Una respuesta a ‘Maripily y yo’
Debí haberme imaginado que un artículo llamado ‘Maripily y yo’ sería únicamente sobre esos dos individuos. Y regresando al título después de haber escrito esta respuesta, me sorprende un poco menos que en lugar de tratarse sobre la vida y obra de la gran nacionalista y patriota Lolita Lebrón, el artículo se centra en los moralismos y tabúes no resueltos del autor de la pieza. Como para recalcar esta lucha interna por la cual atraviesa, muchos de sus argumentos están plagados de inconsistencias básicas. Por ejemplo, con la poca atención que quiere que le prestemos a Maripily, es curioso la cantidad de tiempo y espacio que le dedica a articular ideas tan crasas como los propios objetos de sus insultos para volverla irrespetable, describiéndola como ‘cosa’, ‘estupidez’, ‘mujerzuela’, ‘maldición’, y de ‘agudeza criminal’. Mientras tilda a Maripily de ser una mera ‘marca’ y critica explícitamente a los medios masivos por bombardearnos con sus quehaceres banales, no tiene ningún inconveniente en utilizar citas y detalles de esas mismas historias para dar evidencia aparentemente objetiva sobre la realidad de su ordinariez. Al mismo tiempo, en medio de su descarga personal sobre el “asco” que le produce Maripily, usa el debate entre el afeitar o no afeitar el pubis para elaborar su versión de lo que es un erotismo apropiado y una sexualidad femenina verdaderamente liberada de la represión patriarcal. Pero sus supuestos deseos por la liberación femenina se ven invalidados cuando plantea unos parámetros normativos ‘correctos’ sobre lo que, según él, es ser una verdadera mujer.
Para él, la formulación de Maripily como poca o no-mujer esta basada en un discurso Victoriano/Cristiano donde el valor de las mujeres se mide a partir de lo que otros definen y reproducen como ‘la decencia’. Dentro de este marco, que también está atravesado por discursos históricamente racistas y clasistas1, la mujer buena es la que posee esas virtudes altamente femeninas como las que el autor identificó en su madre, abuelas y tías: “férreas…pulcras de palabra y gesto…pudor y la intimidad…decoro y modestia¨. Si nos permitiésemos creer en este imaginario dorado de virtudes femeninas esenciales, creo que pocas ya calificaríamos como mujeres completas. Pero no para ahí, porque comparada a Maripily, otro modelo de mujer verdaderamente completa en este comentario es Lolita Lebrón, que al final no es más mujer solo por tirotear el capitolio, sino porque lo hace mientras se logra arreglar una pantalla decorosamente. Es decir, que mientras logra romper los esquemas masculinos que identifican la fervosidad nacionalista y la lucha armada con la figura del hombre, este descoloque resulta ser aún más satisfactorio cuando, con su traje hecho a mano y su gesto de colocar una pantalla en su lugar, nos devuelve la tranquilidad de que aún, también, es femenina.
Esto me llevó a pensar en dos movimientos contemporáneos que van más allá: primero, la gran fanaticada que ha generado el fenómeno de Camila Vallejo, no solo por su rol como Vicepresidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile y líder vocal del movimiento estudiantil en dicho país, sino también por su estilo y belleza femenina. Esta chica, que quizás comparta alguna de esa ‘agudeza asesina’ de Maripily y que como la gran mayoría de las figuras políticas del género femenino que se han visto colocadas entre la espada y la pared teniendo que renunciar o utilizar sus cuerpos como femeninos para lograr sus ambiciones, ha logrado también capitalizar su físico. Al hacer esta comparación, no estoy diciendo que la visión y propuesta artística, por así llamarla, de Maripily se acerque remotamente a la de Camila. Son dos modelos diametralmente opuestos y si en algo estoy de acuerdo implícitamente con el autor es que se necesitan modelos positivos y combativos como el de la chilena para todas las niñas del futuro. Pero difiero nuevamente cuando, hacia el final de su artículo, y tomando la figura de Lebrón como contraste heroico, desprecia con tono clasista a todas aquellas mujeres que aspiren a ser estrellas de cine. No todas pueden ser revolucionarias, ni quieren, y no veo lo constructivo en descalificar la profesión de actriz como poco digna porque una (o muchas) lo quieran hacer por razones superficiales. Las inconsistencias serán siempre parte de nuestra fibra humana. En vez de concentrarnos en analizar el pubis de Maripily, nos vendría mejor como nación entrar en un diálogo sobre cuáles serían las imágenes y modelos de mujeres que no restringirían a nuestras niñas a ideales de belleza imposibles o irreales2. Porque exhibir o hablar de nuestro pubis de manera aberrante no es una medida adecuada de nuestra humanidad. Un análisis más critico que quiera palpar un sentir/vivir más cotidiano buscaría entender qué y porqué se define algo como aberrante, en cualquier determinado momento histórico.
El otro movimiento en el que pensé fue ‘Slut Walk’ que se ha ido extendiendo a ciudades internacionales y que critica precisamente todos los comentarios y prejuicios populares que dicen que por vestirnos o comportarnos públicamente como supuestas ‘putas’ somos, de alguna manera, condenables. Para luchar contra esta corriente que permitió que un policía Canadiense acusara en corte a una víctima de violación sexual como responsable de dicho acto por su manera de vestir, las mujeres que forman parte de este movimiento político reivindican el uso de la palabra slut (así como la retomaron los queer en su momento) para así cuestionar el tipo de discurso peligroso que condena a las mujeres que rompen los esquemas de la sexualidad y presentación pública decente, así como comportamiento femenino sancionado. Lo que es peligroso en este artículo no es el mero hecho de decir que Maripily es una “mujerzuela”, con todas sus connotaciones, sino que este tipo de insulto puede fácilmente desencadenar en actos discriminatorios y hasta violentos contra esas personas que se han definido como “mercancía” “no humana”. El brinco entre este tipo de comentario y su corriente mas oscura y misógina no es tan grande ya que la mercancía no tiene valor intrínseco – es desechable.
