Un hombre mira al mar

poeta Alejandro Álvarez Nieves
Muy temprano en la vida aprendí que así eran los hombres. Podían atravesar el mar sin mojarse, podían —o más bien— debían evitar a toda costa el quiebre de sus armas. Cuando conocí al poeta Alejandro Álvarez Nieves pensé que era uno de ellos. Yo también era presa del espejismo. Yo también estaba al otro lado de la reja. Su aspecto físico me remitía directamente al estereotipo. Tatuajes, espalda ancha y fuerte, mirada seria y penetrante, actitud de observador crítico del mundo. Pero bastó intercambiar algunas frases para darme cuenta de que estaba ante un hombre en deconstrucción. Ante mí tenía un hombre que sabía que la cárcel era de agua, que ya se había dejado rozar por la gota y que estaba dispuesto a purgar las heridas que se abrieran. Porque hay una trampa con la cárcel de agua, para salir hay que atravesar el espejismo creado y el trayecto se siente real. Cada gota hiere como cada arma a la que se parece. Este poemario es el fruto doloroso y triunfante de esa purga.
Leí este libro cuando era un manuscrito aún, hace ya un par de años, y recuerdo mi impresión. «Estás construyéndote tu propia masculinidad, tu propia hombría. Estás forjando tu molde», le dije y sonrió. Se sabía leído y comprendido, y quizás sonrió también porque sabía que aún faltaba mucho más, que la lectura estaba incompleta. Como vaticinó, leerlo ahora provoca muchísimo más y publicarlo ahora es una suerte de justicia poética que, de tan natural, asombra. Es un consuelo y un abrazo, es una invitación al diálogo un día como hoy, un 8 de marzo, una fecha clave en el calendario en la que es preciso recordar que falta tanto por sanar entre el divino femenino y el sagrado masculino, pero en este libro hay verdades como medicinas.
En el 2018 el poemario Quiebre de armas de la editorial puertorriqueña Trabalis Editores, se lee urgente, pertinente, necesario. En todas partes se habla de la crisis de la masculinidad. En los 60 y los 70 nos preguntábamos ¿qué significa ser mujer? Y hoy, por fin, llegamos a la próxima pregunta. ¿Qué significa ser hombre? «The boys are not all right», se lee en los periódicos estadounidenses y urgamos en el perfil de los asesinos de masas. Hombres blancos, jóvenes la mayoría, solitarios y en una agonía total porque el mundo en el que viven ya no se les parece a la promesa de su nacimiento, o porque el cuerpo no les basta para imponerse sobre otros cuerpos o porque pesa el lado amargo del honor, o pesan demasiado en todas las espaldas los mandamientos que el patriarcado le impone al hombre: habrás de proveer, no habrás de sentir, habrás de conquistar, no te habrás de vulnerar. Podríamos enumerar muchos más, pero este poemario es un canto a la esperanza de una masculinidad liberada, sanada y plena. Y quisiera quedarme, regodearme, ahí.
A lo largo de la historia, las mujeres siempre hemos sido las Penélopes que miramos al mar. El hombre va, es viaje, es historia, es narración y la mujer queda estática, y con suerte puede aspirar a hacerse raíz. Uno de los gozos más profundos que me ha traído esta lectura es la posibilidad de ver el mar desde la mirada del poeta. Un hombre que observa las flores y advierte su deseo de emular su maravilla, un hombre que ha llegado tarde a todas partes y a todos los procesos, pero no ha llegado tarde al misterio del mar. Un hombre que vive en una isla y se sabe isla, pero se niega al naufragio sin luchar con el arma todopoderosa de la palabra. No es espada, es papel, nos dice el poeta. Es también un hombre que le habla de frente a la historia y confronta a algunos de sus protagonistas. Le habla a Albizu, y a Muñoz, a Hernán Cortés, a Napoleón y a Felipe II. Le habla a todos, y a sí mismo y rescinde y yo lo leo y me alivio también de esa renuncia que lo libera y me libera. Dice un fragmento de su poema rescisión:
«algo fresco hay en la renuncia,
un soplo de aliento en nombrar la impotencia.
prescindo del grito.
confieso que me aterran las iniciativas.
admito que me dan pánico las herencias,
que he resuelto no romper huesos por despecho,
ni remitirme a vivir en pedazos.
que no hay que tragarse pueblos
para saber que el falo es inservible,
que el poder es una trampa de las lenguas,
que rechazo la condena de los señoríos.»
El poeta mira y le habla también a su padre, nos muestra desde la intimidad de su mirada, una paternidad isleña, caribeña, empobrecida por la imposible promesa de ser padre y patria sin conciencia del fracaso. El poeta observa a su madre y esta vez habla sin renuncias, más bien con la belleza y serenidad con la que es posible mirar al otro lado de la batalla, con la resignación de la buena, la de la certeza de que hay raíces amargas que también pueden morir. Un fragmento de su poema Madre gramática me sobrecoge:
«sé que soler ni tiene futuro ni puede ser condicional
que no se puede compungir uno ante la norma
que no hay que antojarse por aspectos pretéritos
que es mejor dejar podrir las perífrasis del sujeto
que en esta casa, amar,
como los infinitivos anteriores,
es un verbo defectivo»
A través del poemario Quiebre de armas, recorro la masculinidad puertorriqueña y caribeña, la atravieso en español, un idioma como filtro y código para este misterio universal, una voz poética que no tiene temor a herirse a sí misma. El poeta me va guiando en orden. Me libera poco a poco mientras acudo al instante íntimo de su liberación. El poeta ha sido valiente, se ha atrevido a nombrar desde el dolor y el goce, desde el horror y la belleza, una masculinidad posible. La fuerza de esta obra me permite atravesar la cárcel de agua que me había anunciado, y salir herida sí, pero con mi masculinidad y mi feminidad en placentera calma y saludable caos. Gracias Alejandro Álvarez Nieves por esta fractura que nos compartes, por este vacío al que nos asomamos, un vacío que es agua cortante, un hoyo negro lleno de toda la luz de tu poesía.
*Presentación del poemario Quiebre de armas , de Alejandro Álvarez Nievez 8 de marzo de 2018 en Casa Norberto, San Juan Puerto Rico.