Una mirada al perro enjaulado que llevamos dentro
“No seas tampoco demasiado tímido; en esto tu propia discreción debe guiarte. Que la acción responda a la palabra y la palabra a la acción, poniendo un especial cuidado en no traspasar los límites de la sencillez de la Naturaleza, porque todo lo que a ella se opone, se aparta igualmente del propio fin del arte dramático, cuyo objeto, tanto en su origen como en los tiempos que corren, ha sido y es presentar, por decirlo así, un espejo a la Humanidad; mostrar a la virtud sus propios rasgos, al vicio su verdadera imagen, y a cada edad y generación su fisonomía y sello característico. De donde resulta que si se recarga la expresión o si esta languidece, por más que ello haga reír a los ignorantes, no podrá menos que disgustar a los juiciosos, cuyo dictamen, aunque se trate de un solo hombre, debe pesar más en vuestra estima que el de todo un público compuesto de los otros”.
–Hamlet
«Tal vez ahí es que está su arte; en lo que tuvo que haber pasado para meter ese perro rabioso allá dentro”.
La madre – Enjaula
El teatro debe ser riesgo y provocación. La experiencia de ir al teatro deber ser entendida como tal: una experiencia donde seamos provocados. Ese debe ser el propósito del arte, y es lo que vivenciamos cuando asistimos y somos partícipes de una puesta escénica de la dramaturga y directora Kisha Tikina Burgos. Una vez más, hila fino y nos propone una mirada reflexiva a nuestra condición humana, pertinente a nuestro tiempo hipermoderno con los matices justos, atemperados y apelativos a nuestra sociedad y cultura particular; desde la cual escribe, quien [se]escribe, y a quien se [d]escribe. Esto debe ser el teatro y ha sido, una vez más, el trabajo muy bien logrado de Burgos: un trabajo honesto y depurado que refleja la seriedad, el compromiso, el respeto y la pasión con que se hizo. Es algo que se aprecia ya en el arte del cartel. Una vez en sala, se respira, se observa, se siente, en fin, se experimenta.
Enjaula es una pieza de una dramaturgia impecable, precisa, que cumple con el propósito de hacer mirar[nos], cuestionar[nos], reflexionar[nos], e incluso incomodar[nos]. La incomodidad se suscita desde el comienzo cuando aparecen en escena iluminados, por una intensa luz azul, tres cuerpos acostados, encorvados y jadeantes; y uno no puede más que desear que suceda lo próximo porque no se soporta mucho más el ansia animal. La dirección es arriesgada y cónsona con el texto, igual de precisa e impecable. No hay nada al azar. No hay nada de sobra y nada de menos. Lo que hay son múltiples lecturas, a las cuales el espacio físico de una escenografía minimalista les brinda el espacio síquico para que surjan los diversos significantes y significados. Por lo que parte de la completitud del trabajo fue el acertado diseño de escenografía e iluminación y, más importante aún, su efectiva realización. Este trabajo, una pieza de arte conceptual en sí mismo, a cargo de la artista Migdalia Luz Barens, fue uno conciso como toda la puesta; bello por demás en su simpleza y elegancia, permitiendo que los actores y el texto cobraran la dimensión justa perfectamente ambientados. Un cuadrado a manera de caja de luz que enmarcaba el espacio escénico y unas tiras blancas colgantes sujetas a una esquina que luego enmarcarían los subespacios: la jaula del perro (pretexto y alter ego del protagonista) y, posteriormente, la jaula de los propios personajes, a fin de cuentas la nuestra. El espacio que apelaba a cualquier galería moderna al estilo más minimalista, entre lo industrial -al utilizar el andamiaje de la sala experimental dejando bastidores y bambalinas abiertos, lo simple y sofisticado, con el color blanco como protagonista, correspondía en armonía permitiendo que las luces significaran y delimitaran claramente los diversos espacios físicos y simbólicos– así como las emociones. Luces intensas donde predominaban los rojos y azules.
Quien haya tenido la experiencia, quien haya leído el programa de manos, o quien al menos haya estado al tanto de la pieza previamente sabrá de la inspiración de su autora y los múltiples temas que esta explora. En su propias palabras: “… el abuso, la violencia, la muerte, la ética, el arte, el proceso creativo y sobre todo como nos afecta ‘la mirada del otro’, que en última instancia no es otra cosa, que la mirada propia”. Y es esto último, la “mirada propia”, la síntesis de Enjaula. La mirada al perro enjaulado que todos llevamos dentro, a nuestra rabia, a nuestros pesares, a nuestros miedos e inseguridades, a nuestra ética, a nuestras contradicciones, a eso que puede despertarnos la violencia y avivarla, a nuestro sentido de supervivencia, a nuestra sicología [colonizada] y a nuestro ego como individuos, como colectivo, como pueblo y como país.
Toda la confluencia de temas se dan en un texto corto y una puesta de una hora y veinte minutos aproximadamente. Por lo que se me antoja en esto también un espectáculo ágil y moderno, atemperado al tiempo que vivimos de rapidez e instantaneidad. Pero sin por ello comprometer, como sucede la mayor de las veces hoy día, la calidad y profundidad, la crítica y el análisis. Pues no hay nada breve y nada leve en el tipo de teatro por el que apuesta Burgos.
