Tres wayuus en Pittsburgh
En el campo de los estudios hispánicos de las universidades estadounidenses existen tantas tendencias como cuantos investigadores y docentes creativos hay. Se las puede agrupar de muchas maneras. Una de ellas es considerar hasta qué punto los hispanistas se abren a nuevas tendencias críticas cuestionadoras de las disciplinas literarias (entendidas como bellas letras) y del concepto mismo de lo hispánico. Desde la década del 90 despuntan las tentativas de renovación que no se conforman con la literatura convencionalmente entendida en occidente como arte de la escritura alfabética, y que abarcan la crítica cultural en torno a la música, el cine, el performance, los medios masivos de comunicación y un amplio espectro de prácticas políticas, sociales y cotidianas de ingente valor expresivo. A dicha apertura se suma el creciente cuestionamiento del hispanismo tradicional practicado por los departamentos de español estadounidenses que históricamente han privilegiado, por obvios lastres coloniales, la literatura de España sobre las literaturas latinoamericanas. Tal cuestionamiento se funda, no sólo en el interés democrático y descolonizador de incluir cada vez más a los pueblos hispanoparlantes de América, sino en el enorme impacto que tienen los latinoamericanos en los Estados Unidos dados los procesos migratorios, demográficos, económicos y geopolíticos que apuntan a una inevitable transformación de la correlación étnica del poder en este país. De tal realidad emana un argumento práctico: dado que los inmigrantes latinoamericanos constituyen la minoría étnica más grande y el grupo con la mayor tasa de natalidad en Norteamérica, y ya son parte integral de la vida diaria estadounidense, es absurdo seguir relegando las expresiones artísticas y culturales de los pueblos americanos a una posición secundaria en los currículos de los departamentos de español. Para las decenas de miles de universitarios que viven esa realidad y sienten la necesidad de integrarla a su formación, la preponderancia curricular del producto literario exclusivo de un club de hombres blancos de una península europea no tiene mucho sentido.
La apertura de los estudios hispánicos estadounidenses al amplio registro de la cultura contemporánea y a la gran variedad de los pueblos latinoamericanos que inciden en Norteamérica no se queda ahí. También es inherente a la dinámica democrática y descolonizadora de esta apertura el reconocimiento de las culturas populares y de masas y de la pluralidad étnica y lingüística que estas aportan. Ello incluye a las “contraculturas” urbanas juveniles, a los afrodescendientes y a los pueblos amerindios. Se plantea una gran ampliación y democratización del régimen contemporáneo de lo sensible que apunta desde hace mucho tiempo a la obsolescencia de la ciudad letrada latinoamericana, la cual nunca ha dejado de funcionar de acuerdo con las pautas jerárquicas y eurocéntricas de la escritura impuestas bajo el antiguo colonialismo español. Ante los procesos descritos, tan excluyente resulta el hispanismo eurocéntrico como el énfasis en la literatura convencional según definida por la modernidad occidental. Varias corrientes intelectuales del campo de los estudios hispánicos estadounidenses parecen unirse al reclamo actual de expansión del espacio público de lo sensible, cuya demanda de libertad, promiscuidad intercultural e igualdad asigna a aquello que se llama “literatura” (en el sentido restringido de la palabra) un nicho más en un vasto panorama de posibilidades.
Este es el contexto intelectual en que podemos situar el novel interés por las literaturas amerindias contemporáneas en los departamentos de español norteamericanos (incluyendo Canadá) y las visitas de escritores y críticos dedicados a esa corriente de expresión. El pasado noviembre visitó la Universidad de Pittsburgh un grupo de escritores del pueblo wayuu que ha habitado durante milenios la península de la Guajira, compartida hoy día por Colombia y Venezuela. Miguel Ángel López Hernández, Estercilia Simanca Pushaina y José Ángel Fernández Silva participan junto a otros escritores wayuu de una serie de movimientos literarios y culturales indígenas contemporáneos que incursionan en el espacio público nacional y continental con voz propia, ya no por mediación de los intelectuales criollos blancos de sus respectivas naciones, como fue el caso del indigenismo de los siglos diecinueve y veinte. En los movimientos literarios y culturales de los wayuu, mapuches, mayas y tantos otros que proliferan con fuerza inusitada en el siglo veintiuno, son los intelectuales y activistas amerindios quienes se representan a sí mismos en espacios nacionales e internacionales, sin necesidad de que el letrado criollo blanco hable por ellos cual componentes de una nación latinoamericana dada. Así acuden a un espacio académico norteamericano los tres escritores wayuu mencionados, al igual que han venido haciéndolo otros escritores de movimientos literarios y culturales amerindios desde hace varios años en centros universitarios de Canadá y los Estados Unidos. Miguel, Estercilia y José no acuden como colombianos ni como venezolanos, sino como miembros del pueblo wayuu, tal como los maya y otros acuden primariamente en nombre de sus pueblos y comunidades.
