Una mirada fugaz a la narcocultura en Puerto Rico
… o sobre cómo destapar nuestros oídos
La vibración de la tablilla del auto marca los movimientos melódicos del bajo. Las ventanas entintadas me impiden ver quién conduce la nave de sonidos y ritmos. De repente, el cristal del chofer desciende y puedo ver, por primera vez, la cara del piloto. Es una mujer. Me choca la revelación porque entre los sonidos que conforman la percusión de la canción se encuentran los disparos de un arma semiautomática:
“Y si salen por ti, no te duermas, / oye mi helma tate ready por si suena el plaka plaka, plaka plaka. / Y te pillan en el carro dormido / por si suena el plaka plaka, plaka plaka / te rematan pa’ que no quedes vivo / por si suena el plaka plaka, plaka plaka” (Cosculluela “Plaka plaka”).
El coro de esta canción está dirigido a aquellas personas que están envueltas en el mundo del crimen, es una exhortación para que estén atentos (no los pillen dormidos) y así no sean víctimas de un asesinato. La expresión onomatopéyica que titula la pieza es una representación de la relación que hay entre el ritmo y el asesinato, la relativa precariedad del ritmo de la vida en el mundo criminal. Al son del “plaka, plaka” se baila en las pistas de las discotecas del país y se tirotean jóvenes en la calle. Con el encadenamiento de las caderas y el choque de las cinturas todo un mundo de imaginarios y relaciones se crea.
En esta serie de tres artículos me propongo explorar fugazmente algunas manifestaciones culturales vinculadas al narcotráfico por medio de una lectura crítica de las interacciones suscitadas en la red virtual y en el subgénero del reggaetón, el malianteo. Este subgénero recuenta eventos reales o imaginados que tienen que ver con personas (ficticias o verdaderas) del “bajo mundo”. Los protagonistas en estos relatos, algunas veces narrados por una voz poética en primera persona, son descritos como maleantes y de ahí proviene el nombre del subgénero. De ninguna manera se debe tomar este trabajo como una propuesta definitiva ni final, sino como una invitación a la realización de varios proyectos etnográficos.
A manera de embocadura, esta primera muestra abordará el “silencio” de la prensa comercial y la academia sobre las manifestaciones de la narcocultura. En el próximo artículo discutiré dos conceptos medulares dentro de la narcocultura (la pauta y la ronca) y cómo se manifiestan en la redes sociales y en el malianteo. El tercer y último artículo será una exploración de los imaginarios (pictóricos y semióticos) que utilizan los variados cibernautas en sus perfiles en las redes sociales. Utilizaré como fuente primaria varios perfiles en MySpace, Facebook y YouTube de personas “relacionadas”1 al narcotráfico en Puerto Rico, así como varias canciones de malianteo.
Por narcocultura me refiero a las producciones culturales (más adelante defino cultura), las relaciones sociales y los imaginarios vinculados al mundo del narcotráfico. Este mundo está compuesto por una gran variedad de prácticas: el uso, venta y distribución de drogas, los asesinatos, el uso y distribución de armas, el lavado de dinero y los asaltos, entre otros asuntos. El término narcocultura es de origen reciente y se utiliza, principalmente, para aludir a las manifestaciones culturales vinculadas al narcotráfico en México. A pesar de su aplicación geográfica, me interesa explorar las expresiones en Puerto Rico de la narcocultura.
No se trata de descubrir los vínculos entre el reggaetón y el narcotráfico, sino de explorar los mundos y los imaginarios que se construyen en las redes sociales y en las canciones. Tampoco pretendo emprender una defensa ni una condena del género, lo que me interesa explorar es qué nos dicen estas canciones y los comentarios colgados en los vídeos de YouTube de los valores que se defienden en el narcotráfico y sobre la vida en los residenciales públicos. Es este espacio, usualmente evocado en el reggaetón por el término de “caserío”, el sitio donde suceden muchos de los eventos o relatos del narcotráfico.
