Todo sobre nuestros padres: Sobre Levittown «mon amour» de Cezanne Cardona Morales
“Al principio fue sutil, pero después
subió un poco la voz, como si de pronto le
hubieran dado ganas de ser mi padre.”
CCM
El nuevo libro de cuentos de Cezanne Cardona Morales, Levittown “mon amour” (San Juan, Ediciones Callejón, 2018), se puede leer en muy breve tiempo, de una sentada. (Sugiero que así se haga.) Pero su lectura deja al lector alerta, a la expectativa, con un gran regusto sobre los textos leídos y, a la par, con unas fuertes dudas sobre los mismos, regusto y dudas que perduran y que le toman mucho tiempo al lector en asimilar o, al menos, en lograr entender bien todo lo leído. No es que nos enfrentemos a muchos cuentos – son sólo cinco – que estén escritos con un complejo lenguaje neobarroco ni que estén estructurados a partir de tramas enrevesadas. Cardona Morales construye sus narraciones con un lenguaje sencillo, hasta escueto; no abundan las metáforas y las imágenes son pocas. (Es la narración como totalidad la que crea una gran imagen.) La trama se construye de manera directa y los personajes pueden ser cualquier hijo de vecino, si son vecinos de ese mundo que para muchos parece anodino y hasta vulgar, Levittown, urbanización representativa de un momento de nuestra historia y de una clase social. El mundo en que Cardona basa sus cuentos queda reflejado muy fielmente en unos pocos trazos descriptivos; se trata de una urbanización de clase media baja que ha sufrido muy fuerte y definitivamente los embates del tiempo, las catástrofes naturales y los vaivenes de la economía del país.
Pero el interés principal del autor no se centra en la creación de un cuadro social desde una perspectiva realista; eso se da por añadidura o aparentemente por accidente. (Aunque en este libro no hay nada accidental, nada fortuito. Todo está controlado y medido por la voluntad estética del autor.) Este se vale de ese cuadro social – configurado muy rápida pero muy efectivamente, especialmente para los lectores que ya conocen ese mundo – para poder así enfocarse en lo que verdaderamente importa en esta excelente colección de cuentos: el mundo complejo, casi surrealista, que se esconde tras la vida suya de cada día de esos habitantes de un mundo común, vulgar y hasta descartable para algunos, pero que resulta ser un mundo sorprendente y muy especial.
Sorpresa es palabra que asociamos con el cuento moderno, el que se definió en sus orígenes el siglo XIX. Hay practicantes del género – pienso en Juan Bosch, por ejemplo – que no aceptan como tal un cuento que no se caracterice por su brevedad, por su concentración en un solo incidente y por un final que cierre la narración y que a la vez altere drásticamente el contenido de la misma. Por ello si se acepta esa definición del cuento es muy difícil, casi imposible, jugar con los rasgos definitorios del género entendido – recalco – en el contexto de estos parámetros originarios. Cardona, obvio discípulo de maestros que han sabido violar esas normas – Cortázar sobre todos –, juega con ellas. Así y a veces, cierra sus cuentos con finales sorpresivos o que le dan un nuevo sentido a la trama. Pero en otros, el cierre no está definido y, por ello, la trama parece quedar abierta y el lector parece tener la posibilidad de cerrar el cuento a su propio antojo. Ese, entre otros rasgos, le da un sentido de ambigüedad a estos cuentos que nunca tratan lo fantástico, directa o indirectamente, pero que parecen apuntar a que la vida cotidiana y hasta ramplona de estos personajes no deja de tener un elemento indefinido, ambiguo, abierto a diversas interpretaciones, que hasta bordea lo fantástico.
Por ello mismo estás páginas que ahora redacto no intentan definir todos los logros de esta colección, que son muchos. Tal propósito sería vano y hasta alocado. Textos de la calidad de estos quedan siempre abiertos a múltiples interpretaciones, a variadas lecturas. Es la mala literatura la que se puede definir de una sola pincelada. O somos los críticos que a veces nos engañamos y proponemos una interpretación única como la manera insuperable de entender un texto. Consciente de esa trampa que el crítico mismo se puede plantear en su camino y consciente también de que estamos ante un texto literario rico y complejo que no se puede definir con unas solas ideas o metáforas críticas, propongo que leamos Levittown «mon amour» como una red de imágenes sobre nuestra masculinidad, especialmente sobre la figura paterna, sobre nuestros padres.
Es que todos los cuentos de esta colección tienen como figura central a un padre, aunque este mismo no sea la voz narrativa o el punto de focalización central de la trama. En “Una escopeta sobre la hierba” se presenta a un hijo desesperado que busca dinero para comprar un ataúd para su difunto padre. En “Sofá” el padre queda más al fondo de la trama pero está presente en la misma de manera muy efectiva y desde el principio. En “Formas de beber agua”, el menos relista de los cuentos de esta colección, aunque lo que posiblemente podamos ver como fantástico en el mismo siempre queda colocado en un marco de verosimilitud realista, un padre desesperado y sin dinero busca un regalo para un hijo pequeño que ha sufrido un accidente. (Nunca sabemos qué le pasó al niño.) “Datsun, 1982” se basa en la manipulación del padre alcohólico por su hijo casi adolescente. En “Amarillo” el padre, obvio víctima de senilidad, funciona como agente catalítico insospechado para la reconciliación de su hijo con su ex-esposa. (¿Se da o se dará tal reconciliación?) En todos estos cuentos, pues, el padre es figura indispensable para entenderlos; es parte central de la narración.
Estos padres – y los personajes masculinos en general – son seres vulnerables, marcados por serios problemas emocionales cuyos orígenes no conocemos. (Estos son cuentos y no una novela donde se intenta entender la complejidad sicológica de los personajes.) La trama de estas narraciones nos lleva a pensar que el conflicto interno de estos hombres tiene raíces sociales, sobre todo la precariedad económica: no hay dinero para comprar el ataúd para el padre muerto ni para el regalo para el hijo enfermo. En un cuento se establece una inmediata complicidad entre dos niños que reconocen el alcoholismo de sus respectivos padres. El retrato de la masculinidad boricua que se ofrece en estos cuentos es doloroso, hasta pesimista. No creo que sea por casualidad que el volumen cierre con “Amarillo”, texto que se acerca más a la estructura tradicional del cuento clásico moderno y que, con un cierre algo sorpresivo aunque siempre ambiguo, parece sugerir una nota de optimismo. Pero como ya he señalado, estas narraciones nunca se cierran con un final que imponga una sola lectura, lo que es tradicional en el cuento clásico moderno.
La ambigüedad domina en estos excelentes cuentos, especialmente en sus finales. Estos son cuentos abiertos a distintas lecturas, pero a la vez son cuentos que ofrecen un cuadro concreto y fidedigno del mundo de la clase media baja puertorriqueña encarnada en una urbanización problemática y emblemática. Pero lo verdaderamente interesante de esta colección es que el autor, a través de las voces narrativas que emplea, no rechaza ese mundo sino que, en última instancia y a pesar de todo, lo salva. Levittown es, sin lugar a dudas, su amor. Pero es, sin dudas también, su ambiguo amor.