Una monja hereje a la sombra de la Inquisición
El libro que hoy presentamos, celebramos y disfrutamos – La hija hereje: Sor Eva Teresa del Moisés, de Mairym Cruz-Bernal[2] – es definitivamente transgresor pero también seductor. Es de esas lecturas que al iniciarse es imposible interrumpirla, sea la hora que sea, suceda a nuestro alrededor lo que suceda. Es imposible concluir su lectura hasta no alcanzar su página postrera, incluyendo los momentos de agudo enrojecimiento por sus múltiples herejías, sean éstas doctrinales o sexuales.
No que sea algo sorpresivo viniendo de la pluma rebelde, audaz y herética de Mairym Cruz-Bernal. Ya en otros libros suyos habíamos leídos versos como los siguientes, incluidos en un confesionario; un confesionario sacrílego hasta lo más profundo de su médula…
Confieso que creo en Dios en la medida en que lo puedo tocar
En el sexo de un hombre
Y que hace mucho no lo siento…
Confieso que nunca he sido fiel
Ni al último hombre a quien se lo prometí…
Confieso que a los doce años dejé de ser católica, apostólica y romana
Y por eso mi madre me abofeteó
Confieso que a los dieciséis dejé de ser protestante
Y a los diecisiete perdí mi virginidad.
Por Scherezada y por todas las mujeres que tienen un verdugo
En espera cada madrugada
Yo confieso mi herejía
Y prefiero morir en la inquisición, crucificada
A vivir sometida nuevamente…
Que no fui santa, ni puta, solo poeta.[3]
La hija hereje inicia con breves citas de escritos de cinco mujeres que en distintos momentos de la cristiandad transitaron senderos de enclaustramiento monacal, escritura al margen del dominio patriarcal y atrevidas tentaciones heréticas: Beatriz de Nazaret, religiosa cisterciense del siglo 13; Matilde de Magdeburgo, monja y mística también del siglo 13; Ángela de Foligno, terciaria franciscana y mística de los siglos 13 y 14; Margarita de Oingt, monja cartuja del siglo 14; y, finalmente, Margarita Porete, mística francesa, beguina y escritora, cuyo libro El espejo de las almas simples se leyó durante siglos como estimulante a la íntima religiosidad e incluso la siempre muy crítica Simone Weil se fascinó con su lectura hasta que a mediados del siglo veinte se descubrió que su autora había sido sentenciada a muerte por la Inquisición y quemada en París el 1 de junio de 1310, tras ser juzgada y condenada por un séquito de inquisidores dominicos y franciscanos.
En uno de los versos de este libro que hoy festejamos la autora escribe “mi vida está hecha de silencios”. Quizá eso sea cierto; lo afirmarán o negarán las personas cercanas a Mairym Cruz-Bernal. Pero lo que es indudable es que su vida está hecha de versos; versos que atraen por su rebeldía; versos que nos golpean por su seductora herejía: versos que nos obligan a pensar y a cruzar fronteras literarias y a dejar atrás atavismos morales.
La fuente primaria de esta escritura es legendaria y ha sido objeto de innumerables estudios: sor Juana Inés de la Cruz. Por eso Cruz-Bernal, o más bien, perdón, sor Eva Teresa del Moisés, escribe, en uno de los poemas iniciales, y cito, con el perdón de los puritanos que por error estén aquí presentes:
Eva Teresa del Moisés y Sor Juana Inés
de la Cruz. vírgenes de la misma orden.
en el eterno copular con la vulva de Dios.
en hábito de monja. batas negras. vírgenes
arrodilladas. ante la cruz fálica. donde el hijo
fue crucificado.
