Una necesaria aclaración
Mi padre ingresó al ejército de Estados Unidos en la década de ‘40, apenas comenzada la Segunda Guerra Mundial. Tenía, para entonces, muy poca instrucción escolar. Tiempo atrás, con tan solo 13 años de edad, había caminado desde San Germán a San Juan para trabajar en los muelles, en lo que apareciera. No tenía otra: era huérfano de madre y su padre (mi abuelo) emigró tempranamente de la isla tratando de llegar a los cañaverales de Hawái. No lo volvió a ver por décadas. Fue así, que, en medio de un contexto de pobreza extrema, mi padre se “unió” al ejército de Estados Unidos. ¿Fue su decisión un acto voluntario? Como tantos otros boricuas, mi padre (quien obtuvo, lo repito, medallas por su extraordinaria valentía en Corea) actuó racionalmente ante una situación opresiva no creada por él. Es difícil ver en esto un acto “voluntario”. ¿No ha sido acaso esa la historia del imperio, apoderarse de los recursos humanos y naturales de los territorios coloniales, particularmente dentro de sus fronteras, por la vía de acuerdos, arreglos y tratados “voluntarios”? Puerto Rico en 1917 no es muy distinto del territorio de los Dakota en 1860, en lo que hoy es Minnesota.
No es extraño, pues, que me haya interesado en el terremoto de 1918 y el asunto de la ciudadanía. El sismo de octubre de 1918 no fue poca cosa. De forma directa murieron 116 personas y resultaron heridas 241. Además de los daños materiales ascendentes a millones de dólares, de inmediato hubo un brote de gripe que acabó con la vida de 10,888 personas. Qué relación hubo entre una tragedia y otra no lo sabemos. Sí sabemos que en noviembre de 1918 una comisión de sismólogos de la Universidad de Carolina del Sur y la John Hopkins, por encargo del Departamento de Guerra de Estados Unidos, hizo un estudio detallado de las causas del terremoto. Sabemos, por la prensa, que, en abril de 1919, una delegación grande de congresistas, acompañados de sus esposas, visitaron Puerto Rico, con los gastos pagos por la legislatura local. La prensa también reportó que esa delegación fue “entretenida de manera cordial” por los legisladores del patio y que se fueron “encantados” con la isla y su gente.
Por buena o por mala suerte, el gobernador de la isla era entonces Arthur Yager. De entrada, digo que Yager fue el gobernador intelectualmente más ilustrado que ha tenido Puerto Rico desde 1898 para acá. Tenía un bachillerato y una maestría de la universidad de Georgetown, además de un doctorado de la universidad John Hopkins. Fue profesor de historia, economía y política en esa última universidad, la cual presidió desde 1908 a 1913. En 1919 escribió un libro sobre Puerto Rico. Sobre todo, hay que mencionar que Yager estaba al tanto de las corrientes intelectuales estadounidenses preocupadas con el desdén del gobierno federal hacia los veteranos de las distintas guerras imperiales. No estamos, entonces, ante el resumé de alguno de los anexionistas que han gobernado a Puerto Rico, particularmente en los últimos veinte años.
Yager fue nombrado por su amigo Woodrow Wilson para gobernar la isla bajo la supervisión real del Departamento de Guerra. Cierto, Yager no era miembro formal del aparato militar, pero su nombramiento lo obligaba a responderle al secretario del Departamento de Guerra, Newton Baker. El nombramiento de “civiles”, bajo la supervisión del secretario de guerra de Estados Unidos, se instituyó tan temprano como 1860 para adelantar la anexión y poblamiento de los territorios del oeste del país, como bien estudió Albizu Campos. Eso de gobernadores militares vs. civiles se lo inventaron los mismos imperialistas para vendernos una ilusión.
Ahora que hemos revisado el resumé de Yager y el contexto de su mensaje anual de fines de 1918, conviene citar algunos de los pasajes en que este describe el terremoto de 1918 y el tema de los militares. Antes, sin embargo, conviene advertir, que el lenguaje de Yager no solo está cargado de emociones y cierto sensacionalismo, sino que preserva el estilo “panfletario” característico de la cultura política liberal de Estados Unidos. El mismo Thomas Paine tituló su opúsculo o famoso panfleto: Sentido Común.