Los personajes que dan vida a la obra, encarnados por los veteranos actores José Eugenio Hernández, Isel Rodríguez e Israel Lugo están bien definidos y justificados. Reafirmo el hilar fino de la dramaturga, y no deja de asombrarme en momentos como cuando aparece el personaje de la madre del protagonista quien nos remonta, más allá de la palabra, con su cuerpo y su acción al pasado del mismo, para darnos algo de pista de su historia, para poder comprender, suponer e imaginar algo de su presente. Nos narra un poco del niño que hoy vemos tras la coraza de un hombre adulto, de un artista, tal vez frustrado y sin duda inseguro, presa de sí mismo, de su propio perro. Es evidente el trabajo de casi tres meses de estos artistas. Como actores se sintieron muy compenetrados, en armonía y totalmente sincronizados. Todos en un mismo estilo, algo tan carente en la dirección teatral en nuestro país, donde se le deja al actor acomodarse donde mejor sabe y quiere, sin retarlo a más, y provocando un desfase en la puesta escénica. En ese sentido, cuando se piensan como unidad, es una unidad limpia, sólida, firme y de gran fuerza. Una sola fuente de energía.
Por separado, Isel Rodríguez demuestra una seguridad y presencia escénica indudables. Es una actriz con fuerza, con ritmo y con una vis cómica, que no tiene necesidad de subrayar ni cae en el exceso. Su dominio de la voz como cantante también es extremadamente cuidado. Cabe decir que la composición y dirección de las canciones de la pieza estuvieron a su cargo. Estuvo genial en el personaje de la artista invitada quien devela la crítica y nos hace miraral mundo artístico, el contemporáneo y el nuestro. En el cual pueden verse reflejados todos los gremios creativos: artistas plásticos y conceptuales, músicos y actores, esos mismos que jugaban en el escenario, y aquellos de los cuales estaba llena la sala y no todos reían. En relación a esto aplaudo la audacia de Burgos al denunciar -a través del personaje del galerista- lo que deben ser y no son las condiciones de la cultura y de los artistas, el abandono por parte del estado, y la hipocresía de aquellos en las esferas de poder. Todo un manifiesto oportuno.
Mientras el protagonista, el personaje del artista, papel que interpreta José Eugenio Hernández, le permitió al actor moverse en una zona de misterio y sobriedad que domina y ejecuta muy bien. Sin duda es un actor con gran presencia, con buen dominio de sus herramientas y talento. Un actor a su vez contenido. A pesar de que lo que habita en su adentro tiene toda la esencia para crear más conmoción, hay cierto freno en la palabra, que no permite verlo y sentirlo más visceral. Lo cual sí logró de admirable manera en su trabajo físico cuando deviene en el perro. Encarnación que me soliviantó como ninguna hasta el final.
Por su parte, Israel Luego tuvo momentos muy acertados y logrados; aún así se le siente un actor con falta de profundidad, y en personaje como el niño puede rozar el borde de la caricatura y el cliché. Pero lo rescata una buena dirección, un trabajo -con tiempo- de investigación y un laboratorio creativo de más de dos meses. Estuvo muy real y humano en el personaje del amigo, mas Rigo, el galerista, por momentos sentí se le escapaba. De todas formas, dejando de lado los detalles, todas fueron actuaciones honestas, consumadas con un buen trabajo físico conjunto al trabajo vocal, que fue un acompañamiento sutil y respetuoso para con todo lo demás. Las canciones y sonidos en sus momentos nos remitían a lo ancestral, a lo más humano y universal de los personajes y el planteamiento. A este respecto también resalto el trabajo de la composición musical y diseño sonoro a cargo de Eduardo Reyes Reyes, igualmente atildado.
Tanto Israel Lugo como Isel Rodríguez demostraron destreza en la delicadeza de sus transformaciones, pues ambos encarnan a tres personajes, y ninguno de los actores sale de escena nunca, lo que implica un reto para el trabajo actoral. Los cambios ocurren in situ sugeridos por algún accesorio, por un ligero cambio de vestido y por el exquisito trabajo de vestuario de Gladiris Silva, quien diseñó y realizó un vestuario transformable, andrógino, moderno y hasta de cierto corte futurista. Un trabajo esmerado y cónsono con la escenografía.
Hace mucho que estamos extintos de este tipo de teatro en nuestra isla. Un teatro lejos de los convencionalismos y las fórmulas seguras ya anticuadas y aburridas. Que nos apele más allá del simple, y muchas veces burdo, entretenimiento. Que arriesgue y explore saliendo de las zonas de lo correcto y el confort, de los registros conocidos y dominados. Que nos hable, nos muestre y nos refleje lo que nos atañe ahora dejando de lado la añoranza y la nostalgia, y en el peor de los casos la mediocridad que resulta de lo fácil. Hacen falta más dramaturgos que interesen articular el presente, como directores arriesgados y una selección de textos más concerniente. De lo contrario, seguimos en el camino de un limbo cultural e intelectual, a fin de cuentas en un limbo de identidad. Donde nos devoraremos los unos a los otros tal cual como se consuma el final de la obra: el perro y los dos personajes más inocentes al hecho en una sola unidad de fiero.
Kisha Tikina Burgos es una de las pocas voces en la palestra del teatro nacional y actual que cumplen con la disciplina y su vocación como se espera, y es, sin duda, la más contundente. Su arte es necesario y se agradece. Necesitamos mirarnos y pensarnos más sin por ello dejar de reírnos para llegar a casa reflexivos hasta los sueños y el despertar siguiente; conmovernos, conmocionarnos, asumirnos y replantearnos. Esta es la provocación de la que hablo. Esto ha sido Enjaula, un trabajo minucioso, un teatro pertinente, de provocación y mucho riesgo. ¡Bravo!