Miguel Ángel López Hernández, también conocido como Vito Apüshana, vive en Riohacha, Colombia. Es autor de varios poemarios, entre ellos, Contrabandeo sueños con arijunas cercanos (1996), Encuentros en los senderos de Abya Yala (2000), que obtuviera el premio Casa de las Américas y En las hondonadas maternas de la piel (2010). Vito, como le llaman muchos en Riohacha, además de poeta es activista cultural y político. Su área de mayor actividad son las comunidades wayuu y otras etnias indígenas de la región como los wiwa y los kogui, pero también milita en iniciativas ciudadanas de la comunidad general.
Estercilia Simanca Pushaina es autora de varios relatos que ella publica en formato impreso individual y en Internet. Destaca “Manifiesta no saber firmar”, texto que desmiente el apotegma de García Márquez de que la literatura no tiene ninguna influencia en la vida social, ya que su publicación en 2005 culminó en un proceso de reparación de un grave atentado contra la identidad ciudadana del pueblo wayuu en Colombia. El cuento relata cómo funcionarios prejuiciados de la Registraduría colombiana aprovecharon que muchos wayuu no entienden el español para adjudicarles nombres insultantes en el registro y en sus cédulas de identidad. Miles de wayuu descubrieron finalmente que los funcionarios gubernamentales los habían inscrito con nombres como “Cosa Rica”, “Payaso”, “Alka Seltzer”, “Coito” y motes semejantes, además de adjudicarles a todos la misma fecha de nacimiento de 31 de diciembre. El cuento de Estercilia Simanca despertó conciencia en torno a este agravio colectivo e inspiró el documental Nacidos un 31 de diciembre, de la realizadora Priscila Padilla, estrenado este verano en Bogotá. Simanca, quien es abogada, prepara en la actualidad una demanda judicial de reparación individual y colectiva de daños. Ella reside en Riohacha, donde es dueña de un atelier de diseño de vestidos inspirados en la manta wayuu.
José Ángel Fernández Silva es autor de varios poemarios, entre los cuales destaca Lenguaje del sol (2006). Vive en Maracaibo, Venezuela, donde se desempeña como funcionario de la Secretaría de la Cultura del Estado de Zulia. Fernández se entrenó en la filología y la traducción de la lengua wayuunaiki con el narrador y lingüista recientemente fallecido, Miguel Ángel Jusayú, a quien muchos consideran el fundador de la literatura wayuu contemporánea. Fernández es miembro del equipo de traductores a quienes se ha comisionado la traducción al wayuunaiki de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, obra que se comunica mucho con el universo wayuu del que proviniera la familia materna del premio nobel colombiano.
La visita de estos tres escritores a la Universidad de Pittsburgh, donde leyeron su obra y dialogaron con profesores y estudiantes en presentaciones públicas, evidenció, más allá de otras maneras fecundas de practicar el arte verbal y de inventar la cultura, una modalidad diferente de la comparecencia intelectual. Los tres escritores wayuu se presentaron en el foro académico como exponentes de lo que Miguel Rocha ha definido como “palabras mayores, palabras vivas”, es decir, como exponentes de un acervo ancestral que asume hablas múltiples y colectivas en su devenir presente. La enunciación del creador indígena no se proyecta desde ese “yo, el autor” típico del escritor literario convencional, que expresa ante todo la genialidad creativa del individuo, sino desde las voces siempre múltiples y oblicuas del sueño, de la transmisión oral, y de la cotidianidad comunal. A esa enunciación corresponde un estilo de comparecencia en el escenario público de la cultura que resulta muy refrescante. Escuchar a escritores y artistas indígenas permite descansar de las agobiantes descargas de ego típicas del autor de bellas letras. El estilo amerindio se funda en una práctica, en una manera de inventar la cultura. Los escritores wayuu producen textos con la conciencia de que su actividad es ancilar al conjunto de prácticas de la comunidad. Estercilia, José y Vito sostuvieron en sus intervenciones la prioridad de la tradición oral a la que en todo momento remite su obra escrita y calificaron sus textos de experimentos derivados de un esfuerzo colectivo mayor. Coincidieron en que escriben sus libros para reforzar la tradición oral, con el propósito de que sus obras dialoguen y finalmente se fundan con la oralidad. Coincidieron en que el uso del español escrito provee una especie de corredor estratégico para el contrabando de bienes