Se ha escrito bastante en la prensa comercial y en la academia sobre la violencia en el reggaetón, especialmente contra la mujer. De igual manera se han discutido las variadas representaciones de los roles de género y “el libertinaje” sexual que en sus canciones se proponen. La antología Reggaeton, editada por Raquel Z. Rivera, Wayne Marshall y Deborah Pacini Hernández, es una buena muestra sobre estas discusiones, además de que en la publicación se sugiere una lectura sobre el desarrollo socio-histórico del género como un espacio cultural híbrido. Sin embargo, el libro no aborda el ángulo del reggaetón como un espacio de muerte ni sus variadas representaciones del narcotráfico y las gangas.2
En su artículo “Reggaeton Nation”, Frances Negrón-Muntaner y Raquel Z. Rivera arman un recuento de cómo el género musical creció de ser una expresión marginal de los pobres hasta convertirse en un exitoso producto nacional de “exportación”. Asimismo, discuten cómo pasó de la prohibición estatal del gobierno de Pedro Rosselló a ser uno de los géneros más utilizados en las campañas electorales. Las razones detrás de los intentos de prohibición en 1995 se basaban en el interés de erradicar “las sucias letras” y los vídeos musicales llenos de bailes eróticos con mujeres prácticamente desnudas. Entre las fuentes utilizadas en el artículo se encuentran varias columnas periodísticas en las que se argumentaba cómo el reggaetón, con su inmoralidad y sus letras misóginas, representaba una amenaza al orden social del país.
Ciertamente, hubo otros periodistas y columnistas que defendieron al género por catalogarlo como una legítima expresión de los sectores marginados del país. En ciertos círculos de la izquierda boricua se acudió a la protección de ese arte musical como una manera de reforzar la resistencia cultural, como una forma de reafirmar la identidad nacional. A pesar de que las posiciones en torno al reggaetón fueron diversas, este aspecto del debate estuvo motivado por una lectura positiva de la identidad. Este afán de defensa/condena obvió los relatos del narcotráfico y sus manifestaciones en la sociedad puertorriqueña.
Algo similar sucede con los relatos sobre asesinatos. La prensa comercial informa sobre la mayoría de los asesinatos de forma superficial, igualando cada nombre a un número, invisibilizando la historia de cada muerto y de aquellos responsables por su muerte. A diario los periódicos presentan asuntos como cuántos centenares de muertos hay en comparación al año anterior. Mientras, el debate en el público gira en torno a las preguntas dirigidas a funcionarios del gobierno y las columnas periodísticas. La mayoría de las historias de quienes interactúan en el mundo del “narcotráfico” boricua son construidas desde la óptica del poder: expedientes policiales, agentes del Estado, periodistas y reporteros.
Por otro lado, la academia y la intelectualidad en Puerto Rico no ha estudiado al narcotráfico más allá de la genealogía del crimen o de sus efectos económicos y su impacto en las comunidades. Una búsqueda de las publicaciones (libros, tesis y revistas) en Puerto Rico muestra una escasa atención a la producción cultural de las comunidades criminales. Son pocos los relatos que exploran este mundo a través de la mirada del tirador, el bichote, el gatillero y los miembros/aliados de la ganga. Esto bien pudo haber sido el resultado del desinterés o de la dificultad de tener acceso a esas miradas. No obstante, el producto final ha sido que nos hemos conformado con la lectura desde el poder y le hemos restado importancia o validez a las voces que cohabitan y transitan este complejo espacio.
Esta falta de atención, me parece, guarda relación con la desvalorización de las expresiones culturales de quienes viven en los residenciales públicos y de quienes practican el narcotráfico. En el público de Puerto Rico, aquel espacio de discurso, según Michael Warner, que se constituye por el discurso mismo, se suele encontrar la premisa de que los vecinos de los residenciales públicos no tienen cultura y carecen de valores (moral). Algunos cibernautas que navegan páginas relacionadas al narcotráfico boricua, incluso, sugieren la problemática metáfora de la basura para describir a los residentes de estos complejos públicos de vivienda. Lamentablemente, el efecto de la desvalorización ha sido el silencio y la invisibilización de toda una comunidad y sus prácticas discursivas.