Por ello entre el manuscrito original que Cruz-Bernal me compartió a fines de agosto de 2017, poco antes que ciertas catástrofes ambientales – las inolvidables Irma y María – y ciertas tragedias personales atrasasen su publicación, y su actual redacción hay una adición significativa: un encuentro en una cocina, superando siglos de distancia, entre sor Juana Inés de la Cruz y sor Eva Teresa del Moisés. Conversan inicialmente sobre Dios “quien tal vez no existe”, dice una de ellas, y sin embargo “le pensamos tanto”. Pero la conversación profundiza, girando entre ansias intelectuales y deseos sexuales…
Son tiempos duros
nadie es libre y menos las mujeres
ni tú ni yo…
yo lo que quiero es que me dejen estudiar
escribir, me dijiste
yo lo que quiero es que me dejen amar
a quien me dé la gana, te dije
y por eso, por puta, me metí en el claustro
como castigo por mi deseo
ni Dios me sirve para masturbarme
no lo puedo inventar hombre ni amante…
me quedaré virgen
ese es mi destino, en el claustro…
Pero ambas son poetas excelsas y no pueden escapar de la pasión por la poesía que las enlaza quizá más fuertemente que la mística religiosa o el deseo erótico…
Cuando hablabas me confundías
como si al pronunciar palabras
ensayaras un poema
la poesía también sale de las manos
como aceite ungido de Dios…
Es un encuentro de dos monjas, que intentan, no siempre airosamente, transitar los senderos de la santidad, la poesía, el erotismo y la herejía, en un mundo regido por el patriarcado teocrático. Concluye sor Eva Teresa, mirando a sor Juana Inés con ojos de admiración transgresora…
Ah Sor Juana Inés…
tenerte cada día, ver salir el sol
hablar, escuchar nuestras voces
entre tanto silencio
es el amor que merecemos
me has salvado la vida
quinientos años después te estoy mirando
coloreo los encajes de tu ruedo
me arrodillo
y pienso cómo sería tu cuerpo desnudo.
Seguramente no olvida Cruz-Bernal la famosa frase de sor Juana, tantas veces recordada y repetida, tras la controversia literaria que sellaría sus labios y liquidaría su magnífica biblioteca, “yo, la peor del mundo”. Termina sor Juana su vida en silencio, marginada y aislada en un convento. Y, sin embargo, siglos después resucitarían su vida, sus ilusiones, sus tribulaciones y sus versos, como lo muestra ese excepcional libro de Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o Las Trampas de la Fe.[4]
Tiene definitivamente razón Cruz-Bernal, de nuevo perdón, sor Eva Teresa, al afirmar en uno de sus poemas “soy la heredera de la herejía”. Tiene suerte que la Santa Inquisición ya no existe, o mejor aún, se ha convertido en la Congregación para la Doctrina de la Fe, que se encarga de censurar a múltiples escritores y autores, los cuales se benefician de que sus libros, justo por esa condena, se venden más y se convierten en obras muy populares, buscadas y leídas. Ejemplos de ello son la teóloga argentina Marcella Althaus-Reid en su provocador texto – Teología indecente: Perversiones teológicas en sexo, género y política,[5] repleto de desafíos liberacionistas obscenos y pervertidos, sus términos, y la mexicana/tejana Gloria Anzaldúa, con su obra maestra Borderlands/La Frontera: The New Mestiza,[6] plétora de herejías trangresoras y erotismo homosexual. Ambas, y lo digo con tristeza, murieron prematuramente, dejando un legado literario rebelde y trangresor.
Recomiendo a todos los aquí presentes la lectura de El hereje (1998), la exquisita novela del eminente escritor vallisoletano Miguel Delibes, que culmina en la quema, en el siglo dieciséis en una plaza pública española, de varios escritores cuyas obras de ninguna manera se acercan a las herejías poéticas de sor Eva Teresa quien inicia su libro con el siguiente verso:
tu vulva. Dios. es el cielo en mi boca…
tu sexo depilado se resbala
entre mis manos. Dios. tus alas heridas
sangran. Sangre menstruante de la tierra.
todo este vacío. Infierno en ascenso. Tu vulva.
Dios. es el paraíso.
O este otro poema,
el primer contacto que tuve con Dios.
fue mi vagina. camino con la vulva de Dios.
entre mis piernas. todo el azul resplandece
en mi falda. la vulva de Dios es azul.