Queriendo evitar acusaciones de falso sensacionalismo y simulado panfleteo, dejo que sea el mismo Yager quien se exprese:
“The fiscal year covered by this report was a period checkered in an unusual degree by extreme vicissitudes of fortune, by great prosperity, and tragic disaster. It was undoubtedly the most exciting and eventful year in all the history of Porto Rico. It was the year in which came the sudden transition from a state of worldwide war to the blessings and problems of peace. It was the year in which it came to Porto Rico the greatest, most alarming, and most destructive earthquake that had ever visited the Island. This major disaster was quickly followed by a widespread and alarming epidemic of influenza, which numbered its victims by the scores of thousands and its fatalities by the thousands. At the same time, the return to Porto Rico of large bodies of laborers who had been taken to the continent by the War Department for urgent war work just before the armistice, and the rapid demobilization of the large body of soldiers forming the Porto Rican contingent of the National Army brought many difficult problems of unemployment and reemployment of discharged soldiers […] All of the various forms of war work necessary to prosecute the war were diligently carried on in Porto Rico both before and after the armistice was signed on November, 1918”. A Yager, Nineteenth Annual Report of the Governor of Porto Rico, September 30, 1919, pp. 4-5.
Reconocerle a Yager la empatía que muestra por nuestro pueblo y los soldados, no lo exime de su responsabilidad como agente de la ocupación militar de Puerto Rico por Estados Unidos. Cabe señalar que, durante su incumbencia como gobernador, civil o militar, se efectuó el crimen ecológico de trastocar todas las grandes corrientes de agua dulce de la Cordillera Central para suplir las necesidades de las grandes compañías azucareras. Eso, la creación del sistema de riego del sureste, es un crimen medioambiental imperdonable.
Mas no hay que negarle sus virtudes. Bien temprano en el siglo XX quedó claro para mucha gente que el gobierno federal tenía poco o ningún interés en ayudar a la misma población estadounidense impactada por grandes tragedias naturales. Así ocurrió en Galveston en 1900 y en otros lugares durante la primera, segunda y tercera década del siglo XX.
Tiene razón el señor Franqui: el historiador no debería ganar un caso, sino entender los procesos históricos que nos llevan al lugar que habitamos hoy día. Mi artículo contiene algunas imprecisiones, también es cierto. La primera ya la mencioné: el título formal de Yager era de gobernador civil. Sin embargo, su informe de 1919 se dirige al secretario de guerra de Estados Unidos y no al presidente. Yager habla en su informe de las “distintas formas de trabajo de guerra necesarias para la prosecución de la guerra”, que fueron diligentemente llevadas a cabo por el “gran cuerpo” de soldados boricuas. Imagino que aquellos que participaron en estas tareas de alguna manera apreciaron la mención. Pienso en mi padre, durante la Segunda Guerra Mundial, operando equipos de vigilancia de posibles aviones enemigos en Panamá. Enfrentamientos militares no los vio en esa nación, pero de que estaba en la guerra a él no le cabía duda. Eso, antes de salir para Japón. La membresía de Pedro Albizu Campos en el ejército de Estados Unidos la obtuve de la lista de personas que sirvieron en el campamento Las Casas. Incorrectamente, deduje una conexión con el Porto Rican Regiment.
Sobre el asunto medular de si los boricuas fueron forzados o no a participar en la Primera Guerra Mundial estimo, como abogado y estudioso de la realidad colonial, que hay que ver “más allá del espejismo”, para usar una expresión del héroe nacional Rafael Cancel Miranda. De hecho, el mismo gobernador Yager nos habla en su informe de “grandes cuerpos de trabajadores que fueron llevados (‘taken’, dice él) por el Departamento de Guerra para trabajo militar urgente en el continente”. Me parece que este es un tema que no puede ni debe ser analizado al margen de la realidad colonial que se vivía entonces y aún se vive en el país.
La tragedia de los veteranos de la Primera Guerra Mundial, en particular, casi todos pobres y sin techo, que murieron por el efecto de grandes ciclones en Florida y Texas durante esos años, le saca las lágrimas a cualquiera. Que haya pasado en Puerto Rico lo que en otras partes ciertamente no es consuelo de nadie. Mi padre, bien que mal un militar, me enseñó a ser compasivo y, como dice el panfleto de Thomas Paine, a tener sentido común.