Por tal razón, me hago eco de aquellos que proponen romper con la noción de cultura como un espacio homogéneo y fosilizado en el cual se manifiesta una lengua, unas tradiciones y unos valores. La cultura es cómo actuamos y cómo significamos/interpretamos lo que actuamos; es, en palabras del antropólogo Clifford Geertz, “un sistema ordenado de significaciones y de símbolos en cuyos términos tiene lugar la integración social” y el sistema social es “la estructura de la interacción social misma”. En síntesis, Geertz propone una contextualización de la interpretación semiótica de la cultura enmarcada por las (inter)acciones sociales. En este sentido, todo puede ser parte de la cultura o la cultura es parte intrínseca de lo social; por lo tanto, todos tenemos/hacemos cultura o, más complejo aún, culturas.3
La fosilización de la cultura impide que nos percatemos, por ejemplo, que las redes sociales como Facebook, MySpace y YouTube son registros culturales, además de ser espacios de socialización. En cada sitio web se suscitan formas de actuar, de hablar y de pensar, aunque desde otras coordenadas. El usuario de estos sitios construye un perfil, o un avatar, que sirve como máscara de quién es. El perfil puede ser una proyección “fidedigna” de su creador, pero igualmente podría ser una representación alterna. Es decir, un hombre podría crear un perfil de una mujer como un adolescente puede crear el de un adulto. Los perfiles forman una heterogénea mezcla de deseos y reafirmaciones, de transformaciones y consistencias, de irracionalidades y negaciones. La relativa anonimidad del Internet provee un manto de liberación para que los cibernautas exploren sus deseos o aspiraciones más profundas.
Ricas en manifestaciones culturales (música, imágenes, vídeos y textos), las páginas de los usuarios de MySpace y Facebook son ventanas con vista hacia un mundo que muchos desconocemos e ignoramos. En sus intercambios se representan: las relaciones de poder entre gangas rivales y entre géneros, la conformación de una moral y la creación de imaginarios, entre otros elementos. Asimismo, el género del reggaetón se ha tornado en un medio para configurar la memoria de la marginalidad del mundo del narcotráfico y de los residenciales públicos.
- Coloco “relacionadas” entre comillas porque no tengo forma de saber con certeza que quienes crean los perfiles y quienes interactúan en las páginas son personas que, en efecto, participan del narcotráfico. Como mucho solo puedo establecer una relación de afinidad o amistad entre los perfiles, los imaginarios creados y los valores propuestos. [↩]
- El periódico Primera Hora es de los únicos medios corporativos que le ha dedicado bastante espacio a los sucesos en el mundo del reggaetón, quizás como estrategia de mercado. Los reportajes de Francisco Rodríguez-Burns, Ana Rosa Thillet y Frances Tirado son buenas muestras de la gran variedad de ángulos que se pueden explorar. De igual manera, la tesis de maestría de Ana Rosa Thillet “La representación de la marginalidad por parte de la industria del reggaetón en Puerto Rico” (2006) es un excelente punto de partida para quienes estén interesados en el género musical. [↩]
- Para algunas de las discusiones sobre cultura y otros asuntos relacionados, véase: Stuart Hall, Critical Dialogues in Cultural Studies, eds. David Morley y Kuan-Hsing Chen (London: Routledge, 1996). Edward Said, Orientalism (New York: Vintage Books, 1979). Homi Bhabha, The Location of Culture (London: Routledge, 1994). Theodor W. Adorno, The Culture Industry, ed. J.M. Bernstein (London: Routledge Classics, 2001). Néstor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad (México: Grijalbo, 1989). Raymond Williams, Culture (London: Fontana Paperbacks, 1981). [↩]