Tom Waits y el deseo de la libertad: Crónica de un viaje en el tiempo al “socialismo real”
Now the dogs are barking…
–Tom Waits
A Tito

La Revolución de Terciopelo
La actividad a la que habíamos sido invitados era un seminario convocado públicamente por varios grupos de jóvenes disidentes y activistas pro derechos checoslovacos que estaban intentando probar los límites políticos de Glasnost en Checoslovaquia. En la actividad habrían de participar no solo la delegación que venía de Estados Unidos, sino prominentes figuras de los movimientos de derechos humanos de Europa que incluía miembros del parlamento europeo (algunos de los partidos verdes) y, por supuesto, distintos grupos disidentes pro derechos humanos en Checoslovaquia, entre ellos Carta 77, que encabezaba el escritor y dramaturgo Václav Havel. Veinte años después de la Primavera de Praga, en la que los tanques soviéticos habían aplastado el experimento de un socialismo democrático encabezado por Alexander Dubček, estas agrupaciones retomaban la lucha por un socialismo en libertad.
A pesar de que yo no quería ir pues estaba estudiando para mis exámenes doctorales, Tito, como siempre, me convenció de participar en esta aventura. Llegamos a Praga de madrugada por tren habiendo cruzado el Muro de Berlín por Checkpoint Charlie y atravesado toda Alemania del Este. A la mañana siguiente nos dirigimos a la dirección del apartamento donde se nos había citado por los organizadores del evento para recibir nuestras instrucciones logísticas en persona. Aunque la actividad se había anunciado públicamente como desafío al régimen autoritario, había que proceder de un modo cuasi clandestino pues no sabíamos cómo respondería el aparato de seguridad del Estado, esto es, si iban a permitir que se llevara a cabo la actividad.
Tan pronto llegamos al edificio donde estaba el apartamento nos dimos cuenta inmediatamente de que estaba vigilado por policías en uniforme y policías encubiertos.
Tito y yo decidimos irnos a una barra a discutir qué íbamos a hacer. En la barra nos encontramos con un sujeto con una maleta que también estaba mirando con preocupación al edificio. Luego de observarlo por un rato, y él a nosotros, finalmente le preguntamos si venía a la actividad y nos contestó que sí. Era un intelectual húngaro que al llegar al edificio había visto la policía y también se había refugiado en el bar para ver qué hacía.
Después de deliberar brevemente, los tres decidimos que no había otra alternativa que ir a la cita en el apartamento. Cruzamos la calle pasándoles por frente a los policías, y entramos al edificio y subimos las escaleras hasta llegar al apartamento. Allí nos recibieron unos jóvenes muy entusiastas y alegres en un apartamento modesto que tenía carteles de Charlie Chaplin en las paredes. Luego de darnos la bienvenida, nos explicaron dónde nos hospedaríamos, y la hora y lugar del primer encuentro. Por suerte, nos dieron las instrucciones rápidamente porque a los 10 minutos entró la policía al apartamento y se llevaron arrestados a los organizadores y a nosotros nos indicaron que siguiéramos nuestro camino y no nos involucraramos con estas personas “antisocialistas”.
Tito y yo entonces nos marchamos. Tomamos el metro y llegamos al lugar donde nos íbamos a quedar. Nos recibió un joven, de unos veintitantos años, que vivía en un espacio muy pequeño, pero que a pesar de ello había accedido a darles hospedaje a las personas extranjeras que vinimos a participar en el evento. El muchacho, cuyo nombre ya no recuerdo, era un profesional que había estudiado Psicología (creo), pero que trabajaba de conserje pues era disidente y estaba fichado. Al otro día, nos levantamos temprano y cogimos el tren para llegar al apartamento donde se daría la primera reunión. Sin embargo, nuevamente al llegar a la dirección nos encontramos una camioneta policíaca y un destacamento de policías de uniforme y de civiles sitiando el edificio.
En la esquina de la cuadra del edificio empezaron a llegar los invitados provenientes de Estados Unidos y de Europa que venían a la reunión. Nos reunimos y discutimos qué hacer. Acordamos ir al apartamento pues, después de todo, estábamos en Praga para participar de esa actividad. Les pasamos por al lado a los policías y entramos al edificio. En el vestíbulo nos interceptaron dos agentes de seguridad y, en inglés muy correcto y de manera muy cortés, nos preguntaron para dónde íbamos. Como habíamos acordado les dijimos que nos dirigimos al apartamento x para participar de un seminario de derechos humanos al que nos habían invitado, cosa que ellos obviamente sabían. El agente encargado nos dijo, con todavía muy buenos modales, que no podíamos ir a esa reunión porque era ilegal y violaba no sé cuántas leyes de la seguridad nacional de Checoslovaquia. Nos advirtió que no debíamos asociarnos con esas personas. Y nos convidaron a que fuéramos buenos turistas y viéramos la bella ciudad de Praga porque, de lo contrario, nos iban a tener que deportar del país. En eso bajaron otros agentes de seguridad que traían arrestados a los checoslovacos que estaban en el apartamento. Los policías vestidos de civil venían diciéndole algo a los disidentes y llamándolos por sus nombres de pila como si fueran viejos conocidos. Los activistas arrestados al entrar a la camioneta nos saludaron emocionados y nos agradecieron que estuviéramos allí.