Pero el brinco más gigante que da el artículo es cuando, usando una lógica izquierdista/ nacionalista, equipara a Maripily como ‘mujerzuela’ a una mentalidad general colonizada fruto de una modernidad mal llevada. Al buscarle algún tipo de explicación a esta herida colonial y querer darle forma material a la falta de admiración nacional básica por esos ideales que Lolita Lebrón representaba, el autor decidió usar la figura de la femineidad abyecta para clamar por una mejor nación. Usó el marco dualista de la mujer decente/indecente para darle forma al dolor que sintió por una pérdida que no fue suficientemente lamentada por el pueblo. Una decencia que, dicho sea de paso, se ha usado y abusado para darle forma a todo tipo de proyectos nacionalistas, modernistas y urbanísticos a través de la historia y el planeta. En el proceso, hasta cita muy selectivamente a una de las pioneras de la segunda ola del feminismo, Simone de Beauvoir, para insinuar que las mujeres no solo son instintivamente contradictorias y maquiavélicas (¿cualidades de las que al parecer los hombres carecen?) sino que si no han parado de serlo no es porque no puedan (ya que en el fondo es una construcción social y no biológica) sino porque no quieren. De hecho, aparte del autor, los únicos hombres que aparecen en esta breve historia sobre la indecencia de Maripily vinculada a la debacle de nuestra nación (y que son pintados como víctimas, quizás de su aberrante pubis que nos consume a todos) son su exmarido y otro ex que murió trágicamente. Pero volviendo al tema, usar mujer/nación en la misma oración como si simbolizaran dos caras de la misma moneda no solo minimiza la humanidad de todo el género femenino e invisibiliza el poder del hombre en dichas palabras, sino que también silencia las historias de represión y cooptación política que esa equivalencia ha provocado en el pasados recientes – solo hay que mirar al caso de Afganistán o Iraq. De esta manera, a pesar de sus buenas intenciones, el artículo resulta ser esencialista y prescriptivo sobre el rol adecuado de la mujer en la vida pública, artística, erótica y política. Y de este modo, tiene un impacto colonizador similar al que quiere criticar. En este caso, coloniza con sus palabras que proyectan ‘verdades’ absolutas sobre las definiciones, límites y caminos adecuados de la nación y las mujeres. En vez de presentarnos una versión moralista y simplificada sobre lo que constituye una buena o mala mujer, cosa que ya le han atribuido a Maripily más que suficiente, resultaría más interesante y acertado como proyecto anti-colonial tratar de entender la carne en todos sus aspectos3 incluso aquellos que nos parezcan incómodos como el placer de una auto-representación vulgar, y la verdadera demanda (¡que no se limita a Puerto Rico!) de consumir estas imágenes.
Finalmente, cuando ya parece haber agotado la fuente de su odio primordial hacia Maripily, el penúltimo párrafo toma un giro inesperado y (yo diría) cobarde donde el autor parece querer librarse de toda la crudeza anterior, como si la hubiera escrito otro, y afirma: ‘me niego a unirme al coro de los que la desprecian’. Con esta incoherencia narrativa regresa de manera circular a su teoría mujer=patria, donde postula que Maripily/mujerzuela es la “encarnación de todas nuestras miserias, inferioridades, carencias”. Los chistes que sus imágenes producen, dice, son simbólicos de la pérdida de nuestra integridad como nación.
Quiero clarificar que esto no es una apología a lo que sí me parece es un modelo problemático para nuestras niñas, sino un comentario corto sobre las múltiples caras (y miradas) del poder patriarcal/colonial, que puede ser tan corrosivo como para aparecer intacto incluso en los esfuerzos válidos por derribarlo. Además, es un llamado a ser más crítico con las estructuras sociales de poder (y los discursos tradicionalistas que las sostienen) que permiten que las figuras de la mujer en Puerto Rico, afligidas ya por una plaga de violencia doméstica muy seria, se conviertan en el objeto fácil de burlas, quejas y problematizaciones intelectuales. Deberíamos vigilar nuestro pompo, a veces vacío, para justificar un ‘asco’ personal contra cierto tipo de mujeres. Este tipo de narrativa tiene repercusiones negativas y limitantes para tod@s las decentes e indecentes que constituimos esta nación. Pero constituirlo, no es serlo. Y por eso hay también que alejarnos de ideas ya demasiado antiguas que veneran o condenan a las mujeres como símbolos de naciones o poblaciones en crisis. Nuestras madres, tías y abuelas no estarían de acuerdo con tal hipocresía.
- Para dos estudios eruditos de cómo estas intersecciones se dieron en Puerto Rico desde finales del siglo 19, véase el libro de Eileen J. Suárez Findlay, 1999, Imposing Decency: The Politics of Sexulaity and Race in Puerto Rico, 1970-1920 y el de Laura Briggs, 2002, Reproducing Empire: Race, sex, science, and U.S. imperialism in Puerto Rico. [↩]
- Por ejemplo, el Parlamento Británico lleva más de una semana debatiendo el impacto negativo que pueden tener las imágenes de mujeres demasiado flacas proyectadas en campañas publicitarias como modelos de belleza sobre la auto-estima de las mujeres comunes y corrientes. [↩]
- Como lo hace Félix Jiménez (2004) en su libro Las prácticas de la carne: sobre la construcción y representación de masculinidades en Puerto Rico. [↩]