imaginarios o de sueños (como dice el título de un poemario de Vito Apüshana) con el mundo arijuna, es decir, occidental. Para un pueblo que afianzó su autonomía relativa frente a los colonizadores españoles mediante la estrategia de contrabandear con los mercados ingleses y holandeses, y que continúa utilizando el contrabando global para afianzar espacios autónomos frente a los estados colombiano y venezolano, la metáfora del comercio ilegal es muy viva. El uso del español escrito en formas aproximadas a los géneros literarios convencionales, con acceso a ciertos circuitos occidentales, opera dentro de esa lógica del contrabando que le ha servido a los wayuu para inventar una modernidad muy a su manera. Tuve una conversación muy reveladora con un prominente abogado wayuu en Bogotá, quien luego de impresionarme con su conocimiento de textos canónicos coloniales y de las filosofías relacionadas con ellos me aseguró: “Todo ese legado occidental que te he comentado, para mí no vale lo mismo que para ustedes, yo lo he aprendido sólo para lidiar con el mundo arijuna (occidental) y para defender mejor mi mundo wayuu, pero a mí esa vaina no me importa nada, yo ya lo tengo todo en mi mundo wayuu y ello me basta”. No sé si esa declaración refleja el sentir de los intelectuales wayuu que nos visitaron, pero ciertamente la recordé cuando los escuché hablar sobre su manera de usar la escritura en español como medio de contrabando con el arijuna.
No todo fue coincidencia o consenso en las intervenciones de Estercilia, José y Vito. Ante las preguntas del auditorio ellos expresaron diferencias importantes. Estercilia Simanca se inclina por la descripción crítica de la cotidianidad, próxima a los modos realistas, si bien expresa el deseo de que sus obras se disuelvan en la oralidad popular y se conviertan en memoria de las luchas de esta comunidad por entender su entorno. José Ángel Fernández, como filólogo nato que es, inventa la cultura en su poesía a partir de las memorias inscritas en la propia lengua wayuunaiki, en sus etimologías, en sus usos cotidianos y en las fábulas contadas por los abuelos. Vito Apüshana, el único de los tres que comparte algunos referentes filosóficos con ciertas corrientes de la izquierda latinoamericana y que, por ejemplo, lee a expositores de la crítica decolonial como Walter Mignolo y Aníbal Quijano, inventa la cultura a partir de los sueños. Manifestó que gran parte de sus poemas provienen de sucesos oníricos. El antropólogo Michel Perrin describió a los wayuu como “practicantes del sueño” en un libro que lleva ese título. La práctica de soñar con el propósito de compartir los sueños es importante en la vida wayuu. Se ha perfeccionado hasta el punto que dos o más personas se pueden citar y encontrar en un mismo sueño y analizarlo juntos. Vito se basa en esa costumbre para inventar la cultura en sus poemas. Concibe la experiencia wayuu como una cosmopraxis, es decir, como una manera de experimentar el cosmos abocada a una necesaria transformación política. La cosmopraxis wayuu es muy similar a la de otras culturas amerindias, como las describe Eduardo Viveiros de Castro. Se fundamenta en atribuir una potencial posición de sujeto (es decir, estructuralmente “humana”) a todo ser, sea animal, vegetal o mineral y en la asunción de una existencia poblada de múltiples naturalezas y zonas de realidad. Para Vito Apüshana cualquier posibilidad de transformación de la vida social y política contemporánea debe pasar por esa cosmopraxis fundamental.
Por otro lado, nuestros visitantes wayuu expresaron en sus conversaciones en Pittsburgh muchas ideas que no necesariamente se conforman a lo políticamente correcto según concebido por ciertas corrientes de la academia estadounidense. Estercilia Simanca, por ejemplo, manifestó no querer firmar a favor de las retóricas feministas académicas, y Vito repudió los axiomas de los estudios de género de una manera categórica que podría irritar a la izquierda multicultural académica. José expresó más interés en la civilidad anglosajona que en la reivindicación latinoamericanista. Los tres wayuu, como buenos contrabandistas, acudieron al intercambio cultural con los arijunas de Pittsburgh para escoger con mucho cuidado qué bienes les interesaba comerciar y cuales no. Los tiempos del indigenismo terminan. Comienzan los tiempos del sujeto amerindio, y del sujeto múltiple proliferante en todas las identidades. En cuanto a lo hispánico y las bellas letras, qué más decir que colocarles signos de ¿…?