Lo que me impresionó de la escena no fueron los arrestos, que eran previsibles en esas circunstancias, sino el contraste entre el entusiasmo de los disidentes y el miedo y la indiferencia que percibí en los ciudadanos que presenciaron el incidente y que de inmediato cruzaron la calle. En ese instante pensé que las acciones de los jóvenes opositores al régimen eran completamente fútiles y me dio mucha tristeza. Nadie podía saber en aquel momento que en poco más de un año (noviembre de 1989) lo impensable ocurriría: un amplio movimiento cívico (estudiantes, obreros, intelectuales, artistas, etc.), auxiliado por la política de no intervención militar de Mijaíl Gorbachov, derrocó de manera no violenta, al régimen estalinista que había dominado Checoslovaquia por más de cuarenta años. Pero ese día allí viendo la represión, el miedo y la indiferencia la posibilidad de la “Revolución de Terciopelo” no era siquiera una fantasía.
Esa noche en un restaurante de la vieja Praga, lleno de policías encubiertos y de invitados al seminario de derechos humanos, nos organizamos para volver al otro día a un segundo apartamento a intentar comenzar el seminario. Cuando arribamos a ese apartamento esta vez no había policías por lo que pudimos subir, saludar a nuestros anfitriones y dar comienzo por unos 10 minutos al seminario. Al cabo de ese tiempo llegaron los agentes de seguridad encabezados por el oficial del día anterior, pero esta vez ya no estaba ni tan amable ni tan cortés. Los agentes comenzaron a agredir a los checoslovacos, a tumbar los estantes de libros y procedieron a arrestarlos. Y esta vez ocurrió algo diferente: a los invitados también se nos detuvo. Nos llevaron a la calle, nos fotografiaron y nos dieron una perorata sobre la seguridad nacional y la defensa del socialismo.
A Tito y a mí nos separaron y pusieron en carros distintos. En ningún momento nos indicaron que estábamos bajo arresto ni para dónde nos llevaban. Me tocó estar en el carro con dos italianos que nos saludamos y miramos y preguntamos qué iban a hacer con nosotros. Después de atravesar la ciudad sin decirnos ni una palabra llegamos a un edificio de estética fascista, muy parecido al cuartel general de la policía de Puerto Rico, y se nos ordenó bajarnos y entrar a ese edificio. Al entrar me encontré con Tito y los demás compañeros. Estuvimos horas esperando a ver qué iban a hacer con nosotros, pero asumíamos que nos iban a expulsar del país. La burocracia obtusa del socialismo real se puso en evidencia pues la detención duró tanto que pudimos deliberar y aprobar una resolución que luego se haría circular por los medios en Europa y Estados Unidos. Así que, al menos los invitados del exterior llegamos a reunirnos bajo custodia policial.
A paso de tortuga los agentes de seguridad nos llamaron individualmente a una oficina donde volvieron a darnos el discurso enlatado sobre los enemigos del socialismo y sobre la letanía de leyes que habíamos violado. Recuerdo haber pensado en la ironía de que en Puerto Rico la Unidad de Inteligencia de la Policía me había levantado una carpeta voluminosa por “subversivo” y “comunista” y este agente de seguridad del Estado me fustigaba por asociarme con personas que eran enemigas del “socialismo”. Una vez finalizado este proceso kafkiano, se nos dio un ultimátum y se nos indicó que teníamos, como en las películas de vaqueros, hasta la medianoche para abandonar Praga, y, que si al otro día todavía estábamos en la ciudad, nos iban a arrestar y a procesar. Así que nos dispusimos a dejar Praga antes de la hora señalada para no darle pretexto a los guardianes del “socialismo”.
Tito había logrado grabar un video de la reunión que hicimos mientras estuvimos detenidos. Sacó el video sin que las autoridades se dieran cuenta y lo llevamos a la sede del noticiero de ABC en Nueva York al llegar de vuelta. ABC no hizo nada con el video. Y por la prisa, y lo accidentado del viaje de regreso, no le pudimos sacar copia, así que la documentación visual de este episodio se perdió. Mas no la memoria de ese viaje, de los intentos de reunirnos, y de esos jóvenes checoslovacos que, desafiando el Estado autoritario, tuvieron la valentía de anunciar públicamente esta actividad y ser arrestados y encarcelados por intentar realizarla.

Tom Waits
No olvidaré, tampoco, una conversación que tuvimos con el joven que nos dio hospedaje la primera o segunda noche de estar en su apartamento. Al fijarnos en la pared de la sala vimos que había un pequeño altar. Pero no entendíamos el significado del altar. Así que le preguntamos y él nos explicó que era un altar a Tom Waits. Nosotros ni siquiera sabíamos quién era Tom Waits y nos enteramos en Praga gracias a este joven disidente. En ese momento el anfitrión nos dijo que él tenía un solo sueño en la vida: poder viajar a Estados Unidos para ir un concierto de Tom Waits. Con eso, nos dijo, él sería feliz. Tito y yo nos quedamos bastante impresionados con su devoción por Waits y con lo que constituía para él la felicidad. No sé si pudo finalmente ver a Waits. Yo espero que sí. Lo que sí sé es que al rato de estar de vuelta, le enviamos de regalo varios discos de Waits.
