Una mujer muerta que mira hacia el oeste
El retrato de Giovanna Tornabuoni, de Domenico Ghirlandaio es una de las obras más inquietantes y hermosas de la galería de retratos del Museo Thyssen en Madrid. Representa a una joven rubia de perfil, peinada primorosamente con un recogido en la nuca, vestida con un vestido brocado de oro y adornada con una joya de tres perlas y un rubí incrustado en oro.
Seguramente, lo más importante que hizo Giovanna en su vida fue casarse con el rico Lorenzo Tornabuoni. Nacida Giovanna Albizzi, era la octava hija de Maso Albizzi, un rico y prestigioso hombre de negocios de Florencia, relacionado con los Medici. El matrimonio Albizzi tuvo doce hijas y ni un solo varón, eso era un verdadero desafío, especialmente para encontrar doce maridos adecuados y darles a todas ellas sus correspondientes dotes. Para Giovanna, Maso encontró a Lorenzo, joven y rico heredero de una casa importantísima, los Tornabuoni, que tenían enorme influencia y poder, además de riquezas.
Lorenzo Tornabuoni y Giovanna Albizzi se casaron por el interés de sus respectivas familias en 1486, en una espléndida ceremonia celebrada en la catedral de Florencia, con banquete y baile incluido. “Castidad, belleza, amor” fue la inscripción de la medalla conmemorativa del acontecimiento. En 1487 tuvieron un hijo y un año después, en 1488, Giovanna murió embarazada de su segundo hijo. Se celebró su funeral en Santa María Novella en el que se elogiaron sus costumbres y su carácter.
Poliziano escribió para la ocasión:
Por linaje, belleza, nacimiento, riqueza y marido fui afortunada, y también por talento, carácter y espíritu. Pero en el segundo parto y en el segundo año de matrimonio ¡ay de mí! cuando aún no había nacido la criatura perecí. No podría haber muerto más tristemente pues la Parca me mostró muchos bienes,pero no me los concedió.
Sólo tenía 19 años.
El retrato lo realizó Ghirlandaio cuando Giovanna ya había muerto. La composición y proporción de la obra, además de la minuciosidad con la que se tratan los detalles, nos deja perplejos. Son objetos exquisitos que no solamente son bellos, sino que simbolizan algo, ya que el retrato de Giovanna no es sólo un retrato formal en el que se representa su belleza. Es también y, sobre todo, un retrato de sus valores morales y espirituales.
Ghirlandaio, hijo de un orfebre, se detiene en detallar con primor las joyas: el colgante que pende del pecho de la mujer y el broche que está colocado en el estante que está detrás. Ambos representan el estatus social y la riqueza de Giovanna. Apoyado en ese mismo estante y al otro lado se encuentra un libro de oración, un libro de horas que nos testimonia las costumbres, las buenas costumbres, y la devoción de la retratada. Sobre el libro, hay un collar rojo de cuentas de coral, material relacionado en la tradición cristiana con la sangre de Cristo. Además hay una inscripción en un papel que lee: “Si el arte pudiera retratar su carácter y virtud, ninguna pintura en el mundo podría ser más hermosa”, inscripción explícita en la que se señala que era una mujer virtuosa de buenas costumbres. Se equipara así la belleza a la bondad, una idea neoplatónica muy vinculada a la estética del Renacimiento. La inscripción contiene también el año de la muerte de Giovanna: 1488.
El perfil otorga al retrato distancia, solemnidad, introspección. La retratada no nos mira a nosotros, sino que mira al oeste, a poniente. La mirada de Giovanna se concentra en un más allá ininteligible para el espectador. El fondo neutro, no abierto a ningún paisaje, profundiza en esa sensación introspectiva, transmitiéndonos la idea de que la retratada ya pertenece a otro mundo, tal vez a ese ocaso al que mira con sus ojos azules y del que recibe una luz fabulosa.
Vivió sólo 19 años y hoy, más de 500 años más tarde, nos seguimos maravillando ante su imagen, por bella y por buena. Pulcra sunt quae visa palcent.