existencia. El tesoro de la amistad. Lo complejo que puede ser la sencillez. La empatía, la armonía, la solidaridad, el duelo. Por ahí hay un dicho muy famoso que dice que un pueblo que no recuerda su historia está condenado a repetirla. Considero que esta frase es en parte irreal por dos razones, la primera es que muchas personas siempre repetirán sus errores aun cuando no los hayan olvidado su historia. La segunda es que estas palabras traen consigo el mensaje de que todo lo que pasó en el pasado (valga la redundancia) fue negativo y por eso no lo debemos repetir. El año 2020 ha sido uno muy complejo. Yo creo que no conozco un solo ser humano que quisiera repetirlo, sin embargo, este nos ha dejado unas enseñanzas que deben ser repetidas hasta que los días de nuestra especie, vea su ocaso. Así que, no nos tocó de otra, somos historiadores. Guardianes de los tesoros que trajo el supuesto, pero año de nuestra historia. Somos ahora, los responsables de que nuestras futuras generaciones de cierta forma, y desde un ángulo positivo, repitan el 2020. Les suplico que sigan sin perder de perspectiva que yo no soy orador y que este, no es un discurso.
Un tercer punto: somos indispensables. Si algo me dejó claro toda esta situación fue una sola cosa. Las escuelas son indispensables. No tan solo me refiero a la escuela como institución, sino a la estructura física misma. Los salones, los espacios dentro de ella. La educación a distancia, además de ser para muchos de nosotros, un dolor intestinal y espiritual, trató de cumplir con un rol y de cubrir una necesidad. Yo tengo mi opinión en cuanto a la misma. Si fue exitosa o no. Si fue culpa del gobierno o no. Si funcionó o no. Que si todavía no estábamos listos o que sí. Quizás ustedes y yo podríamos debatir en muchos de estos temas. Pero algo en lo que pienso que llegaríamos a un consenso es el hecho de que el salón de clase, no se puede sustituir. Pronto tendremos cirujanos que serán capaces de practicarnos una colonoscopía usando un robot que manipularán por medio del «wifi» mientras se beben una piña colada en una playa en Cancún. Arquitectos que diseñarán sus proyectos desde computadoras en su hogar. Salas de corte virtuales, entre otras. Pero jamás un niño pequeño tendrá el mismo desarrollo y aprovechamiento si se encuentra lejos de su maestro o maestra mirándola en una pantalla. Nuestros chiquitines necesitan el salón porque en el aula se adquieren muchas destrezas que no se pueden emular fuera de este. Socialización, empatía, trabajo en equipo, reglas básicas de la convivencia, y muchas otras. Para muchos estudiantes, el salón es su única fuente de calor humano y de cariño. Esto jamás podrán encontrarlo en un frío computador. Como dije anteriormente, ustedes quizás puedan diferir, pero por lo menos yo no veo en el futuro cercano ni lejano, un sustituyente permanente del aula. Misi, mistel, son indispensables. Les recuerdo que no yo soy orador y esto no es un discurso.
El futuro como cuarto punto. Les pregunto: ¿Qué será en el futuro?, ¿Regresaremos a la normalidad? Obviamente, yo no sé. Pero lo que sí les puedo decir es que en el futuro no tendremos excusas como: «yo no sabía.» O «esto es nuevo para todos.» No. El futuro será lo que nosotros hagamos de él. Si el futuro es bueno, cosa en la que estoy apostando, será porque ustedes y yo así lo trabajamos. Así lo construimos. Así lo diseñamos. Ya no podemos dejarle las cosas al destino. Ya no podemos hacernos de la vista larga. Ya no podemos decir: «que lo haga otro» o «que lo hagan los que vienen.» No, nosotros no tenemos ese lujo. Nosotros somos esos que tenemos que reflexionar sobre las lecciones aprendidas, no solo para aplicarlas en nuestro diario vivir, sino que para también pasarlas a esas pequeñas personitas que tenemos a nuestro cargo. O sea, ustedes y yo tenemos quizás el doble del trabajo que los demás, pero mis queridos amigos, lamentablemente no nos podemos rajar. Si el futuro es bueno, cosa en la que estoy apostando, será porque usted y yo así lo decidimos. Yo sé que el trabajo puede sonar abrumador, pero no se preocupen, el salario es buenísimo. No soy orador. Este no es un discurso.
Ya termino. Culmino con decirles algo que ya ustedes saben: esto está difícil. Habrá día es lo que sonará la alarma y van a tener que arrastrar los pies porque no van a tener ni el ánimo ni la fuerza de dar pisadas. Van a existir días en los que en tu cabeza vas a maldecir y decir palabrotas. Días de “tantrums” y berrinches. Días de pocas esperanzas. Días en que no te va a dar la gana de sonreír. Y eso está bien. Está bien de vez en cuando llorar. Está bien de vez en cuando dejarse caer. Está bien equivocarse. A veces la sociedad nos exige que siempre tengamos una sonrisa, pero eso no es real. Lo importante es que, si un día caes, al otro te levantes. Te sacudas el polvo y vuelvas a caminar, porque como también dice aquel libro famoso que antes mencioné: largo camino nos resta. Gracias por prestarme su atención. Ustedes ya saben que yo no soy orador y claramente, este no fue un discurso. Recuerden todo pasará; las lecciones perdurarán.
Un silencio con una ovación entre lágrimas con un corazón acelerado de maestra; matizado con aplausos virtuales mientras un recorrer de memorias de ese estudiante en el aula. El que aquí y ahora se entrega con pasión ejemplifica el arduo caminar magisterial. Su aprendizaje reafirma lo que Augusto Cury (2005) escribió: “los buenos maestros educan para una profesión, mientras que los maestros fascinantes educan para la vida”. Este discurso, puedo galardonarlo a un gran orador, mi estudiante: maestro Joe, quien hoy dio la mejor lección que perdurará en la vida de su maestra y sus colegas.
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Cury, A. (2005). Padres brillantes, maestros fascinantes. España: Ediciones Planeta.