Hago este relato de algo que aconteció en el verano de 1988, no solo porque poco tiempo después pasó algo totalmente inesperado e inconcebible: la caída del Muro de Berlín y la “Revolución de Terciopelo” en Checoslovaquia. La temporalidad del “presentismo” en que vivimos ha borrado la historicidad de estos acontecimientos y sus significados. La memoria de estas luchas se ha difuminado para quienes fuimos testigos de estos procesos y nunca se transmitió a los jóvenes que han nacido y se han criado a la sombre del “fin de la historia”. La escribo, además, porque 33 años después de esta historia que narro, un grupo de jóvenes (negros, pobres, marginados) artistas, periodistas, raperos e intelectuales en La Habana, Cuba, conocido como Movimiento San Isidro (MSI), está luchando por exactamente lo mismo que aquellos jóvenes checoslovacos: por sus derechos humanos básicos, por el derecho a la libre expresión, por el derecho a la libre creación, por los derechos ciudadanos, que incluyen la libertad de movimiento, por el derecho a la libertad de asociación… En fin, por el reclamo arendtiano de: “el derecho a tener derechos”. Hoy, 33 años después de aquel verano en Praga, todavía se denuncian a los que luchan por estos derechos y a quienes nos solidarizamos con ellos de “hacerle el juego al enemigo”, “de ser tontos útiles del imperialismo”, y otros eslóganes congelados en el tiempo.
Mientras tanto, la joven cubana Camila Lobón, vinculada al MSI, narra que el 3 de diciembre de este año fue a la casa de Katherine Bisquet (también del MSI) para ayudarla a mudarse al día siguiente. El 4 de diciembre frente a la casa de Bisquet había un operativo con patrullas y agentes del Ministerio del Interior. Cuando ella y Katherine intentaron hacer la mudanza estos agentes se lo impidieron. Un guardia de la seguridad del Estado, que aparentemente había estado buscando a Camila, la miró con sorpresa y le dijo: “Buenas días, Camila”. Dice Camila:
Esta es mi vida ahora mismo. La seguridad del Estado… [tiene] poder de decisión y control absoluto, sobre cada uno de mis movimientos… Los agentes que nos atienden no reconocen violencia o arbitrariedad en sus actos. Sienten que tienen el derecho a hacerlo… el Estado les otorga ese derecho, ampara legalmente como deber patrio, el acoso, el hostigamiento, la persecución y criminalización de los que simplemente disienten de las políticas del gobierno. Espero que un día vivamos en un país en el que [estos agentes] puedan hacer un trabajo más productivo, que estar al tanto de la vida de una muchacha de 25 años, de 49kg, que estudió arte 9 años, recoge gatos callejeros y hace libros ilustrados. Espero que un día puedan hacer algo más constructivo que desgastarse vigilando y difamando de quienes saben perfectamente no son ningún peligro para nadie. Que acepten que los cubanos todos tienen derecho a no estar con el gobierno, manifestarlo públicamente y tener participación activa del destino de su país. (post en la página de Facebook de Camila Lobón, 12 de diciembre de 2020.)
Camila y Katherine estuvieron bajo arresto domiciliario por 13 días. Ellas y cualquier otra persona que apoye al MSI siguen bajo la vigilancia del aparato de seguridad del Estado cubano.
Camila, vale aclarar, reconoce que las estrategias represivas utilizadas contra ella y Katherine no son nada en comparación con la brutalidad con que interviene el aparato de seguridad del Estado con otras personas en Cuba.
Pienso que cabe repetir que la represión contra el MSI y otros disidentes cubanos se está dando a 33 años de los eventos que he narrado sobre Checoslovaquia. Demasiado ha ocurrido en el mundo en estos 33 años, entre 1988 y ahora. No obstante, para algunos nada ha cambiado. Ciertos imaginarios considerados de izquierda se han quedado congelados en la mentalidad de la Guerra Fría y siguen repitiendo nociones que son un distrito de ese conflicto largamente concluido. Afortunadamente, las generaciones presentes en Cuba y en Puerto Rico no viven a la sombra de la Guerra Fría ni de sus chantajes ideológicos y autocensuras. Estas generaciones, que navegan en el mundo del Internet, de la sociedad globalizada, de fronteras porosas e identidades fluidas, de la crisis climática que amenaza la existencia del planeta, tienen ante sí la posibilidad de construir un nuevo imaginario democrático que trascienda el maniqueo simplista de la Guerra Fría y de los que se empeñan en vivir en esa temporalidad congelada. Y muchos/as lo están haciendo. Ojalá entierren de una vez y por todas a este imaginario anacrónico que justifica la represión y la violencia contra aquellos que lo único que desean es no ir la cárcel o estar bajo arresto domiciliario por pensar distinto al poder y por atreverse a expresarlo y a reclamarlo.
Tom Waits, “Waltzing Matilda”