Tránsitos
“To travel without a map, to travel without a way. They did long ago. That misdirection became the way. After the Door of No Return, a map was only a set of impossibilities, a set of changing locations.
A map, then, is only a life of conversations about a forgotten list of irretrievable selves.”
–Dionne Brand, A Map to the Door of No Return
I
Al entrar a la sala, luego de varias vueltas por el museo tratando de ubicarlo, mi reacción inicial fue la siguiente: Ese no es el cuadro. No podía creer que fuera ese el cuadro. Había oído y leído sobre el cuadro “The Slave Ship (Slavers Throwing Overboard the Dead and Dying – Typhon coming on) de Joseph Mallord William Turner, pero nunca lo había tenido justo al frente. Se me hacía difícil creer que tanta luz y belleza recogiera una imagen tan trágica y violenta. El cuadro es una representación del caso del barco negrero Zong, el cual en 1781 en un viaje en dirección a Jamaica, su capitán ordenó que se tiraran por la borda de la embarcación 132 africanxs para poder cobrar el seguro de propiedad ya que muchxs estaban enfermos y el seguro de propiedad no cubriría las muertes de esclavxs en el barco pero sí sus muertes en el mar puesto que, según la ley, esto sí implicaba una pérdida de propiedad. Ante la ley y el sentido común del capitán, el evento no fue una masacre sino parte de un negocio. Inspirado en este caso y como denuncia a la violencia invisibilizada en la recepción de este evento, Turner recrea en el cuadro una escena matizada por la violencia del mar y la naturaleza amenazando la estabilidad del barco durante una tormenta al mismo tiempo que registra lxs cuerpxs de lxs esclavxs en el agua siendo devorados por criaturas marinas. Brazos y piernas encadenadas se reflejan en el agua, la luz de la caída del sol y la sangre de lxs cuerpxs oscurecen el mar. Entre muchas cosas, el cuadro nos invita a percibir la importancia de los tránsitos; reparar en la tragedia del viaje. Sus consecuencias en y para lxs cuerpxs. Los tránsitos que el colonialismo no permite que se registren en mapas o archivos. Los tránsitos que hacen del cuerpx el lugar de la captura.II
Cuando le pregunté, sabía que la respuesta no vendría acompañada de referentes académicos, ni siquiera de citas de autorxs de la Tradición Radical Negra a lxs que constantemente leemos. De hecho, por eso estaba completamente interesada en su respuesta. Ella nació en Sudán y creció en Canadá. Yo, en Puerto Rico. Ambas cursamos estudios doctorales en el mismo departamento de Estudios Africanos y de la Diáspora en los Estados Unidos.
La pregunta: ¿qué evoca en ti la palabra colonialismo? Antes de responder debo aclarar que no es que hablar de colonialismo fuera algo nuevo para nosotras; su trabajo es sobre epistemologías de la muerte en poblaciones negras y el mío sobre escritura de mujeres negras, amor decolonial y memoria, así que el colonialismo es siempre un tema que habita nuestras conversaciones. Eso sí, nunca desde un lugar tan personal como aquel día.
La respuesta: “Mi papá. Él nació en Sudán. Su primera lengua es el árabe. A los siete años fue elegido para estudiar en una escuela misionera. Como primera lección, la maestra le pidió que escribiera su nombre. Cuando acomodó la punta del lápiz en el lado derecho del papel para hacerlo, la maestra golpeó su mano diciéndole: lo primero que debes aprender es que la manera correcta de escribir es de izquierda a derecha. Según él, en ese momento, su mundo quedó totalmente desconfigurado”. Aún al día de hoy, cada vez que su papá va a escribir ella observa cómo su mano apunta en el lado derecho del papel, y cómo él, segundos después, autocorrigiéndose, hace que su mano transite hasta llegar al lado izquierdo del papel. Entonces, escribe.
De izquierda a derecha.