El que estemos todos aquí, en el Ateneo Puertorriqueño, sin temores ante este tipo de lenguaje poético, implica un desplazamiento del tortuoso juicio tradicional acerca de la ortodoxia y la herejía. Buena parte de la historia de la doctrina cristiana es un lúgubre recuento de censuras, condenas y anatemas, acompañado con excesiva frecuencia, de sentencias trágicas para los declarados culpables de heterodoxia. ¿No fue acaso el mismo san Agustín, que nos conmueve y enternece en sus Confesiones, quien, como obispo de Hipona, reclama y justifica la represión imperial de donatistas y pelagianos? Es irónico, pero muy ilustrador, que Tertuliano, autor de uno de los más feroces ataques contra las herejías (Liber de praescriptione haereticorum c. 200 d.C.), terminase censurado él mismo como hereje (por adherirse al montanismo). No son pocos los estudiantes novicios de teología que se asombran de espanto al descubrir que la gran disputa trinitaria del siglo cuarto versó en buena medida sobre la mentada iota que diferencia homoiousios de homoousios.
Sin llegar a la peregrina conclusión de que el problema de la verdad sea mera ficción, no cabe duda de que toda consideración de la historia de la cristiandad tiene que prescindir de los anatemas dogmáticos y las represiones eclesiásticas. Me parece acertada la sentencia de Baruch Spinoza: “Los verdaderos enemigos de Cristo son aquellos que persiguen a los rectos y amantes de la justicia sólo porque discrepan de ellos y no comparten los mismos dogmas religiosos” (1670). A causa de sus divergencias doctrinales, Jan Hus en 1415,Girolamo Savonarola en 1498, Miguel Serveto en 1553, y Giordano Bruno en 1600, sufrieron la cruel muerte de la hoguera azuzada por las inquisiciones dogmáticas. Son víctimas emblemáticas de muchas otras vidas inmoladas en el sagrario de la ortodoxia intransigente.
A quien todavía permanece en esa mentalidad, le recomiendo la lectura del cuento de Jorge Luis Borges, “Los teólogos” (1949), una excelente muestra de la brillante ironía del gran escritor argentino, diestra en conmover de raíz las certezas dogmáticas. Es un relato tan atractivo como la deliciosa sátira sobre las controversias doctrinales que con tanto humor gris redactó Erasmo en su exquisita obra Elogio a la locura(1511). Por algo en uno de sus versos, Cruz-Bernal nos revela la profunda tristeza de Dios y cito ese poema “Nuestro Dios es un dios triste.” Y supongo que esa tristeza procede de la trágica conciencia de que su divinidad ha sido proclamada para oprimir, perseguir y hasta aniquilar a innumerables seres humanos.
Sigamos con las herejías eróticas de sor Eva Teresa del Moisés, en su búsqueda de la plenitud de su relación orgásmica con la deidad, esta vez con un toque de adulterio luciferino…
he copulado con un ángel. los ángeles tienen
sexo…
no es Dios con quien
copulé. Lucifer. caído del cielo…
copulé. Ahora veo claramente. Dios fue su
mujer. yo soy su amante.
Se me ocurre pensar que una de las fuentes de estos versos es la reflexión sobre el destino de la mujer rebelde y hereje, aquella que anhela ser la forjadora de su destino, libre de las tradiciones patriarcales representadas en normas como la expresada en un pasaje bíblico que bien podría ser caracterizado, en palabras de la biblista Phyllis Trible como “texto de terror”, y me refiero a unos versículos del segundo capítulo de la epístola a Timoteo, atribuidos a san Pablo, que procedo a citar:
“Quiero que las mujeres se vistan con ropa decorosa, con pudor y modestia, y no con peinados ostentosos, ni con oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a las mujeres que profesan la piedad. Que la mujer aprenda en silencio y con toda sumisión, pues no permito que la mujer enseñe ni ejerza dominio sobre el hombre, sino que guarde silencio. Porque primero fue formado Adán, y después Eva; y el engañado no fue Adán, sino que la mujer… incurrió en transgresión. Pero se salvará al engendrar hijos, si es que con modestia permanece en la fe, el amor y la santificación.” (I Timoteo 2:9-15)
En contraste con esa norma de hegemonía patriarcal, Mairym Cruz-Bernal, perdón, de nuevo me excuso, sor Eva Teresa del Moisés, escribe en uno de los versos más conmovedores de este libro lo siguiente:
Quién es esta mujer cabizbaja
cabellos en hilachas
sin cadenas de oro…
quién es ella que siente baile en sus oídos
que busca brazo en sus manos amputadas…
cansada de sus sueños
apóstata
perdida de su historia y de sus bienes…
a punto de abrir los ojos y cantar
-puede ser tan fuerte el drama-
lo ha dicho todo
des-velada, sin burka posible
quién es ella que no conoce pan
en este viernes santo
sedas rasgan sus pechos de leche
rosa estrangulada en su matriz…
perdón por haber nacido infiel
y no querer confesar mi apostasía.
