Un hombre, un carro y un gato
No sé que día lo descubrí, pero ahí está. Vive dentro de un carro estacionado frente a mi condominio. Lo acompaña un gato. Me sorprendió muchísimo y me interesó.
¿Cómo llegó a esa situación? ¿Quién es? ¿Qué hacía antes? ¿Cómo es vivir así, dentro de un carro?
La deformación profesional enseguida me planteó lo interesante que sería hacer un documental sobre el tipo. Sí. Imaginé las tomas dentro del carro, la entrevista, las tomas cuando pasea al gato amarrado con una fina cadenita como si fuera un perro. Ay y si tuviera fotos viejas, de cómo era antes, sí, antes de vivir en el carro. Y si pudiera entrevistar a sus familiares y amigos… aunque desde mi balcón en el piso catorce nunca le he visto amigos ni familiares. ¿Cómo me acerco y me presento y le digo que quiero documentar su vida con su gato en el carro? ¿Cómo y sin ofenderlo?
¿Ofenderlo? Pero, ¿por qué lo voy a ofender? No quiero humillarlo. Sólo quiero saber y luego contarlo.
Empecé con el guardia. El me contó que hacía más de seis meses que vivía en el carro. (Y yo no me vine a dar cuenta hasta hacía unos días. ¿Por qué?) Que es un hombre culto que sabe muchos idiomas. Que parecía que tuvo líos de familia.
Un día lo vi afeitándose. Había puesto un espejito redondo sobre la capota y se afeitaba. El gato miraba acostado también sobre la capota. El hombre siempre viste de negro. Tiene una bicicleta. La corre. La guarda en uno de esos aparatos para cargar bicis en los carros. Tiene las batatas de las piernas, fuertes.
Otro día lo vi en el supermercado. No sé si compraba o sólo caminaba refrescándose con el aire acondicionado. Me dió pena. No sé bien por qué. Su soledad, su miseria… no sé.
Seguía interesado en la idea de un documental. Descubrí que otros vecinos y vecinas también se habían fijado en él. Se convirtió en tema de conversación. Todos y todas especulábamos.
En ocasiones se contaban especulaciones tristes, otras jocosas y otras de burla. El hombre que vive en el carro con su gato sin embargo siempre permanecía siendo un misterio, un enigma.
Entonces una de las guardias me contó que alguien de la Sociedad Protectora de Animales había llevado al hombre a corte por maltratar al gato. Que en la vista la juez regañó a los demandantes porque en vez de fijarse en la situación del hombre se fijaban en la del gato. Y agregó, según me contó la guardia, que el gato estaba muy bien cuidado y que el uso de la cadenita no era abuso ni maltrato. Coño, a la verdad que hay buenas intenciones que la cagan bien duro. ¿Cómo se le ocurrió, a quién se la haya ocurrido, una cosa así? ¿Cómo se habrá sentido el hombre del carro? Su miseria se ventiló en corte abierta. ¿Qué habrá testificado?
Mi curiosidad seguía aumentando. Y mis ganas de hacer un documental con ese drama.
Otro día vi al hombre del carro ayudando al señor de las flores. Metía los candungos con flores dentro de la guagua. No sé si trabajaba por unos chavitos o sólo hacía un favor. Al terminar se sentaron en dos sillas plásticas y charlaron. Me pareció verlo reir.
La vista era aérea desde mi balcón del piso catorce. La brisa soplaba suave del norte. Es la mejor brisa. La más fresca y acariciante. Imaginé una música suave para la escena desde acá arriba, desde esta altura que me separaba del hombre, de su carro y de su gato. Y del hombre de las flores.
Una noche lo saludé en la oscuridad debajo de los árboles cerca de su carro mientras paseaba su gato. No me devolvió el saludo así que seguí caminando.Luego pensé que había sido por que llevaba los audífonos puestos y no me oyó.
Decidí hablarle directamente. Usaría el episodio de la Sociedad Protectora como pretexto para comenzar la conversación. Me mostraría solidario con él y eso tendería un puente entre ambos y facilitaría la conversación y luego hablaríamos de vez en cuando y luego le propondría hacer un documental sobre él y su carro y su gato porque su historia es importante para el resto del país porque nos devela un poco cómo somos.
Me miró. Miró a su gato. No dijo ni pío. Me dió vergüenza. Me despedí y me fui. Deseaba que me tragara la tierra. Dios mío, ¿qué he hecho? ¿Qué derecho tengo de venir a inmiscuirme en su vida con la intención de apropiarme de ella de alguna manera? Me sentí mal. No sé si lo hice sentir mal. Quizás ya él esta más allá de eso. Soy sólo otro impertinente más.
El hombre que vive en su carro con su gato sigue ahí. Aprendí a respetar su historia, su vida. Aún así, me gustaría poder charlar con él de vez en cuando como charlaba con el hombre de las flores.