III
Dos pequeños guantes de boxeo inscritos con “JAMAICA” que colgaban del espejo retrovisor fue lo primero que vi al entrar al carro del conductor que nos llevaría a la parada para tomar la guagua en dirección a Nueva York. Le pregunté si era jamaiquino, respondió que sí y luego preguntó de dónde era yo porque no lograba identificar mi acento. El viaje se suponía que durara menos de diez minutos. Teníamos tiempo. Incluso hubiéramos podido llegar tres o cinco minutos antes de que comenzara el proceso de abordaje de la guagua pero los preparativos de la ceremonia de graduación de la Ivy detuvieron nuestro rumbo. Policía por todas partes. Calles cerradas. Agentes de explosivos y K9. Con cada intento de tomar otro rumbo que nos permitiera bajar la colina y llegar a la parada de guaguas, la presencia de la policía recrudecía y el tránsito seguía igual: bloqueado. Allí, la seguridad era un exceso. El chófer jamaiquino estaba visiblemente incómodo. Me refiero al tipo de incomodidad que se revela cuando nos enfrentamos a una situación que nos produce miedo. Si llego a saber esto, dijo, no hubiera tomado este viaje. Como si se le hubiera escapado ese último comentario, rápidamente buscó aclararse. “Lo que me molesta no son las inconveniencias de tránsito por la graduación, sino el que haya tanta policía. Ni por error volveré a tomar otra llamada para este lado de la ciudad hoy”. Nadie dijo nada sobre su comentario. Entendíamos. No importa la nacionalidad, cuando se es negrx, en demasiadas partes del mundo y específicamente en los Estados Unidos como en este caso, ver un despliegue de policía como aquel, nunca representa seguridad para unx sino todo lo contrario. Luego de varias rutas alternas, el chofer logró encontrar una calle transitable y aliviadxs dejamos atrás la colina. Llegamos a la parada de guagua justo antes de que la nuestra partiera, por poco perdemos el viaje.
IV
Memorial Day. Los seis pisos del MoMA están abarrotados de gente. Es casi imposible no rozar con otrx cuerpx incluso al detenerse frente a una obra. Escapando del tercer piso, me fijo en una serie de pantallas ubicadas en el segundo, cada una proyectando la imagen de un mapa y una mano trazando una ruta en él y frente a ellas algunos bancos de madera con audífonos para los espectadores. Me quedo observando desde el segundo piso a las imágenes y a las reacciones de la gente ante la instalación. Algunxs solo descansan en los bancos y le dan la espalda a las pantallas. Otrxs se detienen frente a las pantallas con atención y otrxs, los más, se detienen a observar por un breve momento antes de continuar su camino en ruta a otra parte del museo.
The Mapping Journey Project, así se titula la instalación de la artista marroquí Bouchra Kahlili. En ella, captura en ocho videos las historias de viaje de ocho inmigrantes “ilegales” de Asia, África y el Medio Oriente en dirección a Europa. No aparecen sus caras ni sus nombres, solo sus manos trazando con un marcador permanente su ruta de viaje al lugar donde residen al momento de grabar el video con la artista. Mientras trazan las rutas en el mapa oímos sus voces contando cada historia. El denominador común en cada una de las historias es el horror. Todxs narran historias de arrestos múltiples, estafas, abuso policial, de haber sido testigos de las muertes de compañerxs en el mar y otras instancias de terror y violencia. Sin embargo, el terror y la urgencia del viaje en todas las historias está acompañado de grandes niveles de resistencia. Con sus rutas, todxs subvierten el mapa; todxs quiebran las fronteras; todxs reconocen los riesgos de moverse, de hacer de sus mundos y vidas otra cosa pero ningunx se detiene.
Me detengo frente a una de las pantallas. Oigo su voz a través de los audífonos y sospecho que se trata de la historia de una niña. Es la única mujer de toda la instalación. Confirmo su juventud al oírla narrar su arresto y traslado a un hogar de menores en Italia. Mirando a la pantalla, me enfoco en la mano negra con rastros de esmalte rosado en las uñas que va trazando una ruta desde Somalia a Italia y poco a poco me voy llenando de preguntas. ¿Cómo el enfoque en los viajes y tránsitos dinamiza las concepciones de lo transnacional? ¿Es suficiente hablar solo de trauma para pensar la violencia a la que se enfrentan estas personas en cada tránsito? Y si puntualizamos que la constancia de la violencia en estas vidas implica que las entendamos como catástrofes, como señala Anthony Bogues, ¿qué se hace con los traumas? ¿Cómo cambian los mapas que nos impuso el colonialismo cuando los (re)hacen aquellxs que continúan estando fuera de lugar?