Es un poema dedicado a la memoria de Mesalina de Foligno, una de las mujeres mártires más famosas del cristianismo inicial, martirizada cruelmente de múltiples maneras, masacrada sin piedad por sus atroces torturadores. Hoy nadie recuerda el nombre de quienes la maltrataron y masacraron. Y, sin embargo, una poeta puertorriqueña, Mairym Cruz-Bernal, la restaura en nuestra memoria mediante unos versos conmovedores.
Son versos rebeldes, que no acatan la tradicional jerarquía patriarcal, la cual obliga a las mujeres a la sumisión absoluta. Por eso en otro de sus poemas, la autora ubica en el centro del altar…
mujeres con burka
ante el juicio de los hombres
mujeres de senos duros como colinas pequeñas
brazos y piernas en figuras geométricas
hecha de sal y en la mirada
la desobediencia
¿Qué hacer con el Dios de la intolerancia y el discrimen? Nuestra autora sugiere su destino en otro de sus versos…
vi dos mujeres besándose.
pensé. en un dios acusador. que destruí
de inmediato…
soy inocente. hasta el
último orgasmo. lo juro.
Tiene suerte Mairym Cruz-Bernal, repito, que ya la Inquisición, en sus manifestaciones actuales puede insultar y degradar, pero no encarcelar, torturar o incendiar. En la España del siglo dieciséis uno de los principales estudiosos de la Biblia hebrea y quizá el más distinguido de sus poetas, pasó largo tiempo encerrado en una mazmorra por atreverse, sin autorización de la jerarquía eclesiástica y criticando aquí o allá a la Vulgata, traducir uno de los libros más arriesgados de las escrituras consideradas sagradas, el Cantar de los cantares que inicia con el siguiente verso:
¡Que me bese con besos de su boca!
Mejores que el vino tus amores;
Que suave el olor de tus perfumes…
Méteme, rey mío, en tu alcoba,
Disfrutemos juntos y gocemos,
Alabemos tus amores más que el vino.
(Cantar de los cantares 1:2-4)
Supongo que todos los aquí presentes saben que me refiero al insigne fray Luis de León, uno de los grandes poetas del siglo de oro español.
¿Y si Dios no existiera? Es una pregunta que Mairym Cruz-Bernal brevemente plantea en este libro y que se atreve, con la arrogancia clásica de los poetas agraciados, sugerir que quizá en el sacramento de su poesía surja Dios a la vida. Y con esos versos creadores de la divinidad concluyo esta presentación…
Desde hoy lo creo como él me creó
Semejante a mis brazos
sus brazos
Semejante a mi ombligo
su centro
Semejante a mi lengua
su lenguaje
Yo soy el vacío de Dios
Dios no existe pero está
mi vacío lo construye.
Mi más profundo agradecimiento y reconocimiento a Mairym Cruz-Bernal por este libro de versos rebeldes, atrevidos, heréticos, eróticos y brillantes, en los que vemos, sorpresivamente, surgir el natalicio del Dios de la poesía.
11 de diciembre de 2019
Ateneo Puertorriqueño
San Juan, Puerto Rico.
[1] Ángel Darío Carrero, Perseguido por la luz (Madrid: Editorial Trotta, 2008), 13.
[2] Mairym Cruz-Bernal, La hija hereje: Sor Eva Teresa del Moisés (San Juan, Puerto Rico: Calíope Editoras, 2019).
[3] “Confieso” en Mairym Cruz Bernal, CieloPájaro Nuestro (San Juan/Bogotá: Senderos Editores, 2012), 194-197.
[4] Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (México, D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1982).
[5] Marcella Althaus-Reid, Teología indecente: Perversiones teológicas en sexo, género y política (Barcelona: Ediciones Bellaterra, 2005).
[6] Gloria Anzaldúa, Borderlands/La Frontera: The New Mestiza (San Francisco: Aunt Lute, 1999).