Una mirada a Rectoría desde el salón de clases
Me he atrevido a participar de este proceso porque la historia de la UPR ha demostrado que haber asumido puestos administrativos con anterioridad no ha sido garantía de una Rectoría abierta a la participación de todos los sectores que integran el Recinto. Que se tenga experiencia previa no nos ha protegido de la utilización desacertada de fondos ni ha garantizado que a los proyectos académicos se les asigne prioridad por sobre los burocráticos.
La Rectoría no se trata de administrar verticalmente, sino del timón que nos ayuda a dirigir el viaje hacia el lugar que deseamos llegar. Ese timón es sólo eso, una herramienta necesaria, pero herramienta al fin, para que las personas que estamos en la embarcación sepamos hacia dónde navegar, podamos maniobrar cambios de viento y olas, y logremos llegar al destino propuesto.
De entrada, debo dejar claros tres asuntos: 1) Para mí la inversión en la universidad pública por el Pueblo tiene que ser un proyecto insoslayable que no concibe cuestionamiento o duda alguna, por lo que la Universidad de Puerto Rico debe ser prioridad absoluta de los proyectos políticos de los funcionarios electos de este país; 2) La Universidad siempre tiene que garantizar que su espacio será un espacio de debate para el intercambio de ideas —aceptadas y no aceptadas—, donde la libertad de cátedra nunca tendrá cortapisas, por lo que no debe haber cámaras que vigilen los pasos y el debate; y 3) la Política de no confrontación tiene que fortalecerse y extenderse a todo acto universitario: esto implica que cualquier controversia universitaria tiene que zanjarse mediante el diálogo, que la presencia de la Policía en el Recinto como medida de control o intimidación durante procesos de conflicto es absolutamente inaceptable, y que la intimidación y la amenaza no pueden tener cabida en este Recinto.
Mi proyecto académico-administrativo se erige desde las siguientes dimensiones: 1) gobernanza participativa de todos los sectores comunitarios; 2) transparencia de la gestión administrativa; 3) evaluación y rendición de cuentas; 4) reconocimiento y búsqueda de los conocimientos que nos permitan insertarnos competitivamente en el Siglo XXI; 5) integración de la Universidad con la sociedad a la que sirve; 6) un movimiento hacia el desarrollo de una ciudadanía con responsabilidad hacia el planeta en el que vivimos; y 7) un cambio en los paradigmas desde los cuales evaluamos el uso de los recursos.
Otra Universidad es posible, porque tenemos las bases, los materiales y l@s trabajadores que la pueden construir. Es@s trabajadores —personal no-docente, claustro y estudiantes—debemos participar junt@s en la identificación de problemas, la toma de decisiones, y en la creación de un espacio de respeto, diálogo, inclusión y cambio. Pero para eso, es necesario cambiar los paradigmas desde los cuales evaluamos el uso de los recursos. Tenemos también que cambiar la “cultura”que a veces permite inequidades, irregularidades o desinterés. La persona que dirija los trabajos de este Recinto debe retomar las regulaciones y certificaciones que disponen el constante avalúo del quehacer académico, para crear una cultura de constante mejoramiento.
La falta de recursos no puede afectar la vida académica, porque entonces destruiría la esencia misma de la Universidad. Los recursos tienen que ir dirigidos a desarrollar proyectos, incentivar la creatividad y la investigación tanto en el claustro como en los estudiantes. Debemos desarrollar una Universidad en la que las Facultades puedan integrarse con otras y colaborar de manera efectiva. La prevaricación del trabajo del personal docente, a quien se le niegan las condiciones básicas de subsistencia, es una inequidad que debemos eliminar. La Universidad no puede cumplir sus misiones si gran parte de nuestro profesorado se ve obligado a buscar trabajo adicional en otras instituciones para poder subsistir.
Es hora de atender los problemas que más aquejan al estudiantado: procesos de matrícula, falta de ayuda económica, oferta de cursos, entre tantos otros. Debemos comenzar a evaluar la posibilidad de que tod@s nuestros estudiantes puedan hacer internados o prácticas en sus áreas de especialidad y que estas experiencias formen parte de su carga académica. También tenemos que explorar vías para que nuestr@s investigadores puedan desarrollar investigaciones que no sólo promuevan nuestro prestigio académico, sino que permitan el acopio de fondos externos adicionales, siempre asegurándonos de que no se compromete la libertad académica. Debemos tomar la iniciativa de tocar puertas y ofrecer nuestros servicios. Y tenemos que reactivar nuestros lazos con las comunidades extramuros, insertándonos en ellas para participar de sus procesos de educación, empresarismo y sustentabilidad.
Creo firmemente que las académicas y académicos tenemos la obligación de insertarnos en los procesos de cambio social que se dan en las comunidades y en las calles del país. Tenemos que ocuparnos de crear las condiciones necesarias para acercarnos a la juventud del país antes de que estén en edad de entrar a la Universidad, para prepararl@s e incentivarl@s. Tenemos que crear las condiciones para que personas que en un momento no pudieron estudiar, puedan comenzar, continuar y completar estudios universitarios. Tenemos que internacionalizar el Recinto y, en ese proceso, atraer estudiantes extranjeros.
Para construir la Universidad que puede ser —para utilizar la frase de Efrén Rivera— tenemos que retomar seriamente la encomienda de examinarnos y ser capaces de justipreciarnos, y allí donde encontremos deficiencias, resolver atenderlas. Todos y todas juntas, con una sola mira: afianzar el prestigio del Recinto y lograr que en sus predios se respire satisfacción y felicidad.